La sangre de los elfos (12 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

—Habrá entonces que aceptar —dijo Eskel, al tiempo que encendía una vela en otro candelabro— que Ciri puede poseer una carga genética.

—No sólo puede —dijo Vesemir—. Ella posee esa herencia. Por un lado, Lambert tiene razón. Ciri no es capaz de hacer las Señales. Por el otro... Todos hemos visto...

Calló, mientras miraba a Ciri, quien con un chillido de alegría saludaba en aquel preciso momento el haber alcanzado ventaja en el juego. Triss vio la sonrisa en el rostro de Coën y no albergó dudas de que éste le había permitido que ganara.

—Y precisamente —dijo temblando—. Todos lo habéis visto. ¿Qué habéis visto?

¿En qué circunstancias lo habéis visto? ¿No os parece, muchachos, que ha llegado el momento de ser más sinceros? Diablos, os repito, guardaré el secreto. Tenéis mi palabra.

Lambert miró a Geralt, Geralt afirmó permitiéndole. El joven brujo se levantó, sacó de una alta estantería una garrafa de cristal grande, cuadrangular y una botellita más pequeña. Vertió el contenido de la botellita en la garrafa, la agitó varias veces, sirvió el diáfano líquido en las jarras que estaban sobre la mesa.

—Toma algo con nosotros, Triss.

—¿Acaso la verdad es tan terrible —se mofó— que no se puede hablar de ella estando sobrio? ¿Que hay que embriagarse para poder oírla?

—No te hagas la lista. Echa un trago. Lo entenderás más fácilmente.

—¿Y qué es esto?

—Gaviota blanca.

—¿Qué?

—Un medio ligero —sonrió Eskel— para tener dulces sueños.

—¡Voto a bríos! ¿Un alucinógeno brujeril? ¡Así que por eso os brillan los ojos por las noches!

—La gaviota blanca es muy suave. La negra es la alucinógena.

—¡Si en este líquido hay magia no me está permitido llevármelo a los labios!

—Únicamente ingredientes naturales —la tranquilizó Geralt, pero la mueca que había adoptado, como ella advirtió, era confusa. Seguramente tenía miedo de que le preguntara por los ingredientes del elixir—. Y disueltos en una gran cantidad de agua. No te propondríamos nada que pudiera perjudicarte.

El líquido espumoso de extraño sabor le golpeó frío en el esófago pero se extendió cálido por su cuerpo. La hechicera pasó la lengua por las encías y el paladar. No pudo reconocer ninguno de los componentes.

—Le disteis a probar a Ciri esta... gaviota —se imaginó—. Y entonces...

—Fue un accidente —la interrumpió rápido Geralt—. La primera tarde, nada más llegar... Tenía sed, la gaviota estaba en la mesa. Antes de que alcanzáramos a reaccionar, se la bebió de un trago. Y cayó en trance.

—Nos pasmamos de miedo —reconoció Vesemir y suspiró—. Ay, nos pasmamos, niña. Hasta el cuello.

—Comenzó a hablar con una voz ajena —afirmó con tranquilidad la hechicera, mirando a los ojos de los brujos, que brillaban a la luz de las velas—. Comenzó a hablar de cosas y materias que no podía conocer. Comenzó a... profetizar. ¿Verdad? ¿Qué dijo?

—Tonterías —dijo seco Lambert—. Gilipolleces carentes de sentido.

—No dudo —le miró— que entonces se entendería estupendamente contigo. Las gilipolleces son tu especialidad, lo confirmas cada vez que abres la boca. Hazme entonces el favor y no la abras durante algún tiempo. ¿De acuerdo?

—Esta vez —dijo serio Eskel, mientras se tocaba la cicatriz del rostro— Lambert tiene razón, Triss. En verdad, después de beber la gaviota, Ciri habló de tal modo que no se podía entender. Entonces, la primera vez, no se trató más que de un farfulleo. Sólo después...

Se interrumpió. Triss asintió con la cabeza.

—Sólo la segunda vez comenzó a hablar con sentido —se imaginó la hechicera—. Entonces hubo una segunda vez. ¿También después de un narcótico bebido a causa de vuestro descuido?

—Triss —Geralt alzó la cabeza—. No es momento de bromas malignas. A nosotros no nos divierte esto. A nosotros nos preocupa y nos inquieta. Sí, hubo una segunda vez, y una tercera. Ciri cayó de mala manera durante un ejercicio. Perdió el sentido. Cuando lo recuperó estaba de nuevo sumida en un trance. Y otra vez balbuceó. Otra vez con una voz ajena. Y otra vez era ininteligible. Pero yo ya había escuchado voces parecidas, parecidas formas de hablar. Así hablan esas pobres mujeres, locas y enfermas, a las que se les llama oráculos. ¿Entiendes a lo que me refiero?

—Perfectamente. Ésta fue la segunda vez. Pasemos a la tercera.

Geralt se pasó el antebrazo por la frente, que de pronto estaba perlado de sudor.

—Ciri se despierta a menudo por la noche —siguió—. Gritando. Ha pasado mucho. Ella no quiere hablar de esto, pero sin duda vio en Cintra y en Angren cosas que un niño no debiera ver. Temo incluso que... que alguien le hiciera daño. Esto le vuelve en sueños... A menudo es fácil tranquilizarla, se duerme sin problemas... Pero una vez después de despertarse... estaba en nuevo en trance. De nuevo habló con esa voz ajena, desagradable... maligna. Habló con claridad y sentido. Profetizó. Predijo. Y nos predijo...

—¿Qué? ¿Qué, Geralt?

—La muerte —dijo suavemente Vesemir—. La muerte, niña.

Triss miró a Ciri, quien le chillaba a Coën acusándole de hacer trampas en el juego. Coën la abrazó, estalló en risas. La hechicera comprendió de pronto que nunca, nunca hasta entonces había escuchado reír a ninguno de los brujos.

—¿A quién? —preguntó, todavía mirando a Coën.

—A él —dijo Vesemir.

—Y a mí —añadió Geralt. Y sonrió.

—Al despertar...

—No recordaba nada. Y nosotros no preguntamos.

—Bien hecho. En lo que respecta a esa profecía... ¿Era concreta? ¿Detallada?

—No. —Geralt la miró directamente a los ojos—. Confusa. No preguntes por la profecía, Triss. A nosotros no nos preocupa el contenido de las predicciones y augurios de Ciri, sino lo que pasa con ella. No tenemos miedo por nosotros, sino...

—Cuidado —le advirtió Vesemir—. No hables de esto delante de ella. Coën se acercó a la mesa, llevando la muchacha sobre los hombros.

—Dales a todos las buenas noches, Ciri —dijo—. Dales las buenas noches a estos búhos noctámbulos. Nosotros nos vamos a dormir. Ya es casi la medianoche. En un instante se acaba Midinváerne. ¡A partir de mañana la primavera estará cada día más cerca!

—Quiero beber. —Ciri se bajó de sus espaldas, le echó mano a la jarra de Eskel. El brujo hábilmente retiró la jarra del alcance de sus manos, tomó un jarrón con agua. Triss se levantó a toda prisa.

—Toma —dio a la muchacha su vaso, que estaba lleno hasta la mitad y apretó al mismo tiempo furtivamente el brazo de Geralt y miró a Vesemir a los ojos—. Bebe.

—Triss —susurró Eskel, mirando a Ciri que bebía de un trago— ¿Piensas que es lo mejor? Pero...

—Ni una palabra, por favor.

No esperaron demasiado tiempo al efecto. Ciri se tensó de pronto, gritó en bajo tono, adoptó una sonrisa ancha y feliz. Cerró los párpados, desplegó los brazos. Soltó una carcajada, giró en una pirueta, comenzó a bailar de puntillas. Lambert con un relampagueante movimiento apartó el escabel que estaba entre la bailarina y el hogar de la chimenea.

Triss se alzó, sacó de bajo su escote un amuleto, un zafiro engastado en plata colgando de una fina cadena. Lo apretó con fuerza en el puño.

—Niña... —gimió Vesemir—. ¿Qué estás haciendo?

—Sé lo que hago —dijo cortante—. La muchacha ha caído en trance y yo voy a establecer contacto psíquico con ella. Entraré en ella. Ya os he dicho que ella es una especie de transmisor mágico, tengo que saber qué es lo que transmite, de dónde extrae su aura, cómo la procesa. Hoy es Midinváerne, una noche muy apropiada para tales intentos...

—No me gusta esto. —Geralt arrugó el ceño—. No me gusta nada.

—Si alguna de nosotras sufriera un ataque de epilepsia —la hechicera ignoró las palabras de Geralt— ya sabéis lo que tenéis que hacer. Un palo en los dientes, sujetar y esperar. Alegrad esas caras, muchachos. No es la primera vez que hago esto.

Ciri dejó de bailar, se hincó de rodillas, extendió las manos, apoyó la cabeza sobre las rodillas. Triss apretó el amuleto que ya estaba tibio contra las sienes, murmuró una fórmula mágica. Cerró los ojos, se concentró y envió un impulso.

El mar susurraba, las olas golpeaban con estrépito contra una playa rocosa, altos géiseres explotaban entre las peñas. Agitó unas alas, aprovechó un viento salado. Indescriptiblemente feliz se lanzó en picado, superó una bandada de compañeras, arañó con las uñas el peine de las olas, se alzó de nuevo hacia el cielo, derramando gotas, planeó, martilleada por el viento que hacía vibrar sus penas y timoneras. La fuerza de la sugestión, pensó con lucidez. Se trata tan sólo de la fuerza de la sugestión. ¡Una gaviota!

¡Triiiiss! ¡Triiiiss!
.

¿Ciri? ¿Dónde estás?
.

¡Triiiiss!
.

El chillido de las gaviotas se apagó. La hechicera todavía sentía en el rostro las salpicaduras de las olas, pero bajo ella ya no estaba el mar. O mejor dicho, estaba, pero sólo un mar de hierba, una infinita llanura que alcanzaba hasta el horizonte. Triss constató con espanto que lo que veía era el panorama que se dominaba desde la cumbre del Monte de Sodden. Pero no era el Monte. No podía ser el Monte.

El cielo se oscureció de pronto, alrededor se arremolinaron las tinieblas. Vio una larga fila de confusas figuras que subían lentamente por la pendiente. Escuchó unos susurros superpuestos unos a los otros y mezclados con un coro intranquilizador e ininteligible.

Ciri estaba al lado, vuelta de espaldas. El viento agitaba sus cabellos cenicientos.

Las figuras confusas y nebulosas seguían pasando a su lado, en una larga e interminable fila. Al llegar a ella volvían la cabeza. Triss acalló un grito mientras miraba a los rostros serenos e impasibles, a los ojos ciegos y muertos. La mayor parte de los rostros no los conocía, no sabía de quién eran. Pero algunos sí.

Coral. Vanielle. Yoël. Raby Axel...

—¿Por qué me has traído aquí —susurró—. ¿Por qué?

Ciri se dio la vuelta. Alzó un brazo y la hechicera contempló un hilillo de sangre que recorría desde la línea de la vida por el interior de la mano hasta la muñeca.

—Esto fue la rosa —dijo serena la muchacha—. La Rosa de Shaerrawedd. Me he pinchado. No es nada. Sólo sangre. La sangre de los elfos...

El cielo se oscureció aún más, y al poco brilló con fuerte y cegadora luz un relámpago. Todo se sumió en el silencio y la inmovilidad. Triss dio un paso, para asegurarse de que iba a poder hacerlo. Se paró al lado de Ciri y vio que ambas estaban al borde de un precipicio infinito en el que se arremolinaba un humo rojizo, como si estuviera iluminado. El brillo de otro mudo relámpago mostró de pronto una escalera de mármol muy larga que conducía hacia las profundidades del abismo.

—Así ha de ser —dijo Ciri con voz temblorosa—. No hay otro camino. Sólo éste. Escalones hacia el fondo. Así ha de ser porque... Va'esse deireádh aep eigean...

—Habla —susurró la hechicera—. Habla, niña.

—Niña de la Vieja Sangre... Feainnewedd... Luned aep Hen Ichaer... Deithwen... La Llama Blanca... No, no... ¡No!

—¡Ciri!

—El caballero negro... con una pluma en el yelmo... ¿Qué me hizo? ¿Qué pasó entonces? Tenía miedo... Todavía lo tengo. Esto no se acabó, esto no se acabará nunca. La Pequeña Leona ha de morir... Una razón de estado... No... No...

—¡Ciri!

—¡No! —La muchacha se tensó, cerró los párpados—. ¡No, no, no quiero! ¡No me toques!

El rostro de Ciri se transformó violentamente, se endureció, la voz se volvió metálica, fría y malvada, en ella resonaba un escarnio maligno y cruel.

—¿Has venido tras ella hasta aquí, Triss Merigold? ¿Hasta aquí? Has ido demasiado lejos, Decimocuarta. Te avisé.

—¿Quién eres? —Triss se estremeció. Pero controló su voz.

—Lo sabrás cuando llegue el momento.

—¡Lo sabré ahora!

La hechicera alzó la mano, la extendió con violencia, concentrando todas las fuerzas en un Conjuro de Identificación. La cortina mágica estalló, pero detrás de ella había una segunda... Una tercera... Una cuarta...

Con un gemido, Triss cayó de rodillas. Y la realidad siguió estallando, se abrieron otras puertas, largas, que no terminaban nunca y conducían a la nada. Al vacío.

—Te confundiste, Decimocuarta —vibró la voz metálica, inhumana—. Confundiste el cielo con las estrellas reflejadas de noche sobre la superficie de un estanque.

—No toques... ¡No toques a esa niña!

—No es una niña.

Los labios de Ciri se movían pero Triss veía como los ojos de la muchacha estaban muertos, vidriosos, sin conciencia.

—No es una niña —repitió la voz—. Es la Llama, la Llama Blanca, a causa de la que se prenderá y arderá el mundo. Es la Vieja Sangre, Hen Ichaer. La sangre de los elfos. La Semilla que no engendrará sino que estallará en llamas. La Sangre que será derramada... Cuando llegue el Tedd Deireádh, el Tiempo del Fin. ¡Va'esse deireádh aep eigean!

—¿Predices la muerte? —gritó Triss—. ¿Sólo sabes eso, predecir muerte? ¿A todos? ¿A ellos, a ella... a mí?

—¿A ti? Tú ya estás muerta, Decimocuarta. Todo ha muerto en ti ya.

—Por el poder de las esferas —gimió la hechicera al tiempo que movilizaba los restos de fuerza que le quedaban y movía los brazos en el aire—. Por el agua, el fuego, la tierra y el aire, yo te conjuro. Te conjuro en la mente, en el sueño y en la muerte, en todo lo que fue, en todo lo que es y en todo lo que vendrá. Te conjuro. ¿Quién eres?

¡Habla!

Ciri volvió la cabeza. La visión de los escalones que conducían hacia las profundidades desapareció, fluyó, en su lugar apareció un mar gris y oleaginoso, espumeante, agitado por el peine de las olas que chocaban entre sí. En el silencio se alzó de nuevo el chillido de las gaviotas.

—Vuela —dijo la voz a través de los labios de la muchacha—. Ya es hora. Vuelve allá de donde viniste, Decimocuarta del Monte. Vuela con las alas de una gaviota y escucha el grito de otras gaviotas. ¡Escucha atentamente!

—Te conjuro...

—No puedes. ¡Vuela, gaviota!

Y de pronto hubo otra vez el silbido del viento y el aire húmedo y salado, y hubo un vuelo, un vuelo sin principio ni final. Las gaviotas chillaban salvajemente. Chillaban y ordenaban.

¿Triss?
.

¿Ciri?
.

¡Olvídalo! ¡No lo tortures! ¡Olvida! ¡Olvida, Triss!
.

¡Olvida!
.

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