La sangre de los elfos (11 page)

Read La sangre de los elfos Online

Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

—Sobre todo —comenzó, sonriéndose con malignidad—, conviene amenizar la dieta de Ciri. Y en concreto, limitar en ella los hongos secretos y la hierbas misteriosas.

Geralt y Coën controlaron sus rostros estupendamente. Lambert y Eskel un poco peor. Vesemir fue incapaz de controlarse. En fin, pensó ella mientras contemplaba su graciosa mueca, en sus tiempos el mundo era mejor. Entonces la hipocresía era un defecto del que había que avergonzarse. La sinceridad no acarreaba vergüenza.

—Menos caldos de hierbas rodeadas de misterios —siguió, intentando no reírse—, y más leche. Tenéis aquí cabras. Ordeñar no es difícil, ya verás, Lambert, aprenderás en un daca las pajas.

—Triss —comenzó Geralt—, escucha...

—No, escucha tú. No habéis sometido a Ciri a violentas mutaciones, no la habéis tocado con hormonas, ni habéis intentado con elixires y Hierbas. Y os alabo esto. Fue una actuación razonable, consecuente, humana. No la habéis deformado con venenos, razón de más para que no la mutiléis ahora.

—¿De qué hablas?

—Las setas cuyo secreto tan bien guardáis —aclaró— en verdad mantienen a la muchacha en una forma excelente y le fortalecen los músculos. Las hierbas le aseguran una transformación ideal de la materia y aceleran el desarrollo. Todo ello junto, ayudado por un entrenamiento mortífero, produce sin embargo ciertos cambios en la constitución del cuerpo. En los tejidos adiposos. Ella es una mujer. Si no la habéis mutilado hormonalmente, no la mutiléis ahora físicamente. Puede que alguna vez os recrimine que le hayáis privado tan brutalmente de sus... atributos femeninos.

¿Comprendéis de qué hablo?

—Y cómo —murmuró Lambert mientras contemplaba sin miramientos el busto de Triss que sobresalía de la tela del vestido. Eskel carraspeó y atravesó con sus ojos al joven brujo.

—¿Ahora —preguntó Geralt lentamente, deslizando también su mirada por el uno y el otro— no habrás advertido en ella nada irreparable, espero?

—No —sonrió—. Por suerte no. Se desarrolla saludable y normal, tiene una complexión como la de una dríada joven, da gusto mirarla. Pero guardad las medidas en la utilización de los aceleradores, os lo ruego.

—Las guardaremos —prometió Vesemir—. Gracias por la advertencia, niña. ¿Qué más? Has hablado de tres... consejos.

—Por supuesto. He aquí el segundo: no debéis permitir que Ciri se embrutezca aquí. Tiene que tener contacto con el mundo. Con sus coetáneos. Tiene que conseguir una educación decente y prepararse para una vida normal. De momento que juguetee con la espada. Sin mutación no la podréis convertir en bruja, pero un entrenamiento brujeril no la dañará. Corren tiempos difíciles y peligrosos, sabrá defenderse cuando lo precise. Como una elfa. Pero no la podéis enterrar aquí viva, en este despoblado. Tiene que vivir una vida normal.

—Su vida normal ardió junto con Cintra —murmuró Geralt—. Pero en fin, Triss, como de costumbre, tienes razón. Ya habíamos pensado en ello. Cuando llegue la primavera la llevaré a la escuela del santuario. Al cuidado de Nenneke, a Ellander.

—Esa es una excelente idea y una decisión sabia. Nenneke es una mujer excepcional y la basílica de la diosa Melitele es un lugar excepcional. Seguro, estable, que garantiza una verdadera educación para la chicas. ¿Ciri ya lo sabe?

—Lo sabe. Alborotó durante unos cuantos días pero al final lo aceptó. En este momento incluso espera impaciente a la primavera, la emociona la perspectiva de un viaje a Temeria. Le interesa el mundo exterior.

—Como a mí a su edad —sonrió Triss—. Y esta comparación nos acerca peligrosamente a mi tercer consejo. El más importante. Y vosotros sabéis cuál. No pongáis esos gestos tontos. Soy hechicera, ¿lo habéis olvidado? No sé cuanto tiempo os habrá llevado el reconocer las capacidades mágicas de Ciri. Yo he necesitado para ello menos de media hora. Al cabo de este tiempo sabía ya quién, o mejor dicho qué, es la niña.

—¿Y qué es?

—Una Fuente.

—¡Imposible!

—Posible. Incluso seguro. Ciri es una Fuente, tiene potenciales de médium. Lo que es más, sus potenciales son muy, muy intranquilizadores. Y vosotros, queridos brujos, bien lo sabéis. Vosotros habéis advertido estas capacidades, también a vosotros os han puesto nerviosos. Sólo y exclusivamente por ello me habéis hecho venir a Kaer Morhen, ¿verdad? ¿Tengo razón? ¿Sólo y exclusivamente por ello?

—Sí —confirmó Vesemir al cabo de un rato de silencio. Triss respiró discretamente con alivio. Por un momento había temido que el que lo confirmara fuera Geralt.

 

Al día siguiente cayeron las primeras nieves, al principio leves, luego en forma de tormenta. Cayeron durante toda la noche y por la mañana los muros de Kaer Morhen se ahogaban bajo montones de nieve. Era imposible correr por el Matadero, cuanto más que Ciri todavía no se encontraba bien. Triss sospechaba que la "aceleración" brujeril podía ser la causa de los transtornos menstruales. No podía tener sin embargo seguridad completa, pues no sabía prácticamente nada de estas sustancias y Ciri era fuera de toda duda la única muchacha en el mundo que las había tomado. No les dijo nada a los brujos de sus sospechas. No quería preocuparlos ni ponerlos nerviosos, prefería utilizar sus propios medios. Atiborró a Ciri con elixires, le ató al talle por debajo del vestido unos manojillos de jaspes activos y le prohibió los esfuerzos, en especial la caza salvaje de ratas con la espada.

Ciri se aburría, vagabundeaba soñolienta por el castillo, hasta que al fin, a falta de otra diversión, se unió a Coën, que estaba limpiando las cuadras, ocupándose de los caballos y reparando la guarnicionería.

Geralt, para rabia de la hechicera, se había esfumado donde fuera y apareció únicamente al caer la tarde, cargando con una cabra montesa muerta. Triss le ayudó a preparar su caza. Aunque le daba un asco terrible el olor a carne y sangre, quería estar cerca del brujo. Cerca. Lo más cerca posible. Creció en ella una fría y férrea decisión. No tenía ganas de dormir sola de nuevo.

—¡Triss! —aulló de pronto Ciri, que subía por las escaleras con ruidosos pasos—. ¿Puedo dormir hoy contigo? ¡Triss, por favor, déjame! ¡Por favor, Triss!

La nieve caía y caía. Se hizo más clara sólo cuando comenzó Midinváerne, el Día del Solsticio de Invierno.

 

Capítulo tercero

Al tercer día los niños todos murieron, a no ser uno que de años a los diez acaso llegaba. El tal, arrojado a una violenta enajenación, cayó al punto en profunda embriaguez. Los ojos suyos tenían la mirada como de vidrio, con las manos meneaba sin tregua la frazada o manoteaba en el aire como en queriendo aferrar un rayo. El aliento volvióse sonoro y enronquecido, un sudor frío, pegajoso y hediento le salió por la piel. Entonces de nuevo le fue dado elixir a las venas y repitióse el ataque. Esta vez la sangre brotóle por las narices, y la tos se tornó en vómitos, tras lo cual el mozo por completo desfalleció y se le fueron los sentidos.

Los síntomas no se rebajaron en los días dos que siguieron. La infantil piel, hasta entonces enjuagada en sudores, volvióse seca y requemada, el pulso perdió su entereza y duración, el tiempo era en medida fuerte, más tirando a lento que a presto. Ni una vez sola se espabiló de nuevo, ni grandes voces volvió a dar.

Por fin llegó el día séptimo. El mozo se despertó como de un sueño y abrió los ojos, y los ojos suyos como los de la víbora eran...

Carla Demetia Crest, La Prueba de las Hierbas y otras muy secretas prácticas de los brujos, con los propios ojos contempladas, manuscrito para el exclusivo uso del Capítulo de los Hechice.

 

—Vuestros recelos eran infundados, completamente falsos. —Triss frunció el ceño, apoyó los codos sobre la mesa—. Pasaron ya los tiempos en los que los hechiceros perseguían a las Fuentes y los niños con aptitudes mágicas, tiempos en los que se los arrancaban a sus padres o tutores a fuerza de violencia o estratagemas.

¿De verdad pensabais que podría haber querido quitaros a Ciri?

Lambert gruñó, volvió la cabeza. Eskel y Vesemir miraron a Geralt, pero Geralt guardaba silencio. Miró a un lado, mientras jugueteaba incansablemente con su plateado medallón de brujo, la cabeza del lobo mostrando los colmillos. Triss sabía que el medallón reaccionaba a la magia. En una noche como la de Midinváerne, cuando hasta el aire vibraba con la magia, los medallones de los brujos debían de estar vibrando sin tregua, debían de agitarse e incomodar.

—No, niña —dijo por fin Vesemir—. Sabemos que no lo hubieras hecho. Pero también sabemos que hubieras tenido que dar parte de ello al Capítulo. Sabemos, y no de hoy, que cada hechicero y cada hechicera están obligados a ello. No arrancáis ya los niños con aptitudes a los padres y tutores. Los observáis para, más tarde, en el momento adecuado, fascinarlos con la magia, inclinarlos a...

—No tengáis miedo —le interrumpió con voz fría—. No hablaré de Ciri a nadie. Tampoco al Capítulo. ¿Por qué me miráis así?

—Nos asombra la facilidad con que declaras que nos guardarás el secreto —dijo sereno Eskel—. Perdona, Triss, no quisiera herirte, pero, ¿qué ha pasado con vuestra legendaria lealtad hacia el Consejo y el Capítulo?

—Muchas cosas han pasado. La guerra ha cambiado muchas cosas. Y la batalla de Sodden aún más. No quiero aburriros con políticas y además ciertos problemas y asuntos son, perdonadme, secretos que no me es lícito traicionar. En lo que se refiere a la lealtad... Soy leal. Pero podéis creerme, en este asunto puedo ser al mismo tiempo leal al Capítulo y a vosotros.

—Tal doble lealtad —Geralt la miró a los ojos por primera vez en aquella tarde— es una cosa diabólicamente difícil. Pocas veces esto sale bien, Triss.

La hechicera miró a Ciri. La muchacha estaba sentada con Coën en una piel de oso en un lejano rincón de la sala jugando al calientamanos. El juego se iba volviendo monótono puesto que ambos eran increíblemente rápidos y ninguno era capaz de acertar al otro en forma alguna. Por lo visto esto no les molestaba y no les aguaba la diversión.

—Geralt —dijo—. Cuando encontraste a Ciri allá, junto al Yaruga, te la llevaste contigo. La trajiste a Kaer Morhen, la escondiste del mundo, no quieres ni siquiera que los parientes de la niña sepan que vive. Lo hiciste porque algo, de lo que no sé, te convenció de que existe el destino, de que nos gobierna, de que nos dirige en todo lo que hacemos. Yo también pienso así, siempre lo he pensado. Si el deseo quiere que Ciri se convierta en hechicera, así sucederá. Ni el Capítulo ni el Consejo tienen por qué saber nada, no tienen por qué observar ni convencer. Guardándoos el secreto, no traiciono en nada al Capítulo. Pero como bien sabéis hay aquí cierto problema.

—Si sólo fuera uno —suspiró Vesemir—. Habla, niña.

—La muchacha tiene aptitudes para la magia y ello no se puede descuidar. Es demasiado peligroso.

—¿Por qué razón?

—Las aptitudes incontroladas son peligrosas. Para la Fuente y para los que la rodean. Para los que la rodean la Fuente puede ser peligrosa de muchas formas. Para sí misma sólo en una. Se trata de alguna enfermedad mental. La más común es la catatonía.

—Por los mil diablos —dijo Lambert después de un largo rato de silencio—. Os estoy escuchando y pienso que aquí alguien ya ha perdido el juicio y ya veis cómo es peligrosa para los que la rodean. Destino, fuente, hechicerías, prodigios, milagros... Pero, ¿no exageras, Merigold? ¿Acaso es éste el primer crío que ha sido traído a la Fortaleza? Geralt no encontró ningún destino, encontró a un huérfano más, desprovisto de hogar. Le enseñaremos a este crío el arte de la espada y lo soltaremos en el mundo, como a otros. Cierto, estoy de acuerdo, nunca hasta ahora habíamos entrenado en Kaer Morhen a una niña. Tuvimos problemas con Ciri, cometimos errores, bien está que nos los señalaras. Pero sin exagerar. Ella no es tan original como para caer de rodillas y alzar los ojos al cielo. ¿Acaso pululan por el mundo pocas hembras guerreras? Te garantizo, Merigold, Ciri saldrá de aquí educada y sana, fuerte y sabiendo arreglárselas en la vida. Y, te garantizo, sin catatonia ni otros males. A menos que tú la convenzas de padecer parecida enfermedad.

—Vesemir. —Triss se volvió en la silla—. Ordénale callarse porque molesta.

—Te haces la lista —dijo sereno Lambert— y no lo sabes todo. Mira.

Alzó la mano en dirección al hogar, colocando los dedos en una extraña posición. La chimenea bramó y retumbó, el humo brotó con ímpetu, el fuego cobró brillantez, escupió chispas. Geralt, Vesemir y Eskel miraron intranquilos a Ciri, pero la muchacha no prestaba atención a los espectaculares fuegos de artificio.

Triss cruzó los brazos sobre el pecho, miró a Lambert retadora.

—La Señal de Aard —afirmó con tranquilidad—. ¿Querías imponerme? Con ayuda del mismo gesto, reforzado por la concentración, la fuerza de voluntad y un conjuro, puedo en un instante lanzar el leño a través de la chimenea, tan alto que creerías que es una estrella.

—Tú puedes —accedió—. Pero Ciri no. No es capaz siquiera de realizar la Señal de Aard. Ni ninguna otra. Lo ha intentado centenares de veces y nada. Y tú misma sabes que para nuestras Señales no hace falta más que un mínimo de capacidad. Así que Ciri no tiene ni siquiera el mínimo. Es una niña absolutamente normal. No tiene las mínimas capacidades mágicas, es incluso un antitalento. Y tú nos relatas que si una Fuente, intentas asustarnos con...

—Una Fuente —le aclaró con voz fría— no controla sus habilidades, no es dueña de ellas. Es un médium, una especie de transmisor. Contacta sin saberlo con ciertas energías, sin saberlo las dirige. Pero si intenta controlarlas, si las fuerza, como cuando intenta formar las Señales, no le sale nada. Y nada le saldrá no ya con cientos sino con miles de pruebas. Es típico para las Fuentes.

Pero cierto día llega el momento en que la Fuente no se esfuerza, no lo intenta, está pensando en las musarañas o en judías con chorizo, juega a la taba, se lo pasa bien con alguien en la cama, se mete el dedo en la nariz... y de pronto algo sucede. Por ejemplo, la casa estalla en llamas. A veces hasta media ciudad estalla en llamas.

—Exageras, Merigold.

—Lambert. —Geralt dejó caer el medallón, puso la mano sobre la mesa—. En primer lugar, no te dirijas a Triss como "Merigold", ya te ha pedido muchas veces que no lo hagas. En segundo lugar, Triss no exagera. Yo vi en acción con mis propios ojos a la madre de Ciri, la infanta Pavetta. Os digo que había que verlo. No sé si era Fuente, pero nadie sospechaba que tuviera talentos hasta que por un pelo no acabó convirtiendo en cenizas el castillo real de Cintra.

Other books

Valentine's Child by Nancy Bush
The Einstein Papers by Craig Dirgo
The Hermit by Thomas Rydahl
Baptism of Rage by James Axler
DEAD (Book 12): End by Brown, TW
Dead By Midnight by Hart, Carolyn
An Improper Seduction by Quill, Suzanne
On The Ropes by Cari Quinn
The Temple Dancer by John Speed