La nave fantasma (21 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

—Nada, en realidad.

—Informe, alférez —dijo Data, cortando las familiaridades y poniendo al menor donde le correspondía.

—En realidad no es nada. Aunque algún día puede que lo sea —contestó Wesley, la intimidación de los oficiales superiores disuelta en su entusiasmo—. Esperen y verán. Estoy haciendo un experimento sobre una idea que se me ocurrió para incrementar el poder fásico sin gastar más energía. Aquí tengo un pequeño modelo…

Los condujo hasta una mesa en la que había un armatoste informe. Tenía aspecto de chatarra, excepto que un rayo de luz le atravesaba el centro.

—¿Qué demonios…? —Geordi se acercó al modelo y lo señaló—. ¿Qué invento es éste?

Wesley respondió con timidez:

—Estaba… utilizando la reserva de antimateria.

—¡Maldición, Wes! Es usted un militar en activo. ¿No sabe que eso significa que podrían someterlo a consejo de guerra?

—¡Pero si nunca la utilizan! ¡Ni por casualidad! ¿Cómo iba yo a saber que la necesitarían?

—Usted sabe perfectamente que esta área está restringida a todo el personal no autorizado —dijo Data.

Geordi apenas le dejó acabar la frase.

—¡Empieza usted a tocar las narices con la antimateria, de pronto se produce un contacto con la materia y en menos de lo que tarda un suspiro hay otro sol por estos alrededores! Es peligroso producir energía con la reserva así, a la brava. ¿Acaso lo ignora?

—Oh, vamos, Geordi, no es para tanto —protestó Wesley—. En condiciones normales nadie lo habría notado. Sería como enchufar una lámpara más en un hotel. Pero con toda la energía cortada…

—Usted está mejor informado que eso. —Geordi sacudió la cabeza—. Aunque, por otra parte, puede que no lo esté. ¿Cuánto hace que tiene esta cosa conectada a la reserva de antimateria?

—Bueno, sólo hace cuatro… o cinco…

—¿Días?

—Semanas.

—Dios mío. Tiene que estar bromeando. ¿Qué estaba intentando hacer?

—No pretendía causar ningún problema.

—Bueno, pues el problema lo tiene usted, señor. Wesley adoptó su expresión de perrillo apaleado.

—¿Me denunciará?

Geordi volvió a mirar el artefacto y lo estudió en busca de alguna fuga invisible.

—Esto es una nave estelar, no un patio de recreo, Wes. —El aparato estaba funcionando, haciendo algo, aunque Geordi no sabía qué.

¿Y ahora qué? ¿Denunciar al muchacho? Wesley estaba hecho sin duda del material de los genios, pero carecía de experiencia. De no estar viviendo en una nave estelar tan singular, con todos sus laboratorios y avanzada tecnología, donde los expertos en ciencias, ingeniería, mecánica eran muy accesibles —algunos de ellos incluso daban clases a los chicos—, él no sería más que otro muchacho inteligente de dieciséis años. Si viviese en la Tierra sería un alumno brillante y le lloverían las oportunidades, pero no como ésta. No la de ponerle las manos encima a una nave en cualquier momento. Geordi sabía que Wes Crusher tenía una capacidad natural para penetrar en la forma en que funcionaba el universo, pero el único modo en que podía aprender a aplicarla era mediante todas las aburridas y repetitivas prácticas que un chico de dieciséis años detestaba. En el puente, una semana antes, Geordi había dejado a Wesley probar los controles del timón porque el muchacho había captado con gran rapidez la teoría y los principios de navegación, sólo para descubrir que tenía grandes dificultades en el manejo práctico de los controles. Sólo la experiencia podía enseñar eso.

Pero este… este tipo de juego era peligroso, y Wesley era incapaz de ver el peligro. Y podía quemarse.

—Apáguelo —ordenó Geordi.

—De acuerdo —musitó Wes—. Era lo que estaba haciendo, de todas maneras.

—Vaya… parece que preveía que lo detectaríamos. Esto está mal y usted lo sabía. ¿Qué problema hay?

—Bueno… —Wesley titubeó, y dijo—: No estoy seguro de cómo interrumpir el flujo sin dañar los magnatómicos. Además, esto nunca podría generar la potencia suficiente como para causar problemas. Por eso lo hice sin más precaución.

—Wes, ni siquiera los ingenieros superiores juegan con la antimateria. Data, échele un vistazo a esto. Tenemos que desconectarlo.

El androide se acercó y Wesley se hizo a un lado. —¿Cuál es el principio que hay detrás de este aparato? Utilizando las manos para ilustrar los detalles y funcionamiento teórico de su idea, Wesley explicó: —Básicamente rompe el fásico en su ciclo inicial, en sus frecuencias y energías de incremento hasta el ciclo final, cuando recombina las fases de una sola vez.

—¿Y qué problema hay?

—No… no funciona.

—Ya entiendo.

—Pero si funcionase, este modelo tendría casi cuatro veces más potencia que una pistola fásica, que saldría de una cámara de reacción de sólo la mitad del tamaño de una normal.

—¿Ese juguetito? —soltó Geordi. Data echó una breve mirada a Wesley.

—¿Ha recordado que con la separación, tendría que incrementar la potencia en proporción a la separación? Wesley paseó la mirada de Data a Geordi y luego de vuelta al androide.

—Eh… no.

—De otra forma no sería lo bastante fuerte para completar el ciclo —explicó Data—. Me preocupa que la separación pueda causar una pérdida de los armónicos en el sistema condensador de cristal. El cristal podría romperse y producir…

—Calor. Eso ya lo sé.

—Escuchen, ustedes dos —intervino Geordi, empujando a Wesley aún más hacia atrás—. Riker va a rompernos los armónicos a nosotros si no cerramos esta fuga y regresamos arriba. La criatura podría aparecer y echársenos encima en cualquier instante, y yo no quiero estar aquí abajo cuando eso ocurra. Wesley, usted lárguese de aquí, ahora. Si los ingenieros superiores lo encuentran, va a saber lo que es una reprimenda.

—Pero qué hay de…

—Data y yo podremos apagarlo. Y lo destruiremos. Queda usted bajo vigilancia. Si llego a enterarme de algún otro de estos experimentos suyos no autorizados, lo denunciaré ante el ingeniero en jefe.

Wesley bajó los ojos y refunfuñó:

—Sí, señor.

—Fuera. Derechito al platillo, donde debe estar.

El fulgor infrarrojo que percibía Geordi aumentó en las mejillas de Wesley que, sin decir palabra, giró sobre sí y se marchó.

—Críos —dijo Geordi, devolviendo la mirada al relumbrante enredo de piezas—. ¿Puede desconectarlo sin que se produzca un reflujo?

—Creo que sí —replicó Data al tiempo que recogía con cuidado el pulpo de cables sujeto al extremo de una larga varilla—. La verdad es que resulta una idea notable. Puede que no se haya probado nunca antes.

—Sí, Wesley piensa que las ideas son baratas. Lo que no entiende es que llevarlas a la práctica no lo es tanto. Todo son atajos cuando uno es un crío.

—¿Ah, sí?

Geordi hizo una pausa.

—… Lo siento.

—No hay motivo para que se disculpe, amigo mío. Puede que me vea obligado a aceptar lo que soy.

—Vamos a ver, ¿qué se supone que significa eso?

La esbelta forma del androide relumbraba en el interior de su armazón, y quizá su fulgor aumentó ligeramente.

—Estoy en medio de… una indagación.

—Oh, no; ¿qué indagación?

—Tengo que descubrir mi verdadera naturaleza.

—Eso es lo que me temía. ¿Por qué le preocupa tanto eso? Puede que usted sea especial. Tal vez no tenga una verdadera naturaleza que pueda comparar con nada más porque nunca ha habido nada como usted. ¿Ha llegado a considerarlo así?

—No, no se me había ocurrido —admitió Data.

Hizo una pausa, luego arrancó una conexión del monstruo de Wesley, y toda la cosa se apagó de pronto con un claro «buzz-sigh». El rayo de luz se extinguió al cabo de un instante.

Geordi reprimió un estremecimiento involuntario.

—Es un alivio. Me pone los pelos de punta pensar que ha tenido esto conectado a las reservas durante todo este tiempo.

—No se habría producido necesariamente una explosión —comentó Data—, pero era un problema, había que desactivarlo.

—No me gustaría comprobarlo, gracias. Déjeme verificar la emisión de energía… ahora parece ser la correcta. ¿Está de acuerdo?

—Sí.

Geordi pulsó su insignia y dijo:

—LaForge a Riker.

—Aquí Riker. ¿Qué era?

—Sólo un desperfecto en los sellados.

—Qué raro… ¿Podemos ya recargar el depósito principal?

—Creo que sí, señor. Puede que convenga hacerlo comprobar por un ingeniero de la sección.

—No disponemos de tiempo. La consejera Troi insiste en que la entidad aún se encuentra por las proximidades, y aunque no aparezca en ninguno de los monitores, tengo que suponer que está en lo cierto. Pegue un alarido si se produce aunque sólo sea una ondulación.

—Sí, señor. Corto. —Se encogió de hombros—. No creo que le odie tanto como usted cree.

Data reunió los restos del experimento de Wesley y los metió por el conducto de reacondicionamiento.

—Puede que el señor Riker tenga razón con respecto a mí. He tenido que aceptarlo.

—Ya empieza otra vez.

—Puede que sí —dijo el androide, irguiéndose y encarándose con él—. Pero para mí es importante descubrir dónde estoy en la escala de la vida. La pregunta de si la entidad es o no una forma de vida o qué es ser humano… cuerpo, espíritu, pulso, sentimientos… estas cosas dirán si hay un lugar para mí. —Avanzó hacia Geordi, lo sobrepasó y se llegó hasta el diagrama electrónico que representaba el funcionamiento segundo a segundo del sistema de motores hiperespaciales, y con un gesto que parecía animado por la dulzura, posó una mano sobre aquellas líneas y luces—. Yo podría ser parte de un plan de evolución para el futuro. El hombre vive… el hombre desarrolla máquinas, aprende a utilizarlas, las perfecciona, para crear máquinas que sean más inteligentes y rápidas que él, más eficientes… y las utiliza para perfeccionarse a sí mismo, incluso para convertirlas en parte de él mismo. —Hizo una pausa, se volvió, miró el visor de Geordi, y supo que incluso en aquella oscuridad apenas iluminada, Geordi podía verlo con asombrosa claridad—. Como usted, amigo mío. También usted es parte de ese plan. A la postre, quizás el hombre llegue a la simbiosis con las máquinas, tal vez incluso llegue a crear vida. —Volvió a mirar el diagrama—. ¿Es éste mi lugar? ¿Una máquina?, ¿una máquina dotada de vida?

«Y ahora el capitán Picard debe decidir qué hacer. Porque yo sé… yo sé que esa cosa tiene intención de destruir esta nave cuando vuelva a encontrarla. Cree que ésa es su finalidad. Sin embargo, he percibido impresiones que no concuerdan con ese propósito.»

—¿Como qué?

—Como miedo. Me parece que eso no cuadra, ¿no? Geordi se encogió de hombros.

—No lo sé. Podría serlo. ¿Quiere decir que tiene miedo de nosotros?

—No. Tiene miedo por nosotros.

—Lo siento, pero eso tendrá que explicármelo. Yo sólo veo bien, ¿recuerda? No soy psicólogo.

—Los alienígenas que la crearon conocían de qué estaba hecha la vida. Conocían el momento en que aparece la percepción del yo en una masa de células. De alguna manera, programaron la entidad con la creencia de que tiene que absorbernos con el fin de protegernos de esta misma nave.

—Eso es fantástico —refunfuñó Geordi—, fantástico. ¿No alcanza a comprender que la nave es lo que nos protege del entorno espacial?

—Es un instrumento, Geordi. Un mecanismo que decide por sí mismo de acuerdo con su capacidad de juicio. —Data hablaba con calma, como si le suplicara que comprendiese cómo podía ser eso de apoyarse sólo en la memoria y no en la intuición, en la programación en lugar de la perspicacia. Hizo una pausa y apoyó las palmas de las manos sobre el diagrama—. Ése es mi mayor miedo —dijo—; que descubra que no soy más que un instrumento.

Azuzado por la impotencia, a Geordi le afligió un sentimiento de compasión. Podía farfullar alguna inútil frase tranquilizadora, pero no tenía respuestas. Ninguna que satisficiera o consolara a Data como podría hacerlo con un ser humano. La mente implacablemente analítica de Data no le permitiría aceptar respuestas simples, y las rebatiría hasta que el tiempo se cansara de su transcurrir. Entonces todo volvería a comenzar y la pregunta resurgiría, su respuesta más inasible que nunca.

—Data… —dijo por fin—, si le sirve de consuelo, yo no creo que pudiera ser amigo de una máquina.

Los ojos del androide se descentraron durante un momento. Las amables palabras le recorrieron el cuerpo, y la verdad es que lo animaron. Geordi apreció el cambio.

Data lo miró de soslayo, y su boca se alargó dibujando una sonrisilla.

—Gracias, Geordi. Nunca olvidaré eso. No importa lo que ocurra.

Tierno, emotivo. Ninguna frase en argot, sin rebozos. Ése era el verdadero Data. Excepto por el tono agorero de su voz, que Geordi no captó hasta al cabo de varios segundos.

Tal vez se debió a que Data no desvió la mirada, sino que continuó observándolo con aquella curiosa expresión, una expresión que decía que algo más estaba cociéndose en su mente; y tras un breve lapso, Geordi, receloso, dio un paso hacia él.

—¿Qué quiere decir con que no importa lo que ocurra?

El suelo se hundió bajo sus pies. Sus brazos y piernas salieron disparados con la sorpresa inicial de verse elevado por el aire, y se dio cuenta de que también a él se le podía acusar de olvidar dónde acababan las capacidades humanas y eran superadas por las del androide.

—¡Data, bájeme! ¿Qué está…?

La sala giró, y él fue cuidadosamente depositado de pie encima de una pila de unidades almacenadas de carga pesada. Mientras recobraba el equilibrio advirtió el destello de la metálica piel cuando Data arrancaba la insignia-comunicador del pecho de Geordi y descendía de los contenedores.

Geordi agitó los brazos y protestó:

—¿Qué está haciendo?

Tardó varios segundos en bajar, pero eso le bastó a Data para retroceder y accionar el circuito de cierre del escudo de aislamiento. Dos transparentes paneles se deslizaron de sus alojamientos en paredes opuestas y se cerraron en el centro justo cuando Geordi llegaba a ellos. El joven se vio obligado a observar, impotente, mientras Data conectaba dos conductores del cierre y lo fundía. Brotaron unas chispas, y Geordi quedó atrapado.

—¡Data! ¿Por qué? ¿Por qué está haciendo esto?

—Lo lamento, Geordi —contestó el androide, y parecía de veras sincero—. Puede que éste sea el único momento en que no se espera que me encuentre en el puente.

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