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Authors: Javier Sierra

La ruta prohibida (4 page)

¿Por qué casi nadie había querido enterarse de esto?. A la luz de aquellos datos, ¿no debíamos apresurarnos todos a corregir nuestros manuales escolares?. Los expertos que consulté en aquellos días, recelaron.

Pronto comprendería sus razones…

La conspiración vikinga

Fue así como me tropecé con una historia que no me resisto a contar.

—¿El mapa de Vinlandia?. Ten cuidado —me advirtió en Sevilla el escritor Juan Eslava Galán, que años atrás había escrito ya sobre esta cuestión—. Vas a meterte en un avispero lleno de oscuros intereses. No te Res de nadie.

Juan tenía razón. No tuve más que echar un vistazo a la historia del hallazgo de este mapa para darme cuenta de ello. Por ejemplo, la fecha que se eligió para presentarlo por primera vez al mundo fue escogida con toda la mala intención. Fue el 12 de octubre de 1965, día de la Hispanidad, cuando tres expertos de la Universidad de Yale y del Museo Británico de Londres presentaron la prueba de que los vikingos habían descubierto América cuatro siglos antes que Colón.
[14]
Si lo que buscaban era que los españoles se tragasen el orgullo de la gesta colombina, casi lo consiguen. Y es que, a la vista de aquella revelación, muchos historiadores palidecieron: lo que esgrimían como si fuera un arma de destrucción masiva era un mapamundi dibujado sobre pergamino y fechado al menos cincuenta años antes del descubrimiento oficial del Nuevo Mundo. En él se distinguía una
Vinilanda Insula
cuyos perfiles costeros se correspondían con Terranova y la península del Labrador. Hasta la bahía de Hudson estaba delimitada, y muy cerca se adivinaba el perfil puntiagudo de Groenlandia. No había duda: aquella isla Vinlandia era el primer boceto conocido de las costas del actual Canadá.

Según anunciaron aquel remoto mes de octubre Raleigh A. Skelton, responsable de mapas del Museo Británico, George D. Painter, a cargo de los incunables de la misma institución, y Thomas E. Marston, conservador de manuscritos medievales y renacentistas de la Universidad de Yale, estábamos ante «el primer mapa de América tal y como fue diseñado por los navegantes nórdicos que la descubrieron».
[15]

A este lado del Atlántico, las reacciones a aquella afirmación no se hicieron esperar.

En España, Torcuato Luca de Tena publicó un memorable artículo en el diario
ABC
en el que se apresuró a tildarlo todo de fraude. «Se me hacía muy arduo entender que pudieran dibujarse unas costas siglos después de haber sido halladas y después perdidas —escribió—. Pero más fuerte aún era mi argumento de que los vikingos no conocían el sextante, ni la brújula, ni el astrolabio, instrumentos imprescindibles para dibujar cartas marinas».
[16]

Química contra historia

Ante la avalancha de críticas llegadas desde toda Europa, la Universidad de Yale encargó nuevos análisis que despejaran cualquier duda sobre la antigüedad de
su
mapa. Comisionó un primer examen químico al profesor Walter McCrone quien concluyó, para sorpresa de todos, que la polémica isla de Vinlandia había sido dibujada con una tinta que contenta un pigmento sólo sintetizado a partir de los años veinte del siglo pasado.

¿Era el mapa un fraude?.

Aunque McCrone, prudente, no encontró evidencias de quién pudo haber sido su falsificador, otros aventuraron incluso el nombre de un sospechoso. Juan Eslava Galán apuntó que «el más probable parece ser un profesor yugoslavo experto en derecho canónico, el doctor Luka Zelic, que había fallecido en 1922». Según él, Zelic acometió su tarea para «probar una peregrina teoría suya que se obstinaba en exponer en congresos internacionales católicos sin que nadie le hiciera demasiado caso: América había sido evangelizada por vikingos católicos antes de la llegada de Colón».
[17]

Pero no acabaron ahí las críticas. Muy pronto emergió otro argumento más, Y es que el texto latino inscrito junto a la «isla» decía algo profundamente antihistórico: «Por deseo de Dios, después de un largo viaje desde la isla de Groenlandia al sur hacia las partes más distantes del mar occidental, navegando entre los hielos, los compañeros Bjarni y Leif Eiriksson descubrieron una nueva tierra, extremadamente fértil y que tenía incluso vides, por lo que la llamaron Vinlandia».

A Luca de Tena le faltó tiempo para arremeter contra la legitimidad de aquella prueba, argumentando que el término Vinlandia —«país de las vides»— era un
imposible cronológico
. A fin de cuentas, las primeras cepas sólo llegaron a América de manos de los primeros colonos europeos, mucho después incluso de 1492 y la gesta colombina.

Tanta precisión y debate, a la postre, importó muy poco en Canadá, donde durante el año 2000 se celebraron las fiestas del milenio de la llegada de vikingos a sus costas. Y lo hicieron construyendo una flota de trece réplicas de embarcaciones de la época, capitaneadas por cierto Gunnar Marel Eggerston, descendiente directo del mismísimo Eiriksson.

Tampoco en la Universidad de Yale se rindieron nunca. El juicio de McCrone debla ser revisado. Y así, pese a que ante las primeras dudas retiraron el mapa de sus vitrinas, y aunque la conferencia científica de 1966 sobre su validez tampoco alcanzó conclusiones definitivas, el prestigioso claustro continuó defendiéndolo tras el «caso Vinlandia». Tenían una poderosa razón para ello: aquel pergamino había sido donado a esa institución por Paul A. Mellon, un rico filántropo que lo había adquirido por un millón de dólares de 1958 a un anticuario de Connecticut que, a su vez, se había hecho con la pieza en Ginebra. El mapa iba acompañado de un cuaderno de viajes manuscrito de cierto fraile llamado Juan Plano Carpini, titulado Relación de tártaros, y que poca o nula luz arrojaba sobre el verdadero origen del mapa y su sorprendente contenido.

¿Iban a tirar un millón de dólares a la basura?.

Así las cosas, en 1987 Yale puso el mapa en manos del Departamento de Física de la Universidad de California para que lo analizaran con un método nuevo, no dañino, que usaba haces de protones. Éstos consiguieron al fin identificar los elementos presentes en la tinta, y según sus conclusiones «las cantidades de titanio presentes en el mapa lo convierten en una pieza auténticamente medieval, similar a una Biblia de Gutenberge.
[18]

Lo curioso es que según el doctor T. A. Cahill, el responsable de estas nuevas pruebas, el titanio aparecía en cantidades muy pequeñas y no justificaba en absoluto que el mapa estuviera bajo la sospecha de fraude.

Al fin la Universidad de Yale había encontrado la excusa para volver a desempolvar su pieza más polémica. En 1996, coincidiendo con otra conferencia internacional sobre el mapa, sus responsables lo aseguraron en algo más de dieciocho millones de euros —hoy su valor se calcula ya en veintidós— y lo protegieron como si fueran las mismísimas joyas de la Corona británica. Desde entonces han vuelto a recuperar su fe en Vinlandia.

La tinta es la clave

Tanta protección, sin embargo, todavía no ha servido para certificar su autenticidad. Ni siquiera ahora, tras la última datación del carbono-14.

Una oportuna «casualidad» quiso que la revista norteamericana Analytical Chemistry publicase en agosto de 2002, un mes después del articulo de Radiocarbon, las últimas pruebas químicas de la tinta con la que se dibujó el mapa. Utilizando un potente espectroscopio Raman, capaz de determinar los componentes de la tinta, los doctores Robin Clark y Catherine Brown de Londres volvieron a extender la sombra del fraude sobre Vinlandia. Ambos trabajaron sobre la pieza original, a la que aplicaron un láser para «leer» su estructura molecular. De las líneas de colores que emergieron, y que son una especie de «huella digital» química de los componentes internos del trazo del dibujo, surgió un color amarillo dominante. Este tono probaba, a ojos de los expertos, la existencia de anatase, la forma menos común de dióxido de titanio que existe en la Naturaleza y que ya había hallado el doctor Walter McCrone tres décadas antes. El problema es que el anatase no se sintetizó hasta 1923, por lo que Clark y Brown concluyeron una vez más que el dibujo del mapa —que no el soporte de papel, que probablemente sea del siglo XV— pudo haber sido hecho en pleno siglo XX.

En Estados Unidos se desató una pequeña guerra entre laboratorios por culpa de este asunto. Tanto el resultado del carbono-14 como el de las pruebas
Raman
se hicieron públicos el 29 de julio de 2002, en una coincidencia de fechas casi sin precedentes. Y ambos esgrimieron análisis sólidos y solventes. Clark y Brown, por ejemplo, explicaron en su trabajo que antes de la invención de la imprenta, lo normal era que las tintas tuvieran grandes cantidades de carbono, pero este elemento no fue hallado en el mapa. No obstante, admitieron que las «huellas amarillas» son comunes en manuscritos medievales y que un falsificador hábil pudo haber recurrido al
anatase
para enmascarar su acción a los expertos, «Las espectrografías Raman no necesariamente distinguen entre
anatase
sintético o mineral —me reconoció el doctor Clark en un correo electrónico aquel verano—, pero el trabajo de McCrone si lo hizo».
[19]

¿Y ahora qué?.

La coincidencia en la publicación de los análisis químicos de Londres y los del carbono-14 de Estados Unidos no pasó de ser, para el doctor Clark, «una curiosa coincidencia, especialmente porque de la datación por radiocarbono viene hablándose desde hace muchos años». Y aunque me admitió que el pergamino puede ser, en efecto, de 1434, insinuó que «cualquier falsificador competente podría haber obtenido pergamino viejo, fácil de conseguir en Europa, y dibujar el mapa sobre él».

Por otra parte, el químico Garman Harbottle, responsable del proyecto que ha fechado el mapa de Vinlandia, admitió en su informe final que «aunque la datación resultante no prueba en sí misma que el mapa sea auténtico, se trata de una importante nueva evidencia que debe ser considerada por aquellos que argumentan que el mapa es un fraude sin mérito cartográfico».
[20]

La polémica me hizo sonreír. En realidad, no se necesitaba ningún mapa para probar que Colón no fue el primer occidental que pisó América. Yo mismo había reunido un buen puñado de pistas materiales, tangibles, que apuntaban en esa dirección. Indicios sorprendentes que todavía hoy cuelgan en las vitrinas de algunos museos abiertos al público.

¿Se fijarán algún día en ellos los historiadores?.

CAPÍTULO 4

¿Llegaron los templarios a América?

Tardé varios minutos en reaccionar. Durante un instante perdí la noción del tiempo, incapaz de recordar si estaba en Europa o, como creía, en el corazón de los Andes.

No era para menos.

Colgada en un expositor del Museo Nacional de Arqueología de La Paz, en Bolivia, la pequeña estatua de un hombre barbado —los indios del altiplano son, como se sabe, lampiños— y con una cruz griega en relieve esculpida en el pecho, acababa de regalarme una mirada desafiante. Era una estatua de bulto, de no más de 30 centímetros de alzada, esculpida en andesita gris y de tosca factura, que representaba a un varón cubierto por una especie de capucha, cejas pobladas y perilla, que apenas destacaba del resto de objetos de la sala. De no saberme en tierras americanas, hubiera creído que estaba frente a alguna burda talla románica elaborada en Francia o España. La talla de un templario.

Deshice mi bolsa de cámaras frente a la vitrina, buscando el mejor modo de retratarla. Mientras lo hacía, una certeza fue ganando posiciones en mi cerebro: aquel monolito estaba fuera de lugar.
Debía
de estarlo. Los objetos expuestos junto a él pertenecían a un período muy anterior a la llegada de los primeros españoles a Bolivia. Y, que se admita, nadie con aspecto de monje había pasado por el altiplano antes del siglo XVI.

«Entonces, ¿qué hago yo aquí?», pareció susurrar la Figura entre dientes.

Tras obtener una rápida serie de diapositivas, rezando por no alertar a los vigilantes con mi flash, me dirigí al director del museo para hacerle unas cuantas preguntas. Cuando éste me acompañó de nuevo frente al «monje burlón›, para saber de qué le estaba hablando, sus palabras no hicieron sino confirmar mis temores.

—No, no —me atajó—. No se trata de una escultura posterior a la llegada de los conquistadores. No es colonial. Es una pieza precolombina, de la cultura tiahuanaco, descubierta en 1957 cerca de La Paz. En Carabuco.

—¿Y cómo es posible que antes de la conquista alguien tallara algo así, tan… cristiano?.

El director, perplejo, se encogió de hombros.

—Tenga usted en cuenta —dijo al fin— que la cruz es un elemento común en las culturas andinas.

El funcionario tenía razón. Veinticuatro horas antes de mi visita al Museo Nacional de Arqueología había recorrido a pie buena parte del perímetro protegido de Tiahuanaco.
[21]
Se trata de las ruinas más imponentes de los Andes, hoy miserablemente sepultadas bajo toneladas de escombros y esparcidas en una llanura a 70 kilómetros de la capital, que sobrecoge con sólo mirarla.

En uno de los escasos recintos puestos al descubierto por los arqueólogos, uno al que llaman
Kalasasaya
o «Templete Semisubterráneo», se alza un monolito diez veces mayor que la figurilla de Carabuco. El coloso presenta varios rasgos comunes con mi pequeño «monje». Las mismas cejas pobladas en forma de T, los mismos ojos redondos, idéntica boca y, sobre todo, la misma atípica e «imposible» cara barbuda. Un detalle más las vinculaba: ninguna de las dos figuras mostraba sus pies, bien porque sus escultores no quisieron o no supieron esculpírselos, bien porque ambos vestían ropas largas o túnicas, que los cubrían de arriba abajo.

El gigante de Tiahuanaco fue desenterrado por Wendelle C. Bennett en 1932, y ya en su primer informe arqueológico fue descrito como el retrato de un hombre barbudo. El ídolo número quince, como se le conoció antes de ser bautizado como Kon Tiki
[22]
presentaba además cinco dedos en cada mano. Detalle significativo si se tiene en cuenta que sus «colegas» pétreos de ojos cuadrados que hoy se levantan a pocos metros de él, tan sólo muestran cuatro. Una característica de los dioses, sin duda.

Entonces, si no me enfrentaba a una representación mitológica, ¿quién fue el «barbudo» que inspiró los retratos de Carabuco y Tiahuanaco?. ¿Estaba ante el retrato de algún ilustre visitante?… ¿Tal vez uno vestido con ropas talares europeas?.

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