Tras reunir todas las piezas y obtener un mosaico con espacios en blanco, Picard movió la cabeza para expresar su comprensión de lo que le ocurría a Troi.
—Dígame qué está sintiendo —pidió—. Con una sola palabra.
Ella no respondió de inmediato. Pasaron largos minutos de inquietante incertidumbre mientras seleccionaba y descartaba posibilidades. Los que la rodeaban tenían los ojos fijos en aquel rostro que recorría los de ellos en vana búsqueda por la ignorancia que reflejaban.
Luego lo encontró. Al menos el que más se aproximaba. Por primera vez en todos esos minutos, Troi fijó la mirada en Jean-Luc Picard y sus labios formaron una palabra.
—Sufrimiento.
Cuando habló, ese sentimiento destelló en sus ojos. En ese instante se apoderó de ella la empatía por los seres cuyas impresiones le eran transmitidas, o era obligada a recibir. Era como si ella estuviera pidiendo, implorando ayuda. Tras una pausa, respiró hondo y suspiró, con sus hermosas cejas juntas al darse cuenta de que el impactante pleno sentido de la palabra no era captado por los demás. Al fin y al cabo, ellos no lo sentían.
Picard advirtió el cambio operado en su rostro.
—El sufrimiento puede ser muchas cosas —dijo.
—Sí —concedió ella—. Clínicamente yo lo definiría como un tipo de disforia. Pero sería inadecuado decir que no había sufrimiento físico. Sin embargo, no percibo sensación alguna corporal. Es algo bastante confuso, señor. Lo siento.
—Tiene permiso para dejar de decir eso, consejera —manifestó Picard. El capitán apoyó las manos sobre las rodillas y se puso en pie—. Ahora, vayamos a ver esos barcos.
Condujo al grupo hacia los amplios monitores de la sección científica de popa, donde Worf estaba apartándose para permitir que todos se colocaran alrededor de su puesto.
—Computadora, muestre embarcaciones militares de… ¿qué época ha dicho?
Troi dio un paso al frente, al tiempo que de alguna forma conseguía mantenerse cerca de Riker para extraer fuerza de su presencia.
—El que más familiar me resultó era de finales de mil novecientos ochenta, capitán. Un crucero, el Aegis, de acuerdo con los registros.
—Computadora, comience según especificación.
En la pantalla, casi al instante, apareció una imagen del Aegis en dos dimensiones.
—¿Es ése el barco correcto? —inquirió Picard.
—Oh, no, señor. Sólo el… tipo correcto. La época adecuada.
—Computadora, recorra naves de estas características.
El Aegis fue reemplazado por una embarcación diferente, luego por otra y otra, mientras la balsámica voz enunciaba las descripciones de cada una.
—Destructor… Armada de Estados Unidos… Torpedera, Armada de Estados Unidos… nave de soporte tecnológico, Real Mando Marítimo Canadiense… transporte anfibio ligero, Armada de Estados Unidos… submarino nuclear, Armada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas… Portaaviones clase «Invencible» aviación embarcada de despegue y aterrizaje vertical, Armada Real de la Gran Bretaña… Portaaviones de combustible convencional tipo CV, Estados Unidos…
—¡Pare!
Troi retrocedió ante su propio estallido, pero continuó señalando la pantalla.
—Éste se parece mucho.
—Se parece, pero… —la instó Picard.
—Pero… no lo sé. Conozco muy poco acerca de las embarcaciones de superficie.
—Computadora, especifique unidades semejantes.
—USS
Forrestal
, CV-59, puesto en servicio activo en octubre de 1955, Armada de Estados Unidos. —Muy bien, continúe.
En la pantalla apareció otra embarcación que tenía casi el mismo aspecto para los ojos inexpertos que la contemplaban en ese momento.
—Portaaviones de cubierta corrida, energía nuclear, tipo CV N…
—¡Sí! —exclamó Troi—. ¡Sí, así! —Se llevó una mano a la boca, profundamente conmovida por lo que veía.
Picard permaneció tranquilo, compensando la reacción de ella con su imperturbable calma.
—Computadora, especifique.
—USS
George Washington
, CVN-73, portaaviones clase
Enterprise
, puesto en servicio activo en enero de 1992, Armada de Estados Unidos.
Troi apartó la mano de su boca.
—Éste me resulta extremadamente familiar.
Un desasosiego tangible recorrió el puente. Todos los ojos parpadearon y se fijaron en la consejera. Por supuesto, ella lo sintió sin volverse a mirar. Cohibida, corrigió. —Bastante, según las impresiones que he estado recibiendo.
—Sí —murmuró Picard, lanzando a Riker una mirada por encima de la oscura cabeza de Troi—, por supuesto. Había dicho algo sobre nombres.
Troi tenía los ojos clavados en el portaaviones, como si temiera que pudiese desaparecer al igual que todas las otras imágenes.
—Vasska era uno. Arkady… y Gol… Gorsha… no, no es del todo correcto, no está completo.
—Data, suba aquí, por favor.
Tomado por sorpresa, Data casi se arrojó con violencia hacia ellos desde el nivel inferior, y ocupó el asiento del terminal científico como si le hubiera picado el hecho de que no le pidieran antes ayuda. Riker se apartó un poco más de lo necesario, cediendo a una punzada de prejuicios, pero se obligó a desembarazarse de ella. Data era el más cualificado. Un instrumento que manejaba un instrumento.
Sin duda, Data estaba preparado para conducir la búsqueda a través del vasto núcleo de memoria de la
Enterprise
, centrándose en el tipo específico de portaaviones y los nombres que Troi había dicho; no solicitó que ella los repitiera. Casi se le enredaron los dedos en su precipitación por ser útil en medio de toda aquella charla de sentimientos, sensaciones y recuerdos.
Si realmente estaba contrariado no afloró a su rostro.
—Señor —comenzó—, me temo que esto podría llevar algún tiempo. Tengo que operar mediante un proceso de eliminación. ¿Me permite sugerir que me deje notificarle cuando lo haya cazado?
Si ésa era su forma cortés de pedirles que no estuvieran encima de sus hombros durante todo el tiempo, funcionó.
—Muy bien. —Picard hizo un gesto al grupo para que se marchara, y se inclinó hacia Riker—. ¿Qué ha dicho?
—Señor… —Tasha levantó la mano en un gesto que fue breve, pues la bajó al volverse Picard casi en el acto—. Soy lituana.
Picard se tragó el impulso de felicitarla por ello, y se limitó a preguntar:
—¿y?
—Reconozco esos nombres. Son rusos.
—¡Ah! Muy bien, teniente. Data, haga uso de ese dato.
—Puede apostar a que lo haré —soltó Data, y no vio la reacción de sorpresa retardada de Picard mientras se volvía hacia su terminal.
—Capitán… —Troi se volvió bruscamente—. Si me lo permite, me gustaría regresar a mi habitación. Tal vez pueda aclararme la mente. Concentrarme en estas impresiones y dejar que ellas se concentren en mí.
Picard advirtió que Data todavía lo observaba, como si los descubrimientos dependieran los unos de los otros… búsqueda por computadora y explosión mental.
—Es una estrategia sensata —replicó—, dado que no parecemos capaces de identificarlo más rápido de lo que puede hacerlo nuestro
software
. Pero quiero que tenga cuidado. Y recuerde que no hay nada lo bastante insignificante como para no informar de ello.
—Sí, señor —murmuró Troi, y mientras giraba en redondo hacia el turboascensor, captó la mirada de preocupación de Riker—. Se lo prometo.
El puente era espacioso, y el avanzar hacia el turboascensor resultó incómodo a Troi debido a que evitó deliberadamente que se le notara la ansiedad que la dominaba. Las piernas de Riker se tensaron; su empatía aumentaba con cada paso de ella, deseaba acompañarla, poder ayudarla de algún modo. Al parecer, de un tiempo a esa parte, Deanna y él sólo podían ser una distracción mutua…
—Es una tía muy competente —comentó Data.
Lo dijo sin modificar el tono, sin expresividad ninguna.
Riker dejó de respirar. Picard le echó una mirada feroz. LaForge y Worf se tensaron, Tasha se sonrojó, Berv Crusher desvió la mirada.
Troi apenas estaba llegando al turboascensor. ¿Lo habría oído?
Data estaba sentado perpetuamente armado de buenas intenciones, como siempre, ligeramente girado hacia el resto de ellos, y cuando la mirada de reprimenda colectiva se posé sobre él, se sintió confuso. Miró de uno a otro.
—¿Chavala? ¿Bombón?
La puerta del turboascensor se abrió deslizándose hacia un lado. Una consejera preocupada entró en él.
—¿Niñata? ¿Muñeca? ¿Nena? ¿Tronca? ¿Colega?
—¡Data! —exclamaron a coro Picard, Riker y Yar, al cerrarse la puerta del turboascensor.
El androide reculó, y cerró la boca esbozando un puchero. Su dorado rostro adquirió una repentina expresión de inocencia; parecía vulnerable. Bajo la mirada de reprensión de ellos, se retiró a su búsqueda de memoria a través de la unidad central de proceso de la nave, y Picard captó el claro cambio en los hombros de Data cuando la atención dejó de centrarse sobre él.
—Todos a sus puestos —ordenó Picard en tono casual, con el fin de que la atmósfera del puente se relajara hasta que estos cuidados fueran innecesarios. La tensión no se disolvió del todo, pero cada oficial realizó un loable esfuerzo para no contribuir a que aumentara.
Desde un lado, Picard aceptó el gracioso gesto de asentimiento de la doctora. Reconoció el gesto decididamente profesional… Crusher no iba a darle una opinión… todavía no. Hasta que las cartas estuvieran todas sobre la mesa, no. Ni sobre el estado de agitación de Troi, ni sobre estos incidentes en nada concernientes a la medicina, ni sobre nada.
—Estaré en la enfermería, capitán —anunció con resolución, como si hubiese deliberado consigo misma—, por si me necesita.
Picard hizo un gesto en señal de conformidad para acusar recibo; fuera de toda lógica se sentía confortado por sus palabras, y una vez más el pasado volvió a interponerse entre ellos, la triste experiencia que los había convertido en conocidos hacía mucho tiempo, y que a la vez les había imposibilitado que llegaran a hacerse más íntimos. Mientras Crusher daba media vuelta y salía del puente, él la contempló con una punzada de pesar.
Tras soterrar sus sentimientos, Picard se aproximó a Riker con movimientos tan ensayadamente sigilosos que el primer oficial no advirtió su presencia hasta que él habló.
—Señor Riker.
—Ah… Capitán… ¿sí, señor? ¿Qué puedo hacer por usted?
—Mejor pregúntese qué puede hacer por usted mismo. Vuelva a contarme lo que vio en el corredor.
Riker se puso rígido, disgustado, incómodo con la idea de que hubiera estado «viendo cosas». Aún tenía un nudo en el estómago, y las cejas contraídas por mucho que intentara relajar el rostro.
—Ojalá lo supiera. Me parecía tan sólido como me lo parece usted ahora… Lo parecía. Cuando se desvaneció, yo supuse que era una filtración de las holografías de Troi. Pero me equivoqué. Y no fue producto de mi imaginación.
—¿Cómo puede estar seguro de eso?
—Porque no hizo lo que yo hubiera esperado que hiciese. Creo que mi imaginación obligaría a actuar a alguien como yo espero que actúe, pero esto… este hombre… tendió una mano hacia mí con expresión extraña. Es difícil, señor. Me gustaría ser más concreto…
—Capitán —llamó de pronto Data al tiempo que hacía girar su asiento—. Lo tengo, señor.
—Hola, mamá.
Wesley Crusher levantó la cabeza cuando su madre entró en las habitaciones de ambos procedente de la enfermería. Su rostro mostraba la típica suavidad de porcelana de la piel de dieciséis años, sus cabellos estaban peinados con una pulcritud un tanto excesiva, y la ropa meticulosamente arreglada sobre su flaca estructura. A Beverly Crusher le daba la impresión de que Wesley se esmeraba tanto con el fin de no parecer fuera de lugar entre el personal uniformado del puente, y como cualquier chico de dieciséis años lo llevaba al extremo.
—Wes —comenzó ella, no a modo de saludo—, necesito que hagas algo por mí.
Él se apartó contento de sus grabaciones escolares.
—Claro, mamá. ¿Qué?
—¿Está programado que subas hoy al puente?
—Bueno, no exactamente. El señor Data me ha pedido que lo ayude a catalogar algunas teorías de física en algún momento de esta semana, y yo pensaba utilizar eso como excusa para subir más tarde…
—¿Puedes hacerlo ahora mismo?
Wesley se puso de pie, cosa que lo hizo de pronto tan alto como su madre.
—¿De verdad? Quiero decir, ¿por qué?
—Cuida del puente por mí. El suave rostro de Wesley se arrugó.
—¿Eh?
—Quiero que te mantengas ojo alerta ante lo que suceda. Está pasando algo, y nadie parece seguro de qué. Pero afecta a Deanna Troi, y si no puedo recurrir a sus capacidades, al menos que si he de actuar tenga un conocimiento previo de primera mano.
Wesley hizo una mueca.
—Mamá —comenzó—, no tengo ni la más remota idea de qué me estás hablando.
La doctora Crusher le dedicó una sonrisa triste.
—Quizá sea intuición médica. Llámalo como quieras, pero, anda, actúa como mi espía en el puente. Yo no puedo estar ahí arriba porque esta tarde tengo los chequeos pediátricos y, además, mi presencia resultaría demasiado evidente. ¿Lo harás?
Él se encogió de hombros, seguro de que había una trampa en alguna parte.
—Por supuesto que lo haré.
Ella le acarició una mejilla como solía hacer de vez en cuando, sólo para recordarse a sí misma que aquel hombrecito brillante, vivaz y alto continuaba siendo el bebé de tres kilos cuatrocientos gramos que apenas dormía por las noches hasta que cumplió los doce años.
—Gracias jovencito. Nunca olvidaré esto.
Ella se encaminó hacia la entrada, pero se volvió cuando Wesley preguntó:
—Mamá, ¿qué se supone que debo buscar, exactamente?
Beverly Crusher no aminoró la marcha mientras se giraba en medio de una secuencia de pasos.
—Usa la imaginación.
Riker entró en el camarote de Troi, titubeante. Sabía que la estaba interrumpiendo mucho antes de lo que ella esperaba. Y allí estaba… muy parecida a antes, mucho.
—Ya estás de vuelta, Bill —murmuró ella, y le sonrió. La penumbra de la habitación se iluminó apenas un poco. Lo tomó por sorpresa, como siempre lo hacía aquel «Bill».
Muy poca gente lo llamaba así, y en la nave, sólo Troi. Sólo Deanna.
—Lamento interrumpirte —dijo él acercándose, pero esta vez sin sentarse—. Lo creas o no, Data ya ha encontrado la ficha. No quería importunarte tan pronto, pero…