—Por un pelo, ¿eh, Yarpen? —vociferó, acercándose, Paulie Dahlberg—. Joder, si le hubieras pasado por cima, se hubiera roto el eje, las ruedas se hubieran estrozado de la leche. Qué diablos estabas...
—¡Vete a tomar por culo, Paulie! —exclamó Yarpen Zigrin y con rabia chasqueó las riendas sobre los traseros de los caballos.
—Tuvisteis suerte —dijo dulcemente Ciri, subiéndose al pescante junto al enano—. Como vos mismo veis, es mejor tener en el carro a un brujo que viajar solo. Os advertí en el último segundo. Y si justo entonces hubierais estado meando desde el pescante y hubierais atropellado ese tronco, vaya, vaya. Asusta pensar lo que entonces os hubiera podido pasar...
—¿Te vas a callar?
—Ya no digo nada. Ni una palabrita. Aguantó menos de un minuto.
—¿Señor Zigrin?
—Yo no soy ningún señor. —El enano le dio un codazo, mostró los dientes—. Soy Yarpen. ¿Está claro? ¿Conducimos juntos un tiro o no?
—Claro. ¿Puedo tomar las riendas?
—Claro. Espera, no así. Ponlas sobre el índice, aprieta con el pulgar, oh, así. La izquierda igual. No tires, no retengas demasiado fuerte.
—¿Así está bien?
—Bien.
—¿Yarpen?
—¿Eh?
—¿Qué significa "mantener la neutralidad"?
—Que te resulte indiferente —murmuró de mala gana—. No dejes que cuelguen las riendas. ¡La izquierda más hacia ti!
—¿Cómo que indiferente? ¿Indiferente hacia qué? El enano se agachó mucho y escupió bajo el carro.
—Si los Scoia'tael nos atacan, tu Geralt tiene intenciones de ponerse de pie y contemplar tranquilamente cómo nos rajan la garganta. Tú estarás seguramente de pie junto a él, será una lección práctica. Tema de la clase: cómo se comporta un brujo en caso de conflicto de las razas dotadas de razón.
—No entiendo.
—Esto no me asombra ni una pizca.
—¿Y por esto regañaste y te enfadaste con él? ¿Quiénes son de verdad estos Scoia'tael? ¿Esos... Ardillas?
—Ciri. —Yarpen se rascó violentamente la barba—. Estos no son asuntos para la razón de pequeñas muchachas aún adolescentes.
—Oho, ahora te enfadas conmigo. No soy en absoluto una niña. Escuché lo que hablaban de los Ardillas los soldados del puesto de guardia. Vi... Vi los dos elfos muertos. Y el caballero dijo que ellos... también matan. Y que entre ellos no sólo hay elfos. También hay enanos.
—Lo sé —respondió con sequedad Yarpen.
—Y tú eres también un enano.
—Eso no alberga duda.
—Entonces, ¿por qué tienes miedo de los Ardillas? Al parecer luchan sólo contra los humanos.
—Eso no es tan sencillo —se deprimió—. Por desgracia.
Ciri guardó silencio largo rato, mordiéndose el labio inferior y arrugando la nariz.
—Ya sé —dijo de pronto—. Los Ardillas luchan por la libertad. Y tú, aunque enano, eres del servicio especial secreto del rey Henselt a la correa de los humanos.
Yarpen rebufó, se limpió la nariz con la manga y se inclinó en el pescante, comprobando que Wenck no cabalgaba demasiado cerca. Pero el comisario estaba lejos, ocupado en conversar con Geralt.
—Tienes un oído como una marmota, muchacha. —Su sonrisa era amplia—. Eres un poquillo demasiado lista para alguien que está destinada a parir hijos, hacer la comida e hilar. ¿Te parece que lo sabes todo? Eso es porque eres una mocosa. No pongas muecas tontas. Las muecas no te hacen más adulta, pero consiguen que te vuelvas aún más fea de lo normal. Hábilmente, lo concedo, has comprendido a los Scoia'tael, te han gustado sus formulillas. ¿Sabes por qué los entiendes tan bien? Porque los Scoia'tael también son mocosos. Son mierdecillas que no entienden que los han azuzado, que alguien utiliza su estupidez de cachorros, alimentándolos con eslogans sobre la libertad.
—Pero es que ellos de verdad luchan por la libertad. —Ciri levantó la cabeza, miró al enano con los ojos muy abiertos—. Como las dríadas del bosque de Brokilón. Matan gente porque la gente... alguna gente, les causa daño. Porque éste era vuestro país antes, de los enanos y de los elfos y de esos... medianos, gnomos y otros... Y ahora hay aquí humanos, así que los elfos...
—¡Los elfos! —rebufó Yarpen—. Si hay que ser precisos, ellos son tan vagabundos como vosotros, los humanos, aunque vinieran en sus navíos blancos más de mil años antes que vosotros. Ahora a porfía se vienen con eso de la amistad, ahora todos somos hermanos, ahora se sonríen, hablan: "nosotros, los parientes", "nosotros, el Antiguo Pueblo". Y antes, las pu... Ejem, ejem... Antes nos silbaban sus saetas al oído cuando...
—Entonces, ¿los primeros en el mundo fueron los enanos?
—Los gnomos, si hay que ser precisos. Y si hablamos de esta parte del mundo. Porque el mundo es increíblemente grande, Ciri.
—Lo sé. Vi una vez un mapa...
—No lo puedes haber visto. Nadie jamás ha dibujado un mapa como ése y dudo que suceda pronto. Nadie sabe lo que hay allá, tras de las Montañas de Fuego y el Gran Mar. Ni siquiera los elfos, aunque se dan pisto que lo saben todo. Una mierda saben, te digo.
—Humm... Pero ahora... Hay muchos más humanos que... que vosotros.
—Porque os reproducís como conejos. —El enano hizo rechinar los dientes—. Nadie, sólo vosotros, fornicáis sin parar, sin elegir, con quien caiga y donde caiga. Y a vuestras mujeres les basta con sentarse en los pantalones de un hombre para que les crezca la tripa... ¿Por qué coño te pones tan colorada, se diría que una amapola del campo? Querías entender, ¿no es verdad? Pues ahí tienes una verdadera y fiel y sincera historia del mundo, al que gobierna aquél que más hábilmente le parte la testa a los otros y que más deprisa le hincha la tripa a las hembras. Y con vosotros, humanos, es difícil concurrir, tanto en lo de matar como en el fornicio...
—Yarpen —dijo Geralt con frialdad, cabalgando hacia ellos a lomos de Sardinilla—. Modérate algo, si no te importa, en la elección de tus palabras. Y tú, Ciri, deja de hacer el tonto en el pescante, echa un vistazo a Triss, no sea que se haya despertado y necesite algo.
—Hace mucho ya que me he despertado —habló con voz débil la hechicera desde lo profundo del carro—. Pero no quería... interrumpir una conversación tan interesante. No molestes, Geralt. Querría... saber algo más de la influencia del fornicio en el desarrollo de la sociedad.
—¿Puedo calentar un poco de agua? Triss quiere lavarse.
—Caliéntala —accedió Yarpen Zigrin—. Xavier, quita el espetón de la lumbre, el lebrato ya tiene bastante. Dame la caldera, Ciri. ¡La leche, si está llena hasta el borde!
¿Tú sola has traído este peso desde el río?
—Soy muy fuerte.
El mayor de los hermanos Dahlberg resopló con burla.
—No juzgues por las apariencias, Paulie —dijo serio Yarpen, mientras dividía hábilmente la liebre asada en pedazos—. Aquí no hay de qué reírse. Delgaducha, cierto, pero veo que es moza fuerte y con aguante. Ella es como un cinturón de cuero: puede que fino, pero con las manos no lo rompes.
Nadie sonrió. Ciri se acurrucó junto a los enanos tendidos ante el fuego. Esta vez Yarpen Zigrin y cuatro de sus "muchachos" había encendido en el vivac su propio fuego, porque no tenían intenciones de compartir la liebre que había cazado Xavier Moran. En su caso la pitanza no daba más que para un movimiento de mandíbulas, a lo sumo dos.
—Avivar el fuego —dijo Yarpen, chupándose el dedo—. La agua se calentará más pronto.
—Eso de la agua es una tontuna —sentenció Regan Dahlberg y escupió un hueso—. Lo de lavarse sólo puede ser malo para un enfermo. Y para un sano también.
¿Sus acordáis del viejo Schrader? La mujer le mandó lavarse y el Schrader se murió poco después.
—Porque le mordió un perro rabioso.
—Pos si no se hubiera lavado no le hubiera mordido el perro.
—Yo también pienso —dijo Ciri, mientras comprobaba con el dedo la temperatura del agua de la caldera— que es una exageración lavarse todos los días. Pero Triss lo pide, e incluso una vez lloró... Así que Geralt y yo...
—Lo sabemos —agitó la cabeza el mayor de los Dahlberg—. Pero que el brujo... De mi asombro no salgo. Eh, Zigrin, si tú tuvieras hembra, ¿la lavarías y la peinarías? ¿La llevarías en brazos a las matas cuando tuviera que...?
—Calla la boca, Paulie —le interrumpió Yarpen—. Nada digas sobre el brujo porque es persona de bien.
—¿Pos que es lo que digo yo? Sólo me asombro...
—Triss —introdujo Ciri retadora— no es para nada su hembra.
—Por eso más me asombro.
—Por eso más zopenco eres, quieres decir —resumió Yarpen—. Ciri, retira un poco de agua hirviendo, le haremos a la hechicera un poco de azafrán con adormidera. Hoy me parece que estaba ya mejor, ¿no?
—Supongo —murmuró Yannick Brass—. Sólo tuvimos que parar el convoy para ella seis veces. Ya sé, que no es de recibo negarle ayuda en el camino a nadie, mamón quien piense lo contrario. Y el que la negara, archimamón sería y hasta cabrón hideputa. Pero demasiado largo andurreamos ya por estos bosques, demasiado largo, os digo. Tentamos a la suerte, truenos, tentamos a la suerte en demasía, muchachos. El bosque no es seguro. Los Scoia'tael...
—Escupe esa palabra, Yannick.
—Puf, puf, lagarto, lagarto. Yarpen, miedo no me da una escaramuza, y la sangre no es nada nuevo para mí, pero... Si tuviéramos que luchar contra nuestros...
¡Su perra madre! ¿Por qué nos ha tenido que tocar esto a nosotros? ¡Esta puta carga debiera llevarla un puto convoy de caballos y no nosotros! Que el diablo se lleve a esos sabihondos de Ard Carraigh, que los...
—Que cierres la boca, te dije. Mejor acércame la olla de las gachas. El lebrato, me cago en su madre, fue un tentempié, ahora hay que comer algo. Ciri, ¿comes con nosotros?
—Pues claro.
Durante largo rato no se escuchó mas que masticar, sorber y el chasquear de las cucharas de madera golpeando contra la olla.
—Rayos —dijo Pauline Dahlberg y soltó un prolongado regüeldo—. Todavía me comería algo más.
—Yo también —anunció Ciri y también eructó, entusiasmada con los modales poco afectados de los enanos.
—Pero que no sean gachas —dijo Xavier Moran—. Ya me salen por las orejas estas puches. Y la cecina también me da asco ya.
—Pos jálate un poco yerba, ya que tienes un gusto tan fino.
—O puedes roer con los dientes la corteza de los abedules. Así hacen los castores y no se mueren.
—Pos un castor si me comería.
—Y yo pescado —soñó Paulie, mientras mascaba con ruido un pedazo de cecina que había sacado del seno—. Ganilla tengo de pescado, os digo.
—Pos vamos a pescar.
—¿Dónde? —refunfuñó Yannick Brass—. ¿En las matas?
—En el río.
—Vaya un río. Si hasta se puede alcanzar con una meada al otro lado. ¿Qué pescado puede haber ahí?
—Hay peces. —Ciri relamió la cuchara y se la metió en la caña de la bota—. Los vi cuando fui a por agua. Pero están enfermos. Tienen sarpullido. Unas manchas negras y rojas...
—¡Truchas! —gritó Paulie, escupiendo las migas de la cecina—. ¡Va, muchachos, presto al río! ¡Regan! ¡Quítate los pantalones! ¡Vamos a hacer una nasa con tus pantalones!
—¿Por qué con los míos?
—¡Quítatelos, apriesa, o te doy un pescozón, criajo! ¿No te dijo madre que tenías que hacerme caso?
—Daos prisa si queréis pescar, porque anochecerá en un periquete —dijo Yarpen— Ciri, ¿se ha calentado la agua? Deja, deja, te vas a quemar y te vas a tiznar con el cacharro. Sé que eres muy fuerte, pero permite que yo lo lleve.
Geralt ya los estaba esperando, vieron desde lejos sus blancos cabellos entre las extendidas telas del carro. El enano vertió agua en la palangana.
—¿Necesitas ayuda, brujo?
—No, gracias, Yarpen. Ciri me ayudará.
Triss no tenía ya fiebre, pero estaba terriblemente debilitada. Geralt y Ciri ya habían cobrado habilidad en desnudarla y lavarla, habían aprendido también a frenar sus ambiciosas tentativas de autosuficiencia, de momento irrealizables: él sujetaba a la hechicera en los brazos, ella lavaba y secaba. Una sola cosa comenzaba a extrañar y molestar a Ciri: Triss se apretaba contra Geralt demasiado fuerte, en su opinión. Esta vez hasta intentó besarlo.
Geralt, con un movimiento de cabeza, señaló a las bolsas de la hechicera. Ciri lo comprendió al vuelo, porque esto también pertenecía al ritual: Triss siempre exigía que la peinaran. Encontró el peine, se arrodilló al lado. Triss, bajando la cabeza en su dirección, abrazó al brujo. En opinión de Ciri, demasiado fuerte.
—Oh, Geralt —gimió—. Me entristece tanto... Me entristece tanto que lo que hubo entre nosotros...
—Triss, por favor.
—... aquello debiera haber sucedido... ahora. Cuando me recupere... Sería completamente distinto... Podría... Podría incluso...
—Triss.
—Envidio a Yennefer... Le envidio que te tiene...
—Ciri, sal.
—Pero...
—Sal, por favor.
Saltó del carro, cayó directamente junto a Yarpen, que esperaba apoyado en la rueda, masticando pensativo una larga brizna de hierba. El enano le pasó el brazo por el hombro. Para ello no tuvo que agacharse, como Geralt. No era más alto que ella.
—Nunca cometas el mismo error, pequeña bruja —murmuró, señalando con los ojos al carro—. Si alguien te demuestra compasión, simpatía y entrega, si te entusiasma con su rectitud de carácter, valora esto, pero no confundas esto con... algo distinto.
—No está bien cotillear.
—Lo sé. Y es peligroso. Apenas alcancé a saltar cuando tiraste el agua sucia de la palangana. Ven, vamos a ver cuántas truchas han caído en los pantalones de Regan.
—¿Yarpen?
—¿Sí?
—Te aprecio.
—Y yo a ti también, potrilla.
—Pero tú eres un enano. Y yo no.
—¿Y qué tendrá que...? Ah, claro. Los Scoia'tael. Se trata de los Ardillas, ¿verdad? No te deja en paz, ¿eh?
Ciri se liberó del pesado abrazo.
—A ti tampoco —dijo—. Y a otros tampoco. Lo veo. El enano guardó silencio.
—¿Yarpen?
—Dime.
—¿Quién tiene razón? ¿Los Ardillas o tú? Geralt quiere ser... neutral. Tú sirves al rey Henselt, aunque eres un enano. Y el caballero de la guardia dijo que todos son nuestros enemigos y que a todos habría que... A todos. Incluso a los niños. ¿Por qué, Yarpen? ¿Quién tiene razón?
—No lo sé —dijo el enano con énfasis—. No comprendo las razones de todos. Hago lo que considero lo mejor. Los Ardillas tomaron las armas, se echaron al monte.