Riker inclinó la cabeza repetidamente, dubitativo.
—No sé cuánto tiempo vamos a poder mantenernos así.
Los oscuros ojos de Picard se entrecerraron.
—Muchas ciudades han soportado apagones antes de ahora, señor Riker —dijo—, y nosotros también lo haremos. Y desde la época de las guerras de submarinos y bombardeos, muchas personas han tenido que soportar períodos de completo silencio.
—Esas personas eran personal militar entrenado, señor. Va a ser más duro para…
El capitán lo silenció con una sacudida de cabeza y, de modo inesperado, bajó la voz.
—Tenga más tacto.
—Tiene razón. Lo siento, señor. —Riker hizo un gesto apropiado a Worf y dijo—: Todos los sistemas de la nave según órdenes. Lo comprobaré todo personalmente.
El capitán asintió.
—En cuanto regresemos al puente principal, quiero una comprobación completa de los sistemas; traspasaremos antimateria de nuestras reservas al depósito principal con el fin de compensar nuestra pérdida reciente. Quiero que se haga sin errores, Riker. Es una gran cantidad de energía cambiando de sitio, y no nos interesa que sea detectada. Notifíquenlo a ingeniería. Estarán muy ocupados trasladando la antimateria y recargando los sistemas para alcanzar el potencial hiperespacial.
—Sí, señor. Me encargaré de ello.
—Todo el personal, prepárense para transferir el mando…
—Capitán… Troi volvió a la vida de pronto y se levantó con dificultad del asiento. De no haberse sujetado al sillón, podría haber caído, pero era algo más que el vigor físico lo que la mantenía en pie.
El capitán la agarró de un brazo.
—Consejera, quédese donde está. Quiero que la doctora Crusher vuelva a examinarla.
—Más tarde, señor, por favor. Capitán, ¿puedo hablar en privado con usted? —preguntó, al tiempo que le lanzaba una fugaz mirada a Riker—. Esto es… me parece algo muy personal, señor.
El capitán se entregó a un largo estudio de ella, la expresión, el grado de fuerza con que las manos de Troi se aferraban a su brazo —algo que ella no parecía darse cuenta de que estaba haciendo—, y midió la veracidad de lo que decía como un detector de mentiras. Por su experiencia sabía apreciar a las personas en cada situación, era una capacidad duramente adquirida; juzgar lo que oía por la voz y los ligeros estremecimientos de ésta, el parpadeo de los ojos, y la leve tirantez de las pestañas… La creyó, creyó que no era un simple capricho, que tenía algo crucial que decirle y que aún era lo bastante racional como para conocer la diferencia.
Sintió que Riker se aproximaba, supo que el primer oficial, aprovechando su estatura más elevada, estaba mirando por encima de sus hombros a Deanna Troi y preguntándole en silencio si tal vez él podía participar también del secreto de ella. Por eso, Picard decidió emplear una estratagema.
—Muy bien —dijo Picard. Tomó a Troi por un brazo y la condujo hacia el turboascensor—. Todo el personal, transfiera de inmediato el mando de vuelta al puente principal. Riker, usted encárguese de Data. Obtenga respuestas. Vamos a atacar el problema por ambos frentes. El resto de ustedes… a sus puestos.
Riker contempló, tal vez con excesivo anhelo, como el capitán escoltaba a Troi fuera del puente de batalla en penumbra. Podía vivir sin ella; quizás iba a tener que hacerlo. Había renunciado a toda relación cuando aceptó el puesto, con la vista clavada en veinte años consagrados al único propósito de su carrera; y había mantenido bastante bien la promesa hecha a sí mismo. Hasta que llegó a la nave. Hasta que ella surgió ante sus ojos como de la nada. De pronto, los años venideros parecieron más una prueba que un destino. ¿Era imprudente por parte de los oficiales con destinos a largo plazo el comprometerse en relaciones…? Y todo ese asunto de tener familias a bordo… era tan nuevo… ¿Sabía alguien si los oficiales reaccionaban de forma distinta cuando sus seres queridos estaban a bordo de como lo hacían cuando eran ajenos a todo menos a los peligros inmediatos?
«Deanna lo sabrá. Y ella es la única persona a la que no puedo preguntárselo.»
Fue arrancado súbitamente de sus pensamientos cuando dos siluetas pasaron por su lado, camino del turboascensor, y volvió a la realidad. Ante él, Yar y Worf estaban en el turboascensor con el capitán y Troi. Rozándole el brazo izquierdo, Geordi acababa de pasar por su lado llevando a Data. Aferrando a Data por un brazo, Riker lo detuvo.
—Data, usted quédese aquí.
LaForge comenzó a girarse, un instinto protector saltaba a la vista en la contracción de sus mandíbula y hombros, y sólo un ladrido del capitán hizo que dejara atrás a Data en las manos de un superior en absoluto compasivo.
—Voy, señor —respondió en un tono bajo, como destinado a advertir a Riker.
Tal vez no era insolencia, y tal vez no era una advertencia, pero Riker no podía culparle si lo era.
La puerta del turboascensor se cerró con el suspiro del vacío.
Data se quedó mirando el turboascensor durante unos pocos y anhelantes segundos. De hecho, fueron más que unos pocos. Los bastantes como para que la pausa se hiciera obvia. Cuando por fin comenzó a volverse, estaba completamente firme… una postura reconocida tanto por Riker como por él mismo como claramente innecesaria.
—¿Cómo se siente? —preguntó el primer oficial.
—Operativo —respondió Data—, aunque débil.
—¿Quiere sentarse?
—No, gracias, señor. Me quedaré de pie.
«Prefiero guardar las distancias, querido. Vamos, expón tu caso y acaba de una vez.»
—¿Tiene un informe sobre lo que le sucedió?
Eso no era exactamente lo que esperaba que le saliera por la boca cuando la abrió; pero miró de frente a Data tras formular esa pregunta y se dijo que ya encontraría la manera de sacar el otro tema antes o después.
—Tengo información nueva, señor —dijo Data—, aunque no toda es clara.
—Lo escucho. Sea conciso.
Data asintió una vez con la cabeza, y luego pensó las palabras correctas.
—El fenómeno —comenzó—, es como yo.
—¿Como usted? Alguna forma de… —Riker se interrumpió, y se sintió violento cuando Data completó la frase.
—Un mecanismo —declaró el androide—. Construido por alguien más. Una herramienta fabricada a partir de unos conocimientos y mediante un proceso industrial de tan alta tecnología que es difícil decir si es no una forma de vida.
—Entonces, ¿estuvo hablando con ella?
—Estuve en contacto. No obstante, no me atrevo a decir que haya habido una conversación. Tomó de mí lo que le plugo y me dio sólo lo que quiso. Yo recibía, pero era incapaz de transmitir. Quizá me encontraba demasiado lejos de la fuente. O tal vez simplemente no me construyeron para ser un transmisor… ojalá lo fuera.
—Data, no esperamos de usted que…
—Quizá si saliera solo en una lanzadera podría establecer un contacto más íntimo.
—No sea loco —le soltó Riker—. Nadie va a salir en nada, ni siquiera usted.
Hasta que lo hubo dicho, Riker no pensó en las desconsideradas implicaciones de esa frase, pero ahora contuvo el aliento y deseó que Data la pasara por alto.
—Este mecanismo es peligroso para nosotros, señor. Ya no tengo duda de eso —prosiguió el androide. La débil luz del puente de batalla destacaba la coloración de Data, de pie en la cubierta—. Tiene que ser cosa de poco tiempo antes de que aprenda a diferenciar la materia general de esta área del espacio o de ese sistema solar cercano, y la estructura de la
Enterprise
. Destruirá la nave, del mismo modo que destruyó el
Gorshkov
hace tres siglos.
—Espere un momento —dijo Riker, alzando una mano—. No estamos seguros de que sea eso lo que le sucedió al
Gorshkov
.
—Yo sí estoy seguro. Nos destruirá de una forma singularmente violenta en cuanto pueda. Tiene intención de destruirnos tan pronto le sea posible volver a encontrarnos.
Y estaba del todo seguro, podía deducirse por su expresión. Se mostraba aún más impasible de lo habitual, y Riker tuvo que mirarlo con mucha atención para detectar alguna alteración emocional. Puede que Data fuera un androide, pero su rostro estaba por lo general agradablemente animado, y la carencia de expresión inquietó a Riker. El habitual semblante de Data lo habría tranquilizado un poco.
Mascando las palabras, le preguntó:
—¿Ha podido captar alguna pista relacionada con su naturaleza?
—Fue construida hace eones, y contiene el poder destructivo de varias naves estelares —replicó Data con voz inexpresiva—. Lo más inquietante, sin embargo, señor, es que está codificada con lo que ella cree que es un permiso para usar ese poder a su discreción.
—Fantástico —se lamentó Riker—. He visto algún bulldozer con más discreción que esa cosa.
Data hizo una pausa, y si estaba de algún humor, no lo era para charlas intrascendentes. Hizo una pausa lo bastante larga como para que Riker se sintiera incómodo, lo bastante como para que fijara la vista en el androide.
—Prosiga —dijo Riker con un deje de fastidio.
—Como ya he dicho, podría tratarse de un nivel tan alto de evolución mecánica que virtualmente está viva.
Una fea perspectiva, pensó Riker, pero por suerte no lo dijo.
—¿Y?
—Y… destruye naves mecánicas con energía que reconoce, mientras que preserva las fuerzas vitales de los seres vivos que las tripulan.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba a vagar por la galaxia absorbiendo esencias vitales? ¿Quién iba a construir una máquina para destruir sólo las naves? Eso no tiene sentido.
—Lo ignoro, señor. Pero tiene sentido desde el punto de vista defensivo. Aún no sabemos si ante planetas enteros reacciona lo mismo que ante naves. Si fuese así, podría tratarse de un arma defensiva que se volvió contra su propio creador.
—¿Tiene alguna base para afirmar eso?
—No, señor, es sólo una conjetura.
—Pero preserva la vida intacta, ¿no?, ¿las fuerzas vitales de los seres que absorbe?
—No sólo eso, señor, sino sus mentes en su totalidad. Memorias, deseos, todo. Ellos están, en efecto, aún vivos ahí dentro.
Cruzando los brazos, Riker se inclinó hacia delante, sobre la barandilla, y meditó la idea.
—Imagínese no estar esclavizado por el tiempo. La humanidad ha estado buscando esa utopía durante eones. Ausencia de necesidad, hambre, miedo, dolor, muerte… Me pregunto cómo será eso desde dentro. —Durante varios segundos se dejó llevar por la especulación. Parecía ideal, incluso bíblica. ¿Cuánta gente miraba hacia el espacio cuando pensaba en el paraíso? Se apartó de la barandilla con un pequeño impulso y levantó un dedo—. Aquí están sucediendo dos cosas —sostuvo—. Corríjame si me equivoco…
—Lo haré, señor.
—Eh… sí. Estamos presenciando dos tipos de contacto. El suyo con el mecanismo o lo que sea, y el de Troi con las esencias vitales atrapadas por él.
Los ojos de pájaro de Data echaron una breve mirada de soslayo, con un inquietante y computerizado aire de cálculo. Permaneció completamente quieto durante unos segundos, luego alzó las cejas y dijo:
—Eso, en efecto, parece corresponderse con las pruebas de que disponemos, señor. La consejera Troi parece ser la vía de menor resistencia para los intentos que hacen las esencias vitales de contactar con nosotros. Parecen estar separados de la entidad que las mantiene. Yo mismo tendría que haber pensado en eso.
—Está haciendo bastante —comentó Riker, procurando suavizar la rigidez que percibía bajo el tono de Data.
Entonces el androide contestó:
—No, señor… no lo suficiente. Yo podría tener capacidades tecnológicas en mi interior de las que ni siquiera estoy enterado y que por tanto no sé aprovechar. En cierto modo, el mecanismo y yo tenemos respuestas compatibles. Creo… —Volvió a hacer una pausa, esta vez conmovedora. No miró a Riker, sino que fijó los ojos en la pantalla del puente que ahora era una neblinosa pared gris—. A velocidad de impulso y con sólo los escudos de vuelo levantados, el mecanismo no pudo localizarnos. Creo que se centró en mí y entonces fue capaz de centrarse sobre la nave…
—No se halague —lo interrumpió Riker—. Primero encontró a Troi y luego a mí. Usted fue el tercero en ser sondeado, así que no comience a culparse. No sea tan… humano.
La pretendida agudeza no consiguió el efecto deseado. Más bien lo contrario. El repentino silencio de Data se hizo pesado.
Riker se frotó las manos y realizó un segundo intento.
—Mire, Data, respecto a lo de antes…
—Si me permite decirlo, señor —lo interrumpió Data—, su apreciación respecto a mi naturaleza es correcta. Parece que yo… he estado engañándome. Soy… al parecer, más un ser mecánico que viviente.
Riker recorrió el pequeño espacio que mediaba entre los dos y se puso a dar vueltas alrededor de Data; cuando advirtió que él, un oficial superior, describía círculos en torno a un subordinado, se detuvo y se encaró con Data.
—Ahora, escuche. Quiero que nos entendamos.
—Sí, señor —dijo el androide con claridad—. No es culpa suya que… A pesar de que no pueda estar vivo, aparentemente estoy programado para engañarme al respecto.
La frase resonó en el vacío puente de batalla. Pasaron varios segundos, realzando el hecho de que no había respuesta posible.
Entonces Data se irguió, como para desprenderse de la incomodidad de esos segundos.
—Quienquiera que construyese la entidad de ahí fuera, sabía qué es estar vivo. Conocía la vida y la forma de preservarla incluso cuando el cuerpo ha desaparecido. Y está claro que reconoce las máquinas como lo que son.
Meneando la cabeza, Riker suspiró.
—No está haciendo fácil esto para ninguno de los dos.
De repente, Data se agitó, hasta cambió la posición de sus pies.
Riker levantó la palma de una mano y dijo:
—Descanse, ¿quiere?
Data lo miró. Tras un instante, cruzó las muñecas a la espalda y bajó la vista al suelo.
—Parece que también yo soy un mecanismo —dijo con tono introspectivo—. Un instrumento. No una criatura. No sólo no puedo ser humano, sino que ni siquiera se me puede clasificar como una forma de vida. Podría estar menos vivo que el primer protozoo que se deslizó por el fango primordial de la Tierra.
Con el ceño fruncido por la compasión, Riker trató de asimilar el punto de vista de Data. De pronto se sintió destrozado por su propio error, y por su propia incapacidad para evitarlo.