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Authors: Irving Wallace

La Palabra (17 page)

Naomí ya había localizado lo que Wheeler quería.

—El más extenso de los dos pasajes de Josefo dice: «Allí surgió en ese tiempo Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar un hombre. Porque Él era el hacedor de actos extraordinarios, un maestro de los hombres que gustosamente recibían la verdad, y atrajo hacia Sí a muchos judíos y a muchos de la raza griega. Él era el Cristo. Y cuando Pilatos, a instancias de los hombres más importantes de entre nosotros, lo había sentenciado a ser crucificado, aquellos que desde un principio lo habían amado no cesaron de hacerlo, porque al tercer día Él apareció de nuevo, vivo, ya que los divinos profetas habían predicho ésta y diez mil otras maravillas acerca de Él. Y aún ahora, la tribu de cristianos que tomaron de Él su nombre, no se ha extinguido.» Después, el segundo pasaje, el cual…

Wheeler levantó la mano.

—Con eso es suficiente, Naomí —luego se dirigió a Randall—. Ahora bien, si Josefo la hubiese escrito personalmente, ésa sería la más antigua referencia acerca de Jesús en los escritos seculares. Desafortunadamente, yo no conozco un solo experto que crea que Josefo escribió ese pasaje en su totalidad. Ninguno lo considera genuino, tal como es, porque resulta demasiado en favor del cristianismo para haber sido redactado por un escribano judío tan remoto. Simplemente no es creíble; un historiador no cristiano refiriéndose a Jesús como «un hombre sabio, si es que se le puede llamar un hombre», y aseverando que «Él era el Cristo». Esto último se considera una interpolación realizada por un escribano cristiano que en tiempos medievales estaba tratando de crear un Jesús histórico. Por otra parte, varios de nuestros asesores en Resurrección Dos (entre ellos el doctor Bernard Jeffries, a quien usted conocerá) están convencidos de que Josefo se refirió a Jesús dos veces, pero también convienen en que lo que Josefo escribió fue evidentemente poco adulador y que algunos siglos más tarde fue alterado por un piadoso historiador cristiano a quien no le gustaba el pasaje.

—En otras palabras, ¿sus expertos piensan que el propio Josefo reconoció la existencia de Jesús?

—Sí, pero sólo están especulando, y eso nada comprueba. A nosotros nos conciernen los hechos históricos en los escritos seculares. La otra fuente judía acerca de Jesús es el Talmud, que los escribanos judíos comenzaron a asentar por escrito en el siglo II. Esos escritos rabínicos se basaron en rumores y fueron, por supuesto, desfavorables a Jesús, refiriendo que practicaba la magia y que fue colgado bajo cargos de herejía y de inducir a la gente a descarriarse. Más fidedignas son las citas romanas o paganas, acerca de Cristo. La primera fue…

Wheeler se rascó su ceja cana, tratando de recordar, y Naomí dijo apresuradamente:

—El primero en mencionarlo fue Talo en su historia en tres tomos, escrita a mediados del siglo primero.

—Sí, el primero fue Talo, quien escribió acerca de la oscuridad en que se sumió Palestina cuando Jesús murió. Él pensó que un eclipse había causado la oscuridad, aunque más tarde los historiadores cristianos insistieron en que había sido efectivamente un milagro. Después, Plinio el Joven, siendo gobernador de Bitinia, envió una carta al emperador Trajano (alrededor del año 110 A. D.) en la que hablaba de peleas con la secta cristiana en su comunidad. Plinio consideraba a la cristiandad como una superstición cruda, imperfecta, pero escribió que sus seguidores parecían ser inofensivos y se reunían antes del alba a cantar «un himno a Cristo como a un dios». Luego, Tácito escribió en sus
Anales
(entre los años 110 y 120 A. D.) que el emperador Nerón, para absolverse a sí mismo de haber incendiado Roma, imputó la conflagración a los cristianos… Naomí, por favor, pásame ese pasaje.

Wheeler tomó las dos páginas escritas a máquina y se dirigió de nuevo a Randall.

—Quiero que escuche cuando menos una parte de lo que Tácito escribió acerca de aquel evento. «Nerón atribuyó la culpa e infligió las torturas más exquisitas a un grupo, odiado por sus abominaciones, que la chusma llamaba "cristianos". Christus, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de Poncio Pilatos, uno de nuestros procuradores, y una superstición de lo más perversa, de esa manera reprimida por el momento, se desató no sólo en Judea, la primera fuente del mal, sino hasta en Roma…»

Wheeler levantó la vista.

—Finalmente, tenemos a aquel chismoso historiador, Suetonio, con su obra
Los Doce Césares
, escrita entre los años 98 y 138 A. D. Hablando del emperador Claudio, Suetonio escribió: «Desterró de Roma a todos los judíos, quienes estaban continuamente provocando disturbios a la instigación de Christus.» Y eso es lo principal, Steven; son las únicas menciones verdaderamente no cristianas de Christus o Crestus o Cristo, la mayoría de ellas escritas entre medio siglo y más de un siglo después de que Jesús supuestamente había muerto. Así que lo que hemos heredado de las historias judía y romana es que el catalizador de esta nueva religión probablemente se llamó Cristo. Si quisiéramos más información, tendríamos que depender de fuentes altamente parciales y prejuiciadas; específicamente los cuatro evangelistas. Simplemente no poseíamos una biografía verdadera y objetiva de Jesucristo, escrita por uno de sus contemporáneos; sólo teníamos un culto creciente, convertido por la credulidad en un posible mito.

—Sin embargo —dijo Randall—, la falta de verdadera información biográfica no es necesariamente sospechosa. Como el doctor Evans señaló, el lapso en el que Jesús predicó fue considerado tan breve y Su muerte tan falta de importancia para los romanos que no había razón para registrar esos hechos.

—Es verdad —convino Wheeler—. Yo creo que Millar Burrows, el experto en los Rollos del Mar Muerto, lo definió mejor. Él señaló que si Jesús hubiera sido un revolucionario con un amplio séquito, y si hubiera peleado contra las legiones romanas tratando de establecer Su propio reino, con certeza habría monedas e inscripciones sobre piedra que referirían Su fracasada revolución. Sin embargo, dijo Burrows, Jesús fue sólo un predicador errante. No escribió libros, no construyó edificios, no organizó instituciones. Simplemente dejó al César lo que era del César. Sólo buscaba establecer un reino del Cielo en la Tierra, y esperaba que algún pescador pobre transmitiera verbalmente Su mensaje a la Humanidad. Como dijo Burrows, el reinado de Herodes dejó su testimonio en columnas labradas. El comienzo de la cristiandad no tuvo tales pruebas arqueológicas, puesto que Jesús no dejó otro monumento que la Iglesia cristiana.

—Y ahora, de la noche a la mañana, el mundo sabrá que no fue así —musitó Randall—. El mundo sabrá que la biografía de Jesús fue escrita por dos personas (Santiago y Petronio) que lo conocieron en persona. George, esto es un milagro.

—Es un milagro de la casualidad, de la pura suerte —dijo Wheeler—. Jesús tuvo un hermano que estuvo lo suficientemente cerca de Él, y que lo reverenciaba, y que estaba tan profundamente impresionado por Él y por Su causa que se avocó a la tarea de escribir Su vida. Como resultado de eso, dentro de dos meses, el Evangelio según Santiago caerá como un rayo sobre un mundo nada suspicaz. Y por si Santiago no bastara, la lucha por el poder en la Roma del año 300 A. D., justamente en el tiempo en que Jesús era crucificado, nos dio la prueba de la existencia de Jesucristo y de Sus últimos días en Jerusalén. Y esto lo tenemos de una fuente pagana y sin prejuicios.

Randall había terminado de encender su pipa.

—Pero aún no me ha dicho casi nada acerca de eso, George.

—Tendrá la historia completa en las próximas semanas. Por ahora, le diré brevemente cómo creemos que el Pergamino de Petronio surgió. Como usted sabe, mientras Jesús predicaba en la colonia romana de Palestina, el emperador de Roma era el anciano Tiberio. Por diversas razones, Tiberio prefería vivir en la isla de Capri. Tiberio dejó al Prefecto de sus Guardias Pretorianas, el ambicioso Lucio Elio Sejano, como su representante en Roma. El emperador gobernaba a través de Sejano, pero en realidad Sejano era el hombre que dirigía el Imperio Romano y que había planeado librarse de Tiberio y adueñarse del trono. En las colonias y provincias de Roma, Sejano designó gobernadores que le fueran leales, y tenía una red de capitanes centuriones que regularmente le informaban de cualquier deslealtad, defección o rebelión dentro del Imperio. Fue Sejano quien nombró a Poncio Pilatos para ocupar el cargo en Palestina. Y, aparentemente, los oficiales de los soldados romanos que estaban bajo las órdenes de Pilatos tenían instrucciones de informar regularmente por correo (a veces secretamente) a Sejano de todos los disturbios, los juicios, las ejecuciones que ocurrieran en la provincia, por insignificantes que fueran.

Randall estaba fascinado.

—¿Así que cuando Jesús fue enjuiciado y crucificado, pese a que era un asunto de importancia menor, un oficial romano informó de rutina a Sejano en Roma?

—Algo parecido —dijo Wheeler—. O Pilatos en lo personal aprobó el informe rutinario del juicio de Jesús y lo envió al Gobernador de Damasco, quien a su vez lo remitió a Sejano en Roma, o Pilatos no se molestó en transmitir el informe, pero el capitán de su guardia personal, que fue quien condujo a Jesús a la cruz y supervisó Su Crucifixión, escribió el parte en nombre de Pilatos y lo envió a Sejano a través de un correo militar. Y ese capitán se llamaba Petronio. Pero aquí está lo interesante: probablemente Sejano nunca vio ese informe.

—¿Nunca lo vio? —dijo Randall—. ¿Qué quiere usted decir?

—De acuerdo con el informe, se suponía que Jesús fue ejecutado en el séptimo día de los idus de abril, en el decimoséptimo año del reinado de Tiberio…; es decir, en el año 30 A. D. Bien, cuando el informe estuvo listo para ser enviado, a las colinas llegaron rumores de que Sejano se había metido en problemas con el emperador. El informe acerca de la Crucifixión de Jesús, al igual que otros informes, seguramente fue retenido hasta que la situación de Sejano pudiera determinarse. Luego, en Cesárea o en Damasco debió haber resuelto que las cosas en Roma habían vuelto a la normalidad y que Sejano continuaba seguro y en control del poder. Así que tanto ese informe como los otros fueron al fin enviados. Para cuando el barco mercante del correo arribó al puerto de Ostia, en Italia, ya estaba bien entrado el año siguiente, 31 A. D. Al momento de desembarcar, el correo se enteró por boca de otros soldados y oficiales, que Sejano y todos aquellos que se comunicaran con él estaban siendo considerados como sospechosos, y que Sejano iba definitivamente de salida.

—¿Y en verdad iba de salida?

—Oh, sí —dijo Wheeler—. El emperador (Tiberio César) había descubierto que Sejano estaba tratando de minar su autoridad y usurpar el poder, así que ordenó que Sejano fuera ejecutado en octubre del 31 A. D. Comprendiendo lo que se venía encima, y temeroso de entregar a Sejano sus informes confidenciales (corriendo el riesgo de provocar la ira del emperador), el mensajero dejó los partes, incluyendo el del juicio y la Crucifixión de Cristo, con algún oficial menor de las Guardias Pretorianas para que los guardara a salvo… o quizás hasta con algún amigo civil, y luego retornó a Palestina a cumplir con su deber.

—Comienzo a imaginar lo que pudo haber ocurrido —dijo Randall.

—No lo sabemos con certeza —le recordó Wheeler—, pero podemos hacer algunas conjeturas lógicas. La más probable es que quienquiera que haya recibido el informe acerca de Cristo, lo retuvo después de que Sejano fue asesinado. Más tarde, el informe fue descartado y olvidado por anacrónico. Después de la muerte de la persona a quien se había confiado el informe, algún familiar, alguien que secretamente era cristiano, lo habrá encontrado y preservado junto con el documento que escribió Santiago. Otra teoría más simple es que la persona a quien originalmente el mensajero entregó el informe se haya convertido al cristianismo, y que el Pergamino de Petronio y el Evangelio según Santiago hayan sido, naturalmente, sus más preciadas posesiones. De cualquier forma, puesto que los cristianos estaban siendo perseguidos, esos papeles fueron guardados y sellados dentro de la base de una estatua para esconderlos de las autoridades y, con el paso de las décadas y las centurias, la base quedó enterrada bajo el cieno y las ruinas… hasta que el profesor Monti hizo su excavación hace seis años. En la actualidad, nosotros tenemos arrendado el contenido de esos documentos, que aún es secreto pero que muy pronto se hará público, y el descubrimiento se convertirá en propiedad del mundo a través de las páginas del Nuevo Testamento Internacional.

—Fantástico —dijo Randall, acercando su silla a la del editor—. Sin embargo, George, todavía no me ha dejado usted penetrar completamente en el secreto. Lo poco que me reveló durante nuestra primera entrevista fue obviamente suficiente para hacerme dejar todo a un lado y acompañarle en este viaje. Ahora quisiera que me dijera el resto.

Wheeler asintió con un gesto de comprensión.

—Por supuesto que sí, todo se le dirá —levantando el dedo índice, Wheeler continuó—; pero aún no, Steven. En Amsterdam hemos reservado una prueba de galeradas para usted. Una vez que lleguemos, leerá el Evangelio según Santiago y los materiales acotados del Pergamino de Petronio en su totalidad. Yo preferiría no estropearle esa primera lectura, filtrándole trozos y pizcas. Espero que no le moleste.

—Sí me molesta, pero supongo que puedo esperar unos cuantos días. Cuando menos dígame esto.., ¿Qué apariencia tenía Jesús?

—Le aseguro que no fue la que representaron Da Vinci, Tintoretto, Raphael, Vermeer, Veronese o Rembrandt. Tampoco tenía la figura que aparece en esas cruces religiosas que venden en las tiendas y que están colgadas en millones de hogares en todo el mundo. Santiago, Su hermano, lo conoció como hombre, no como martirizado ídolo de
matinée
—Wheeler sonrió—. Paciencia, Steven…

—Lo que continúa obsesionándome —interrumpió Randall— es lo que usted me dijo acerca de que Jesús había sobrevivido a la Crucifixión. ¿Es una conjetura?

—Definitivamente no —dijo Wheeler enfáticamente—. Santiago fue testigo del hecho de que Jesús no murió en la cruz y no ascendió a los cielos (cuando menos no en el año 30 A. D.), sino que siguió viviendo para continuar Su trabajo misionero. Santiago da evidencia concreta como testigo ocular de la huida de Jesús de Palestina…

—¿Adónde fue?

—A Cesárea, Damasco, Antioquía, Chipre y, eventualmente, a la misma Roma.

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