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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La reina de las espadas (8 page)

Córum se estremeció. Rhalina se acercó a él.

De pronto, se dejó oír la voz de Onald:

—Si permanecéis aquí, no disminuirá mi estima hacia vosotros...

—Debemos ir —replicó Córum, casi en un sueño—. Debemos hacerlo.

Con una insinuación de provocativa viveza, Jhary fue el primero en dar el paso definitivo y quedarse allí observando los desagradables pájaros, acariciando al gato.

—¿Cómo volveremos? —preguntó Córum.

—Si tenéis éxito, encontraréis algún modo de volver —dijo Arkyn. Su voz se alejaba—. Daos prisa, me cuesta mucho trabajo mantener abiertas las puertas.

Tomando a Rhalina de la mano, Córum dio un paso mirando hacia atrás.

La trémula y cruciforme forma se iba desvaneciendo. Vieron el preocupado rostro de Onald durante un instante y luego desapareció.

—De modo que éste es el Reino de Xiombarg —dijo Jhary olfateando el aire—. Tiene un aspecto siniestro.

Estaban rodeados de negras montañas y el cielo era sombrío. Los horribles pájaros desaparecieron gritando entre las montañas. Más allá, un fétido mar cubría una costa rocosa.

Libro segundo

En el que el Príncipe Córum y sus compañeros se ganan la eterna enemistad del Caos y experimentan un nuevo tipo de extraña brujería.

Primer capítulo

El Lago de las voces

—¿Por dónde? — Jhary miró a su alrededor—. ¿Por el mar, por las montañas? Ninguno de los caminos parece muy atractivo...

Córum suspiró profundamente. El mórbido paisaje le había deprimido. Rhalina le tocó el brazo, mirándole con los ojos llenos de ternura. Aunque miraba a Córum, habló con Jhary, que se ajustaba la mochila al hombro:

—Me parece que lo más acertado sería viajar hacia el interior, puesto que no tenemos barco.

—Ni caballos —recordó Jhary—. Será una caminata muy larga. Además, ¿quién nos dice que podremos cruzar esas montañas cuando lleguemos a ellas?

Córum sonrió triste y brevemente a Rhalina, reconfortado. Cuadró los hombros.

—Si tenemos que penetrar en este reino, debemos decidir por dónde hacerlo—, con la mano apoyada en el pomo de la espada, miraba hacia las montañas.

—Conocí algo del poder del Caos cuando me dirigía hacia la corte de Arioch, y tengo la impresión de que el mismo poder domina este mundo. Iremos hacia las montañas. Puede que encontremos a alguien que nos indique dónde se encuentra la Ciudad en la Pirámide que mencionó Arkyn.

Y emprendieron el desagradable camino sobre las piedras jaspeadas.

Un poco más tarde, se hizo, evidente que el sol no se había movido a través del cielo. El silencio, interrumpido tan sólo por el chillido de los negros pájaros, crecía. Parecía una tierra creada para irradiar desesperación. Jhary, sólo por unos momentos, había intentado silbar alguna alegre tonadilla, pero la tierra desolada acabó por tragarse la melodía.

—Imaginaba el Caos como un aullido, como creatividad desatinada —dijo Córum—. Esto es peor.

—Así son los lugares cuando al Caos se le agota la imaginación —opinó Jhary—. Últimamente, el Caos cauteriza profundamente todo aquello que tiene algo que ver con la Ley. Busca y halla cada vez más sensaciones y maravillas vacías, hasta que no queda nada, ni el sentido de la invención.

Caminaron hasta que les venció la fatiga y se desplomaron sobre las áridas rocas para dormir. Cuando despertaron, fue para notar un cambio...

Los pájaros negros se habían acercado. Revoloteaban sobre ellos.

—¿De qué vivirán? —preguntó Rhalina—. No hay caza, ni vegetación. ¿Dónde encontrarán comida?

Jhary y Córum se miraron significativamente.

—Ven —dijo el Príncipe de la Túnica Escarlata—. Sigamos, puede que el tiempo sea relativo, pero tengo la sensación de que si no cumplimos pronto nuestra misión, Lywm-an-Esh caerá.

Los pájaros volaban cada vez más bajo, hasta que vieron claramente sus alas y cuerpos velludos, los ansiosos ojuelos y los largos y viciosos picos.

Anduvieron hasta que el suelo empezó a elevarse en ángulo agudo y llegaron a las primeras pendientes de las montañas.

Los montes se agazapaban a su alrededor como monstruos dormidos capaces de devorarlos en cuanto despertasen. Las rocas eran cristalinas y resbaladizas y treparon por ellas con mucho cuidado.

Los pájaros negros seguían girando por los despeñaderos y estaban completamente seguros de que, si se volvían a dormir, les atacarían. Aquella simple idea les impulsaba a seguir escalando.

Los espantosos chillidos aumentaban, insistiendo de un modo casi jubiloso. Por encima de sus cabezas sentían el batir de unas alas obscenas, pero se negaron a mirar, temiendo perder la última fracción de energía que les quedaba.

Buscaban cobijo, alguna grieta en las rocas por la que arrastrarse para defenderse de los pájaros, cuando, repentinamente, las alimañas se lanzaron al ataque.

Se oía el suspiro de su propio aliento, el sonido de sus pies rascando entre las rocas, confundiendo sus sonidos con el aleteo y los chillidos de los negros pájaros.

Córum miró a Rhalina y leyó en sus ojos un desesperado terror y vio cómo lloraba mientras seguía escalando. Empezó a sospechar de Arkyn, como si éste les hubiera enviado cínicamente a aquella baldía región para buscar su perdición.

El aleteo le llenó los oídos y sintió en la cara el frío azote del viento y el roce de una garra sobre el casco.

Oyó un grito entrecortado, tanteó buscando la espada e intentó sacarla de la vaina. Levantó la cabeza aterrorizado y vio una masa negra y agitada de elementos salvajes, de chasqueantes picos, echando fuego por los ojos. Logró sacar la espada y, con la mirada cubierta por la bruma, lanzó una estocada a los pájaros. No hirió a ninguno y éstos siguieron graznando sardónicamente. De repente, ajena totalmente a su voluntad, la enjoyada mano de seis dedos agarró a uno de los pájaros por la esquelética garganta y la estrujó como había estrujado cuellos humanos. El pájaro, sorprendido, no dio más que un chillido y murió. La mano de Kwll soltó el cuerpo sobre la vítrea roca. Espantados, los demás pájaros se alejaron y fueron a posarse en los despeñaderos cercanos, observando a Córum cautelosamente. Había pasado tanto tiempo desde que la mano actuara por última vez, que Córum había olvidado sus poderes. Por primera vez desde que destruyera el corazón de Arioch la estaba agradecido.

Se la enseñó a los pájaros que, molestos, empezaron a graznar. Al ver el cuerpo muerto del pajarraco, Rhalina, que nunca antes había visto el poder de la Mano de Kwll, miró a Córum asombrada, pero también llena de alivio. Jhary se limitó a apretar los labios, aprovechando la pausa para sacar la espada, apoyándose con los codos en una roca, con el gato siempre agarrado a su hombro.

Y de aquella manera descansaron pájaros y seres humanos, observándose mutuamente bajo el silencioso cielo, entre las lomas de las silenciosas montañas. A Córum le dio por pensar que si la Mano de Kwll les había salvado del inminente peligro, quizá el Ojo de Rhynn diera pruebas de utilidad. Pero no se atrevía a levantar el parche y mirar con aquel ojo lleno de poderes la extraña región de la que podía convocar misteriosos aliados: seres muertos al cumplir sus órdenes. Ni tampoco se atrevía a convocar a los que habían muerto por iniciativa de la Mano y del Ojo, los caballeros de la Reina Ooresé, los caballeros Vadhagh, de su propia raza, muertos por error. Pero algo debían hacer para superar aquel obstáculo, pues no tenían fuerzas suficientes para resistir un ataque masivo de los pájaros, y, aunque la Mano de Kwll pudiera defenderles de uno o dos de ellos, no podía salvar a Rhalina, ni a Jhary. Su mano, inciertamente, se dirigió hacia el parche enjoyado.

Y apareció el horrendo ojo ajeno a él, el ojo de Rhynn, el dios muerto, por el que se observaba un mundo todavía más espantoso que en el que se hallaban.

Córum volvió a ver una caverna y, tambaleándose en su interior, de un lado para otro, unas turbias formas. En primer plano veía a los seres que menos deseaba ver. Sus ojos muertos miraban en su dirección y algo de sus rostros les confería una triste apariencia. Sus cuerpos estaban heridos, pero no sangraban, pues pertenecían al Limbo, donde no eran criaturas muertas, aunque tampoco vivas. Les acompañaban sus monturas, seres de cuerpos escamosos y gruesos, con los pies hendidos, con cuernos que les salían del hocico. Eran los últimos Vadhagh, una parte perdida de la raza que una vez habitara las Tierras de la Llama, creadas por Arioch para divertirse. Iban vestidos, de pies a cabeza, con rojos y ceñidos ropajes, y cubiertos con capuchas del mismo color. En las manos llevaban lanzas dentadas.

Córum no soportaba lo que estaba viendo y volvió a taparse el ojo, pero la mano de Kwll se extendió hasta llegar a aquel Limbo, haciendo señas a los muertos Vadhagh. Respondiendo a la invocación, aquellos cadáveres se adelantaron. Montaron en sus bestias cornudas. Salieron de la horrible caverna deteniéndose en lo alto de las resbaladizas lomas como una mortal cabalgata.

Los pájaros chillaban, presos de asombro y rabia, pero, por el motivo que fuese, se negaban a volar. Se agitaban de un lado a otro y sus picos apuntaban hacia los encarnados jinetes que avanzaban hacia ellos. Esperaron hasta que los muertos Vadhagh estuvieron a su altura, y, sólo entonces, echaron a volar hacia el cielo.

Rhalina observaba la escena con horror.

—¡Córum! ¡Por Dios! ¿Qué porquería es ésta?

—Una porquería que viene en nuestra ayuda —contestó Córum espantado. Luego gritó—: ¡A por ellos!

Brazos descarnados arrojaron sus dentadas lanzas que se clavaron en los corazones de los pajarracos. Hubo gran agitación en el aire, seguida de la caída de las criaturas por entre las lomas.

Rhalina siguió observando a los caballeros muertos mientras desmontaban y se dirigían a recoger su botín. Córum sabía lo que sucedía en aquel mundo cuando se solicitaba su ayuda. Al invocar a sus víctimas anteriores, debía suministrarles las nuevas víctimas para que las sustituyeran, liberando de aquel modo las almas de las primeras. Córum esperaba que fuera así.

El jefe de los Vadhagh recogió dos pájaros y se los echó al hombro. Volvió una cara medio destrozada y miró a Córum a través de sus vacías órbitas:

—Ya está hecho, amo —zumbó la voz muerta.

—Puedes marcharte —dijo Córum, medio atragantado.

—Antes de irme, debo comunicarte un mensaje, amo.

—¿Un mensaje? ¿De quién?

—De parte de Aquél-Que-Está-Más-Cerca-De-Ti-De-Lo-Que-Imaginas —contestó el Vadhagh mecánicamente—. Dice que debes buscar el Lago de las Voces

y que, si tienes valor para atravesarlo, encontrarás ayuda.

—¿El Lago de las Voces? ¿Dónde está? ¿Quién es el ser de que hablas...?

Córum no pudo soportar la imagen del Vadhagh por más rato. Se volvió y se cubrió el ojo con el parche. Cuando se dio la vuelta, el Vadhagh había desaparecido, al igual que los pájaros; todos... excepto uno: el que había sido herido por la mano de Kwll. Rhalina estaba pálida.

—Estos aliados tuyos no son mucho mejores que los seres del Caos. Me parece, Córum, que utilizarlos nos va a corromper...

Jhary se levantó de la posición en que se encontraba antes de la llegada de los guerreros de Córum.

—Es el Caos quien nos corrompe —dijo en voz baja quien hace que luchemos. El Caos lo embrutece todo, incluso a aquellos que no le sirven. Eso, Señora Rhalina, debes aceptarlo. Sé que es la verdad.

Rhalina bajó los ojos.

—Vamos a ese lago —dijo—. ¿Cuál era su nombre?

—Uno extraño —Córum echó una mirada al último pájaro muerto—. El Lago de las Voces.

Marcharon entre las montañas, haciendo frecuentes pausas una vez eliminado el peligro de los pájaros, pero sintiendo una nueva amenaza: la del hambre y la sed, pues no llevaban provisiones.

Poco después, empezaron a descender; en las lomas inferiores crecía hierba y más allá distinguieron un lago azul, un lago tranquilo y hermoso que no parecía pertenecer al reino del Caos.

—Es precioso —dijo Rhalina—. Quizá encontremos comida y podremos apagar la sed.

—Sí —dijo Córum sin mucho convencimiento.

—Creo que el mensajero dijo que, para cruzarlo, necesitaríamos mucho valor —dijo Jhary—. Me pregunto qué peligros esconde.

Cuando llegaron a las lomas herbosas dejando a sus espaldas las desapacibles rocas, apenas podian caminar.

Descansaron un rato y descubrieron un torrente que nacía de una fuente, de modo que no tuvieron que esperar a llegar hasta el lago para calmar la sed.

Jhary le murmuró algo a su gato, que brincó al aire y desapareció.

—¿Dónde has mandado al gato? —le preguntó Córum.

Jhary le guiñó un ojo:

—A cazar —le dijo.

Poco tiempo después, reaparecía con un conejo casi tan grande como él entre las fauces. Lo dejó en el suelo y se marchó en busca de otro. Jhary se ocupó de encender una hoguera y, poco tiempo después, cuando hubieron comido, se echaron a dormir mientras uno de ellos montaba guardia.

Siguieron su camino hasta quedar a un cuarto de milla de las orillas del lago.

Fue entonces cuando Córum se detuvo, irguiendo la cabeza.

—¿Las oyes? —preguntó.

—No oigo nada —dijo Rhalina.

Jhary inclinó la cabeza.

—Sí, voces. Como un gran gentío lejano. Voces...

—Es lo que yo oigo —dijo Córum.

Se acercaron al lago, caminando por el elástico césped, mientras aumentaba el murmullo de las voces hasta aturdirles; se taparon los oídos aterrorizados, descubriendo el valor que les haría falta para cruzar el lago.

Aquellas palabras, aquellos murmullos, alegaciones, blasfemias, gritos, lloros, carcajadas, brotaban de las aguas azules de aquel lago tan apacible aparentemente.

Eran sus aguas las que hablaban. Como si un millón de personas se hubieran ahogado y continuaran hablando mientras el líquido desintegraba sus cuerpos.

Córum miraba a su alrededor, angustiado, tapándose las orejas, viendo que era imposible bordear el lago, pues sus orillas estaban rodeadas por un pantano que no podrían atravesar.

Se obligó a acercarse al agua y las voces de los hombres, mujeres y niños, eran como las voces del infierno.

—Por favor...

—Quisiera... quisiera... quisiera...

—Nadie...

—Esta agonía...

—No hay paz...

—¿Por qué?...

—Era mentira. Fui engañado...

—También yo fui engañado. No puedo...

—¡Aaaaaaah! ¡Aaaaaaah! ¡Aaaaaaah!

—Os lo ruego, ayudadme...

—Ayúdenme...

—¡Yo!

—Un destino inaguantable, sin...

—¡Ah!

—Socorro...

—Caridad...

—Sálvenla... sálvenla... sálvenla...

—Sufro tanto...

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja...

—Parecía tan espléndido, con tantas luces...

—Bestias, bestias, bestias, bestias...

—El niño, era el niño...

—Lloró toda la mañana hasta que penetró el que acechaba...

—¡Soweth! Arte Tebelio...

—Abandonado en Rendane, compuse esta melodía...

— Paz...

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