LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (46 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

Intentando no pensar en el tema de Karuth y Strann y en sus propios y confusos sentimientos, abrió la puerta del estudio y entró.

—Sumo Iniciado. —Los extraños ojos de Ailind tenían un aspecto duro y dorado a la luz de las velas que bañaba la habitación. El señor del Orden estaba sentado en la silla de Tirand. Sonrió, y la sonrisa tenía un toque gélido—. Entra, Sumo Iniciado, y siéntate. Deseo hablar contigo.

—¡Ygorla! ¡Ygorla, despierta!

Calvi sacudió a Ygorla por los hombros con todas sus fuerzas, sin delicadeza ni ceremonias. Ella se despertó bruscamente con un grito de rabia, y, cuando abrió los ojos, Calvi vio el resplandor de furioso poder que surgió en ella instintivamente y retrocedió alarmado. Pero entonces su mirada se centró, lo reconoció y el impulso desapareció.

—¡Calvi! ¿Qué significa esto? ¿Qué hora es?

Él le cogió las manos; sus ojos estaban desorbitados y llenos de excitación.

—¡Ygorla, escucha! He estado paseando por el Castillo. ¡He hecho un descubrimiento! Hay una conspiración contra ti… ¡y tu preciosa rata mascota es un traidor!

Ygorla se quedó paralizada. No dijo nada, pero un aura oscura comenzó a brillar ominosamente a su alrededor. Con rapidez, tragándose las palabras, Calvi le contó todo lo que había pasado, desde el descubrimiento inicial de que Strann había abandonado su puesto a la apremiante conversación que había escuchado en la biblioteca.

—¡Strann siempre ha estado conspirando con esa furcia de Karuth Piadar y con su señor y amo! —dijo sin aliento—. ¡Y ahora Tirand también se ha implicado, y los tres piensan recabar la ayuda de Tarod para impedir que controles la Puerta del Caos!

Los ojos de Ygorla lanzaron destellos como duras gemas, y su rostro se torció y se volvió feo y peligroso.

—¿Quién más? —preguntó con voz ronca—. ¿Quién más participa con ellos en esta traición?

—No lo sé —contestó Calvi—. No se dijeron más nombres. Tal vez no haya nadie más implicado. ¡Pero escucha, Ygorla! La carta que Strann leyó ¿qué significa?, ¿de qué hablaba? Sé que planeas algo, pero no me has dicho de qué se trata, ¡y no lo entiendo! ¿Por qué es tan importante la Puerta del Caos?

Ella tardó algunos instantes en responder. Ahora su expresión era decidida; sus ojos estaban entrecerrados, y Calvi creyó que no había entendido la pregunta. Pero entonces ella lo miró.

—La Puerta del Caos —siseó— ¡es la llave definitiva y la más poderosa! —Saltó de pronto de la cama, cogió su capa de pieles, se la echó por encima y comenzó a pasear por la habitación, con movimientos tensos y potencialmente explosivos, como los de un gato acorralado—. Es la llave para el dominio del Caos; es la llave para el dominio del Orden. Una vez que controle la Puerta, ¡lo controlaré todo! ¡Pero todavía no la controlo!

Entonces, con breves y concisas palabras, le contó a Calvi lo que había estado haciendo durante los dos últimos días; los elementales que había enviado a espiar al reino del Orden, y el descubrimiento de que las almas de los señores del Orden se guardaban todavía menos que la gema del Caos. Le explicó que, a través de la Puerta, podía entrar en la fortaleza de Aeoris y apoderarse del tesoro que le daría el poder para aplastar al Orden. Y por último le habló de la única cosa que se le había escapado: el poder de doblegar la Puerta ante su voluntad y abrirla.

—Si consiguiera romper esa barrera, tan sólo un momento —dijo furiosa, al tiempo que hacía un gesto violento con un brazo—, entonces la controlaría ¡y nada se interpondría en mi camino! ¡Pero cada vez me veo frustrada!

Calvi, todavía arrodillado en la cama, la miró.

—Por los Siete Infiernos, Ygorla, ¿por qué no me lo dijiste?

Ella se volvió, con ojos iracundos.

—¿Decírtelo? ¿Y de qué habría servido? ¿Qué habrías podido hacer?

—¡Podría haberte dicho dónde encontrar la llave que te falta!

Hubo un largo silencio. Luego, en un tono de voz grave y amenazador, Ygorla dijo:

—¿Qué?

Él saltó de la cama y se le acercó.

—Karuth Piadar sabe los secretos de la Puerta. Llevó a cabo el ritual que la abrió y permitió a los señores del Caos entrar en este mundo.

La agitada respiración de Ygorla se escuchó desapacible en la silenciosa habitación.

—¿Estás seguro?

Los labios de Calvi se torcieron ante el amargo recuerdo.

—¡Estaba allí cuando lo hizo! Estuve a su lado, tan cerca como ahora lo estoy de ti. Me obligó a presenciar la ceremonia.

A Ygorla nunca le habían interesado especialmente los acontecimientos de la vida de Calvi antes de que su influencia lo cambiara. Para ella su pasado carecía de importancia. Pero si hubiera sabido esto, si lo hubiera sabido…

Lentamente, una nueva y fría luz comenzó a brillar en su mente. El primer atisbo de una sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca, y era una sonrisa de enorme diversión y completa crueldad. Oh, sí; era perfecto. Casi podía creer que el destino lo había previsto así y no de otra manera…

—Calvi —de pronto su voz se transformó en pura dulzura—, ¿has dicho que Strann y Karuth se quedaron cuando el Sumo Iniciado salió de la biblioteca?

—Sí —contestó Calvi con aire cínico—. Les ofreció… ¿cómo lo dijo?…, les ofreció un rato juntos.

—Muy noble por su parte. Entonces es probable que sigan allí. Creo que les haremos una visita, querido —anunció sonriente—. Una pequeña sorpresa para que su felicidad sea completa.

Calvi comprendió. Le devolvió la sonrisa, mostrando los dientes. Entonces, suavemente y con un tono desagradable, se echó a reír.

Desde su sillón en la gran sala de perfectas proporciones en el corazón de su reino, Aeoris, supremo señor del Orden, contemplaba la naturaleza de los hilos.

Había muchos hilos distintos en los acontecimientos que actualmente tenían lugar en el mundo mortal, y el dibujo que habían ido formando estaba casi acabado. La paciencia, el cuidado y la tenacidad habían rendido fruto como Aeoris esperaba, y ahora las distintas hebras de lo fortuito, la coincidencia y la cuidadosa manipulación estaban a punto de converger al fin. De las muchas hebras surgiría un trenzado, íntegro y completo. Semejante simetría complacía a la mente fría y meticulosa de Aeoris, y en su severa boca apareció una sonrisa cuando alzó la cabeza para contemplar los pequeños plintos elevados que se alzaban al lado de cada uno de los siete tronos y los artefactos que sobre ellos reposaban.

Aeoris había puesto especial cuidado en que aquellos nuevos añadidos no mancillaran la pura y exacta perspectiva de aquel lugar santo. Aunque su función fuera de corta vida, las consideraciones estéticas eran, como siempre, esenciales, y estaba satisfecho con el resultado de su trabajo. Sólo haría falta un breve instante. Y el instante casi había llegado.

Los ojos dorados, sin pupilas, contemplaron las facetas de las joyas sobre los plintos, y las joyas captaron la luz de aquellos ojos y la reflejaron en deslumbrantes arcos iris. Aeoris sonrió de nuevo, y su imagen desapareció de la estancia.

Aunque creía que no tendría ojos ni mente para nada que no fuera Karuth, el Salón de Mármol redujo a Strann a un asombrado y aturdido silencio. Sólo los adeptos de mayor rango del Círculo podían entrar en el Salón sin el consentimiento expreso del Sumo Iniciado, y la tremenda escala de la gran cámara, con sus paredes y techo invisibles en la distancia, desafiando toda lógica espacial, lo dejó sin aliento. Karuth, que le cogía la mano con fuerza, lo condujo entre el bosque de columnas hasta que se encontraron ante los siete grandes colosos, las imágenes de los dioses del Caos y del Orden, que se alzaban fantasmales y en la penumbra, en medio de las neblinas de color pastel.

—Yandr… —Strann reprimió apresuradamente la exclamación antes de pronunciarla del todo. Le faltaban las palabras, y la terrible sensación de su propia insignificancia subió reptando desde algún lugar muy profundo dentro de él y lo atenazó con garras aceradas.

Karuth sonrió, comprensiva, al recordar su propia reacción ante las estatuas la primera vez que las había visto, hacía casi treinta años. Se detuvieron a los pies del séptimo y último coloso, y Strann tembló al alzar la vista y ver las dos caras esculpidas en lo alto. Ambas le resultaban de una familiaridad desconcertante, y, en un tono de voz que no era más que un susurro, dijo:

—Ver esto… y luego pensar cuántas veces he estado cara a cara con los dioses que representan…

Ella le apretó aún más la mano.

—Lo sé. A veces resulta difícil acomodarse a esto. —Entonces el esfuerzo de aparentar normalidad resultó demasiado para ella; se giró y lo miró a la cara—. Oh, Strann…, ¡te he echado tanto de menos! ¡Y he temido tanto por ti!

Él la abrazó fuertemente, y sus cabellos se enredaron mientras se besaban.

—Tenemos sólo unos minutos, amor. No me atrevo a quedarme más, no vaya a ser que Ygorla descubra que me he ido.

Karuth asintió, luchando por recobrar la compostura.

—Pronto, espero… y ruego, esto habrá terminado. Cuando suceda, yo… —Tragó saliva—. Habrá tanto de qué hablar…

—Y tanto tiempo perdido que recuperar —repuso él, sonriendo—. Sé que no ha pasado tanto tiempo desde que nos separamos, pero me parece toda una vida. —De pronto sus garzos ojos se pusieron muy serios—. Te quiero, Karuth. Nunca lo has dudado, ¿verdad? No importa lo que me haya visto obligado a aparentar, ¿nunca has dudado?

—No —dijo ella, sin saber si reír o llorar—. Nunca, Strann, nunca.

Y a sus espaldas, procedente de la puerta de plata, se oyó una voz fría y burlona.

—¿Así que bajo esa triste apariencia hay un corazón, querida? ¡Qué sentimental!

Pegaron un respingo como si los hubieran golpeado físicamente, y los dedos de Karuth se clavaron involuntaria y dolorosamente en los brazos de Strann.

Ygorla había entrado en el Salón con Calvi en completo silencio y, como había esperado, los había cogido totalmente por sorpresa. Estaba a menos de diez pasos, una figura pequeña, oscura y mortífera en la neblina cambiante, y sonreía. Strann ya había visto antes esa sonrisa, y apartó rápidamente la mirada.

—¿Qué ocurre rata? ¿Es que no te alegras de verme? —Ygorla se adelantó un paso. Detrás de ella, Calvi había adoptado una postura despreocupada, y sus ojos mostraban una arrogante autosatisfacción—. ¿O es que mi inesperada llegada ha echado a perder vuestro pequeño y agradable encuentro?

Strann supo en su interior que la causa estaba perdida, pero instintivamente hizo un esfuerzo desesperado para salvar la situación.

—¡Dulce majestad! —Apartó rápidamente a Karuth, e hizo ante la usurpadora su acostumbrada reverencia—. Vuestra presencia es…

—¡Silencio! —Las palabras restallaron con aspereza y levantaron ecos en el Salón. Un aura ominosa comenzó a brillar alrededor de la silueta de Ygorla y su tono de voz se hizo letal—. No te atrevas a hablar, traidor. No te atrevas a hablar, ni a mover un solo músculo, y ni siquiera a pensar en mirar a la criatura que tienes al lado. Porque, si lo haces, entonces, antes de que puedas volver a aspirar aire, te habré convertido en un montón de cenizas.

Karuth gritó irritada:

—¿Cómo te atreves…?

—¡Y tú! —Ygorla hizo un gesto despreocupado con una mano, y Karuth se vio arrojada contra los pies de la estatua. La usurpadora la contempló con ojos duros, casi enloquecidos—. Ya te utilizaré cuando llegué el momento. Hasta entonces, mantén la lengua callada si quieres que el cuerpo de tu amante siga intacto.

Karuth se quedó pegada a la fría piedra. Miró a Ygorla pero no dijo nada más.

Con indolente gracia que daba a entender que disfrutaba de aquel momento, Ygorla se encaró con Strann una vez más. Strann se había cubierto el rostro con las manos y permanecía tieso, mientras maldecía lo que consideraba una descuidada e imprudente estupidez suya. Había llevado a Karuth a aquel peligro. Se había embarcado en un juego demasiado arriesgado; y, a menos que en los próximos minutos ocurriera un milagro, había firmado la sentencia de muerte de ambos.

—Así que, rata —con su aterrador comportamiento caprichoso, Ygorla había pasado de la furia a la dulzura empalagosa—, tus patitas siempre han estado marchando al son de otro dueño, mientras aparentabas ser un roedorcillo obediente. Me has defraudado. Estoy muy disgustada, rata. Y creo que tendré que castigarte de la forma más severa.

Con tal rapidez que cogió desprevenido incluso a Calvi, Ygorla alzó un brazo y lo bajó bruscamente. Se escuchó un sonido como de relámpago centelleando entre nubes, y una cuerda al rojo blanco surgió de sus dedos en dirección al cuerpo desprevenido de Strann. Éste aulló cuando la cuerda se enrolló alrededor de su cuello y se apretó en un ardiente nudo, y Karuth, incapaz de contenerse, se puso en pie de un salto.

—¡No! ¡Serpiente maligna y asesina…!

—¡Atrás!

La cuerda ardiente se soltó de la garganta de Strann y cortó el aire a unos centímetros del rostro de Karuth, haciéndola retroceder tambaleándose. Cuando cayó sobre el suelo de mosaico, la cuerda desapareció; Ygorla se rió con voz aguda.

—¡Vamos, valiente Karuth! ¡Levántate y acércate a tu querido maniquí! Corre a su lado y abrázalo… ¡si es que puedes!

Karuth se puso en pie, impulsada por el pánico y la furia. Avanzó dando tumbos hacia Strann con los brazos extendidos…

Y un muro de llamas negras surgió a su alrededor, atrapándolo en un círculo cerrado y llameante.

—¡Vamos, Karuth! —la animó Ygorla con maligno júbilo—. ¡Tócalo! Seguro que una adepto de alto rango como tú no le tendrá miedo a mi pequeño fuego.

Karuth, con los pulmones a punto de estallar, los dientes apretados y el corazón lleno de odio, estiró los brazos en dirección a las llamas. Pero no pudo tocarlas. No ardían con calor sino con frío; un frío terrible e imposible que, si la hubiera tocado, la habría petrificado, convirtiéndola en un instante en frágil polvo que se desharía.

—Strann… —dijo con voz ronca—, no te muevas. ¡Y no se te ocurra tocar ese fuego!

—Ah, por fin un atisbo de sabiduría —comentó Ygorla, juntando las manos en un gesto teatral—. Creo que ha llegado el momento de que cerremos un pequeño trato.

Karuth la miró horrorizada.

—¿Un trato? ¡Antes haría un trato con un Warp que contigo!

—Pues yo creo que lo harás. —La usurpadora sonrió dulcemente—. Eso si amas a ese maniquí tanto como tu comportamiento parece dar a entender. ¿Sabes?, él será la mercancía sobre la que tú y yo discutiremos.

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