La reina de las espadas (10 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Soplaba una ligera brisa algo más rápida y no tardaron en perder de vista las colinas, quedando rodeados por el Valle de Sangre.

Rhalina durmió un largo rato y los demás, por turno, también, pues no había otra cosa que hacer. Cuando Rhalina despertó por tercera vez y comprobó que seguía viendo el Valle de Sangre, dijo:

—Tanta sangre derramada. Tanta...

El barco navegaba por el río lechoso mientras el rey Noreg-Dan les contaba algunas de las cosas que la llegada de Xiombarg había acarreado a aquella región.

—Todas las criaturas que no fueron leales al Caos fueron destruidas, y si no era así, les hacían alguna jugarreta, como a mí. Los Señores de las Espadas son famosos por sus trampas. Desataron todos los impulsos degenerados y viciosos de los mortales, y, así llegó el horror a este mundo. Mi mujer y mis hijos fueron... —Se calló—. Todos sufrimos, pero de eso hace un año o un siglo, no lo sé, pues una de las cosas que hizo Xiombarg fue detener el sol para que no supiéramos cuánto tiempo transcurría...

—Si el Reino de Xiombarg empezó al mismo tiempo que el de Arioch, hace ya más de un siglo, rey Noreg-Dan —dijo Córum.

—Parece que en efecto Xiombarg hubiera abolido el tiempo en estas planicies —dijo Jhary—. De un modo relativo, claro. Lo ocurrido aquí aconteció en el mismo momento en que la gente estuvo de acuerdo con ello...

—Así es —contestó Córum—. Pero, decidnos, rey Noreg-Dan, ¿qué habéis oído contar de la Ciudad en la Pirámide?

—Originalmente, pienso que no estaba en este Plano, sino que existía en uno de los planos que ahora forman el reino de Xiombarg. Intentando huir del Caos, se trasladó de un Plano a otro, hasta que tuvo que detenerse para contener los ataques de Xiombarg. He oído que con esos ataques ha perdido mucha energía. Quizá por esa razón, yo, y otros como yo, tenemos derecho a la existencia. No lo sé.

—¿Hay otros?

—Sí. Hay más vagabundos. Por lo menos los había. Quizá Xiombarg ya haya dado con ellos.

—O quizá hayan encontrado la Ciudad en la Pirámide.

—Quizá.

—Xiombarg está concentrándose para observar los acontecimientos de los próximos Planos —dijo Jhary—. Quiere ver el resultado de la batalla entre los servidores del Caos y los de la Ley.

—Tanto mejor para vos, Príncipe Córum —dijo Noreg-Dan—. Si supiera que el hombre que mató a su hermano está en un lugar donde ella puede destruirle...

—No hablemos de eso —dijo Córum.

El Río Blanco seguía interminablemente, y empezaron a pensar que quizá ni el río ni el Valle de Sangre tuvieran fin en aquella tierra sin Tiempo.

—¿Tiene algún otro nombre la Ciudad en la Pirámide? —preguntó Jhary.

—¿Crees que sea tu Tanelórn? —dijo Rhalina.

Jhary sonrió y sacudió la cabeza.

—No. Conozco Tanelórn y esa descripción no encaja con ella.

—Hay quien dice que está construida en una enorme pirámide sin características especiales —les dijo Noreg-Dan—. Otros, que simplemente tiene la forma de una pirámide. Me temo que existen muchos mitos sobre esa ciudad.

—No creo haber visto ninguna ciudad parecida a lo largo de mis viajes —dijo Jhary.

—A mí me recuerda a una de esas inmensas ciudades celestes como la que cayó en el valle de Broggfythus durante la última batalla entre los Vadhagh y los Nhadragh. Existen en nuestras leyendas y, al menos una, realmente, pues sus restos estaban cerca del castillo de Erórn, donde nací. Tanto los Vadhagh como los Nhadragh poseían esas ciudades para poder trasladarse de un Plano a otro. Pero cuando concluyó esa fase de nuestra historia y empezamos a vivir tranquilamente en nuestros castillos...

Se detuvo para eludir el tema, que sólo le traía amargura.

—Puede que sea una ciudad igual a las que os digo —dijo en voz baja.

—Me parece que debemos desembarcar —dijo Jhary alegremente.

—¿Por qué? —preguntó Córum, de espaldas a la proa.

—Porque el Río Blanco y el Valle de Sangre parece que han terminado.

Córum miró e instintivamente se puso en guardia: se dirigían hacia un acantilado. El valle terminaba como si lo hubieran partido con un gigantesco cuchillo y el líquido del Río Blanco se precipitaba por el abismo.

Tercer capítulo

Las bestias del abismo

El Río Blanco espumeaba y caía estruendosamente. Córum y Jhary sacaron los remos para guiar el barco hasta la orilla.

—¡Prepárate para saltar, Rhalina! —gritó Córum.

De pie, apoyado contra el mástil, Noreg-Dan equilibraba la barca. La corriente era fortísima y el barco, con el flujo de la marea, se desviaba de su objetivo. Córum empezó con un remo y estuvo a punto de caer al agua. El sonido del torrente ahogaba sus voces. El abismo se acercaba y les faltaba ya muy poco para que se precipitaran por el acantilado. Córum lo veía a través de la neblina; debían estar a una milla de distancia.

El barco rozó la orilla y Córum gritó:

—¡Rhalina, salta!

Y la dama saltó, seguida de Noreg-Dan, braceando. Aterrizó sobre el sangriento polvo, desplomándose. Luego saltó Jhary. Pero el barco volvía de nuevo al centro de la corriente y fue a caer en aguas bajas, esforzándose por llegar a la orilla, gritándole a Córum que saltara.

Córum se acordó de la advertencia de Noreg-Dan sobre las características del líquido blanco, pero no le quedaba más remedio que lanzarse al agua; con la boca bien cerrada, anclado al fondo del río por el peso de la armadura, anduvo por él hasta la orilla.

Con la carga de su armadura, luchó contra la corriente y sus pies tardaron muy poco tiempo en llegar a la ribera. Subió a tierra, temblando, con gotas blanquecinas chorreando de su cuerpo.

Jadeando sobre la orilla vio cómo el barco llegaba al borde del abismo y desaparecía.

Siguieron tambaleantes por la orilla de la garganta, entre el ocre polvo que les llegaba hasta los tobillos, y, tan pronto como disminuyó el rugido del torrente, hicieron una pausa para estudiar su situación.

El abismo parecía interminable. Alcanzaba ambos horizontes y era evidente que no había sido creado por la naturaleza, pues sus bordes eran rectos y sus laderas rugosas. Era como si se hubiera previsto que corriera un enorme canal entre los dos acantilados. Un canal de una milla de ancho y una milla de alto. Desde la orilla, contemplaron el abismo. Por un momento Córum se sintió dominado por el vértigo y retrocedió. Las paredes del acantilado eran del mismo marrón obsidiana que tenían los montes que cruzaran anteriormente, pero totalmente lisos. Abajo, mucho más abajo, se movía algo parecido a un vapor amarillento, falseando el fondo, si es que tenía fin aquella caída. Los cuatro personajes se sentían como enanos ante la inmensidad de aquel escenario. Miraron hacia atrás, hacia el Valle de Sangre, interminable y sin puntos de referencia. Intentaron ver algún detalle del acantilado de enfrente, pero estaba demasiado lejos. Una turbia neblina cubría el sol de mediodía. Las figurillas siguieron avanzando por el borde, lejos del Río Blanco.

Córum se dirigió a Noreg-Dan:

—¿Habíais oído hablar antes de este sitio, rey Noreg-Dan?

El antiguo monarca sacudió la cabeza.

—Nunca supe realmente lo que había al otro lado del Valle de Sangre, pero no me esperaba esto. Quizá sea nuevo...

Jhary acarició a su gato entre las orejas.

—Es la clase de cosas que haría la Reina del Caos, aunque sospecho que prepararía algo peor para el asesino de su hermano.

—Puede que no sea más que el principio —dijo Rhalina —y que sea sólo un paso hacia su verdadera venganza...

—No creo —insistió Jhary—. He luchado contra el Caos de muchas maneras y en muchos lugares y sé que son impetuosos. Si supiera quien es Córum, ya habría considerado su postura. No, sigue concentrándose en los sucesos de nuestros Planos. Eso no quiere decir que no estemos en peligro —agregó con una pequeña sonrisa.

—En peligro de morir de hambre —dijo Córum—. Aunque no sea más que eso. Este sitio es bastante estéril. Y no hay caminos ni hacia abajo, ni hacia adelante, ni hacia atrás...

—Debemos seguir caminando hasta que encontremos un camino que nos lleve o hacia adelante o hacia abajo —le dijo Rhalina—. ¿Terminará en alguna parte este abismo?

—Quizá —dijo Noreg-Dan frotándose la delgada cara—. Pero os recuerdo que esta región está por completo en poder del Caos. Por lo que me habéis contado del Reino de Arioch, entiendo que nunca gozó del poder que tiene Xiombarg. Fue el menor de los Señores de las Espadas. Pero dicen que el Rey de las Espadas, Mabelode, es todavía más poderoso que ella, que ha transformado su reino en una sustancia constantemente en mutación, que cambia de forma en menos tiempo del que necesita para pensarlo...

—Rezaré por no tener que visitar a Mabelode —murmuró Jhary—. Esta situación me espanta ya bastante. Conozco el Caos total y no me gustó mucho.

Siguieron caminando por el borde del inalterable abismo.

Pese al aturdimiento, al cansancio y la monotonía, Córum se percató de que el cielo estaba oscureciéndose. Miró hacia arriba. ¿Se movía el sol?

Pero el sol parecía guardar la misma posición. Una nube negra había aparecido repentinamente y fluía a través del cielo, hacia el otro lado del abismo. No podía distinguir si era una manifestación de hechicería o si se trataba de un fenómeno natural. Se detuvo. Hacía más frío. Los demás, poco a poco, también advirtieron las nubes.

A Noreg-Dan le bailaban los ojos. Se echó el abrigo de cuero sobre los hombros y se lamió los barbudos labios. De repente, el gato de Jhary dio un brinco y empezó a revolotear por la garganta, casi fuera de su vista. También Jhary parecía perturbado, pues el gato no actuaba como de costumbre. Rhalina se acercó a Córum y le agarró del brazo. El Príncipe la abrazó por los hombros mientras miraba el cielo, observando las flámulas nubosas que se arrojaban de la nada a la nada.

—¿Visteis alguna vez algo parecido, rey Noreg-Dan? —gritó Córum a través de las tinieblas—. ¿Tiene algún significado?

Noreg-Dan negó con la cabeza.

—Nunca he visto nada parecido. Pero sí tiene un significado: es un presagio, me temo que de algún peligro del Caos. He presenciado visiones parecidas.

—Mejor que nos preparemos para lo que pueda ocurrir. —Córum desenvainó la espada Vadhagh y se echó el manto hacia atrás para descubrir su plateada armadura. Los demás también desenvainaron y se dispusieron a esperar, al borde de la gigantesca sima, la próxima amenaza.

Bigotes, el gato, volvía. Maullaba agudamente, como si les apremiase. Había visto algo en el abismo. Se adelantaron y se asomaron por el borde.

Una sombra rojiza se movía entre la amarillenta neblina. Poco a poco empezó a emerger y, según subía, pudieron lentamente definir su forma.

Volaba con la ayuda de unas alas encarnadas que se hinchaban, sonriendo con malicia, como un tiburón. Parecía un ser acuático y la manera de volar lo confirmaba: sus lentas alas fluctuaban como si estuvieran sumergidas en un líquido. Su boca exhibía una hilera tras otra de colmillos, y su cuerpo era tan enorme como el de un toro grande; las alas tendrían unos treinta pies de envergadura.

Emergió del abismo, abriendo y cerrando la boca, saboreando de antemano su banquete. Sus ojos dorados ardían de hambre y rabia.

—Es el Ghanh —dijo Noreg-Dan desesperado—. Fue el Ghanh quien dirigió al Caos contra mi tierra. Es una de las criaturas favoritas de la Reina Xiombarg. Nos devoraría antes de que nuestras espadas lograsen darle ni un solo tajo.

—En este Plano, ¿se llama Ghanh? —dijo Jhary interesado—. Lo he visto antes, si mal no recuerdo, y lo he visto destruido.

—¿Cómo fue destruido? —preguntó Córum mientras

el Ghanh se acercaba.

—De eso no me acuerdo.

—Si nos dispersamos, tendremos más oportunidades —dijo Córum alejándose del acantilado—. ¡Aprisa!

—Si me permites una sugerencia, amigo Córum —dijo Jhary, mientras retrocedía—, creo que tus amigos del otro mundo podrían sernos útiles en esta situación.

—Nuestros aliados son ahora esos pájaros negros contra los que luchamos en las montañas. Podrían derrotar al Ghanh...

—No me parece inadecuado probarlo.

Córum tiró del parche y se asomó al otro mundo.

Allí estaban. Una línea de pajarracos aberrantes, cada uno de ellos con la señal de una lanza Vadhagh sobre el pecho. Vieron a Córum y le reconocieron. Uno de ellos abrió el pico y chilló de un modo tan desesperado que Córum casi se apiadó de él.

—¿Podéis oírme? —preguntó.

Escuchó la voz de Rhalina.

—¡Está casi encima nuestro, Córum!

—Te oímos, amo. ¿Tienes nuestra recompensa? —preguntó uno de los pájaros.

Córum se estremeció.

—Sí, si lográis alcanzarlo.

La Mano de Kwll se extendió hasta la tenebrosa caverna y les hizo señales a los pájaros. Los animales echaron a volar con un siniestro crujido.

Volaron al mundo de Córum y sus compañeros, que esperaban al Ghanh.

—Allí —dijo Córum—. Aquélla es vuestra recompensa.

Los pájaros lanzaron sus cuerpos heridos, vivos en la muerte, hacia el cielo y empezaron a rondar alrededor del Ghanh, mientras éste se acercaba a la orilla de la garganta, abriendo la boca y berreando de manera estridente al ver a los cuatro mortales.

—¡Corred! —gritó Córum.

Echaron a correr, con el Ghanh a sus espaldas, que estaba decidiendo cuál sería el primer humano que devoraría.

Córum se atragantó cuando sintió la caricia del hálito del monstruo y olió la fetidez de su aliento. Echó una mirada hacia atrás. Recordó lo cobardes que habían demostrado ser los pájaros anteriormente, tanto que no se decidieron a atacarle. ¿Tendrían valor para atacar al Ghanh y librarse de aquel modo del Limbo?

Los pajarracos se habían lanzado hacia abajo a una velocidad increíble. El Ghanh no se había dado cuenta y gritó de sorpresa cuando, le atravesaron la cabeza con los picos. Dio una dentellada y agarró dos de los cuerpos en la boca. Pese a estar medio triturados por el monstruo, seguían lanzando picotazos, pues a los muertos no se les puede volver a quitar la vida.

El Ghanh aleteó cerca del suelo y una nube de polvo se elevó a su alrededor. Córum y los demás veían el combate a través de una cortina de niebla. El Ghanh saltaba, se retorcía, gruñía y chillaba, pero los picos atravesaban su cráneo de manera implacable. El Ghanh se encabritó y cayó de espaldas. Retorcía las alas y se envolvía con ellas para protegerse la cabeza, tambaleándose de un lado para otro. Los pájaros aletearon y volvieron a bajar, intentando posarse sobre el gusano, mientras éste se retorcía expulsando una sangre verdosa que se mezclaba con el polvo ocre de la tierra.

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