—No te disculpes —respondió ella—. No va de acuerdo contigo, la verdad.
Las cejas de él se alzaron. —¿Ah, no? Eso es malo. Troi se encogió de hombros. —Depende de la causa.
—Mi causa no puede darse el lujo de no saber cómo disculparse —replicó él—. Tal vez algún día…
—Tal vez algún día, capitán Riker. ¿No te parece? —Estás ensañándome, Deanna— la acusó él con una sonrisa que los betazoides puros no podrían ofrecer jamás. Pagaré encantada el precio. De todas formas, no estoy segura de que sea éste el lugar para hacer esa contribución.
Riker entrelazó las manos y apoyó los codos sobre las rodillas, bajó la mirada durante un momento y luego la alzó.
—¿Sabes lo culpable que me haces sentir?
Troi volvió rápidamente los ojos hacia él, hizo una pausa y ladeó la cabeza.
—La verdad es que sí, lo sé.
Cogido con la guardia baja, Riker se ruborizó y no pudo mantener el control de su sonrisa, pero también ella continuaba sonriendo. Demonios, sonreía divinamente.
—¿Al puente, número uno? —sugirió Troi.
Él se puso de pie y le tendió una mano para que Deanna le diera la suya.
—Al puente, consejera.
—Adelante, señor Data.
Picard habló con serenidad; se hallaba de pie a la derecha de Troi, Riker a su izquierda, como si la presencia de ellos pudiera protegerla de lo que estaba por venir. Ella parecía bastante sosegada todavía, considerando que no había tenido ni la más mínima oportunidad de descansar siquiera la cabeza y asimilar todos los hechos. Data solicitó el registro que había descubierto.
—Señor, debo disculparme —dijo Data—. La búsqueda no fue tan exhaustiva como estimé en un primer momento. Las percepciones de la consejera Troi eran precisas y toda la información apareció encadenada.
—En ese caso, oigámosla, Data. No se demore.
—Sí, señor. Como puede ver en el monitor, éste es un portaaviones nuclear de cubierta corrida de los años mil novecientos noventa. Era un navío de la Unión Soviética que durante la realización de un ejercicio en el mar Negro desapareció misteriosamente, el veinticuatro de abril de 1995.
—¿Desapareció? —inquirió Picard con voz de trueno—. ¿Tiene idea del tamaño de un portaaviones nuclear, comandante?
A pesar de que Picard había formulado la pregunta a título retórico, Data le dio respuesta al instante.
—Oh, sí, señor. Hasta noventa mil toneladas, con una tripulación cinco veces superior a la de nuestra nave estelar.
El capitán se sintió tonto por haberlo preguntado.
—Muy bien, prosiga. ¿Cómo se llamaba esta embarcación?
Incluso Data fue consciente de la reacción de Deanna Troi cuando respondió de inmediato:
—El
Gorshkov
.
Los ojos de Troi se cerraron. El sonido de esa palabra la calmó por completo, luego volvió a abrirlos y mantuvo un firme control sobre la avalancha de emociones… entre las cuales no estaba ausente la aflicción.
—Prosiga, Data —instó el capitán.
—Su capitán era Arkady Reykov. Tuvo un largo y agitado historial político antes de abandonar los asuntos públicos por un mando operativo en la Armada. El hecho de que desaprobara el sistema soviético le había causado algunos problemas, pero es evidente que su capacidad como oficial eclipsaba ese problema. Una experiencia semejante era de gran importancia en la URSS de aquella época, así que se le permitió continuar.
Riker escuchó la descripción simplificada de una enredada madeja internacional, todas las luchas y tensiones de aquella época irreflexiva, y no pudo evitar preguntarse qué habría sentido Reykov de haber conocido el futuro, de haber sabido que era un engranaje del mecanismo que llevó al cataclismo del siglo XXI en la Tierra.
—¿Y ese tal Vasska? —apremió Picard.
La respuesta, pronunciada tan tenuemente como los hilos de una telaraña que se rompieran entre dos hojas, no fue Data quien la dio, sino Troi.
Timofei…
Todos se volvieron a mirarla.
Troi recobró el aplomo y continuó.
Timofei Vasska. Creo que era el primer oficial.
Intranquilo, Picard se volvió a mirar a Data en busca de confirmación.
—Sí, es correcto —replicó Data, igual de intranquilo.
—¿Tenemos fotografías de ellos? —inquirió Riker.
Data lo miró.
—Posiblemente… déjeme buscar. Computadora, muestre todas las imágenes disponibles de Reykov y Vasska.
La computadora inició un largo zumbido, y después de unos segundos la agradable voz femenina volvió a oírse.
—Las únicas imágenes disponibles de los sujetos están en una fotografía de periódico tomada poco antes de la botadura del
Gorshkov
. En pantalla.
El monitor hizo todo lo posible para enfocar la fotografía, con mucho grano, de unos cien o más hombres uniformados, en apariencia oficiales del portaaviones, todos de pie, reunidos sobre la enorme cubierta plana. Las figuras eran pequeñas y componían un apretado grupo, pero a la izquierda había dos oficiales algo separados de los demás, los rostros desdibujados por la mala calidad de la fotografía.
—Allí —declaró Riker, señalando con un dedo—. Computadora, aumente a los dos hombres que están apartados.
Bruscamente, las dos caras aparecieron, algo borrosas pero a pesar de eso, eran apreciables sus acentuadas facciones y su expresión de orgullo.
—Es ése —murmuró Riker, al tiempo que volvía a señalar, esta vez al hombre corpulento de la derecha—. Ése es el hombre que he visto en el corredor.
Picard miró con detenimiento la firme mirada del oficial soviético.
—Reykov… —murmuró.
Al decir el nombre, advirtió que su reacción era instintiva. Nadie le había dicho que ese hombre era el capitán del
Gorshkov
, pero de alguna forma él lo sabía. Había cierta aura de compenetración con la nave, algo en el rostro que él, como capitán, comprendía.
Se volvió a mirar a Deanna Troi
—¿Consejera?
Ella se serenó, mirando el rostro que aparecía en la pantalla.
—Sí —respondió con voz queda—. Reykov y Vasska. —Data —dijo el capitán—, ¿tiene algo más sobre estos dos hombres?
El androide asintió con la cabeza.
—Sí, señor —contestó—. Timofei Vasska tenía treinta y cinco años, y llevaba mucho tiempo como segundo al mando de Reykov. Los datos están incompletos, pero algunos artículos sobre el incidente especulan sobre que ambos hombres eran amigos y podrían haber conspirado juntos para desertar con una modernísima tecnología de la época.
—¿Qué tecnología? —preguntó Riker con precipitación, sin importarle si la pregunta estaba fuera de lugar. Y sin saber si una cosa tenía relación con la otra; sentía la rigidez del delicado cuerpo de Troi a su lado, y habría hecho cualquier cosa para aliviar su miedo. Lo sentía con tanta fuerza que muy bien podría haber sido telepatía.
Data estaba a punto de responder cuando la puerta del turboascensor se abrió y Wesley Crusher entró en el puente, con sus largas piernas corriendo de tal manera que parecía ir sobre ruedas, y se detuvo en seco cuando todos los ojos se posaron sobre él. La plácida expresión del muchacho desapareció ante el impacto que le produjo la sorpresa… ¿por qué estaban todos reunidos en torno al terminal científico?
Permaneció inmóvil en el sitio durante un momento, y luego vaciló con torpeza y sonrió.
—Hola a todos…
El capitán se enderezó.
—¿Qué está haciendo aquí arriba a esta hora, señor Crusher?
A Wesley se le secó la boca. Era extraño, pero todo sonaba tan fácil cuando su madre habló del asunto…
—Yo… Yo, eh…
—Bueno, no tiene importancia. Haga lo que tenga que hacer y no vuelva a interrumpirnos.
Aconsejándose cautela a voz en grito para sus adentros, Wesley se encaminó hacia el otro monitor científico e intentó fingir que trabajaba, aunque no podía evitar echar una ojeada a lo que estaban haciendo los demás.
—Prosiga, comandante —ordenó Picard bruscamente.
Data le echó una breve mirada y retomó la información donde la había dejado.
—El
Gorshkov
llevaba a bordo un aparato especial, una vibración electromagnética que podía desviar cohetes y aviones. Ese dispositivo era nuevo en aquella época, pero los soviéticos habían acelerado las pruebas preliminares y abordado directamente el montaje en una embarcación de un generador de tales vibraciones.
—Bien —ladró Picard—, ¿pero qué les sucedió?
—…Sí. Al parecer, la embarcación fue… pulverizada. De forma inexplicable.
—¡Buen Dios! —suspiró el capitán.
—Quedó muy poco del portaaviones —continuó Data, hizo una pausa y agregó—: Y nada en absoluto de la tripulación. Riker intervino.
—¿Nada? ¿Ni un solo cuerpo en ninguna parte?
—Correcto. Las relaciones entre las principales potencias habían estado mejorando desde principios de los mil novecientos ochenta, pero cuando los análisis de los restos flotantes indicaron que la catástrofe fue provocada por un agente procedente del exterior en vez de un problema de los reactores del portaaviones, por ejemplo, el mundo estuvo al borde de un conflicto a causa de las mutuas acusaciones.
—No me sorprende —murmuró Picard.
—Pero no había ninguna prueba de que otra nación hubiera bombardeado el portaaviones. Sume a eso la aparición de siete aviones de la armada soviética pertenecientes al
Gorshkov
en un portaaviones de Estados Unidos, poco después… perdone, señor, no tenía intención de ser impreciso. La embarcación estadounidense era el
Roosevelt
, y estaba navegando por un mar cercano cuando los aviones soviéticos entraron en su espacio aéreo unos sesenta y nueve minutos después de haber presenciado la destrucción de su propia nave. Esos pilotos juraron que ningún misil era responsable de haber hecho polvo el
Gorshkov
. Los historiadores han teorizado que de no haber sido por el testimonio dado por esos pilotos inmediatamente después del accidente, las relaciones internacionales podrían haberse roto y la Tercera Guerra Mundial iniciado en ese mismo momento. Claro está que fue una suerte que esos pilotos fueran rusos y su informe pudiera ser valorado por el ultrajado gobierno soviético sin el escollo de las desconfianzas nacionales. De haber sido los testigos estadounidenses o británicos, puede que hoy no estuviéramos aquí. En resumen, ese asunto proyectó las más tenebrosas sombras entre las principales potencias durante décadas, y fue una verdadera lata para la diplomacia.
—Mmmm… gracias, Data —murmuró Picard. Frunciendo el ceño cogió a Riker de un brazo, lo apartó a un lado y se inclinó hacia él—. ¿Por qué está hablando así?
Riker manifestó su sorpresa con una significativa mirada, pero al hacerlo desplazó la vista, como si le alertara un sexto sentido, no hacia Picard ni hacia Data, sino hacia Deanna Troi. Ésta contenía la respiración y miraba en dirección al terminal del timón, al teniente LaForge. El rostro de Troi estaba congelado en una actitud atónita mientras las sensaciones del oficial fluían hacia ella.
LaForge estaba levantándose del asiento, con lentitud, como un sonámbulo, con las palmas de las manos apoyadas sobre el tablero de control. Se levantaba tan lentamente que atrajo la atención hacia sí.
Para cuando Riker se apartó del capitán y llegó a la rampa, todos lo habían advertido y estaban tensos, observándolo, incapaces de apartar los ojos. La boca de LaForge estaba abierta y él se dobló como si le hubiesen golpeado en las costillas. Sus manos permanecían apoyadas en la consola, sus piernas en tensión y un poco flexionadas. Por supuesto, el visor ocultaba la expresión de sus ojos, pero por la postura de su cuerpo, el gesto de su rostro y labios, Riker pudo imaginar lo que transmitiría la mirada de un vidente: era víctima de un colapso.
Wesley avanzó hacia la rampa con su vigorosa altura.
—¿Geordi?
Riker chasqueó los dedos y le advirtió:
—Wesley, quédese donde está.
Pero el movimiento de Wesley había impulsado a Riker a seguirle.
LaForge respiraba con jadeos entrecortados. No respondía, sino que miraba de hito en hito —o al menos parecía hacerlo—, al frente y ligeramente a estribor de su puesto. Giró la cabeza aún más en esa dirección, y luego se volvió de modo parcial para recorrer con la mirada todo el lado de estribor.
Riker dio la vuelta y se situó delante del terminal del timón.
—¿Geordi?
—Señor… —LaForge continuaba volviéndose; se parecía más a un muñeco de una caja de música girando sobre un eje que a otra cosa.
Ante él, por toda la curva del puente, daban vueltas formas humanas. Muy diferentes de las figuras orgánicas de la tripulación; estas formas eran planas, brillantes, de un amarillo uniforme, delimitadas por lo que él recibía como impulsos discontinuos… pero inconfundiblemente humanas. No humanoides… humanas. Había algo en la forma en que se movían, la manera en que se volvían y caminaban, que le hacía sentir esa seguridad.
—Señor… aquí hay alguien…
Riker se acercó más al tiempo que los hombros se le encogían al recorrerle un escalofrío la columna vertebral. —Pero aquí no hay nadie.
—¡Están aquí, señor!
Riker tendió una mano con un gesto tranquilizador que no dio resultado.
—De acuerdo… dígame en qué longitud de onda está sintonizado ahora mismo. Ayúdeme, Geordi. Yo también quiero verlos.
Geordi retrocedió con gestos bruscos; chocó contra Riker y tropezó con su propio asiento en su intento de evitar a las invisibles entidades mientras avanzaba de espaldas hacia la terminal científica de la zona superior del puente, pero no llegó hasta ella. Uno de sus hombros topó contra la barandilla y no pudo retroceder más, sino que se quedó allí esforzándose en convencerse de que no estaba perdiendo la cordura.
—Geordi, descríbalo —pidió Riker, lanzándole una mirada a Picard en busca de apoyo—. ¿Qué está viendo? LaForge tembló.
—No lo sé…
—Teniente —le espetó Picard desde arriba—, déme un informe. Analice lo que está viendo e informe.
—Eh… son… bandas estrechas… pixels de baja resolución en varias longitudes de onda… pero algunas ondas acústicas me proporcionan una imagen de pulsaciones animadas…
La voz de Picard estaba cargada de impaciencia, pero también de temor y asombro.
—¿Está diciéndome que puede decirme cómo «suenan»?
—Sí, señor… más o menos. ¡Dios, están por todas partes!