Picard se frotó las palmas de las manos contra los muslos y resistió el impulso de pasearse.
—¿Está diciéndome usted que es el bicho más grande de la galaxia?
Data inclinó la cabeza en un gesto parecido al asentimiento, pero no podía afirmarlo.
—Básicamente.
—Lo cual excluye la posibilidad de razonar con él —intervino Riker.
—Correcto, señor —dijo Data—, pero si pudiéramos establecer una interfase con él, tendríamos la posibilidad de efectuar los cambios suficientes en esa programación simple como para engañarlo… —Se detuvo en seco en ese punto y le echó una mirada a Riker—. Como para alterar sus acciones.
La timidez de Data desapareció al abrirse la puerta del turboascensor y dar paso a Troi, con la doctora Crusher detrás de ella; no estaba dispuesta a permitir que la consejera se apartara de su vista.
—¡Capitán! —exclamó. Se contuvo al punto, recobró el control y anunció sin rodeos—. Señor, quieren algo de nosotros.
Picard la miró, dubitativo.
—¿Disculpe? ¿Ha estado otra vez en contacto con ellos?
—Podría decirse que sí —contestó Crusher mirando a Troi—. Durante un minuto pensé que íbamos a perderla.
—¿Se encuentra bien, consejera?
—Capitán, quieren algo —prosiguió Troi—, algo que podemos proporcionarles, o al menos algo que ellos creen que podemos proporcionarles.
Presto a desencadenar su enojo, Picard se volvió para acusar a Data.
—¿Y bien, Data? Desde luego, no era ésa la idea que esperábamos dada la valoración hecha por usted.
Los labios de Data se abrieron, mudos por un momento.
—Señor, eso no puede ser exacto. Todas las pruebas sugieren que la fuerza hostil no es capaz de querer conscientemente algo de nosotros. Tiene la inteligencia de un insecto en todas sus respuestas. Responde de forma automática a los estímulos. Sus reacciones no implican pensamiento tal y como lo conocemos, sino sólo estímulo y respuesta.
Picard agitó un dedo hacia Troi y dijo:
—Pero la consejera dice lo contrario, mientras que usted… —El dedo se desplazó para acabar apuntando a Data—, nos dice que no actúa por malevolencia. Que algo de su muy simple programación activa sus acciones.
—Sí, señor —asintió Data impeturbable—. Nuestras armas la han atraído y agitado.
—Tal vez debamos tener presente que podría haber una diferencia entre la fuerza hostil y las mentes que yo percibo, señor —señaló Troi.
—Pero en cualquier caso —observó Riker—, tenemos que enfrentarnos con ella. No podemos ni razonar con ella ni asustarla, y sólo existe una pequeña probabilidad de engañarla. Pero la ventaja es que podríamos tener la posibilidad de descubrir su programación, como ha sugerido Data.
—Pero no —insistió Picard— si es racional. —Apoyó las manos en la herradura del puente y le dirigió una significativa mirada a Deanna Troi—. Si es racional, la lógica del señor Data explosionaría junto con nosotros.
Data bajó al nivel inferior de la cubierta y se detuvo junto a su asiento en el terminal de observación, como para extraer fuerzas de un compañero.
—No puedo descifrar su programación a través sólo de sus acciones, señor. Tendrá que establecerse algún tipo de comunicación o interfase. En defensa de la consejera Troi, yo sugiero que a pesar de que está programada, también está fundamentalmente viva. Se mantiene con un impulso de supervivencia básico.
—Si pudiéramos descifrar su programación —siguió Picard—, podríamos ponerle impedimentos con la misma facilidad con que atraeríamos a una mariposa nocturna a una trampa con una luz brillante.
Geordi escogió ese momento para pasar junto a él y ocupar su puesto ante el terminal del timón.
—Va a necesitar un cazamariposas como mil pianos —masculló.
—Existe un peligro, señor —continuó Data—, en el atraer su atención. Podríamos cabrearla por inadvertencia y se iría todo a hacer puñetas.
Picard ya había comenzado a cuadrar la estrategia, cuando, de repente, le echó una ceñuda mirada al androide durante unos instantes.
—Sí… eso ya lo había conjeturado. Gracias. Señor Riker…
—¿Señor?
—Prepárese para separar los módulos. Riker se volvió con un respingo.
—¿Señor?
—Ya me ha oído, ¿no?
—Sí, señor, pero…
—¿Tiene alguna pregunta?
Riker se irguió y cambió de tono.
—Sí, la tengo, señor. La separación del platillo está recomendada sólo en situaciones previas a entrar en batalla y cuando es aconsejable mantener la nave muy en retaguardia, muy alejada de la zona de peligro. ¡Si nos separamos en la situación actual quedaremos completamente indefensos!
—Es una forma interesante de expresar una pregunta. —Picard le echó una mirada astuta—. No es el momento de acobardarse respecto a las capacidades de esta nave. Teniente Yar, vuelva a comentarle sus cálculos al primer oficial. Yar se puso firme detrás de su terminal de seguridad, con las mejillas enrojecidas.
—Sí, señor. Hemos calculado unas probabilidades de sólo el cincuenta y cinco por ciento de que escape la nave entera, pero si nos separamos, y el segundo módulo, el casco de batalla, distrae a la entidad, la sección del platillo podría tener unas probabilidades de hasta del noventa por ciento de escapar.
—¿Y el casco de batalla?
Ella se agitó con nerviosismo.
—Alrededor de un diecisiete por ciento.
Una arruga vertical apareció encima del puente de la nariz de Riker; sintió lo tenso de su expresión mientras la miraba de hito en hito, vio que una fina capa de sudor bañaba el rostro de la joven aunque ella soportó la fuerza de esa mirada.
Riker sintió el cosquilleo de un mechón de su pelo castaño oscuro sobre su frente, como un irritante hilo que estorbara su ojo izquierdo. Su mente repitió las palabras de Yar, la tragedia que subyacía en ellas. Y se percató de nuevo de la trascendencia y las dificultades de tener una nave que podía hacer lo que ésta y el talento que requería… Todos los problemas de una nave preparada para la batalla que supuestamente debía servir también como hogar para familias, y de qué forma tan difícil se conjugaban esas dos realidades. Se supone que una nave de batalla debe enfrentarse a los peligros, y una nave colonia huir de ellos. Eran las respuestas adecuadas pero ¿qué sucede cuando se trata de la misma nave? ¿Y cuando una de ellas no es lo bastante veloz para huir?
Casco y platillo se habían separado sólo una vez antes, y no había sido siquiera una prueba de funcionamiento. Y él mismo ni había estado a bordo cuando ocurrió. Había oído hablar de ello. Un movimiento disparatado, a plena velocidad hiperespacial, prerrogativa del capitán. Riker no la habría ejercido en su lugar, pero él no era Jean-Luc Picard. Mentalmente vio la nave estelar dividiéndose en dos a la velocidad de la luz, imaginó el cuerpo de batalla que continuaba a toda velocidad mientras la sección del platillo era expelida abruptamente fuera del halo hiperespacial y perdía vertiginosamente velocidad hasta estabilizarse en niveles sublumínicos, un efecto que tendría que haber arrojado a todos sus pasajeros contra la cubierta.
Pasajeros… maldita indefinición.
Las palabras del capitán le sonaron en el aire.
—Todo el personal, preparado para transferir el mando al puente de batalla.
Era evidente que Picard no estaba interesado en discutir mucho el procedimiento a seguir. Riker vio que esta vez no habría ninguna decisión conjunta. Si él fuese capitán, nunca las habría. Ni siquiera respecto a si el capitán debía o no participar en peligrosas misiones de descenso. Ni siquiera sobre eso. Pero como se decía una y otra y otra vez, él no era Jean-Luc Picard, no era el hombre que ahora recorría con ojos penetrantes a la tripulación del puente y diplomáticamente decía:
—Necesitaría un voluntario para que tome el mando de la sección del platillo en esta crisis.
Riker no estaba dispuesto a hablar. Apretó los labios y esperó a que algún otro se ofreciera. Tasha abrió la boca, luego la cerró, y pareció desear que el capitán no se hubiera dado cuenta. Worf ni siquiera había considerado la oferta; eso estaba bien claro en su atezado rostro. Data comenzó a volverse desde su puesto de observación, pero volvió a pensarlo y se tragó su no pronunciada respuesta. Geordi se hundió en su asiento hasta el punto de la invisibilidad.
En el nivel superior de la cubierta, Beverly Crusher y Deanna Troi estaban de pie como maniquíes, tratando de no desbaratar la intención de la considerada e inteligente oferta del capitán, ni la confianza depositada en ellos. Troi permanecía especialmente quieta. Percibía el dilema de cada persona del puente a medida que la solicitud del capitán penetraba en cada mente, removía su buen juicio y volvía a salir.
Picard giró sobre sí, posando su mirada en cada uno de ellos. Escogió ese momento para sacudir la cabeza de una forma casi sentimental, algo casi inverosímil en él.
—Estoy muy orgulloso de todos ustedes —dijo.
Desde el centro del puente, William Riker les sonrió, orgulloso del personal que tenía tras de sí.
Picard pulsó el intercomunicador de su asiento de mando.
—Ingeniería, aquí Picard. Ingeniero en jefe Argyle, preséntese en el puente para tomar el mando del módulo del platillo.
—Aquí Argyle. ¿Lo he oído bien, capitán?
—Sí. Suba aquí y traiga una tripulación auxiliar para el puente. Vamos a efectuar la maniobra de desacoplamiento de los módulos.
—Sí, señor. Estaré allí en seguida, señor.
El capitán se volvió al frente sin apenas transición.
—Señor Riker, puede comenzar.
Con el estómago tan contraído que le obligaba a inclinarse hacia adelante —sabía que Deanna había captado la inmediata realización de la maniobra—, Riker se encaró con el timón y se obligó a decir unas palabras que lo molestaban. Muchísimo.
—Señor Data, active las conexiones de energía del puente de batalla para que esté listo cuando lleguemos allí. Todo el personal, preparado para trasladarse al puente de batalla. Pasen a alerta amarilla. Medidas de seguridad para separación del platillo.
Los discordantes sonidos de la nave estelar redoblaron su intensidad en el compacto y funcional puente de batalla. Era un espacio más oscuro, en cierto modo reservado, dedicado estrictamente a la labor para la que estaba construido. La pantalla de visión era allí mucho más pequeña, como para exigir una atención más concentrada.
Los oficiales de la
Enterprise
salieron a toda prisa del turboascensor y cada uno fue a colocarse en su puesto. Tasha y Worf en el terminal científico y en el de seguridad, respectivamente; LaForge en el timón; Data en observación; el capitán en el centro de mando; Riker en el lugar de todos los primeros oficiales: a la derecha y algo por detrás del capitán. Ese lugar tenía algo especial. Incluso cuando un primer oficial se hallaba en otra parte, de alguna manera continuaba estando en ese preciso lugar. Y por encima de ellos, muy por encima, la sección del enorme platillo pronto se separaría de la fuente energética que la mantenía, entregando al módulo del cuerpo de batalla a su pequeño diecisiete por ciento de probabilidades de supervivencia y la gratificación de conocer lo que sólo el sacrificio personal puede proporcionarle a un alma humana.
Todos eran conscientes de los dedos de LaForge moviéndose sobre su teclado. Junto a él, Data se deslizó en su asiento y realizó los ajustes correspondientes: propulsores para alejar un módulo del otro mientras se hallaban flotando completamente inmóviles, limitando al máximo la emisión de energía para evitar que aquella cosa pudiera detectar el movimiento, y miles de otros diminutos cálculos requeridos para lo que el simple ojo humano veía como una maniobra sencilla. Pero esto no era como separar un juguete. Un millón de señales de frecuencia tendrían que ser reconducidas, y la energía para alimentarlas tendría que estar a punto. Durante todo ese tiempo, la criatura del exterior se movía por el espacio inmediato, relumbrando y chisporroteando, siguiéndole ansiosamente la pista a lo que había saboreado hacía tan poco.
—Cuando yo dé la orden —dijo Riker, que sabía perfectamente que podían hacerlo sin él. Por el rabillo del ojo veía la tranquila nuca de Data mientras el resto de su cuerpo se afanaba en el cálculo de esta delicada maniobra, observó la eficiencia de los dedos del androide, y de pronto se sintió tosco—. Todos los sistemas al mínimo. Alimentación al quince por ciento, en disposición de aumentar al veinte por ciento para la separación. Sólo escudos de vuelo; impulsores de popa, a cero coma cero cinco sublumínico. Todas las secciones, abandonen turboascensores y conductos de mantenimiento.
El turboascensor del puente se abrió y la concentración de Riker se hizo añicos.
—Deanna, ¿qué está haciendo aquí?
Riker avanzó hacia el turboascensor, impulsado por su pregunta, deseoso por conocer la razón de que se expusiera a no sobrevivir más allá del día presente. Pero lo vio en los almendrados ojos de ella cuando respondieron a su reprensivo tono con inflexibilidad, y lo sintió en las emociones que Deanna Trai le trasmitió en los segundos siguientes. Se detuvo en seco reteniendo lo que estaba a punto de decir… fuera lo que fuese.
Aunque hubiera hablado, sus palabras habrían sido interceptadas por la presencia de Picard, desplazada hasta afirmarse en el espacio existente entre los dos.
—Consejera Troi, maldición, se le ordenó que permaneciera en la sección del platillo. Explíquese.
Ella se había preparado para esto, al parecer, porque se mantuvo como la quintaesencia del aplomo.
—Señor, soy necesaria aquí. Si existe alguna posibilidad de comunicación con esos seres, yo soy la única persona capaz de proporcionarla. Me ofrezco voluntariamente para permanecer aquí.
—De acuerdo —replicó Picard con voz áspera—. Pero sepa que no se me escapa que ha esperado hasta que los turboascensores quedaran cerrados en lugar de ofrecerse cuando aún estábamos en la parte superior. —La señaló con un dedo y dijo con tono enojado—: Ya hablaré con usted de esto más tarde. Siempre y cuando haya un más tarde para nosotros.
Troi dejó que sus hombros se relajaran y respiró:
—Sí, señor. —Le dolían las piernas a causa de la tensión, y ahora del alivio de saber que iba a quedarse y ayudar en esa situación crítica.
Había podido sortear al capitán, pero no a Riker. Su mirada se encontró con la de él, y presentaba esa expresión en la cara, esa expresión que iba ocultando sus pensamientos, haciéndolos retroceder hasta la esencia del ser de Riker; y, sin embargo, ella podía verlos todos como si mirara un espejo infinito.