La sangre de los elfos (5 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

—Cierto —asintió Rience—. No mientes directamente, lo sentiría. Pero algo tramas. No inventarías un romance así, sin motivo. Y al tal brujo lo conoces. Más de una vez te han visto en su compañía. Venga, Jaskier, habla, si te gustan tus articulaciones. Todo lo que sepas.

—La Ciri ésta —suspiró el poeta— le estaba predestinada al brujo. Lo que se llama un Niño de la Sorpresa... Lo habréis escuchado, con toda seguridad, es una historia famosa. Sus padres juraron dársela al brujo...

—¿Los padres le iban a dar la niña a ese mutante loco? ¿A ese asesino a sueldo? Mientes, poetastro. Cosas como ésta les puedes contar a las mujeres.

—Así fue, lo juro por el espíritu de mi madre —sollozó Jaskier—. Lo sé de buena tinta... El brujo...

—Habla de la muchacha. El brujo no me interesa de momento.

—¡Nada sé de la muchacha! Sé solamente que el brujo iba a por ella a Cintra cuando estalló la guerra. Lo encontré entonces. Fue por mí que se enteró de la matanza, de la muerte de Calanthe... me preguntó por la niña, la nieta de la reina... Pero yo sabía que en Cintra habían muerto todos, ni un alma se salvó del último bastión...

—Habla. Menos metáforas. ¡Más hechos!

—Cuando el brujo supo de la caída de Cintra y de la matanza, renunció al viaje. Ambos escapamos hacia el norte. Me separé de él en Hengfors, desde entonces no lo he vuelto a ver... Y como por el camino habló un poco de ella, de esa... Ciri, o como se llame... y del destino... Pues entonces compuse este romance. ¡Más no sé, lo juro!

Rience le miró de reojo.

—¿Y dónde está ahora el brujo? —preguntó—. ¿Ese mercenario asesino de monstruos, carnicero poético, al que le gusta disertar acerca del destino?

—Ya he dicho que lo vi por última vez...

—Sé lo que has dicho —le interrumpió Rience—. Escucho atentamente lo que dices. Así que escúchame tú a mí atentamente. Responde con precisión a la pregunta que se te hace. La pregunta es así: si nadie ha visto al brujo Geralt o Gerald desde hace más de un año, ¿dónde se esconde? ¿Dónde suele esconderse?

—No sé dónde está —dijo con rapidez el trovador—. No miento. De verdad que no lo sé...

—Demasiado deprisa, Jaskier, demasiado deprisa. —Rience sonrió con maldad—. Demasiado solícito. Ingenioso eres, pero poco cuidadoso. No sabes, dices, dónde es. Pero me apuesto que sabes qué es.

Jaskier apretó los dientes. De la rabia y la desesperación.

—¿Y qué? —Rience le dio una señal al apestoso—. ¿Dónde se esconde el brujo?

¿Cómo se llama ese lugar?

El poeta callaba. La soga se tensó, dobló dolorosamente las manos, los pies perdieron el contacto con la tierra. Jaskier aulló, agitado y por poco tiempo, pues el anillo mágico de Rience le amordazó.

—Más alto, más alto. —Rience apoyó las manos sobre los muslos—. Sabes, Jaskier, podría sondearte mágicamente el cerebro, pero eso agota. Además, me gusta mirar cómo los ojos se salen de las órbitas a causa del dolor. Y al final tú acabarás por decirlo todo.

Jaskier sabía que lo diría. La cuerda atada a sus tobillos se tensó, el balde lleno de cal se movió chirriando sobre el empedrado.

—Señor —dijo de pronto el otro tagarote, al tiempo que cubría con una capa el farol y miraba a través de los intersticios de las puertas de la zajurda—. Alguien viene. Una moza, creo.

—Sabéis qué hacer —susurró Rience—. Apaga el farol.

El apestoso soltó la maroma, Jaskier cayó sin fuerza al suelo, pero de tal forma que vio cómo el del farol estaba de pie junto a las puertecillas y el apestoso, con un largo cuchillo en la mano, acechaba al otro lado. A través de las grietas en las tablas se filtraba la luz de la mancebía, el poeta escuchó los ruidos de conversación y de canciones que llegaban de allí.

Las puertas de la zajurda rechinaron y se abrieron, una figura no muy alta envuelta en una capa estaba de pie allí, con un gorrito redondo, ajustado, pegado a la cabeza. Después de un instante de vacilación, la mujer cruzó el umbral. El apestoso se echó sobre ella, tiró del cuchillo con fuerza. Y cayó de rodillas porque el cuchillo no halló resistencia y atravesó la garganta de la figura como a través de una humareda. Porque la figura era efectivamente una nube de humo que ya comenzaba a deshacerse. Pero antes de que alcanzara a desaparecer, otra figura entró en la zajurda, una figura borrosa, oscura y ágil como una comadreja. Jaskier vio cómo arrojaba la capa al del farol y saltaba sobre el apestoso, vio cómo algo brillaba en sus manos, escuchó cómo el apestoso se ahogaba y resollaba salvajemente.

El otro jayán se liberó de la capa, dio un salto, agitó el cuchillo. De la mano de la figura oscura surgió con un silbido un rayo de fuego que con un chasquido terrible se dispersó, como aceite en llamas, por el rostro y el pecho del jayán. El mozallón aulló penetrantemente, la zajurda se llenó de un repugnante olor a carne quemada.

Entonces atacó Rience. El hechizo que lanzó iluminó la oscuridad con un resplandor azul en el que Jaskier pudo ver a una esbelta mujer vestida de hombre que gesticulaba extrañamente con las dos manos. La vio un segundo porque la luz azul desapareció violentamente entre un estallido y un relámpago cegador y Rience, con un grito de rabia, voló hacia atrás, chocó contra un tabique de madera, rompiéndolo con un chasquido. La mujer vestida de hombre se fue hacia él, en sus manos relucía un estilete. La zajurda se llenó de nuevo de un brillo, esta vez dorado, que pulsaba desde un óvalo de luz que había aparecido de pronto en el aire. Jaskier vio cómo Rience se alzaba del suelo y saltaba dentro del óvalo, desapareciendo al momento. El óvalo perdió brillo pero no se apagó del todo, la mujer pudo alcanzarlo y gritar algo ininteligible, al tiempo que extendía una mano. Algo tembló y silboteó y el casi extinto óvalo ardió por un segundo con un estruendoso fuego. Desde lejos, desde muy lejos, llegó a los oídos de Jaskier un confuso sonido, una voz que recordaba mucho a un aullido de dolor. El óvalo se volatilizó completamente, en la zajurda reinó la oscuridad. El poeta percibió cómo se desvanecía la fuerza que le paralizaba la garganta.

—¡Ayuda! —gritó—. ¡Auxilio!

—No vociferes, Jaskier —dijo la mujer, mientras se agachaba a su lado y le cortaba las ligaduras con el estilete de mariposa de Rience.

—¿Yennefer? ¿Eres tú?

—No irás a decir que te has olvidado de mi aspecto. Y no creo que mi voz sea ajena a tu oído musical. ¿Puedes levantarte? ¿No te han roto algún hueso?

Jaskier se alzó con esfuerzo, gimió, estiró los doloridos brazos.

—¿Qué hay de ellos? —señaló a los cuerpos que yacían sobre el empedrado.

—Vamos a ver. —La hechicera cerró con un chasquido el estilete—. Uno tendría que estar vivo.

Tengo unas cuantas preguntas para él.

—Creo que éste está vivo. —El trovador estaba de pie junto al apestoso.

—No lo creo —afirmó Yennefer impasible—. Le corté la tráquea y la carótida. Puede que todavía zumbe algo en él, pero pronto se apagará.

Jaskier se estremeció.

—¿Le has cortado el cuello?

—Si con mi natural precaución no hubiera enviado por delante una ilusión, yo sería la que ahora estaría aquí tendida. Echémosle un vistazo a este otro... Maldita sea su estirpe. Mira, un mozo tan fuerte y no ha aguantado nada. Una pena, una pena...

—¿También está muerto?

—No aguantó el shock. Humm... Le freí un poco demasiado... Mira, hasta los dientes se le han carbonizado... ¿Qué te pasa, Jaskier? ¿Vas a vomitar?

—Voy —respondió confusamente el poeta, se dobló y apoyó la frente en la pared de la zajurda.

 

—¿Eso es todo? —La hechicera dejó su vaso, echó mano a un espetón con un pollo—. ¿Nada es mentira? ¿Nada has olvidado?

—Nada. Excepto los agradecimientos. Gracias, Yennefer.

Le miró a los ojos, agitó levemente la cabeza, sus brillantes cabellos negros ondularon, cayeron en cascada sobre los hombros. Puso el pollo asado sobre un plato de madera y comenzó a partirlo hábilmente. Usaba de cuchillo y tenedor. Jaskier sólo había conocido hasta ahora a otra persona que fuera capaz de comer tan hábilmente el pollo con cuchillo y tenedor. Ahora sabía dónde y de quién lo había aprendido Geralt. Ja, pensó, no es de extrañarse, vivió con ella en su casa de Vengerberg durante un año, antes de que se escapara de ella le inculcó más de una rareza. Tomó del asador otro pollo, arrancó sin pensárselo un muslo y comenzó a morderlo, cogiéndolo demostrativamente con las dos manos.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó—. ¿En qué forma conseguiste llegar a tiempo ...?

—Estaba en Bleobheris durante tu actuación.

—No te vi.

—No quería ser vista. Luego me fui detrás de ti al pueblo. Esperé aquí, en el figón, no me parecía bien ir allá a dónde tú fuiste, al dicho lugar de dudosos goces y seguras blenorragias. Al final sin embargo perdí la paciencia. Di vueltas por el corral hasta que me pareció que escuchaba una voz que llegaba de las zajurdas. Agucé el oído y entonces estuvo claro que no era ningún sodomita, como había juzgado al principio, sino tú. ¡Eh, jefe! ¡Más vino, si hacéis la merced!

—¡Por supuesto, noble señora!

—El mismo que antes, por favor, pero esta vez sin agua. Sólo tolero el agua en el baño, dentro del vino me da asco.

—¡Por supuesto, por supuesto!

Yennefer retiró el plato. En el pollo, advirtió Jaskier, quedaba aún suficiente carne para el desayuno del tabernero y su familia. El cuchillo y el tenedor serían sin duda elegantes y refinados, pero poco productivos.

—Gracias —repitió— por salvarme. Ese maldito Rience no me hubiera dejado vivo. Me hubiera sacado todo y luego degollado como a un carnero.

—También lo creo. —Se echó vino a sí misma y a él, alzó el vaso—. Bebamos entonces a tu salvada salud, Jaskier.

—A la tuya, Yennefer —brindó—. A tu salud, por la que voy a rezar a partir de hoy cada vez que pueda. Soy deudor tuyo, hermosa señora, pagaré esta deuda en mis canciones. Derribaré en ellas el mito de que los hechiceros sean insensibles a las penas ajenas, de que no se esfuercen en prestar ayuda a los pobres e infelices mortales que les son ajenos.

—En fin —se sonrió ella, frunciendo levemente sus hermosos ojos violetas—. El mito tiene sus motivos, no se formó sin causa. Pero tú no eres ajeno, Jaskier. Te conozco y te aprecio.

—¿De verdad? —El poeta también se sonrió—. Pues lo habías escondido hábilmente hasta ahora. Incluso me encontré con la opinión, y cito, de que me aguantabas peor que a una epidemia de peste.

—Así era antes. —La hechicera se puso seria de pronto—. Luego cambié de opinión. Luego llegué a estarte agradecida.

—¿Por qué, si me es dado preguntar?

—No es importante —dijo, mientras jugueteaba con el vaso vacío—. Volvamos a preguntas más importantes. A las que te hicieron en la zajurda. ¿Qué sucedió en realidad, Jaskier? ¿De verdad no has vuelto a ver a Geralt desde vuestra huída del Yaruga? ¿De verdad no sabías que después de la guerra volvió al sur? ¿Que fue herido gravemente, tan gravemente que se corrieron incluso rumores de que había muerto? ¿No sabías de nada de esto?

—No. No lo sabía. Durante mucho tiempo estuve entretenido en Pont Vanis, en el palacio de Esterad Thyssen. Y luego en casa de Niedamir, en Hengfors...

—No sabías. —La hechicera afirmó con la cabeza, desató su camisola. En su cuello, sobre tela de terciopelo negro, brillaba una estrella de obsidiana cuajada de diamantes—. ¿No sabías que después de curarse las heridas Geralt se marchó a los Tras Ríos? ¿No te imaginas a quién buscaba allí?

—Me lo imagino. Pero lo que no sé es si la halló.

—No sabes —repitió—. Tú, que por lo general de todos sabes y de todos cantas. Incluso de asuntos tan íntimos como los sentimientos de alguien. Escuché tus romances junto a Bleobheris, Jaskier. Dedicaste unas cuantas estrofas bastante bonitas a mi persona.

—La poesía —refunfuñó, mirando al pollo— tiene sus reglas. Nadie debiera sentirse herido...

—"Cabellos de ala de cuervo, como tormenta sin truenos... —recitó Yennefer con un énfasis exagerado— ... y en los ojos violetas mortales rayos acechan..." ¿O cómo era?

—Así te recordaba —sonrió ligeramente el poeta—. Quienquiera que afirme que es una descripción falsa que tire la primera piedra.

—Solamente no sé —la hechicera apretó los labios— quién te dio permiso para describir mis órganos internos. ¿Cómo era? "Corazón como la joya que su cuello adorna, dura es cual un diamante, cual diamante fría y torva, y afilada la obsidiana, que como navaja corta..." ¿Tú mismo lo has inventado? ¿O puede...?

Sus labios temblaron, se fruncieron.

—¿... o puede que escucharas las lamentaciones y despechos de alguien?

—Humm. —Jaskier carraspeó, se alejó de tema tan peligroso—. Dime, Yennefer,¿cuándo viste por última vez a Geralt?

—Hace mucho.

—¿Después de la guerra?

—Después de la guerra... —La voz de Yennefer se transformó imperceptiblemente—. No, después de la guerra no lo vi. Durante mucho tiempo... no vi a nadie. Pero al grano, poeta. Estoy ligeramente asombrada del hecho de que no sabes de nada y de nada has oído, y pese a todo alguien te ata a una viga para sacarte información. ¿No te intranquiliza esto?

—Desde luego.

—Escúchame —dijo secamente, mientras golpeaba con el vaso en el mesa—. Escúchame con atención. Borra ese romance de tu repertorio. No lo cantes.

—Te refieres a...

—Sabes de sobra a qué me refiero. Canta acerca de la guerra con Nilfgaard. Canta acerca de Geralt y de mí, ni nos perjudicas con ello, ni nos ayudas, ni arreglas nada, ni lo empeoras. Pero no cantes sobre la Leoncilla de Cintra.

Miró a su alrededor para comprobar que ninguno de los escasos huéspedes que había a aquella hora en la fonda estaba escuchando, esperó hasta que la muchacha que limpiaba se fuera a la cocina.

—Intenta también evitar quedarte solo con gente a la que no conoces —dijo en voz baja—. Con aquellos que olvidan comenzar dándote recuerdos de conocidos comunes. ¿Comprendes?

La miró, asombrado. Yennefer sonrió.

—Saludos de Dijkstra, Jaskier.

Ahora el bardo miró asustado a su alrededor. Su asombro debía de ser visible, y su mueca graciosa, porque la hechicera se permitió un gesto bastante burlón.

—De paso —susurró mientras se agachaba sobre la mesa—, Dijkstra te pide un informe. Vuelves de Verden y Dijkstra está interesado en lo que se dice en la corte del rey Ervyll. Pidió que te dijera que esta vez el informe ha de ser concreto, detallado y de ninguna manera en verso. Prosa, Jaskier. Prosa.

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