El viento golpeaba los postigos, movía la ventana sellada con los restos de un tapiz comido por las polillas. Triss yacía sobre la mejor cama de Kaer Morhen, en la más completa oscuridad. No podía dormir. Y no se trataba de que la mejor cama de Kaer Morhen fuera una antigüedad desvencijada. Triss reflexionaba una y otra vez. Y todos los pensamientos que le espantaban el sueño volvían una y otra vez sobre las mismas preguntas.
¿Para qué la habían llamado a la fortaleza? ¿Quién lo había hecho? ¿Por qué?
¿Con qué fin?
La enfermedad de Vesemir no podía ser otra cosa que un pretexto. Vesemir era brujo. Que también fuera un anciano no cambiaba el hecho de que más de un jovenzuelo podía envidiarle su salud. Si todavía hubiera resultado que al viejo le hubiera picado con su aguijón una manticora o mordido un lobizón, Triss habría considerado creíble que la hubieran llamado. ¿Pero un "dolor de huesos"? Para reírse. El reuma en los huesos, una dolencia no demasiado original entre los muros terriblemente fríos de Kaer Morhen, se lo curaría Vesemir con elixires de brujos o incluso, más sencillo, con un fuerte orujo de hierbas, aplicado en diferentes proporciones interna y externamente. No necesitaría de hechiceras, de sus encantamientos, filtros y amuletos.
Entonces, ¿quién la había llamado? ¿Geralt?
Triss se echó sobre las sábanas, sentía una ola de calor que la invadía. Y una agitación potenciada por la rabia. Maldijo bajito, dio una patada al edredón, se dio la vuelta sobre un costado. La cama prehistórica chirrió, crujieron sus juntas.
No soy capaz de controlarme a mí misma
, pensó.
Me estoy portando como una cría tonta. O incluso peor, como una solterona falta de caricias. No soy capaz ni siquiera de pensar lógicamente
.
Maldijo de nuevo.
Por supuesto que no había sido Geralt. Sin emociones, pequeña, sin emociones, acuérdate de su gesto, allá en las cuadras. Y ya habías visto antes ese gesto, pequeña, ya lo habías visto, no te engañes. El gesto estúpido, compungido y azorado de un hombre que quiere olvidar, que lamenta, que no quiere recordar lo que pasó, no quiere regresar a lo que hubo. Por los dioses, pequeña, no te engañes pensando que esta vez es distinto. Jamás es distinto. Y lo sabes. Pues tienes ya una cierta experiencia, pequeña.
En lo que respecta a la vida erótica, Triss Merigold tenía derecho a considerarse como una hechicera típica. Todo comenzó con el ácido sabor del fruto prohibido, excitante a causa de las rígidas reglas de la academia y de las prohibiciones de los maestros con los que hacía de aprendiza. Luego llegó la independencia, la promiscuidad libre y loca, que desembocó, como suele suceder, en la decepción y la renuncia. Comenzó un largo período de soledad y el descubrimiento de que, para desactivar el estrés y la tensión, no necesitaba para nada a nadie, a nadie que, apenas se diera la vuelta y se limpiara el sudor de la frente, querría considerarse su señor y amo. Que para calmar los nervios existen medios menos complicados, los cuales además no ensucian las toallas de sangre, no expulsan ventosidades por debajo de la colcha y no exigen el desayuno. Luego vino un corto y divertido período de fascinación con el propio sexo, terminado con la conclusión de que suciedad, ventosidades y glotonería no son por lo menos dominio exclusivo de los hombres. Al fin, como casi todos los magos, Triss se acostumbró a la aventuras con otros hechiceros, esporádicas y enervantes por su desarrollo frío, técnico y casi ritual.
Y entonces apareció Geralt de Rivia. Llevando su intranquila vida de brujo, unido a Yennefer, quien era su amiga del alma, por una relación extraña, intranquila y tormentosa.
Triss los observaba a los dos y los envidiaba, aunque parecía que no había nada que envidiar. A todas luces, aquella relación los hacía a ambos infelices, los conducía directamente a la destrucción, dolía y contra toda lógica... perduraba. Triss no lo entendía. Y esto la fascinaba. La fascinaba hasta tal grado que...
Sedujo al brujo ayudándose con una pizca de magia. Dio con el momento adecuado. Un momento en el que él y Yennefer se habían tirado los trastos a la cabeza y se habían separado violentamente. Geralt necesitaba calor y quería olvidar.
No, Triss no anhelaba quitárselo a Yennefer. En realidad más le importaba su amiga que él. Pero la corta relación con el brujo no la decepcionó. Halló lo que buscaba, emociones en forma de sentimientos de culpa, temor y dolor. El dolor de Geralt. Vivió esta emoción, se excitó con ella y no pudo olvidarla cuando se separaron. Y qué cosa sea el dolor lo había entendido hacía no mucho tiempo. En el momento en que la había embargado en irresistible deseo de volver a estar con él de nuevo. Por poco tiempo, por un instante, pero estar.
Y ahora estaba tan cerca.
Triss cerró el puño y golpeó con él la almohada.
No
, pensó,
no
.
No seas tonta, pequeña. No pienses en esto. Piensa en
...
¿En Ciri? Acaso éste es
...
Sí. Éste es el verdadero motivo de su visita a Kaer Morhen. La muchacha de cabellos cenicientos, a la que le quieren convertir en bruja en Kaer Morhen. En verdadera bruja. Mutante. Máquina de matar, tal y como son ellos.
Está claro
, pensó de pronto, al sentir de nuevo una violenta excitación, esta vez sin embargo, de un tipo completamente distinto.
Es evidente. Quieren mutar a la niña, someterla a la Prueba de las Hierbas y a los Cambios, pero no saben cómo hacerlo. De los antiguos sólo vive Vesemir, y Vesemir no era nada más que maestro de esgrima. Escondido en los subterráneos de Kaer Morhen había un laboratorio, botellas polvorientas de elixires legendarios, alambiques, hornillos, retortas... ninguno de ellos sabe cómo usarlos. Porque un hecho indudable es que los elixires mutagénicos los preparaba en tiempos remotos algún hechicero renegado, y los siguientes hechiceros los perfeccionaron, controlaron mágicamente durante años los procesos de los Cambios a los que se sometía a los niños. Y en algún momento la cadena se rompió. Faltaba ciencia y talentos mágicos. Los brujos tienen las hierbas y la Hierba, tienen el laboratorio. Conocen la receta. Pero no tienen hechicero
.
¿Quién sabe,
pensó,
quizás hayan probado?
¿
Les dieron a los niños cócteles hechos sin la intervención de la magia
?
Tembló al pensar lo que había podido pasar con estos niños.
Y ahora
, pensó,
quieren mutar a la niña, pero no saben. Y esto puede significar... Puede significar que puede que me pidan ayuda. Y entonces veré lo que ningún hechicero vivo ha visto jamás, conoceré lo que ningún hechicero vivo conoce. La famosa Hierba y las hierbas, los cultivos de virus mantenidos en el más profundo de los secretos, las famosas y enigmáticas recetas
...
Y seré yo quien aplique a la niña de cabellos grises la serie de elixires, observaré los Cambios mutacionales, veré con mis propios ojos cómo
...
Cómo muere la niña de cabellos grises
.
Oh, no
. Triss tembló otra vez.
Nunca. A ningún precio
.
Al fin y al cabo creo que de nuevo me estoy alterando antes de tiempo. Creo que no se trata de esto. Durante la cena estuvimos charlando, intercambiando rumores sobre esto y aquello. Algunas veces intenté dirigir la conversación hacia la Niña de la Sorpresa, sin resultado. Enseguida cambiaban de tema
.
Los había observado. Vesemir estaba tenso y turbado, Geralt intranquilo, Lambert y Eskel artificialmente alegres y charlatanes, Coën tan natural que resultaba innatural. Sincera y abierta había sido exclusivamente Ciri, colorada del frío, desgreñada, feliz y diabólicamente tragona. Comieron sopa de cerveza, densa de picatostes y queso, y Ciri se asombró de que no sirvieran setas. Bebieron sidra, pero a la muchacha le dieron agua, a causa de lo que se sintió visiblemente sorprendida y enfadada. Dónde está la ensalada, gritó de pronto, y Lambert la amonestó enérgicamente y la ordenó quitar los codos de la mesa.
Setas y ensalada. ¿En diciembre?
Por supuesto, pensó Triss. La están alimentando con esos legendarios saprofitos cavernarios, esas hierbas montañesas desconocidas para la ciencia, ... famosas infusiones de hierbas secretas. La muchacha se desarrolla deprisa, se pone en forma satánica, brujeril. De forma natural, sin mutación, sin riesgo, sin revolución hormonal. Pero la hechicera no debía saberlo. Para la hechicera esto era un secreto.
No me dirán nada, no me mostrarán nada
.
Ya he visto cómo corría esta niña. Ya he visto cómo bailaba con la espada sobre la viga, hábil y rápida, llena de gracia bailarina, casi de cabra, moviéndose como una acróbata. Tengo, pensó, obligatoriamente tengo que verla desnuda, confirmar cómo se desarrolló bajo la influencia de eso con que la alimentan aquí. ¿Y si pudiera conseguir y sacar de aquí unas muestras de "setas" y "ensaladas"? Vaya, vaya
...
¿Y la confianza? Me río de vuestra confianza, brujos. En el mundo hay cáncer, hay viruela, tétanos y leucemia, hay alergias, existe la muerte repentina de bebés. Y vosotros ocultáis ante el mundo vuestras "setas", de las cuales quizás se pudiera destilar un medicamento que salvara vidas. Las mantenéis en secreto incluso ante mí, a quien declaráis vuestra amistad, afecto y confianza. ¡Ni siquiera puedo ver no ya el laboratorio sino ni las putas setas!
.
Entonces, ¿para qué me habéis hecho venir? ¿A mí, una hechicera?
.
¡
Magia
!
Triss soltó una carcajada.
¡Ja, pensó, ahí os he pillado, brujos! Ciri os ha dado un susto tan grande como a mí. "Partió" a soñar mientras estaba despierta, tuvo visiones, profetizó, apareció el aura, la cual al fin y al cabo percibís casi tan bien como yo. "Echó mano" inconscientemente a algo mediante psicoquinesis o con la fuerza de su voluntad dobló una cuchara de cinc mientras la miraba durante la comida. Respondió a preguntas que le hacíais en vuestra cabeza o puede que incluso a aquéllas que temíais plantearle mentalmente. Y se apoderó de vosotros el miedo. Os disteis cuenta de que vuestra Sorpresa es más sorprendente de lo os creíais
.
Os disteis cuenta de que teníais en Kaer Morhen una Fuente. Que no podéis hacer nada sin una hechicera.
Y no hay ninguna hechicera que tenga amistad con vosotros, en la que podáis confiar. Excepto yo y...
Y excepto Yennefer.
El viento aullaba, golpeaba en los postigos, removía el tapiz. Triss Merigold se tendió boca arriba, absorta en sus reflexiones, comenzó a morderse la uña del pulgar.
Geralt no invitó a Yennefer. Me invitó a mí. Acaso por eso
...
Quién sabe. Puede ser. Pero si es como pienso, por qué
...
Por qué
...
—¿Por qué no ha venido aquí, a buscarme? —gritó bajito en la oscuridad, nerviosa y enfadada.
Le respondió el viento aullando entre las ruinas.
La mañana era soleada, pero terriblemente fría. Triss se despertó aterida y cansada pero tranquila y decidida.
Entró la última a la sala. Recibió satisfecha el homenaje de las miradas que recompensaban sus esfuerzos: había cambiado el traje de viaje por un vestido sencillo pero efectivo y se había colocado con habilidad ciertas esencias mágicas y cosméticos sin magia, pero extraordinariamente caros. Comió sus gachas mientras conversaba con los brujos sobre temas banales y poco importantes.
—¿Otra vez agua? —refunfuñó de pronto Ciri, mirando su vaso—. ¡Me duelen los dientes de tanta agua! ¡Quiero zumo! ¡De ése de color azul!
—No te encorves —dijo Lambert y atisbó con el rabillo del ojo a Triss—. ¡Y no te limpies la boca con las mangas! Se terminó la comida, hora de entrenar. Los días son cada vez más cortos.
—Geralt. —Triss terminó las gachas—. Ciri se cayó en la Senda. Nada grave, pero la culpa fue de ese traje de bufón. Está todo mal ajustado y le dificulta los movimientos.
Vesemir tosió, volvió la vista. Ah, pensó la hechicera, así que es obra tuya, maestro de la espada. Cierto, parecía que hubieran cortado el jubón de Ciri con una espada y lo hubieran cosido con la punta de un flecha.
—Los días son, cierto, cada vez más cortos —siguió, sin esperar a que comentaran nada—. Pero hoy lo vamos a acortar aún más. ¿Ciri, has terminado? Haz el favor de venir conmigo. Ejecutaremos los indispensables arreglos en tu uniforme.
—Ella corre con esto desde hace un año, Merigold —habló Lambert con furia—. Y todo estaba bien hasta que...
—¿... hasta que apareció una mujer que no puede ver ropa de tan poco gusto y tan mal ajustada? Tienes razón. Pero la mujer ha aparecido y el orden establecido se ha hundido, ha llegado la hora de hacer grandes cambios. Ven, Ciri.
La muchacha vaciló, miró a Geralt. Geralt asintió con la cabeza, sonrió. Una sonrisa hermosa. Tal y como era capaz de sonreír antes, entonces, cuando...
Triss retiró la vista. Aquella sonrisa no era para ella.
La habitación de Ciri era una copia fiel del cuartel de los brujos. Era, tal y como ellos, falta de objetos y muebles. No había aquí prácticamente nada excepto una cama de tablas rotas, una mesita y un arcón. Los brujos decoraban las paredes y puertas de su cuartel con pieles de animales muertos durante una montería: ciervos, linces, lobos, incluso glotones. Sin embargo, sobre las puertas de la habitacioncilla de Ciri había una piel de una gigantesca rata con un rabo asqueroso y peludo. Triss combatió su deseo interno de arrancar aquella apestosa guarrería y echarla por la ventana.
La muchacha, de pie junto a la cama, la miraba expectante.
—Intentaremos —dijo la hechicera— arreglar un poco esa... vaina tuya. Siempre he tenido talento para las tijeras y la aguja, así que supongo que podré dar cuenta también de esa piel de cabra. Y tú, brujilla, ¿has tenido alguna vez en la mano una aguja? ¿Te han enseñado alguna otra cosa aparte de hacer agujeros con la espada a una bolsa de paja?
—Cuando estaba en los Tras Ríos, en Kagen, tuve que hilar —murmuró Ciri de mala gana—. No me dejaban coser porque solamente rompía el lino y echaba a perder los hilos, había que descoserlo todo otra vez. ¡Pero qué terríbilemente aburrido era aquello de hilar, puf!
—Cierto —se rió Triss—. Difícil pensar en algo más aburrido. Yo tampoco soportaba tener que hilar.
—¿Y tenías que hacerlo? Yo tenía porque... Pero tú eres encan... hechicera. ¡Tú puedes lograr todo con hechizos! Este vestido tan bonito... ¿lo has hechizado?