Los ojos de la hechicera se empequeñecieron.
—¿No lo sabes? —siseó—. ¿Tan poco sabes sobre tu protegida? No quisiera extraer consecuencias apresuradas, pero tal desconocimiento parece señalar que tus cualificaciones como tutor son nulas. Ciertamente me asombra que siendo tan ignorante y falto de información te decidieras a protegerla. Más aún, te decidiste a quitarles el derecho a ocuparse de ella a otros que tienen al mismo tiempo tanto cualificaciones como derecho. Y ante todo esto preguntas por qué. Ten cuidado, Geralt, de que la arrogancia no te pierda. Cuídate. ¡Y cuida a esa niña, maldita sea!
¡Cuida a esa niña como a tus ojos! ¡Y si no eres capaz solo, pídeselo a otros!
Jaskier, durante un momento, juzgó que el brujo iba a mencionar el papel que había aceptado Yennefer. No arriesgaría nada y podría destruir los argumentos de Filippa. Pero Geralt guardó silencio. El poeta se imaginó los motivos. Filippa lo sabía todo. Filippa advertía. Y el brujo comprendía la advertencia.
Se concentró en observar sus ojos y sus rostros, preguntándose si algo no los había unido a estos dos en el pasado. Jaskier sabía que parecidos duelos de palabras y alusiones que el brujo mantenía con las hechiceras y que demostraban una mutua fascinación acababan muy a menudo en la cama. Pero la observación, como de costumbre, no servía de nada. Para enterarse de si al brujo le había unido algo con alguien sólo había un medio: habría habido que entrar por la ventana en el momento adecuado.
—La tutela —siguió la hechicera al cabo— significa aceptar para sí la responsabilidad por la seguridad de un ser que no es capaz de procurarse a sí mismo la seguridad. Si arriesgas a tu protegida... Si le sucede una desgracia, la responsabilidad recaerá sobre ti, Geralt. Sólo sobre ti.
—Lo sé.
—Me temo que todavía sabes demasiado poco.
—Entonces ilústrame. ¿Cuál es la causa de que de pronto tantas personas pretendan liberarme del peso de la responsabilidad, quieran tomar mis deberes y ocuparse de mi pupila? ¿Qué es lo que quiere de Ciri el Consejo de los Hechiceros?
¿Qué es lo que quieren de ella Dijkstra y el rey Vizimir, qué quieren de ella los temerios? ¿Qué quiere de ella un tal Rience que en Sodden y en Temeria ha matado ya a tres personas que hace dos años tuvieron contacto conmigo y con la muchacha?
¿Que casi mata a Jaskier al intentar extraer de él la información? ¿Quién es este Rience, Filippa?
—No lo sé —dijo la hechicera—. No sé quién es este Rience. Pero al igual que tú, mucho me gustaría enterarme.
—¿Acaso ese Rience —habló inesperadamente Shani— tiene en el rostro una cicatriz de una quemadura de tercer grado? Si es así, yo sé quién es. Y sé donde está.
En el silencio que siguió, las primeras gotas de lluvia golpearon en el canalón al otro lado de la ventana.
El asesinato es siempre asesinato, sin importar motivos ni circunstancias. Aquéllos que matan u organizan una muerte son criminales y asesinos, sin importar quiénes sean: reyes, príncipes, mariscales o jueces. Ninguno de aquéllos que planean o ejecutan violencia tiene derecho a considerarse mejor que un simple asesino. Porque toda violencia por su propia naturaleza conduce ineluctablemente al crimen.
Nicodemus de Boot, Meditaciones sobre la vida, la fortuna y la prosperidad
—No cometamos errores —dijo el rey de Redania, Vizimir, apartándose los cabellos de la sien con una mano llena de anillos—. No podemos cometer errores ni equivocaciones.
Los allí reunidos guardaron silencio. Demawend, gobernante de Aedirn, estaba echado en el sofá, mirando la jarra de cerveza que tenía apoyada en la tripa. Foltest, señor de Temeria, Pontar, Mahakam y Sodden y desde hacía no mucho senior protector de Brugge, mostraba a todos su noble perfil, con la cabeza vuelta hacia la ventana. Al lado contrario de la mesa estaba Henselt, rey de Kaedwen, quien recorría a los participantes en el encuentro con sus pequeños y penetrantes ojos que brillaban en una fisonomía barbada como la de un ladrón. Meve, reina de Lyria, jugueteaba pensativa con el enorme rubí de su collar, fruncía de vez en cuando los hermosos y llenos labios en un gesto ambiguo.
—No cometamos errores —repitió Vizimir—. Porque un error puede costarnos muy caro. Aprovechemos la experiencias ajenas. Cuando hace quinientos años nuestros antepasados desembarcaron en las playas, los elfos también escondieron la cabeza en la arena. Les fuimos arrebatando el país a pedazos y ellos retrocedieron, pensando todo el tiempo que ésta era ya la última frontera, que no iríamos más adelante.
¡Seamos más sabios! Porque ahora es nuestro turno. Ahora nosotros somos los elfos. Nilfgaard está al otro lado del Yaruga y yo oigo aquí: "¡Pues que esté! ". Escucho: "No irán más lejos". Pero irán, convenceos. ¡Repito, no cometamos el error que cometieron los elfos!
De nuevo golpearon las gotas de la lluvia contra los cristales de la ventana, el viento aulló terriblemente. La reina Meve alzó la cabeza. Le pareció escuchar los graznidos de las cornejas y los cuervos. Pero sólo era el viento. El viento y la lluvia.
—No nos compares con los elfos —dijo Henselt de Kaedwen—. Nos insultas con tales comparaciones. Los elfos no sabían luchar, huyeron ante nuestros antepasados, se escondieron en las montañas y los bosques. Los elfos no les hicieron pagar caro por Sodden a nuestros antepasados. Y nosotros les enseñamos a los nilfgaardianos lo que significa vérselas con nosotros. No nos asustes con Nilfgaard, Vizimir, no des crédito a la propaganda. ¿Dices que Nilfgaard está al otro lado del Yaruga? Y yo digo que Nilfgaard está al otro lado del río calladito como un muerto. ¡Porque en Sodden les rompimos el espinazo! Les quebramos militarmente pero, sobre todo, moralmente. No sé si es verdad que Emhyr var Emreis estaba entonces en contra de una agresión a tal escala, que fue culpa de un partido enemigo suyo. Supongo que si nos hubieran vencido, habría gritado bravo y habría repartido privilegios y concesiones. Pero en Sodden de pronto resultó que estaba en contra y que la culpa de todo fue de la arbitrariedad de los mariscales. Y volaron cabezas. La sangre bañó los cadalsos. Éstas son informaciones fidedignas, no se trata de rumores. Ocho ejecuciones sumarias, muchas otras penas menores.
Algunos fallecimientos aparentemente naturales aunque misteriosos, bastantes traslados repentinos a la reserva. Os digo, Emhyr se volvió loco y prácticamente terminó con sus propios cuadros de mando.
¿Quién dirige ahora su ejército? ¿Los centuriones?
—No, los centuriones no —dijo con frialdad Demawend de Aedirn—. Lo hacen oficiales jóvenes y capaces que llevaban largo tiempo esperando esta ocasión y a los que Emhyr prepara desde hace mucho. Aquéllos a los que los viejos mariscales no les dejaban mandar las tropas, no les permitían ascender. Mandos jóvenes y capaces de los que ya se oye hablar. Los que aplastaron el levantamiento en Metinna y Nazair, los que en poco tiempo destrozaron a los rebeldes de Ebbing. Mandos que valoran el papel de las maniobras de flanqueo, de ataques de caballería hasta muy dentro del territorio enemigo, de relampagueantes marchas de la infantería, de los desembarcos desde el mar. Que utilizan la táctica de golpes demoledores en direcciones escogidas, que utilizan para los sitios de las fortalezas la técnica más moderna en lugar de la insegura magia. No se los debe menospreciar. Están rabiando por cruzar el Yaruga y demostrar que aprendieron algo de los errores de los viejos mariscales.
—Si aprendieron algo —Henselt se encogió de hombros—, entonces que no crucen el Yaruga. La desembocadura del río en la frontera entre Cintra y Verden la sigue controlando Ervyll y sus tres fortalezas: Nastrog, Rozrog y Bodrog. Estas fortalezas no se pueden conquistar al paso, ninguna técnica moderna sirve aquí para nada. Nuestro flanco lo cubre también la flota de Ethain de Cidaris, gracias a la que controlamos la costa. También gracias a los piratas de Skellige. El yarl Crach an Craite, como recordáis, no firmó con Nilfgaard el armisticio, les incomoda regularmente, los ataca y quema sus fortines y asentamientos costeros en las provincias. Los nilfgaardianos le llaman Tirth ys Muire, el Jabalí del Mar. ¡Asustan a los niños con él!
—Asustar a los niños de Nilfgaard —Vizimir sonrió torvamente— no nos proporcionará seguridad.
—No —aceptó Henselt—. Nos proporciona otra cosa. El que sin controlar la desembocadura del río ni la costa, teniendo el flanco abierto, Emhyr var Emreis no se verá en estado de asegurar el aprovisionamiento de las tropas que quisiera lanzar sobre el brazo derecho del Yaruga. ¿Qué marchas relampagueantes, qué ataques de caballería? No valen un comino. A los tres días de forzar el río, su ejercito se quedaría atascado. La mitad sitiaría las fortalezas, el resto se dispersaría para saquear, buscar pasto y bastimentos. Y cuando su famosa caballería se hubiera comido ya la mayor parte de sus caballos, les haríamos un segundo Sodden. ¡Diablos, me gustaría que cruzaran el río! Pero no temáis, no lo harán.
—Supongamos —dijo de pronto Meve de Lyria— que no cruzan el Yaruga. Supongamos que Nilfgaard simplemente se dedique a esperar. Reflexionemos sin embargo a quién le viene bien esto, ¿a ellos o a nosotros? ¿Quién puede permitirse esperar sin hacer nada y quién no?
—¡Exactamente! —Vizimir le tomó la palabra—. Meve, como de costumbre, habla poco pero acierta de pleno. Emhyr tiene tiempo, señores, y nosotros no. ¿No veis lo que está pasando? Nilfgaard tiró un guijarro hace tres años en la cima de la montaña y espera tranquilo a que llegue el alud. Simplemente está esperando a que vayan cayendo más guijarros por la pendiente. Porque aquel primer guijarro les parecía a muchos una roca que era imposible de mover. Y en cuanto que resultó que bastaba golpearla para que cayera, se pueden encontrar otros a los que el alud les venga bien. Desde las Montañas Azules hasta Bremervoord pululan por los bosque comandos élficos, ya no se trata de partisanos, esto es una guerra.
Mirad solamente cómo se disponen a la lucha los elfos libres de Dol Blathanna. En Mahakam se agitan los enanos, las dríadas de Brokilón se hacen cada vez más atrevidas. Es una guerra, una guerra a gran escala. Una guerra interna. Civil. Nuestra. Y Nilfgaard espera... ¿Para quién trabaja el tiempo, qué pensáis? En los comandos de los Scoia'tael luchan elfos de treinta, cuarenta años. ¡Pero ellos viven trescientos años!
¡Ellos tienen tiempo, nosotros no!
—Los Scoia'tael —reconoció Henselt— se han convertido en un grano en el culo. Me tienen paralizado el comercio y el transporte, aterrorizan a los granjeros... ¡Hay que acabar con esto!
—Si los inhumanos quieren guerra, la tendrán —dijo Foltest de Temeria—. Siempre he sido partidario de la reconciliación y de la coexistencia, pero si quieren una prueba de fuerza, comprobaremos quién es más fuerte. Estoy dispuesto. En Temeria y Sodden se intentará acabar con los Ardillas en seis meses. Estas tierras ya se inundaron antes con la sangre de los elfos derramada por nuestros bisabuelos. Lo considero una tragedia, pero no veo salida, la tragedia se repetirá. Hay que pacificar a los elfos.
—Tu ejército se lanzará contra los elfos si se lo ordenas —afirmó Demawend—. Pero, ¿se lanzará contra los humanos? ¿Contra los campesinos de entre los que reclutas a tu infantería? ¿Contra los gremios? ¿Contra las ciudades libres? Vizimir, al hablar de los Scoia'tael, ha descrito sólo un guijarro del alud. ¡Sí, sí, señores, no me miréis así! En las villas y lugares ya se habla de que en las tierras conquistadas por Nilfgaard los campesinos, granjeros y artesanos viven más fácil, más libres y son más ricos, que los gremios de mercaderes tienen mayores privilegios... Nos inundan las mercancías de las manufacturas nilfgaardianas. En Brugge y Verden su moneda expulsa a la local. Si nos sentamos sin hacer nada desapareceremos, en discordia, ahogados en conflictos, enmarañados en sofocar rebeliones y revueltas, dependientes poco a poco de la potencia económica de Nilfgaard. ¡Desapareceremos, nos asfixiaremos en nuestro propio y sofocante campanario, porque comprended que Nilfgaard nos cierra el camino hacia el sur, y nosotros tenemos que desarrollarnos, tenemos que ser expansivos porque de lo contrario faltará espacio aquí para nuestros nietos!
Los allí reunidos guardaron silencio. Vizimir de Redania dio un profundo suspiro, agarró una de las jarras que estaban sobre la mesa, bebió largo rato. El silencio persistía, la lluvia se lanzaba contra la ventana, el viento aullaba y golpeaba los postigos.
—Todas las zozobras de las se ha hablado aquí —dijo por fin Henselt— son obra de Nilfgaard. Los emisarios de Emhyr instigan a los inhumanos, los alimentan de propaganda y los incitan a la revuelta. Ellos son los que vierten oro y prometen privilegios a los gremios y corporaciones, y ofrecen a los barones y duques puestos de alto rango en las provincias que creen en lugar de nuestros reinos. No sé cómo es en vuestros países, pero en Kaedwen se han multiplicado en un tris tras los sacerdotes, los predicadores, los pitonisos y otros putos místicos que anuncian el fin del mundo...
—En mi reino es igual —confirmó Foltest—. Rayos, hemos tenido tranquilidad durante tantos años. Desde que mi abuelo les enseñó a los sacerdotes dónde está su lugar, se aclararon bastante sus filas y los que quedaron se dedicaron a tareas productivas. Estudiaban los libros y les metían conocimiento a los críos, sanaban enfermos, se preocupaban de los pobres, tullidos y vagabundos. No se mezclaban en políticas. Y ahora de pronto se han despertado y en sus santuarios les gritan porquerías a la plebe y la plebe les escucha y entiende por fin por qué les va tan mal.
Tolero esto porque soy menos impetuoso que mi abuelo y menos sensible en lo tocante a mi dignidad y autoridad real. Al fin y al cabo, ¿qué dignidad y qué autoridad serían ésas si las pudieran ultrajar los gruñidos de cualquier fanático chiflado? Pero mi paciencia se termina. Últimamente el principal tema de los sermones es el Salvador que llegará desde el sur. Desde el sur, ¿os fijáis? ¡Desde el otro lado del Yaruga!
—El Fuego Blanco —murmuró Demawend—. Llegará el Frío Blanco y después de él la Luz Blanca. Y luego el mundo resucitará, a causa del Fuego Blanco y la Reina Blanca... También lo he oído. Es una deformación de la profecía de Ithlinne aep Aevenien, la sibila élfica. Ordené capturar a uno de esos curas que gritaba estas cosas en la plaza de Vengerberg, y el verdugo le preguntó amablemente durante mucho tiempo cuántas profecías de oro le había dado por ello Emhyr... Pero el predicador sólo farfulló acerca del Fuego Blanco y la Reina Blanca... hasta el final.