La pálida frente de ella se arrugó.
—Detecto algo en la periferia del alcance de los sensores, señor Riker, pero no puedo fijarlo… espere un minuto… eso… eso no puede ser correcto. No estoy recibiendo nada. No, no puede ser correcto.
Picard se giró en redondo.
—¿Nada en absoluto? ¿Ninguna reacción al sondeo?
—No, señor —lamentó Yar—, ni siquiera lecturas de restos ni cuerpos en el espacio circundante… —se interrumpió, y le dio una palmada a su teclado como si fuera una niña contrariada. Se irguió con aire decidido, absolutamente segura de lo que estaba viendo en sus instrumentos—. Señor, hasta donde puedo decirle, está absorbiendo las ondas de los sensores.
Una patente incredualidad se apoderó del rostro de Picard.
—Es la maldita cosa más endiabladamente curiosa que he oído jamás. Corrobórelo ahora mismo con el laboratorio.
—Ejecutado, señor —respondió ella con los ojos chispeantes—. Informan de lo mismo.
El capitán giró sobre sí y se dio un puñetazo en un muslo.
—Bueno, al diablo. —Con resueltas zancadas se acercó al campo de estrellas que tenía delante y entornó los ojos hasta que éstos se convirtieron prácticamente en rendijas—. Fuerce los sensores.
Yar volvió a levantar la mirada.
—¿Perdón?
—Sí. Envíe una sobrecarga de alta energía superior a la nominal de los sensores.
Las manos de Yar se apoyaron inactivas sobre el tablero, y miró a Riker con desamparo. Su boca formó una pregunta silenciosa: «¿Forzarlos?».
Riker sintió que un peso le caía sobre los hombros. Y desde su estatura, unos treinta centímetros inferior a la de Picard, abordó al hombre al mando de la nave.
—Señor, ¿podría usted refrescarnos la memoria sobre el procedimiento?
Para sorpresa y alivio de todos, Picard se limitó a mirarlo y decir:
—Por supuesto.
Se encaminó hacia el terminal donde Data había permanecido sentado y en silencio durante todo ese tiempo, acercó una mano al pequeño panel y pulsó los controles con cuidado.
—Es una medida inhabitual, no recomendada por los ingenieros de la Flota Estelar… un poco radical. Si se hace con frecuencia puede fundir bastantes cosas. Tendremos que trasmutar los sensores de la computadora, reajustar la alimentación para un máximo aprovechamiento y descarga de alta energía, solicitar un sondeo momentáneo para que toda la energía esté concentrada, y ordenar a la computadora que lo active cuando esté a punto. Así se hace.
Y su mano se apartó grácilmente de los instrumentos, dejándolos a todos con un sorprendente atisbo de la oculta picardía del capitán. Al cabo de segundos, por supuesto, se produjo un destello de energía en el sistema de sensores del puente, y el disparo de sondeo salió, recorriendo sin fluctuaciones la distancia prevista, a la velocidad de la energía intensificada.
—¡Señor! —Yar dio un respingo—. ¡Ahora se lee algo con toda claridad! ¡Dios! ¡Se dirige directamente hacia nosotros desde el espacio interestelar… y nos apunta a nosotros! ¡Estará aquí dentro de setenta y ocho segundos!
—¡Visualicen! —espetó el capitán.
LaForge, con una sangre fría digna de alabanza, mantuvo la voz calma al informar.
—Señor, para obtener visibilidad de estas lecturas, los sensores tendrán que ser reajustados doce puntos dentro del espectro de rayos gamma…
—¡Hágalo, teniente! —rugió Picard.
El joven ciego hizo una mueca, tecleó el código, pulsó el botón de activación, y luego contuvo la respiración mientras los sistemas de la nave le devolvían un gemido de tensión. Pero las lecturas comenzaron a entrar.
—Sensores al máximo, señor… agotando sus fuentes de alimentación —informó LaForge por encima del alarido de energía—. Ya casi tenemos visión… ¡ahora!
El campo de estrellas se desdibujó ante ellos entre chisporroteos y se conformó una imagen nueva… y de pronto, el puente se vio amurallado por una imagen gigantesca y vidriosa de falso color que ondulaba y mudaba constantemente mientras se acercaba a ellos desde el espacio. En la gigantesca pantalla, sus colores de aurora boreal eran caóticos, su brillo cegador y las crepitaciones delataban su naturaleza eléctrica.
Geordi levantó al instante una mano para proteger su visor.
—Criiisto…
Aquellos fuegos de artificio danzaban sobre sus rostros y desbocaban sus temores. Era una cosa alienígena, sí, alienígena en sentido estricto, y les inundó el corazón de pánico. Parecía fuego, electricidad… como la misma estampa del infierno.
De repente, Troi surgió como de la nada a las espaldas de Riker y Picard; el horror de su expresión se acentuó todavía más cuando la centelleante visión de la pantalla se apoderó de su piel y sus ojos.
—¡Manténganse apartados de eso! ¡No permitan que nos alcance!
Picard fue para ella.
—¿Consejera?
Las delgadas manos de la oficial se le clavaron en el brazo como garras.
—¡Capitán! ¡No permita que esa cosa nos alcance!
—No puedo…
—¡No lo permita! —repitió ella—. Capitán, ¿qué estoy haciendo a bordo de esta nave si no acepta usted mi consejo? ¡Si estoy equivocada, renunciaré a mi puesto! ¡Si no vuelvo a hacer nada más que valga la pena en toda mi vida, por lo menos habré hecho esto! ¡Capitán, por favor!
Aquellos purpúreos haces de luz trazaban inquietantes dibujos entre ellos, daban la impresión de cobrar vida como si quisieran eliminar las palabras de Troi y la convicción que había en sus ojos.
El capitán la sujetó por los brazos y la contempló con ojos que hacían algo más que cuestionar su veracidad. Al instante él inspiró y su voz dominó el puente.
—¡Levanten escudos! Pasen a situación de alerta roja.
—¡Alerta roja! —repitió Riker al instante, lanzando las palabras hacia Tasha—. ¿Velocidad y tiempo estimado de llegada?
—¡Hiperespacial seis, ahora! ¡Tiempo estimado de llegada, sesenta y un segundos!
Ella dio un respingo a la prismática luz de la pantalla. Sus rubios cabellos adquirieron reflejos naranja, luego amatista, azul, y después un crudo blanco. Sus brazos se movieron entre aquellos fuegos de artificio, y el alarido de la alerta roja envolvió la nave. Luces propias de la nave destellaron ahora por toda la
Enterprise
; a su alrededor, los escudos defensivos de alta energía zumbaron al despertar a la vida cubriendo el gigantesco casco y las barquillas.
Picard empujó a Deanna Troi tras de sí, de vuelta a los tres sillones que correspondían a sus puestos de mando en mejores momentos, y se abrió paso a través de aquella vidriosa luz.
—Teniente Yar, dispare rayos fásicos hacia su popa. Deje absolutamente claras nuestras intenciones. ¡Adviértale a esa cosa que se retire!
A su espalda, oyó que Troi susurraba:
—¡Armas… no!
Pero ya era demasiado tarde.
Sin acusar recibo, Yar pulsó las órdenes y ante ellos los rayos fásicos de largo alcance hendieron el espacio, finos como agujas, con su energía concentrada en haces tan estrechos, que incluso a esa distancia podían hacer blanco y penetrar en el objetivo como sólidas hojas de acero.
—¡Capitán, está acelerando! —gritó entonces la muchacha—. Ha aumentado la velocidad de forma repentina… ¡hiperespacial diez ahora! ¡Hiperespacial doce! ¡Hiperespacial catorce coma nueve!
—¡LaForge!
El rugido del capitán resonó en el puente.
LaForge apoyó bruscamente las palmas de las manos sobre los controles, haciendo entrar a la nave estelar en velocidad hiperespacial de emergencia. El cambio de velocidad fue tan brusco que ni siquiera los complejos equipos de la Flota Estelar pudieron compensar el efecto de vacío en el estómago.
La
Enterprise
giró en el espacio y saltó a un repentino factor cinco, no existía el factor quince en sus instrucciones. Antes de que la nave pudiera recorrer más de un año luz de distancia, la cosa se les había echado encima.
El fuego de San Telmo cubrió el puente al ser objeto la
Enterprise
de la sacudida más fuerte del milenio. Mil millones de diminutos estallidos recorrieron los invulnerables escudos. Descargas electrocinéticas se desplegaron como un abanico por toda la nave, abarcando los cuerpos de los tripulantes, cada hueso y nervio, el vello de la piel, y crepitaron a través de cada centímetro de materia, viva o mecánica.
Troi sintió un breve grito que escapaba por su garganta al encogerse ante un enemigo no desconocido para ciertos grados de conciencia suyos. En torno a ella, el zigzagueante voltaje profanaba el puente con estremecedores dedos azules provocando ráfagas luminosas inflamadas en todo lo que tocaba. Veía a sus compañeros de tripulación cayendo, retorciéndose, luchando. Oía la tenaz resistencia de la nave contra aquella tempestad eléctrica, y supo que la
Enterprise
, al igual que sus tripulantes, no iba a rendirse.
El peso de un millar de mentes chocó contra su cabeza y Troi se olvidó de la nave, se olvidó de todo excepto del dolor que sentía. Le gritaban, le chillaban con los estridentes ecos de los
zombies
y los fantasmas, los alaridos de cementerio que Picard le había ordenado no considerar siquiera. Troi luchó contra aquellos pitidos agudamente penetrantes e intentó aferrarse a aquella orden. Los dedos de ella eran de color azul eléctrico al arañar el aire que tenía ante sí, y los párpados se le mantenían congelados en posición abierta por mucho que se esforzara en cerrarlos.
Los chillidos enloquecieron en torno a ella, mientras buscaban su cerebro y todas sus zonas telepáticas sensibles, liberó uno a uno sus músculos y se desplomó sobre la cubierta, con los ojos todavía abiertos, aún envuelta en la luminiscencia azul.
Riker la vio caer e intentó llegar hasta ella, pero también él estaba siendo atacado. La nave muy bien podría haber estado traspasada por la pica de un relámpago. Unos haces de intenso color azul se acercaban a cada panel, y debajo de ellos la cubierta se sacudía y vibraba al atravesarla la energía. Tras pasar unos lentos segundos, aquella fuerza abandonó a Troi y la dejó tendida sobre la cubierta para ir a explorar el puente en busca de lo que quería y no podía hallar.
Riker intentó llegar hasta Troi cuando el asiento que tenía a su lado se movió de repente y Data fue impelido fuera del mismo, arrojado de espaldas y de través encima de la consola de observación, y las descargas eléctricas se cebaron en él. La nave se estremeció una vez más antes de que aquel bombardeo plateado abandonara su ataque sobre el puente y se concentrara en Data, envolviéndolos, a él y a su consola, en un candente remolino.
—¡Data! —LaForge se lanzó hacia el androide, aunque fue impedido por un hombro de Riker. —¡No lo toque!
—¡Que nadie lo toque! —gritó Riker por encima del crepitar eléctrico.
LaForge empujó al primer oficial.
—¡Está matándolo!
Riker tuvo que volver el cuerpo a medias con el fin de sujetarlo. El navegante continuaba empujando en dirección a Data, clavando sus manos en los brazos a Riker, pero éste continuaba aferrándolo.
Estremeciéndose, Data yacía suspendido de través sobre el panel de instrumentos envuelto en una madeja de hilos de luz, y su boca comenzó a moverse como controlada por una mano invisible.
—Nave… con… tacto… con… matar…
La nave comenzó a estabilizarse al disminuir la fuerza, dejando sólo los chasquidos y zumbidos de los enloquecidos equipos. Data fue el último en quedar libre. La iridiscencia acabó con él y lo abandonó, difuminándose dejando tras de sí sólo destellos confusos en el tablero de controles. Data se deslizó del panel y cayó pesadamente, aferrándose al borde de la consola y consiguiendo aterrizar sobre las rodillas. El rostro del androide tenía una expresión de pánico muy humana, y todo él estaba temblando.
Geordi se libró del abrazo de Riker, llegó hasta Data y se quedó sobre una rodilla, mientras ofrecía al androide un brazo para que se apoyara. Riker se fue en dirección contraria y se agachó junto al laxo cuerpo de Troi. La levantó con un brazo mientras utilizaba la otra mano para pulsar su comunicador.
—¡Enfermería, emergencia!
—¡Cierren todos los sistemas! —ordenó el capitán en el mismo momento—. Sólo sensores pasivos. ¡No activen los sensores activos!
—Sí, señor, sensores pasivos —dijo Yar con voz quebrada. Sus facciones, pálidas como las de una muñeca de porcelana, se contraían en su lucha para recobrar el control.
—¿Dónde está? —exigió saber Picard.
—Se ha alejado, señor —tronó la voz de Worf—. Ahora flota a unos dos años luz de distancia. Está merodeando por allí, como un ave de presa, desarrollando alguna clase de pauta.
—Así que se mueve…
—Sí, señor. En giros en apariencia aleatorios; y se desplaza describiendo una cuadrícula. Creo que está buscándonos, capitán.
—¿Situación de la nave?
Picard recorrió todo el puente con la mirada y advirtió las esporádicas vibraciones y los destellos eléctricos que aún se producían aquí y allá.
—Escudos agotados en un setenta y nueve por ciento, señor —informó Worf con rabia—. Sistemas fundidos por toda la nave. Sección de impulsión apagada. Las comunicaciones no funcionan. Sensores, inestables. Lo más afectado son los escudos y lo que más tardará en recargarse.
—¿Situación de la sección total del platillo?
—Apenas hay daños, señor. Se recibió una buena sacudida, pero no tan fuerte como en el área del puente y en la sección de impulsión. Me da la impresión de que se concentró en las zonas de alta energía de la nave.
—¿Qué era esa cosa?
Worf frunció los labios en lo que parecía el equivalente klingon del encogimiento de hombros, y clavó los ojos en Tasha.
Ella se agitó.
—Evidentemente, ha sido un bombardeo de antimateria pura —explicó, a la vez que lanzaba una mirada nerviosa a Geordi y Data, aún en el suelo—. Ingeniería informa de que esa cosa ha absorbido la energía de nuestros escudos y alrededor de la mitad de la energía de los sistemas de a bordo. El núcleo de la computadora está aún intacto, señor, pero dudo de que podamos resistir otro ataque de esa envergadura.
—¿Agotados en un setenta y nueve por ciento? Yo no lo dudaría, no lo resistiremos.
Ahora Riker levantó la mirada desde donde sujetaba a Troi y dijo:
—Nunca había visto una aceleración de velocidad como ésa. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se ha alejado?
—Por el momento —contestó Picard con serenidad—, sólo esa cosa lo sabe.