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Authors: Irving Wallace

La Palabra (18 page)

—Eso todavía me parece difícil de creer. Jesús en Roma. Es increíble…

—Steven, usted creerá; no tendrá dudas —dijo Wheeler con convicción— Una vez que vea con sus propios ojos la evidencia autentificada, nunca más volverá a desconfiar.

—¿Y después de Roma? —inquirió Randall—. Él tenía unos cincuenta y cuatro años de edad cuando estuvo en Roma. ¿Adónde fue después de allí? ¿Dónde y cuándo murió?

Abruptamente, Wheeler levantó de la silla su enorme corpulencia.

—Usted conocerá las respuestas en Amsterdam… En Resurrección Dos, en Amsterdam —prometió Wheeler. El editor hizo con la mano un saludo hacia la puerta—. Ahí está la señorita Nicholson. Yo creo que es hora de suspender esto para ir a almorzar. Ya nos están llamando.

Ése había sido el segundo día a bordo; lo que Randall recordaba. Y aquí estaba él, en la cama, en el quinto y último día completo sobre el S. S.
France
.

Steven oyó la voz de Darlene que llegaba desde la sala adjunta.

—Steven, ¿estás levantado? ¡El desayuno está aquí!

Randall se incorporó. Todavía le quedaban por ver tres de los programas diarios del barco.

EVENTS DU JOUR

DOMINGO, JUNIO 9

Ése había sido el tercer día y, por insistencia de George L. Wheeler, un día de descanso. A las 11 A. M., Wheeler, Naomí y Darlene habían concurrido al oficio protestante en el teatro del barco. Randall había evitado asistir a «Su Lección de Francés» en el Salón Riviera. Luego habían tomado juntos un prolongado almuerzo en el Comedor Chambord, el gigantesco restaurante del buque. Por la tarde había habido bridge, degustación de vinos, cócteles en el Cabaret de l'Atlantique y, después de la cena, en el Salón Fontainebleau, el más importante, situado en medio del navío, baile y juegos de carreras de caballos.

EVENTS DU JOUR

LUNES, JUNIO 10

Ése había sido el cuarto día; ayer. Horas de preguntas y respuestas con Wheeler y Naomí Dunn, a manera de doctrina, acerca de cómo las anteriores nuevas Biblias, desde la Versión del Rey Jaime hasta la moderna Versión Común Revisada, habían sido preparadas, para comprender cómo el Nuevo Testamento Internacional había sido y estaba siendo elaborado. El torrente de charla le había dejado fatigado, y había bebido demasiado escocés y vino rojo en la «Cena de Gala del Capitán», esa noche.

EVENTS DU JOUR

MARTES, JUNIO 11

Hoy.

Randall conocería, por vez primera, la organización de Resurrección Dos en Amsterdam, y se le pondría al tanto de los asesores que mañana le serían presentados en el Museo Británico en Londres, de su cuerpo de colaboradores en Amsterdam y de otros asesores a quienes tendría la libertad de llamar a París, Frankfurt, Maguncia y Roma para su labor de relaciones públicas.

—Steven, se te van a enfriar los huevos —era la voz de Darlene nuevamente.

Randall puso a un lado el último programa y saltó de la cama.

—¡Ya vengo, querida! —gritó.

El último día en altamar había comenzado.

A media tarde, los tres habían salido al exterior y continuaban platicando. Darlene, cuando él la había visto hacía un breve rato, estaba en la Cubierta Veranda jugando al ping-pong con un aceitado y lujurioso húngaro. Ahora, Randall estaba estirado sobre la colchoneta de su sillón, con Wheeler montado a horcajadas en otra silla detrás de él y Naomí estremeciéndose bajo un cobertor marrón de lana, en la tercera silla.

Estaban en el Atlántico del Norte, acercándose a Inglaterra y, excepto por una ligera turgencia, el mar estaba tranquilo. Arriba de ellos, algunas oscuras nubes moteadas habían ocultado el sol, y el aire era más fresco. Randall miraba fijamente el horizonte, magnetizado por la huella de blanca espuma que iba dejando el buque. Ociosamente, fijó la vista sobre el asta de la bandera que estaba entre los dos mástiles, y se preguntó por qué faltaba la enseña tricolor; inmediatamente recordó que la bandera era izada sólo cuando el barco estaba en puerto. Luego, ya que Wheeler había resumido su charla orientadora, Randall se concentró en lo que el editor estaba diciendo.

—Así que ahora tiene usted cuando menos una idea de la situación en nuestras oficinas principales en Amsterdam —Wheeler prosiguió—. A estas alturas, el problema que más nos concierne, y el que yo quiero enfatizar, es el de la seguridad. Imagínese nuestras instalaciones de nuevo. Ahí está el «Gran Hotel Krasnapolsky», junto a la plaza más concurrida de Amsterdam, justo sobre el Dam, frente al Palacio Real. Resurrección Dos ocupa y controla dos pisos completos de los cinco que tiene el «Krasnapolsky». Después de que habíamos renovado esos dos pisos y nos habíamos instalado, los cinco editores que dirigimos el proyecto (el doctor Emil Deichhardt, de Alemania, presidente de nuestro consejo; Sir Trevor Young, de Gran Bretaña; Monsieur Charles Fontaine, de Francia; Signore Luigi Gayda, de Italia; y su servidor, George L. Wheeler, de los Estados Unidos) tuvimos que convertir nuestras dos quintas partes del hotel en zonas herméticas contra toda fuga. Después de todo, a pesar de nuestros dos pisos, el «Krasnapolsky» es un hotel público, Steven. Créame, una vez que estuvimos en plena preparación, y luego en producción de nuestro Nuevo Testamento revisado, otorgamos a ese problema de seguridad una extraordinaria cantidad de tiempo. El descubrir cómo tapar los hoyos, apuntalar las debilidades, anticipar todos los peligros concebibles fue una tarea formidable.

—¿Qué tan bien se las arreglaron? —preguntó Randall—. El «Hotel Krasnapolsky», ¿es absolutamente seguro?

Wheeler se encogió de hombros.

—Eso creo. Eso espero.

Naomí se irguió levemente sobre su silla.

—Steven, va usted a descubrir que el señor Wheeler es extremadamente precavido y pesimista acerca de estas cuestiones. Yo puedo decírselo, puesto que he observado el funcionamiento en el «Krasnapolsky». Es un lugar a prueba de curiosos. Esa una absoluta fortaleza de seguridad. El hecho es que nuestras operaciones se han estado realizando en ese hotel durante veinte meses sin que nadie de afuera haya tenido la más remota noción de la magnitud de lo que estaba ocurriendo adentro… Señor Wheeler, debe usted hablarle a Steven acerca de su récord de seguridad…; ni una sola palabra se ha filtrado a la Prensa ni a los medios de radio y televisión; ni siquiera un chisme acerca del clero disidente en este tiempo.

—Eso es verdad —convino Wheeler, rascándose el cuello—. Sin embargo, conforme nos acercamos a estos últimos dos meses cruciales, me preocupo. El secreto se vuelve más importante que nunca. A pesar del hecho de que contamos con la protección de los guardias privados más experimentados que jamás se hayan agrupado (policías y hombres vestidos de civiles, reclutados de entre quienes anteriormente han estado al servicio del FBI, del Scotland Yard, de la Sûreté; este grupo encabezado por un holandés, el inspector Heldering, un ex oficial de la Interpol), yo sigo preocupándome. Quiero decir que han circulado rumores acerca de nosotros, y se ha estado creando una enorme presión desde el exterior, tanto en la Prensa como entre el clero disidente, para tratar de averiguar por todos los medios qué es lo que nos traemos entre manos.

Randall escuchó por segunda vez algo que lo hizo reflexionar.

—El clero disidente —repitió Randall—. Yo pensaría que todo el clero, sin excepción, querría cooperar con ustedes en mantener esto en secreto hasta el último minuto. Los clérigos, como gremio, se beneficiarán tanto como el público cuando salga a la luz su Nuevo Testamento.

Wheeler se asomó al mar y meditó unos instantes.

—¿Ha oído hablar alguna vez del reverendo Maertin de Vroome, pastor de la Westerkerk, la iglesia más importante de Amsterdam?

—He leído acerca de él —Randall recordó su conversación con Tom Carey en Oak City—, y un amigo mío, que es ministro en mi pueblo natal, es un gran admirador de De Vroome.

—Bueno, yo no soy admirador de De Vroome; todo lo contrario. Pero esos jóvenes clérigos turcos que quieren derrocar a la Iglesia ortodoxa, convertirla en una comuna para realizar labores sociales y mandar al diablo a la fe y a Cristo… ellos son los que están apoyando a De Vroome. Él representa el gran poder en la Nederlands Hervormd Kerk (la Iglesia Reformista Holandesa). Y nuestro dómine De Vroome (dómine es su rango) está esparciendo sus tentáculos por todas partes, subvirtiendo y debilitando el protestantismo a través del mundo occidental. Él es nuestra mayor amenaza.

Randall estaba perplejo.

—¿Por qué habría él de ser una amenaza para ustedes… un grupo de editores de Biblias que van a publicar un Nuevo Testamento Reformado?

—¿Por qué? Porque De Vroome es un hereje, un estudioso de la crítica del estilo de la Iglesia, influido por el teólogo alemán Rudolf Bultmann, otro hereje. De Vroome es un escéptico de los sucesos narrados por los evangelistas. Él piensa que el Nuevo Testamento debe ser desmitificado, despojado de los milagros (convertir el agua en vino, alimentar a las multitudes, revivir a Lázaro, la Resurrección, la Ascensión), antes de que tenga significado para el hombre científico de nuestros días. Él piensa que nada puede saberse del Jesús histórico, degrada la existencia de Jesús y hasta sugiere que el Señor pudo haber sido inventado para apuntalar el nuevo mensaje de la cristiandad. Piensa que lo único realmente valioso es el mensaje en sí, en tanto se presente como algo racional y relevante ante el hombre moderno.

—¿Quiere usted decir que lo único en lo que De Vroome cree es en el mensaje de Cristo? —preguntó Randall—. ¿Y qué es lo que a él le gustaría hacer con ese mensaje?

—Bueno, basado en sus propias interpretaciones, De Vroome quiere una Iglesia política, socialista, interesada primordialmente en nuestra vida inmediata sobre la Tierra, excluyendo los conceptos del Cielo, de Cristo como el Mesías y de los misterios de la fe. Y aún hay más. Pronto lo sabrá usted.

Pero puede darse cuenta de cómo un anarquista como De Vroome vería el Evangelio según Santiago, el Pergamino de Petronio; de hecho, todo nuestro Nuevo Testamento Internacional, con su revelación de un Cristo verdadero. De Vroome vería de inmediato que semejante revelación reforzaría la jerarquía y la ortodoxia de la Iglesia, y haría que los clérigos y las congregaciones titubeantes dejaran el radicalismo religioso y volvieran a la solidez de la vieja Iglesia. Y esto podría poner fin a las ambiciones de De Vroome y detener su revolución eclesiástica.

—¿Está De Vroome enterado de Resurrección Dos? —preguntó Randall.

—Tenemos razones para pensar que él sospecha qué es lo que estamos haciendo en el «Hotel Krasnapolsky». Tiene muchos espías; tantos que exceden a nuestros guardias de seguridad. De lo único que estamos seguros es que hasta ahora él desconoce los detalles de nuestro hallazgo. Si los supiera, habría interferido desde hace meses, interceptándonos antes de que pudiéramos presentar ante el público nuestra historia con todas sus pruebas. Pero ahora esto se vuelve más peligroso cada día, porque mientras el Nuevo Testamento se imprime, surgen más y más páginas terminadas que podrían caer en manos de De Vroome antes de la fecha en que haremos pública nuestra obra. Y si esto llegara a suceder, nos podría hacer mucho daño (y tal vez hasta destruirnos) mediante una hábil distorsión o tergiversación de los hechos. Cualquier indiscreción ante la Prensa o ante De Vroome nos aniquilaría. Le digo esto, Steven, porque en el momento en que De Vroome se entere de la existencia de usted, de su puesto con nosotros, le convertirá en su blanco principal.

—De Vroome no me sacará nada —dijo Randall—. Nadie podrá hacerlo.

—Yo sólo quería prevenirle. Tendrá que estar en guardia cada minuto de cada día —Wheeler se quedó absorto en sus pensamientos—. Déjeme ver si es que he omitido algo que usted debiera saber acerca de Resurrección Dos…

Tal como resultaron las cosas, hubo una hora más de informaciones que Wheeler había omitido.

El editor prosiguió hablando acerca del cerrado círculo que integraban las personalidades más directamente responsables del Nuevo Testamento Internacional. Estaba el profesor Augusto Monti, el arqueólogo italiano que había hecho el sensacional descubrimiento. El profesor Monti, relacionado con la Universidad de Roma, vivía con Ángela, su hija más joven, en una villa en algún lugar de la Ciudad Eterna. Estaba también el profesor francés, Henri Aubert; un profundo e incomparable científico que había autentificado los fragmentos del pergamino y el papiro en el Departamento de Computación Carbono 14, del Centre National des Recherches Scientifiques, en París. Tanto él como su refinada esposa constituían una encantadora compañía.

Después, continuó Wheeler, estaba Herr Karl Hennig, el célebre impresor alemán que tenía sus prensas en Maguncia y sus oficinas comerciales en Frankfurt. Hennig era soltero y, como profundo conocedor del inventor de la imprenta, era benefactor del Museo Gutenberg, ubicado muy cerca de sus talleres de impresión. Finalmente, estaban el anciano doctor Bernard Jeffries, teólogo, crítico textual y experto en arameo, quien encabezaba la Honour School of Theology, en Oxford, y su joven ayudante y protegido, el doctor Florian Knight, quien había estado realizando investigaciones para el doctor Jeffries en el Museo Británico. Este último había dirigido el grupo internacional de traductores que había trabajado sobre el Evangelio según Santiago.

Dificultosamente, Wheeler se levantó de su sillón.

—Estoy exhausto. Creo que dormiré unas cuantas horas antes de que nos reunamos para cenar. Será la última cena a bordo, así que no me vestiré de etiqueta. Escuche, Steven, los doctores Jeffries y Knight son los primeros miembros de nuestro equipo que usted conocerá en Londres mañana. Creo que Naomí puede darle la información pertinente acerca de ellos —Wheeler dio un medio giro—. Naomí, en vuestras manos encomiendo a nuestro eminente publicista. Continúe usted.

Randall observó al editor mientras se marchaba, y luego sus ojos se enfrentaron a los de Naomí a través del vacío sillón con su colchoneta roja.

Repentinamente, Naomí se quitó de encima el cobertor y se incorporó.

—Un minuto más que permanezcamos aquí y me helaré —dijo ella—. Si usted necesita un trago cuando menos la mitad de lo que lo necesito yo, haría bien en ofrecérmelo.

Randall se puso en pie.

—Con mucho gusto. ¿Adónde vamos? ¿Preferiría usted el Salón Riviera?

Naomí sacudió la cabeza.

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