—No interprete las cosas de una forma tan literal, Data —le espetó Riker—. Quiero un punto de partida. No estoy diciendo que todas las formas de vida sean orgánicas. Esto no es más que un proceso de eliminación. Soy perfectamente consciente de que la vida no son sólo componentes físicos. Podemos mantener con vida a un cuerpo durante un tiempo indefinido, pero eso no es vida. No vida humana, en cualquier caso. Vuelva a esos instrumentos e interprete lo que ve.
Cerró el puño izquierdo y sintió el pegajoso sudor en la palma. Un enemigo tangible era una cosa; con eso podía enfrentarse. Pero todo ese asunto de vida y no-vida, este debatirse para apresar una definición con el fin de saber si estaban o no matando a algo cuando luchaban para salvar su propio pellejo… «Odio esto. Y odio la posición en la que me encuentro. ¿Aconsejar al capitán? ¿Cómo? ¿Ayudar a luchar contra esta cosa? ¿Cómo?»
Lo mismo daría que tuviese las manos atadas. Como primer oficial, lo mismo daría que no fuera nada. El primer oficial era el eterno comodín. Ni un científico, ni un experto táctico, ni un psicólogo…, nada específico, y sin embargo un poco de todo, cualquier cosa que el capitán necesitara que fuese en un momento dado. ¿De qué se trataría la próxima vez? ¿Estaría preparado para ello? La frustración lo roía.
«Picard… maldito sea. Averigüe una forma de luchar contra el fenómeno. Eso es todo. No hay problema, señor. De inmediato, señor.»
—Estas lecturas desafían toda interpretación.
La voz de Data irritó los nervios de Riker. Ese tono suyo de tómalo o déjalo…
—Pero si tuviera que definirme, yo diría que el fenómeno está comportándose de una forma pseudomecánica.
—Intente ser más concreto, ¿quiere? —ladró Riker, cuya tolerancia se agotaba.
—Délo por hecho. Está formada por componentes energéticos individuales, pero no actúa ni como algo mecánico ni como un ser vivo. Parece ser una herramienta viviente…, algo fabricado por una ingeniería tan elevada que es virtualmente una forma de vida.
—Suena familiar —murmuró Geordi.
Data lo miró, con la boca abierta, pero el imperioso tono de la orden de Riker le había herido en lo vivo, así que continuó informando.
—Obtengo lecturas de energías destructoras de alta potencia. En cuanto nos pille, nos escachifolla. Riker se enderezó bruscamente.
—¡Deje de hacer eso!
Los ojos de Data parpadearon al levantar él la cabeza.
—¿Señor?
—Me está sacando de quicio. Está distrayendo a todo el mundo con esa clase de frases. Basta.
—Es jerga, señor. Terminología coloqui…
—Es inadecuado, ofende.
—¿P… perdón? Intento ser más humano.
Data retrocedió contra el panel al acercársele Riker, y pudo ver que, sin saber cómo, había enfurecido al primer oficial.
—Usted nunca va a ser humano —dijo Riker con lentitud—. Usted no es humano. No parece entender la diferencia entre ser humano e imitar a los seres humanos. Usted no puede ser creativo porque sólo ve la forma y nada de la sustancia. Usted no entiende la vida. Hasta que aprenda la diferencia, siempre será una marioneta.
—Señor… —Geordi se interpuso entre ellos—. Él sólo está tratando de…
—Ya sé qué trata de hacer —le espetó Riker.
Los tres quedaron en silencio durante un momento.
Una expresión de haber sido profundamente herido cruzó el rostro de Data, y el humanoide miró a Geordi y luego a Riker.
—Yo… yo sólo estoy intentando mejorar… servir de la mejor manera…
—Entonces, sea útil de verdad —le soltó Riker—. Funcione según sus programas. Usted es un androide. Aproveche eso de la mejor forma posible y deje de intentar ser algo que no es. Dénos algo sobre lo que trabajar… si puede. Proporcióneme algo que pueda llevarle al capitán y nos ayude a salir de ésta. —Avanzó otro paso, un paso intimidatorio que hizo que Data apretara más aún la espalda contra el panel—. Si esa entidad vuelve a atacar, quiero que usted contacte con ella. Vea si puede establecer una interfase con esa cosa.
Las pálidas cejas de Data se contrajeron sobre su nariz y se alzaron levemente en una delicada expresión; prueba, al menos para Geordi, de que en alguna parte en aquellos circuitos había sentimientos que podían ser heridos. En un susurro, respondió:
—Prometo intentarlo, señor. —Incapaz de volver a mirar a Riker a los ojos, dejó atrás el puesto de Geordi y avanzó a paso rápido hacia el laboratorio espectrométrico.
Riker observó cómo se marchaba; vio la tensión de los hombros sintéticos y el tipo de pasos con que camina un ser humano cuando se contiene. Grabados a fuego en sus recuerdos quedaron los ojos del androide contraídos en aquella expresión de humildad y desasosiego, una expresión que decía que no había tenido intención de ofender a nadie. Riker hizo un amago de dirigirse hacia el androide, que salía como impulsado por la repentina obligación. Data enfilaba el hueco de la puerta como una exhalación. Riker podía haber dado el paso siguiente…
De no haber llamado Geordi su atención.
—Si él se entrega a esa exposición —comentó el navegante—, estará arriesgando su vida, señor Riker.
Recobrando el control de su voz, Riker habló en voz baja.
—Me temo que ésa podría ser nuestra única probabilidad de salvarnos. —Se volvió hacia los monitores una vez más, y se vio bloqueado por LaForge que, tras darle alcance, le había cortado al paso.
—¿Así que entonces no ocurre nada? ¿Sacrificamos a Data porque no está vivo?
—Mire, Geordi, yo no…
—Ahora veo que siempre lo escoge para las misiones de descenso porque es el más prescindible en su opinión.
Riker lanzó una violenta mirada al visor metálico e imaginó la tensión en torno a los ciegos ojos de LaForge.
—Continúe con su trabajo, teniente.
—¿Intentaría salvarle la vida con tanto empeño como intentó salvar la mía en el puente?
—¡Ocupe su puesto, navegante!
LaForge vaciló durante un largo momento, luego retrocedió, con los músculos del cuello crispados y los brazos tensos y paralelos caídos a sus flancos.
—Sí, señor. A sus órdenes, señor.
El enorme guerrero sopesaba sus armas de alta tecnología, presto para la batalla. Paladeaba el sabor del desafío, sabor a carne desgarrada, a sangre. Olía la batalla. Sus instintos aullaban canciones de guerra. Él no apreciaba las ventajas de la paz. En el fondo de su alma sabía que la paz únicamente se obtiene tras el conflicto, y cada fibra de su ser se preparaba para eso, para no ser sorprendido cuando llegara ese momento.
—Worf.
Sólo un gran esfuerzo evitó el gruñido de respuesta y lo reemplazó por una palabra civilizada.
—¿Sí?
—El capitán querrá un informe cuando regrese aquí arriba.
Worf se volvió hacia el grácil cuerpo femenino y el rostro de heroína de cuento que lo coronaba. Parecía una muchacha vestida de chico, una muchacha como las de los cuentos que le contaban en otra época sus padres adoptivos humanos, cuentos que nunca satisfacían su ansia de aventuras. Era muy pequeño cuando sus padres de la Flota Estelar renunciaron a contarle fábulas, y las sustituyeron con relatos más sustanciosos de Bram Stoker, Melville, Dumas, Stervasney y Kryo, con el fin de satisfacer a su raro hijo. Aquellas historias sí podía digerirlas. Le hacían reír a carcajadas.
—No se sentirá contento con lo que tenemos para contarle, Tasha —replicó él, bajando su tonante voz mientras se encontraban ambos en la parte superior de la cubierta, unos pasos alejados del puente por la terminal de seguridad.
—Lo sé —asintió ella. Bajo la mata de cortos cabellos color limón, los ojos gris claro se torcieron ante la perspectiva de enfrentarse con Picard—. He estado haciendo un estudio y usted tiene razón. Es cierto que esa cosa está siguiendo una pauta, que presenta algunos movimientos aleatorios. Ha sido diseñada para resultar impredecible.
—Sí, lo he visto —asintió con su voz de bajo—. Está realizando una búsqueda deliberadamente difícil de eludir. Nos da menos de un cincuenta por ciento de probabilidades de escapar.
—Que es más de un cincuenta por ciento de posibilidades de que nos atrape. —Tacha se mordió el labio y se tomó todo el asunto de forma personal—. Y eso en teoría. Nuestras probabilidades reales podrían ser espantosamente menores. ¿Ha estado obteniendo usted los mismos resultados? ¿Está esa cosa haciendo lo que yo creo que hace?
—Si se refiere a que si veo que el recorrido de búsqueda se va cerrando sobre nosotros, sí —dijo Worf con sombría certidumbre—. Nuestras probabilidades disminuyen con cada minuto que esperamos para entrar en acción. No mejorarán. Se reducirán. La jaula está cerrándose.
Tasha dio algunos sonoros e inútiles pasos de un lado a otro, un lastimoso eco en la enorme jaula que se cerraba en torno a la nave.
—¿Qué sucedería si a esa cosa le subiera la adrenalina o algo parecido y atacara con más fuerza que la vez anterior? Incluso en el caso de que lográsemos que los escudos estuvieran plenamente cargados, podríamos no resistirlo. Al menos no como nos hallamos ahora, con los escudos sometidos a un esfuerzo excesivo para proteger toda la nave.
El enorme rostro terroso de Worf giró, alzándose del monitor que había estado observando. Desde debajo de su cráneo klinzhai y de las dos lanzas invertidas de sus cejas, sus ojos atravesaron a Tasha.
—No irá usted a sugerir…
Ella se mordió el labio unas cuantas veces, pero sus ojos no manifestaban ni por asomo la vacilación que la acometía. Cambió el peso de su cuerpo de uno a otro pie y luego, como decidida, a ambos. A sus flancos, dos puños pequeños se apretaron.
—Sí, lo haré —dijo—. Ya lo creo que sí.
—¿Tiene usted la más ligera idea del peligro que entraña su propuesta, teniente Yar?
Tasha se refugió en la posición de firmes mientras Picard se paseaba en torno a ella. Y envolviéndolos a ambos, los dodecafónicos sonidos del puente, los cuales poco ayudaban a aclarar sus mentes. Inspiró largamente e intentó no sentirse demasiado pequeña junto a Worf. Le hizo falta todo su dominio para no lanzar al klingon una mirada con el fin de fortalecerse antes de continuar.
—Sí, señor. La tengo. Pero pienso que es… —La voz se le ahogó, de pronto Picard se había vuelto y a ella le asaltó la sensación de estar prácticamente ante un antagonista. No podía hablar mientras él la miraba de aquella forma tan intensa.
—Oigámoslo —le espetó, como si no supiera en absoluto cuál era el problema de ella.
Tasha se negó a retroceder, pero, de todos modos, el estómago se le contrajo.
—Sí, señor. Hemos estado… quiero decir, que he estado calculando…
—No se preocupe por los cálculos y dígame su idea.
—Según está la nave, nuestras probabilidades de escapar son inferiores al cincuenta por ciento y van en disminución. Hice un análisis del ataque anterior y parece que esa cosa sólo atacó las secciones de alta energía de la nave. Las cámaras de los propulsores hiperespaciales, los condensadores de máximo aprovechamiento de las armas, los sensores y los escudos.
—Su idea, por favor.
—Hum… la sección del platillo por sí sola podría no atraer la atención de esa cosa.
La penetrante mirada de Picard presagiaba tormenta; pero en alguna parte de ella Tasha tuvo la seguridad de ver un diminuto atisbo de esperanza, de que podría marcharse con la cabeza sobre los hombros y al menos un brazo.
—¿Separar los módulos de la nave? —murmuró él.
—Ésa es… mi sugerencia, capitán.
—Teniendo presente, por supuesto, que eso dejaría la sección del platillo con unos escudos reducidos y sin armas apreciables en caso de que fuera destruida su sección de impulsión. Usted ha tenido eso en cuenta al hacer su razonamiento, ¿no, teniente?
Tasha, de hecho, abandonó la rigidez y se volvió hacia él.
—Las probabilidades que tiene el platillo de escaparse con sus impulsores a muy baja potencia son casi de un noventa por ciento, señor, en especial si damos un poco de energía a los propulsores del segundo módulo y distraemos a la cosa.
—A menos que aparezca una variable desconocida.
Ella volvió a la posición de firmes y fijó la mirada en el mamparo sobre el que estaba instalada la pantalla principal.
—Correcto, señor. Pero además, si no es necesario levantar unos escudos para envolver también todo el platillo, podríamos enviar más energía a los escudos del segundo módulo y resistir otro ataque. Lo bastante como para luchar contra la cosa, quiero decir.
Picard también se volvió, pero para contemplar la relumbrante, palpitante lámina de energía electromagnética en reacción que los buscaba en la parte superior de la pantalla.
—¿Y las probabilidades de que escapara el segundo módulo en su plan?
Tasha echó esa mirada a Worf y se aferró a ella como a una cuerda de salvamento.
—Menos… del dieciocho por ciento, señor.
Jean-Luc Picard describió un círculo en torno a sus dos impulsivos oficiales, se detuvo detrás de ellos, vio los hombros crispados, unos estrechos y rodeados por tela dorada; los otros anchos y altos, que formaban un campo de negro sobre rojo. Les rodeó por estribor y se detuvo ante Worf, con Tasha fuera de su vista. Delante de ellos se extendía la gran pantalla, con el fulgente enemigo sobre aquel fragmento de universo. El silencio les destrozaba los nervios, podían oír el tic-tac del reloj de la aproximación de la entidad, y sin embargo había fuerza en la voz del capitán cuando éste por fin habló.
—Me arriesgaré a esas probabilidades. Que Riker suba aquí.
—Informe, señor Data.
Picard aún no les había contado los planes que tenía. Riker estaba ahora de pie cerca de él mientras Data y Geordi LaForge se cuadraban ante ellos en el puente.
Riker daba vueltas a unos pasos de ellos, agudamente consciente de la ausencia de Deanna Troi. ¿Estaba demasiado suspicaz o era cierto que Data evitaba su mirada?
«¿Estoy imaginándolo?»
—Por sus acciones y capacidades… la velocidad de la luz —comenzó Data—, me arriesgaría a concluir que de hecho fue construida y que no es posible que haya evolucionado de modo natural. Posee una inteligencia rudimentaria que reacciona ante las cosas según un conjunto sencillo de instrucciones, de forma parecida a la de un insecto. Cuando una mantis religiosa se come a su propia pareja, por ejemplo, señor, sólo está haciendo lo que su instinto le dice que haga, sin concepto alguno del bien y del mal.