—Ésta es una embarcación naval defensiva/ofensiva que fue utilizada durante la Primera Guerra Mundial y después —informó cortésmente la computadora.
—Continúa.
La holografía cambió y ella se halló ante otra nave del mismo tipo, pero vista desde un ángulo diferente mientras rompía a través de las olas el pequeño fragmento de mar. Su proa gris pizarra se alzaba y bajaba. La imagen de la computadora fue girando entre parpadeos para proporcionar una visión completa desde todos los ángulos. A Troi le daba la impresión de estar observándola desde otra nave semejante. Tenía una cierta gracia tosca, sin duda fuerza, pero carecía por completo de luces, a diferencia de las naves estelares que parpadeaban en amarillos y blancos, ni sus relumbrantes rojos, sus vibrantes azules eléctricos.
«Crucero Aegis, construido por SYSCON para la armada de Estados Unidos, la Tierra, 1988.»
El zumbido de la puerta sonó por segunda vez.
—Eh… ah …Adelante.
Ella dejó que la anticuada nave surcara las aguas del diminuto mar que tenía ante sí, y levantó los ojos para ver a Will Riker entrar en dos zancadas. En cuanto se abrió la puerta, los ojos del primer oficial se fijaron en los de ella. ¿Cuánto tiempo había estado esperando ahí fuera? Ahora recordaba vagamente que el zumbido había sonado una primera vez.
—Estaba preocupado por ti —declaró. Se sentó en el otro asiento y apoyó un codo sobre el escritorio, muy cerca de la holografía. El pesado navío avanzaba salpicando hacia él, y sin embargo permanecía en el mismo lugar—. No sabía que fueses aficionada a la historia. —Señaló con un ademán el Aegis—. Es bonita.
Troi inclinó su oscura cabeza.
—Nunca había visto algo parecido.
Eso suponía el fin de las frases introductorias, advirtió Riker. Algo en el tono de ella le decía que su frase era más significativa de lo que pretendía ser.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó él, ahora ya sin disimular su comportamiento en el puente.
Ella encogió un solo hombro y sacudió la cabeza mientras una sonrisa avergonzada afloraba a sus labios.
—¿Has visto lo que hice? Me siento tan violenta… Nunca antes había confundido un sueño con la realidad. Debo haber tenido un aspecto realmente gracioso. ¿Se rió alguien?
—¿Alguien? —dijo Riker con picardía—. Tendrías que haberlos visto a todos. Al capitán Picard tuvieron que retirarlo del puente, Worf estaba…
—¡Oh, venga ya! —Ella le dio un golpe en la rodilla más cercana y volvió a reírse entre dientes de sí misma.
—Yo no me preocuparía por ello —comentó Riker al tiempo que apoyaba sus anchas espaldas contra el respaldo—. Todo el mundo hace algo así antes o después. Cuanto más imperturbable es uno, peor parece la tontería que comete.
—¿Yo soy imperturbable? —inquirió ella mientras volvía a ensancharse su sonrisa.
—No lo sé, consejera —replicó él—. No recuerdo la última vez que te miré y vi sólo a la profesional. Tengo cosas más sugestivas que recordar.
Ella frunció los labios, se inclinó hacia delante, haciendo caso omiso de la holografía del barco mientras éste continuaba su no-viaje, y descansó el mentón sobre una mano.
—Cuéntamelas, Bill. Hazme sentir mejor.
—Dedúcelo tú misma. De entre toda la gente, tú eres quien mejor las conoce.
Ella se enderezó.
—Eso no es muy consolador para alguien que acaba de irrumpir en el puente presa de un delirio.
Los brillantes ojos de Will Riker destellaron ante ella con expresión traviesa.
—¿Quieres consuelo? ¿Qué tal esto? Fui destinado como segundo oficial a bordo de una destructora justo después de ascender… hace unos mil años, si la memoria no me falla. Recogí las órdenes de destino en la Base Estelar Dieciocho, entré las coordenadas de la nueva nave en el transportador, subí a la plataforma y, de repente, allí estaba. Me pavoneé por ahí siendo el todopoderoso segundo oficial, inflado como un
soufflé
, y estábamos a diez horas del muelle espacial antes de que me diera cuenta de que me había transportado a la nave saliente incorrecta.
—¡Bill!, no…
—Y la nave en la que había aparecido tampoco era una destructora. Era la
Yorktown
… una nave estelar clase «Excelsior» que partía hacia una misión de dos años. Su capitán hacía que Picard pareciera san Francisco de Asís. Su lanzamiento ya se había retrasado cuatro días por embrollos diplomáticos, y allí estaba el segundo oficial Riker teniendo que presentarse ante el verdadero segundo oficial.
A esas alturas ella tenía una mano sobre la boca, y separó los dedos lo justo para balbucir:
—¿Qué hicieron?
Él tendió las manos abiertas ante sí.
—¿Qué podían hacer? Hicieron dar media vuelta a aquella nave descomunal y retrocedieron lo avanzado para encontrarse con la destructora a bordo de la que yo debía estar. Y allí se encontraba la destructora, teniendo que reunirse con una nave estelar sólo para recoger a su segundo oficial que tendría que haberse presentado a bordo diez horas antes.
—Oh, cielos…
—Así que deja de quejarte.
—¿Esa historia es verdadera? ¿No te la has inventado para hacerme sentir mejor?
—¿Inventarla? Deanna, nadie en su sano juicio podría inventar algo tan horrible. Parece la típica broma pesada que alguien le hace al novio la noche de bodas… la única diferencia es que yo me la hice a mí mismo. —Mientras sacudía la cabeza reflexivamente, agregó—: Nunca pude volver a mirar una plataforma de transportador del mismo modo que antes. Siempre me pregunto si acabaré transportándome por error a la ducha de alguien. Y lo peor aún estaba por pasar. ¡Dos años más tarde fui de verdad destinado como segundo oficial a la
Yorktown
, y tuve que volver a presentarme ante aquel capitán!
Ella profirió una risilla, lo que le confirió un insólito aire aniñado.
—¿Se acordaba?
—¿Acordarse? Lo primero que me preguntó fue si había estado escondido en la bodega durante el tiempo transcurrido.
Ambos estallaron en carcajadas que llenaron toda la habitación en penumbra, lo cual acabó por distender a Deanna Troi.
Al observarla con atención, Riker se dio cuenta de que ella había captado sus sentimientos, de hecho se había ruborizado. Al principio intentó disimularlo, pero sabía que no serviría de nada. Para Deanna, el retraerse era tan perceptible como las imágenes de una pantalla. No tenía sentido. Deseó poder sentirse así de relajado con los otros miembros de la tripulación.
Permanecieron sentados, juntos, sonriéndose el uno al otro, arropados por sus recuerdos, las intimidades de una relación y un pasado que no les habían permitido captar a nadie más de a bordo. Era como comenzar de nuevo, con toda una naciente vida por delante, como si hubiese una segunda oportunidad para la atracción que sentían el uno hacia el otro, pues nadie más lo sabía. Nadie más en toda la nave sabía nada.
Apartando la mirada del dulce rostro de ella, Riker miró la insólita holografía que tenía al lado.
—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó.
La expresión de ella le borró la sonrisa. Se obligó a no decir nada más, a darle una oportunidad para responderle cuando pudiera, mientras contemplaba abiertamente sus turbados ojos de color ónice.
—Sí… una pesadilla —murmuró Troi—. Pero en esa pesadilla sentía las emociones de los extraños que había en ella. No se trataba de algo que pudiera reconocer… eran nítidas imágenes de cosas de las que nada sé. Nombres que nunca he oído.
—¿Qué nombres? —preguntó Riker animándose.
Ella desenredó en su mente el recuerdo y se obligó a hablar.
—Estaban Vasska, Arkady, Gork… Gorsha… esos sonidos no me resultan familiares. Y no entiendo por qué tenía que oír nombres. Yo no puedo hacer eso. Sólo puedo leer algunas emociones. Nunca he sido capaz de establecer una comunicación completa.
Él se le acercó un poco más.
—Pero tú eres una betazoide. ¿Qué tendría de sorprendente que pudieras…?
—No puedo. Nunca he podido —insistió ella mientras se preguntaba si conseguiría hacérselo comprender—. Tú no entiendes lo que significa comunicarse a través de la mente. No conoces los problemas, las incomodidades de tratar con razas que no pueden ocultar sus pensamientos. Es como si un vidente entrara de pronto en un mundo de luces y colores caóticos, o si una persona con sentido auditivo penetrara de pronto en un sitio que no fuera más que ruidos incontrolados. En un caso, la luz sería cegadora; en el otro, el estruendo enloquecedor… He trabajado muy duramente para separar mis pensamientos de los pertenecientes a los demás, Bill, y lo he hecho bien. Entenderás por qué me perturba el experimentar algo tan desconocido como esto.
—Deanna, fue un sueño —le dijo él con tono tranquilizados, cubriéndole una mano con la suya.
—Pero no lo fue —insistió ella, en un susurro—. Al menos… no del todo.
Él la creía. Deanna Troi era la quintaesencia de la profesionalidad y nada dada a las fantasías que frecuentemente exhibía su raza betazoide.
—¿Le has pedido a la computadora que buscara los nombres? —le preguntó sin que mediara pausa.
Troi se retrepó en el sillón, relajándose por fin.
—Computadora, fin de la consulta y de la sesión.
La holografía dio un chasquido eléctrico, se hundió en un diminuto núcleo de luz como un balón que perdiera de pronto todo el aire, y se apagó.
—¿Lo has hecho? —insistió él.
—Supongo que tendré que hacerlo.
—¿Por qué lo dices de esa forma?
—No me gusta ceder a los sueños. Riker la miró, dubitativo.
Sin darle tiempo a formular comentario alguno a lo que acababa de decir, ella preguntó:
—Bill, ¿qué piensas tú? ¿Crees que podría utilizar mejor mis talentos de alguna otra forma mejor?
—No te referirás a dejar la nave, ¿verdad? No estarás pensando en eso.
—Tal vez —replicó ella—, si es así como mejor puedo servir a la Federación.
La desesperación se apoderó de él. Por mucho que la hubiera… sí… evitado, por mucho que temiera que su pasada relación sentimental entorpeciera su eficacia como primer oficial, la perspectiva de que ella desapareciera repentinamente de su vida lo hería como un cuchillo.
—¿No te gusta estar aquí? —preguntó, cuidando el tono de su voz—. ¿No te gusta estar destinada en una nave estelar?
—Me gusta mucho —contestó ella—. Sí, mucho. Pero a veces… ¿te imaginas lo que es estar en el puente y darme cuenta de que no tengo nada que hacer?
Con otra sacudida de la cabeza, Riker dio unos golpecitos con un dedo sobre la mesa y le soltó:
—No tengo que hacerlo. Es lo que la tradición marca para los primeros oficiales de todo el universo. Si miras la voz «primer oficial» en el diccionario de navegación, dice: «No usar hasta que surja una crisis». Escucha, hace falta tiempo para que un puesto nuevo cuaje. Cuando nos dediquemos de verdad a las misiones de exploración, creo que te vas a encontrar hasta el cuello de trabajo. Mantenernos cuerdos en el espacio último… ahí es nada. El psicólogo de una nave está sólo después del médico jefe en las misiones en el espacio último.
Ella sonrió con dulzura ante el sincero esfuerzo de él y murmuró:
—¿Y el telépata qué?
Para eso Riker no tenía una respuesta preparada.
Troi captó la preocupación de él y forzó una sonrisa para suavizar esa angustia. Penetró en los profundos ojos azules de él, como lo había hecho tanto tiempo atrás, y los surcó del mismo modo que el crucero de la holografía había surcado el mar azul. ¿Cómo podría hacérselo comprender? ¿Podía algún ser humano entender lo incómoda que se sentía constantemente? Sabía que la gente se sentía incómoda en su proximidad porque pensaban en ella como en una especie de
voyeur
, mirando siempre por el ojo de las cerraduras de sus pensamientos. «Mirona mental», la llamaban algunos. Muchos la evitaban, así que ella procuraba siempre ser más metódica e imperturbable frente a su extremadamente no metódico talento… e incluso esa práctica se había vuelto contra ella.
Fría, la llamaban. Una «mirona mental» sin sentimientos.
¿Cómo podía decirle que un pasillo atestado de gente era un lugar vacío para Deanna Troi? Un lugar árido y solitario. Hacía un tremendo esfuerzo para esconder en su interior que se había quedado aislada de todo menos de los ojos de ellos, acusada de un crimen que ella se negaba a cometer. Entre los integrantes de su pueblo ya no podía moverse con soltura; habiendo forjado su disciplina de una forma casi obsesiva, no podía abandonarla durante los cortos períodos que pasaba entre betazoides. Así perdida entre ambas comunidades, malinterpretada por los demás como altiva, se había transformado en una mujer con sentimientos que caminaba eternamente sola.
Incluso ahora ocultaba estas verdades ante William Riker y sus dulces ondas de preocupación.
Deanna tragó saliva de forma casi imperceptible y separó los labios.
—Anda, dímelo… ¿qué sucede? ¿Qué te perturba?
Pudo ver y sentir que él sopesaba si decirle o no lo que estaba pensando, y luego, casi de inmediato, cambiaba de opinión.
—No me gusta verte experimentando dolores que no son tuyos —admitió él—. No me parece justo para ti.
—Es mi naturaleza —le dijo Troi—. La herencia que recibí del pueblo de mi madre. Es la naturaleza de la telepatía. Sí, podría cerrar mi mente, hacerme más solitaria, como vosotros, pero he hallado la forma de resultar útil. Tengo suerte, como verás —agregó forzando una sonrisa—. Puedo experimentar las emociones y sin embargo permanecer objetiva.
Él pensó en la extraña embarcación que acababa de desaparecer de encima de la mesa que tenían al lado, y se encogió de hombros.
—Creo que nunca lo había pensado de ese modo.
Troi retiró la mano de debajo de la de él, luego la posó sobre la misma y presionó levemente.
—Hay más cosas que pueden sentirse aparte del dolor, ¿sabes? También puedo sentir amor.
Riker se permitió una sonrisa sentimental. Durante un momento aislado compartieron algo que ninguno de los dos tenía una seguridad absoluta de que aún existiera entre ellos. El magnetismo era innegable, pero en ese mismo instante a Riker le atravesaron los peligros que aquello entrañaba.
—No puedo quedarme —dijo—. Tengo que volver ahí arriba y actuar como si fuese indispensable.
—Lo sé.
Él le levantó el mentón con un dedo curvado.
—Procura relajarte. Todos tenemos ese tipo de sueños alguna vez. Sólo quería asegurarme de que te encontrabas bien.