A pesar de la orden de Picard, Riker se deslizó hacia Troi manteniendo los ojos sobre ella mientras Data resplandecía fuera de su centro de atención; cuando ella se desplomó, él estaba casi a su lado.
El color desapareció del rostro de Troi, y ella cayó de forma tan brusca que estuvo a punto de escapársele por completo a Riker. Consiguió aferrarla por el brazo y evitar que se golpeara la cabeza contra la barandilla; pero la joven se sacudió igual que un pez fuera del agua hasta que él la pudo sujetar bien y tenderla sobre la cubierta. Se arrodilló junto a ella y le apartó los negros bucles de la frente; levantó la mirada a tiempo de ver que lo mismo le sucedía a Data.
El recio cuerpo del androide golpeó la cubierta produciendo un fuerte ruido sordo, y tanto Geordi como Worf acudieron a ponerle de espaldas. A causa de la penumbra que se había restablecido de pronto en el puente, parecía aún más desconcertado pero, a diferencia de Troi, estaba consciente.
Picard recorrió el puente con la vista para asegurarse de que el efecto eléctrico se había disipado por fin. Luego:
—Yar, ¿situación de la criatura?
—Aún está ocupada con los asteroides, señor —informó ella—, aunque va tras las explosiones de antimateria como sin criterio. No parece entender qué son esos trastornos. Parece no tener claro qué debe hacer.
—¿No nos sucede a todos lo mismo? —contestó Picard de malhumor—. LaForge, deje a Data con Worf y sáquenos rápido de aquí.
—Sí, señor… ¿rumbo?
—De regreso al platillo. Mientras aún tenemos oportunidad de hacerlo.
Dicho eso se arrodilló junto a Riker, que permanecía al lado de Troi con aire impotente.
—¿Está viva?
—Su pulso es como un bombo —replicó Riker—. En estas circunstancias, ¿quién sabe qué significa eso?
—Yo lo tomaría como un signo positivo —dijo Picard con tristeza—, puesto que es lo único que tenemos.
—¿Va a ensamblarnos de nuevo con el platillo, capitán? —preguntó Riker, aunque conocía la respuesta. Esta vez, el ensamblamiento no significaría que hubieran acabado los problemas. Bien al contrario. Significaría que habían fracasado por completo.
Picard miró la pantalla.
—No nos creamos a salvo aún. Tasha, comunique con el ingeniero Argyle e infórmele que vamos a recogerlos.
—Sí, señor; ahora mismo.
—Transmítalo en onda baja, y envíe un mensaje tan breve como sea posible.
—Sí, señor.
El capitán bajó la voz al volverse hacia Riker, y cogió la muñeca de Troi para buscarle el pulso.
—¿Qué saca usted de esas palabras que dijo… y… está en contacto con la misma cosa que contacta con Data? Riker meneó la cabeza.
—Es difícil de decir. Sea lo que fuere, no parece estar afectándolos a ambos de la misma manera. Ella no deja de hablar de esos… bueno, de esas personas como si las conociera, y no resplandece como ocurre con Data. ¿Se dio cuenta de que ella podía moverse? Era como si el campo eléctrico de la entidad se concentrara sobre él pero hablara a través de ella.
—Sí, pero esos mensajes que ella capta… ¿Cómo es de aguda su capacidad telepática? Nunca antes había visto nada parecido en Troi. Usted sabe tan bien como yo que la telepatía betazoide es poco frecuente y parece sobrenatural, pero resulta perfectamente explicable mediante la ciencia. Que se comporte como una médium no me lo creo.
—Si le sirve de algo —dijo Riker—, le confesaré que creo que ella tampoco.
—¿Qué fue lo que dijo? ¿Que nosotros podíamos acabarlo? ¿Acabar qué? —Se inclinó para acercársele un poco más y bajó la voz—. ¿Tiene usted alguna idea al respecto?
Riker se humedeció los labios. Así que para eso estaba un primer oficial. Para ofrecer hipótesis sobre cosas de las que nada sabía. Para inventarse respuestas a partir de la nada. Aunque a veces era ésa la mejor manera de obtener respuestas: continuar cavando hasta dar con roca o agua.
—Nosotros podemos acabarlo… Me pregunto si eso significa nosotros en concreto. ¿Podría haber estado hablando con las esencias vitales que Troi estaba detectando?
—O, más bien, ¿hablaban ellas a la cosa? Le diré qué haremos —declaró Picard con repentina convicción—. En cuanto los dos puedan sentarse, vamos a ponerlos al uno junto al otro y obtener algunas respuestas. Tenemos los mensajes en las manos, y lo único que sucede es que no los estamos interpretando del modo correcto. Ya es hora de hacerlo.
—¿Cómo está la consejera Troi, señor Riker? —Tasha Yar mantuvo la voz baja. Temerosa de atraer la atención hacia sí, posiblemente porque había abandonado su puesto en aquel momento delicado, para arrodillarse junto a Troi y se inclinó sobre ella, casi susurrando.
—No soy médico —fue la simple respuesta de Riker, en la que dio salida a su frustración. Si él tuviera tiempo para apartarse de su propio puesto, Troi estaría de camino hacia la enfermería auxiliar, pero no disponía ni de esos pocos segundos. Así que ella permanecería allí, en sus manos, al alcance de su vista, bajo los pocos cuidados que pudiera proporcionarle.
—Señor, ¿vamos a comunicar con la sección del platillo? —preguntó Yar. Lo miró con unos ojos que deseaban que todo marchara bien, y parecía tan inocente y esperanzada como un dibujo de Disney.
—No creo que tengamos muchas opciones —contestó él—. No ha funcionado. Nos habituamos a las situaciones que salen bien, y no sabemos encajar una que no lo hace. Azares del riesgo, eso es todo, teniente. —Él le hizo con la cabeza un gesto para indicarle que regresara a su puesto, pero ella no se marchó.
—¿Señor Riker?
—¿Sí, qué quiere?
—Señor… fue idea mía el separar los módulos. —Tasha hizo una pausa, deseando volver a captar la atención de él. Cuando lo consiguió, apretó sus finos labios y preguntó—: ¿Debo presentarle mis disculpas al capitán?
Riker penetró involuntariamente en el anhelante pozo de aquellos ojos, sólo durante un momento. Estaban realzados con una sola pincelada de perfilador y un toque de rímel; no mucho, como si no estuviera acostumbrada a su feminidad y ésta la cohibiera. Riker se sintió fascinado por esas finas líneas marrones, ahora un poco desdibujadas. Tasha Yar era toda buenas intenciones. Si Riker no hubiese revisado los expedientes de los oficiales del puente cuando recibió su destino, les habría echado una sola mirada a aquellos ojos y al cuerpo flexible y esbelto que animaban, y la hubiese resignado a la enseñanza de todos los párvulos de la
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, los cuales se habrían alegrado todas las mañanas al ver aquel rostro.
Se sentía en ese preciso momento como si ella fuese la niña y él, el maestro. No había nada en su rostro, en sus ojos, que le recordara su crianza en una patética y desvirtuada colonia, aunque Riker pensó en ello. Una colonia que de hecho se había separado de la Federación. Su economía se hundió al cabo de tres décadas de esa secesión. En aquella lejana colonia, las bandas se convirtieron en los únicos gobernantes. No se parecía a nada ni a ninguna parte tanto como a la época inmediatamente posterior a la Revolución francesa; un lugar donde un mal sistema había sido derrocado en nombre del pueblo y reemplazado por algo enteramente peor; un lugar cuya vida cotidiana hacía que el reino del terror pareciera organizado. Turbas, bandas, lujo de unos, hambre de otros, padres que enseñaban a sus hijos a vivir solos porque la autosuficiencia significaba supervivencia. Una supervivencia como la de las ratas en la basura. Y entre ellos, Tasha. Sobreviviendo. Huyendo. Peleando cuando tenía que hacerlo, comiendo cuando podía. Desarrollando la firmeza que le permitiría un día ascender en un tiempo récord a jefe de seguridad de una de las principales naves estelares. No sucedía todos los días.
Era una forma horrible de crecer. Demasiado rápida, dura e implacable. Tasha se había perdido todas las cosas mejores y más típicas de las muchachas: las risillas disimuladas, el esconderse las unas detrás de las otras; los enamoramientos de ojos deslumbrados y la maravillosa ingenuidad que le permite a una chica formarse ilusiones a primera vista. Tasha no había conocido espejos ni melindres, y si hubiera habido espejos, ¿no habría retrocedido ella ante la adolescente flaca que llevaba el pelo corto para parecer un chico? ¿Un muchacho era menos susceptible de atraer la atención de aquellos que sacaban a relucir su salvaje y cruel condición en la práctica de la violación? Desde el día en que su madre sacó un cuchillo y cortó la trenza, larga hasta las rodillas, de su hija de cuatro años, Tasha había aprendido a tratar con el mundo.
Sin embargo, en ese momento podía mirarlo con esta absoluta pureza, con esa completa fe en él y en todo lo que veía cuando miraba a su oficial superior, todo lo que significaba la Flota Estelar para alguien crecido bajo el desgobierno de la peor ralea. Al mirarla ahora, media tonelada de responsabilidad le cayó encima. ¿Qué podía decirle que no mellara esa incorruptible fe? Esa fe era su fortaleza, la causa de que hubiera conseguido ser una excelente oficial y no la mujer en que habría podido convertirse de haber cedido al encanallamiento al que parecía destinada.
Alargando una mano por encima del cuerpo de Troi, que ya comenzaba a moverse, Riker asió el codo de Tasha.
—Haga lo que haga —le dijo—, no se disculpe.
Detrás de ellos, los estallidos alumbraban todo aquel sistema solar. Era asombroso que tan pequeña antimateria en contacto con tan poca materia pudiera provocar unas explosiones semejantes.
El alejarse de la cercanía inmediata a la entidad fue bastante fácil; la criatura se había desentendido de ellos en aquel momento, ocupada como estaba en devorar la energía de la reacción materia/antimateria entre los asteroides; por lo tanto, el cuerpo de batalla dispuso de algunos segundos más para navegar sobre las ondas expansivas de las detonaciones y aproximarse a la sección del platillo. Fácil, considerando lo sucedido hasta el momento ese día.
El acoplar los dos módulos fue otra cosa.
Riker estaba de pie junto al terminal científico donde Deanna Troi se hallaba ahora sentada. Parecía trastornada, fatigada, dolorida, sombría, como alguien que acabara de oír malas noticias; pero daba la impresión de ser consciente de las circunstancias, quizá demasiado consciente.
Observando la sección del platillo que se acercaba a ellos en la pantalla, a Riker le corrió un estremecimiento de expectación. Ésta era la parte delicada, liberar un cuerpo es relativamente fácil, lo difícil es reunirlo con su primitivo ser. Quizá se pareciese a entrar en puerto con uno de esos portaaviones que les había mostrado la computadora. El ángulo debía ser el correcto. Cada abrazadera, perno y grapa tenía que estar alineado con su conexión. Afortunadamente, la
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disponía de computadoras diseñadas especialmente para ese cometido. Sobre el papel era mejor realizarlo de forma manual, a pesar de que era ése el término que empleaban para cualquier cosa que no se correspondiera en un grado u otro con una conexión automatizada. La realidad era que el hacerlo de forma manual les llevaría más de veintisiete horas terrestres. Pero por el momento Riker se alegraba de que Picard observara con tanto cuidado la aproximación de las dos grandes naves; el platillo completamente inmóvil, el cuerpo de batalla avanzando casi por inercia con el fin de no atraer la atención de la entidad. En ningún otro momento estarían tan indefensos como durante ese último metro y medio anterior a la conexión.
En el último momento, una onda expansiva de las explosiones de antimateria, similar a la rompiente cresta de una ola, barrió a las dos naves, empujándolas a una proximidad peligrosa.
—¡Retrocedan! —ordenó Picard con timbre perentorio, y debajo de él la nave se movió obediente—. Estabilización. Rápido, ahora. Puede que no tengamos otra oportunidad. Acercamiento con rayos tractores de frecuencia estrecha. Procedan al acoplamiento.
—Sí, señor —musitó LaForge sudando.
—Worf, ayúdelo.
—Sí, señor —replicó el klingon. Dejó a Data sentado en los escalones de cubierta y fue a colocarse tras el terminal de observación.
Data parpadeó y observó, pero no hizo intento alguno de recobrar su puesto; aunque Riker advirtió una gran preocupación por parte del androide.
«Y ahora, ¿qué? —pensó—. Míralo. Tiene aspecto de necesitar que le aclaren lo ocurrido tanto como yo. Tal vez se lo tomó a pecho, me tomó demasiado en serio… y dejó que esa cosa se le metiera dentro y lo friera. La próxima vez mantendré la boca cerrada.»
«Tal vez.»
La cubierta osciló bajo sus pies. Se sujetó a la barandilla y miró la pantalla con el tiempo justo para captar una imagen de los manguitos de anclaje de la sección del platillo. Luego el visor del puente se ennegreció y se apagó automáticamente.
—Conexión terminada, capitán —informó LaForge—. Todas las secciones, todas las fijaciones aparecen en verde. El jefe de anclaje informa que está todo asegurado.
—Fin de maniobra. Acuse recibo. Bien —dijo Picard con un suspiro—, ha sido un estrepitoso fracaso donde los haya. Resulta evidente que no habrá una forma fácil de salir de ésta.
—¿Órdenes, señor? —preguntó Riker.
—¡Capitán! —exclamó Yar—. ¡Se ha marchado!
El puente podría haberse desplazado sobre una gigantesca bandeja giratoria por la rapidez con que todos se volvieron. —¿Que se ha marchado? —repitió Picard—. ¿Así, de repente?
—Todavía más rápido. —Yar fruncía el entrecejo sobre su panel, como si estuviese más enfadada por la desaparición del fenómeno de lo que lo había estado por sus ataques. Se le permitía marcharse, pero no sin antes notificarlo a la jefe de seguridad—. Ni rastro, ni energía residual, nada. Ha desaparecido de golpe.
—Estupendo. Se trae algún maldito juego entre manos. Yo diría que esto confirma con una espectacularidad bastante alarmante la hipótesis de Data sobre la interdimensionalidad.
—Tal vez deberíamos salir del área mientras podamos, señor —sugirió Riker.
—Oh, no, ni por su vida, número uno —respondió el capitán—, y tómeselo al pie de la letra. —Pero si…
—¿No se da cuenta? Está demostrado con bastante claridad que no es ni un insecto ni un tiburón. Es una araña. Nos movemos… ella salta. Lo único que tiene que hacer es esperar. Esperar hasta que hagamos un movimiento. Y no vamos a hacerlo. —Se volvió hacia los expectantes rostros de la tripulación y dijo en tono autoritario—: Todo apagado. Cierren todos los sistemas incluyendo los internos, con excepción del de soporte vital básico. Apaguen todo lo susceptible de ser apagado. Suspendan experimentos y pruebas de cualquier clase a menos que yo los ordene de forma específica, todos los procesadores de comida, todo lo que no sea esencial: instrumentos, terminales, proyectos holográficos, comunicaciones internas de la nave, generadores, tuberías, todo. Reduzcan la calefacción e iluminación de la nave al mínimo posible. Mantengan bajo el nivel de sonido. Díganle a la gente que llegue al lugar al que se dirige y se quede allí. Vamos a desactivar los turboascensores dentro de diez minutos, que se utilicen sólo las escalerillas. ¿Lo han entendido?