La tierra de las cuevas pintadas (16 page)

—Parece que lo necesitan —dijo el mismo hombre que había hecho el comentario poco antes.

Jonayla se había quedado dormida en su hombro. Ayla cogió la manta de acarreo y la extendió en el suelo. La joven acólita a su derecha se apartó para dejarle sitio, y Ayla acostó a la pequeña en la manta.

—La verdad es que sí —contestó la Primera, cabeceando, y de pronto cayó en la cuenta de que Ayla no conocía a aquel hombre, y aunque él sin duda había oído hablar de ella, tampoco la conocía personalmente—. Creo que no todos los presentes conocen a mi nueva acólita. Quizá no estarían de más unas presentaciones.

—¿Qué ha sido de Jonokol? —preguntó la Zelandoni de la Quinta Caverna.

—Se trasladó a la Decimonovena Caverna —contestó la Primera—. Quedó fascinado por la Gruta Blanca descubierta el año pasado. Siempre fue más artista que acólito, pero ahora se toma en serio la función de Zelandoni. Quiere asegurarse de que en esa gruta nueva se haga algo adecuado. No, más aún: quiere que sea lo correcto. Sintió la llamada de esa cueva blanca, como no lo habría sentido con ninguna clase de adiestramiento.

—¿Dónde están los de la Decimonovena Caverna? ¿No vienen este año?

—Creo que sí, pero todavía no han llegado —respondió La Que Era la Primera—. Me alegraré de ver a Jonokol. Echo de menos su talento, pero por suerte ha llegado Ayla, que posee sus propias aptitudes. Ya es una buena curandera, y aporta conocimientos y técnicas muy interesantes. Me complace que haya iniciado su adiestramiento. Ayla, ¿quieres ponerte de pie para que te presente formalmente?

Ayla se levantó y, dando unos pasos, se colocó junto a la Primera, que esperó a que todos las miraran y dijo:

—Permitidme que os presente a Ayla de los zelandonii, madre de Jonayla, Bendecida por Doni, acólita de la Zelandoni de la Novena Caverna, La Que es la Primera Entre Quienes Sirven a la Gran Madre Tierra; emparejada con Jondalar, hijo de Marthona, antes jefa de la Novena Caverna, y hermano de Joharran, el jefe actual. En otro tiempo fue una mamutoi del Campamento del León, los Cazadores de Mamuts que viven al este, y acólita de Mamut, que la adoptó como Hija del Hogar del Mamut, que equivale a su zelandonia. También fue elegida y marcada físicamente por el espíritu del León Cavernario, su tótem, y la protege el espíritu del Oso Cavernario. Es amiga de los caballos Whinney y Corredor, de la potranca Gris, y del cazador cuadrúpedo al que llama Lobo.

Ayla consideró que era una recitación muy detallada de sus títulos y lazos, junto con las correspondientes explicaciones. No sabía si de verdad había sido acólita de Mamut, pero él la había adoptado en el Hogar del Mamut y la había adiestrado. La donier no había mencionado que también la había adoptado el clan, a quienes llamaban cabezas chatas. La única referencia era que la protegía el espíritu del Oso Cavernario. Ayla dudaba que la Zelandoni comprendiese plenamente que eso significaba que ella pertenecía al clan, que era una más entre ellos, al menos hasta que Broud la repudió, la maldijo y la obligó a marcharse.

El hombre que había hablado antes se dirigió a Ayla y a la Primera.

—Soy el Zelandoni de la Vigésimo sexta Caverna y, en el nombre de Doni, te doy la bienvenida a este campamento de la Reunión de Verano de la que somos anfitriones. —Tendió las dos manos.

Ayla se las cogió.

—En el nombre de la Gran Madre de Todos, yo te saludo, Zelandoni de la Vigésimo sexta Caverna —dijo ella.

—Hemos encontrado una nueva gruta, muy profunda. Se oye un eco maravilloso cuando cantamos, pero es muy pequeña —explicó el hombre con entusiasmo visible—. Hay que entrar a rastras como una serpiente, y no conviene que entren más de una o dos personas, aunque caben tres o cuatro. Creo que es demasiado pequeña para la Primera, lamento decir, aunque sin duda la decisión depende de ella. Le prometí a Jonokol que se la enseñaría cuando viniese. Como ahora eres acólita de la Primera, Ayla, quizá también a ti te apetezca verla.

La invitación la cogió desprevenida, pero sonrió y contestó:

—Sí, me encantaría.

Capítulo 7

Sentimientos encontrados asaltaron a la Zelandoni Que Era La Primera al oír hablar de esa nueva gruta. El descubrimiento de cavidades que acaso fueran entradas al Inframundo Sagrado de la Madre era siempre apasionante, pero la idea de verse excluida sólo por razones físicas resultaba decepcionante, si bien la perspectiva de entrar a rastras sobre el vientre en un espacio reducido no le despertaba especial atracción. Sí la complació, no obstante, que Ayla fuese acogida hasta el punto de ofrecérsele esa oportunidad a ella. Esperaba que eso fuera indicio de que habían aceptado su elección de una recién llegada para el puesto de acólita. Sin duda para muchos debía de ser un alivio que una mujer provista de dotes tan insólitas se hallase a buen recaudo bajo la autoridad de los zelandonia. El hecho de que fuera una joven madre atractiva e inherentemente normal facilitaba su aceptación.

—Es una idea excelente, Zelandoni de la Vigésimo sexta Caverna —dijo la Primera donier—. Tenía previsto iniciar la Gira de la Donier de Ayla a finales de este verano, después de la primera ceremonia matrimonial y los Ritos de los Primeros Placeres. Una visita a una nueva gruta sagrada podría ser una primera introducción, y una oportunidad para comprender desde el principio cómo reconocen los zelandonia los lugares sagrados. Y hablando de introducciones y adiestramiento, veo que hay aquí varios de los nuevos acólitos. Quizá este sea un buen momento para revelar algunos de los conocimientos que necesitarán. ¿Quién puede decirme cuántas estaciones hay?

—Yo —respondió un joven—. Son tres.

—No —replicó una joven—. Son cinco.

La Primera sonrió.

—Uno de vosotros dice tres, otra cinco, ¿puede alguien indicarme quién de los dos tiene razón?

Nadie habló durante un rato, hasta que la acólita sentada al lado de Ayla dijo:

—Creo que los dos.

La Primera volvió a sonreír.

—En efecto. Hay tres y cinco estaciones, según cómo las contemos. ¿Puede alguien explicármelo?

Todos guardaron silencio. Ayla recordó algunas de las enseñanzas de Mamut, pero, un tanto cohibida y vacilante, no se atrevió a hablar. Finalmente, cuando el silencio empezó a ser incómodo, dijo:

—Los mamutoi también consideran que hay tres y cinco estaciones. No sé qué piensan los zelandonii, pero puedo deciros lo que me explicó Mamut.

—Eso sería muy interesante —contestó la Primera, mirando alrededor y viendo los gestos de asentimiento de los otros zelandonia.

—El triángulo con la punta hacia abajo es un símbolo muy importante para los mamutoi —empezó a explicar Ayla—. Es el símbolo de la mujer, y se dibuja con tres líneas, así que el tres es el número del poder de… no sé exactamente cómo se dice… maternidad, dar a luz, crear una vida nueva, y es muy sagrado para Mut, la Madre. Mamut también decía que los tres lados de un triángulo representan las tres estaciones principales: primavera, verano e invierno. Pero los mamutoi reconocen otras dos estaciones, las que señalan un cambio, el otoño y medio invierno, con lo que suman cinco estaciones. Mamut decía que el cinco es el número del poder oculto de la Madre.

No sólo mostraron interés y sorpresa los jóvenes acólitos; también los zelandonia de mayor edad estaban fascinados por sus palabras. Su acento resultaba llamativo incluso para quienes la habían conocido el año anterior y ya la habían oído hablar; pero para quienes la veían por primera vez, sobre todo si eran jóvenes y no habían viajado mucho, su voz era de un exotismo absoluto. En cuanto a los zelandonia, Ayla había dado información desconocida para la mayoría de ellos, pero que en esencia coincidía con su concepción de las cosas, lo que tendía a confirmar sus propias creencias. Eso aumentaba su credibilidad y le confería cierto prestigio: era una mujer que había viajado y acumulado conocimientos, pero no resultaba amenazadora.

—Ignoraba que la Madre procediera de manera tan parecida incluso en lugares así de lejanos —comentó el Zelandoni de la Tercera—. Nosotros también hablamos de tres estaciones principales: primavera, verano e invierno, pero en general la gente reconoce cinco: primavera, verano, otoño, principios de invierno y finales de invierno. También creemos que el triángulo invertido representa a la mujer y que el tres es el número del poder generador, pero el cinco es un símbolo más poderoso.

—Es verdad. La Gran Madre Tierra tiene una manera de proceder extraordinaria —convino la Primera, y prosiguió con la instrucción—. Ya hemos hablado antes de la palabra de contar «cinco»… las cinco partes de una manzana, los cinco dedos de cada mano, los cinco dedos de los pies… y de cómo usar las manos y las palabras de contar de forma más poderosa. Hay también cinco colores primarios, o sagrados. Todos los demás colores son aspectos de los colores principales. El primer color es el rojo. Es el color de la sangre, el color de la vida, pero del mismo modo que la vida no perdura, el color rojo rara vez permanece tal cual por mucho tiempo. Cuando la sangre se seca, el rojo se oscurece, pasa a ser marrón, a veces muy oscuro.

»El marrón es un aspecto del rojo, llamado a veces rojo viejo. Es el color de los troncos y las ramas de muchos árboles. Los ocres rojizos de la tierra son la sangre seca de la Madre, y si bien algunos pueden tener un tono muy vivo, de aspecto casi nuevo, a todos se los considera rojo viejo. Algunas flores y frutas presentan el verdadero color rojo, pero las flores son efímeras, como también lo es el color rojo de la fruta. Cuando una fruta roja, por ejemplo la fresa, se seca, pasa a ser de color rojo viejo. ¿Se os ocurre algo más que sea rojo, o un aspecto de este?

—Algunas personas tienen el pelo marrón —dijo un acólito sentado detrás de Ayla.

—Y algunas tienen los ojos marrones —añadió Ayla.

—Yo nunca he visto a nadie con los ojos marrones —repuso el joven acólito que había hablado antes—. Toda la gente que yo conozco tiene los ojos de color azul o gris, algunos con un poco de verde.

—Entre los miembros del clan, con quienes yo me crie, lo normal eran los ojos marrones —explicó Ayla—. Opinaban que yo tenía los ojos raros, quizá incluso débiles, por lo claros que son.

—Te refieres a los cabezas chatas, ¿no? En realidad esos no son personas. Otros animales tienen los ojos marrones, y muchos también el pelaje —dijo él.

Ayla sintió un asomo de ira.

—¿Cómo puedes decir una cosa así? Los miembros del clan no son animales. ¡Son personas! —exclamó apretando los dientes—. ¿Tú has visto alguno?

La Primera se levantó de inmediato para atajar el altercado incipiente.

—Acólito del Zelandoni de la Vigésimo novena Caverna, es verdad que algunas personas tienen los ojos marrones. Eres joven y obviamente inexperto. Por eso precisamente antes de ser Zelandoni en el sentido pleno de la palabra, debes realizar la Gira de la Donier. Cuando viajes al sur, conocerás a personas con los ojos marrones. Pero quizá deberías contestar a la pregunta de Ayla. ¿Has visto alguna vez a ese «animal» al que llamas cabeza chata?

—Pues… no, pero todo el mundo coincide en que parecen osos —contestó el joven.

—Cuando Ayla era niña, vivió entre esos que los zelandonii conocen como cabezas chatas, y que ella llama el clan. Le salvaron la vida cuando perdió a sus padres, cuidaron de ella, la criaron. Creo que tiene más experiencia al respecto que tú. Podrías preguntárselo también a Willamar, el maestro de comercio que se ha relacionado más con ellos que la mayoría de nosotros. Según él, puede que tengan un aspecto un poco distinto, pero se comportan como personas, y él cree que lo son. Mientras no entables tú mismo un contacto directo, deberías aceptar la palabra de aquellos que los han conocido personalmente —aconsejó la Primera con tono severo y doctrinal.

La ira asaltó al joven. No le gustaba que lo aleccionaran, y tampoco que se concediera mayor credibilidad a las ideas de una forastera que a las que venía oyendo toda su vida. Pero cuando su Zelandoni le dirigió un gesto de negación con la cabeza, decidió no llevar la contraria a La Que Era la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra.

—Bien, hablábamos de los cinco colores sagrados. Zelandoni de la Decimocuarta Caverna, ¿por qué no nos explicas el siguiente? —propuso la Primera.

—El segundo color primario es el verde —empezó la Zelandoni de la Decimocuarta—. El verde es el color de las hojas y de la hierba. Es también un color de la vida, claro está, de la vida vegetal. En invierno, veréis que muchos árboles y plantas están marrones, lo que significa que su verdadero color es el rojo viejo, el color de la vida. En invierno las plantas sólo descansan, reuniendo fuerzas para su nuevo crecimiento verde de la primavera. Con sus flores y frutos, las plantas exhiben asimismo casi todos los demás colores.

Ayla tuvo la impresión de que sus explicaciones eran monótonas, y si la información en sí no hubiese sido tan interesante, incluso habría considerado que era una exposición aburrida. No le extrañó que los demás zelandonia no la hubiesen elegido para el puesto de la Primera. Ayla se preguntó de inmediato si no habría pensado eso quizá porque sabía lo mucho que la mujer irritaba a su Zelandoni.

—Tal vez el Zelandoni cuya caverna es anfitriona de la Reunión de Verano desee hablarnos del siguiente color sagrado —atajó la Primera justo cuando la Decimocuarta tomaba aliento para continuar. La Decimocuarta, dadas las circunstancias, poco podía objetar.

—Con mucho gusto —dijo él—. El tercer color primario es el amarillo, el color del sol, Bali, y el color del fuego, aunque los dos contienen también mucho rojo, lo que demuestra que poseen vida propia. En el sol, se ve el rojo sobre todo por la mañana y al atardecer. El sol nos da luz y calor, pero puede ser peligroso. Un exceso de sol puede quemar la piel y secar las plantas y los abrevaderos. Nadie tiene control sobre el sol; ni siquiera Doni, la Madre, podría controlar a su hijo, Bali. Sólo podemos intentar protegernos de él, apartarnos de su camino. Aún más peligroso que el sol puede ser el fuego. Este sí somos capaces de controlarlo, y es muy útil, pero nunca debemos ser descuidados con él, ni quitarle importancia por su presencia cotidiana.

»No todas las cosas amarillas son calientes. La tierra puede ser amarilla, y existe el ocre amarillo además del ocre rojo. Algunas personas tienen el pelo amarillo —prosiguió, mirando a Ayla—, y naturalmente es el verdadero color de muchas flores. Al envejecer, siempre adquieren el color marrón, que es un aspecto del rojo. Por esa razón algunos aducen que el amarillo debería considerarse un aspecto del rojo y no un color sagrado por derecho propio, pero la mayoría coincide en que es un color primario que atrae al rojo, el color de la vida.

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