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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Torre de Wayreth (24 page)

—Muy bien, gracias —respondió Talent.

Mari le hizo un gesto de despedida con la mano y echó a correr en la noche. Talent volvió a cerrar la puerta.

—¿Era la kender? —preguntó Lute, ceñudo—. No ibas a dejar entrar a esa ladronzuela, ¿verdad?

Talent sonrió.

—No, estás a salvo. Ha venido a informar de que la mercancía se ha entregado.

—Bien. Tú te ocupas de eso.

Lute inició las complicadas maniobras de descenso del taburete. Talent, acompañado por los dos mastines, se abrió camino a través del laberinto de cosas y por fin llegó junto al mostrador.

—¿Alguna noticia del tal Berem? —preguntó.

—Por el momento, ninguna —contestó Lute—. Dos hombres, ambos llamados Berem, han entrado en la ciudad a lo largo de la semana. Nuestros chicos estaban esperando en las puertas y lograron hacerse con ellos antes que los guardias de Neraka. Maelstrom los llevó a El Trol Peludo y los interrogó.

—Entiendo que ninguno de los dos tenía una gema verde incrustada en el pecho o un «rostro de anciano con ojos de joven».

—Uno tenía cara de viejo con mirada esquiva y el otro, rostro joven con ojos de joven. Aunque eso no les habría librado de que el Señor de la Noche los torturara. ¿Te acuerdas del Berem al que cogieron el otoño pasado? El Señor de la Noche le abrió el pecho y le rompió el esternón para asegurarse de que no escondía allí una esmeralda.

—¿Qué pasó con los dos últimos Berem?

—Uno era un ratero. Maelstrom le advirtió que si pensaba quedarse en Neraka, sería mejor que no se acercara por El Trol Peludo y que seguramente le iría bien cambiarse de nombre. El otro Berem era un muchacho de catorce años, el hijo de un granjero que se había escapado de casa y había venido a la ciudad a probar fortuna. Al mocoso no hubo necesidad de advertirle de nada. Después de ver nuestra hermosa ciudad, el pobre estaba muerto de miedo. Maelstrom le dio una pieza de acero y lo mandó de vuelta con su mamá.

—Me pregunto qué tendrá tan especial ese Berem —dijo Talent con aire meditabundo, como tantas otras veces.

Lute gruñó.

—¿Aparte del hecho de que le asoma una esmeralda entre los pelos del pecho?

—Hay que ser tan ingenuo como un goblin para creer esa historia. Lo más probable es que lleve un colgante con una esmeralda o algo así. Una piedra preciosa incrustada en el pecho, ¡por favor!

—No sé —repuso Lute en voz baja—. Cosas más raras se han visto, amigo mío. ¿Qué vas a hacer con la mercancía que acaba de llegar?

—Tener una charla con él. Tal vez le ofrezca un trabajo si me gustan sus pintas.

Lute frunció el entrecejo y, con ese gesto, lo poco que se le veía de la cara desapareció entre el pelo y la barba.

—¿Para qué demonios quieres ofrecerle un trabajo? Para empezar, es un hechicero, y son todos unos...

—Excepto la encantadora Iolanthe —dijo Talent con astucia.

Quizá Lute se sonrojó. Era difícil saberlo, debajo de tanto pelo. Fuera como fuese, dejó pasar la insinuación de Talent.

—Para seguir con nuestro tema, es un agente del Señor de la Noche.

—Entonces, ¿por qué le salvó la vida a Mari?

—¿Se te ocurre una forma mejor para que lo aceptásemos en nuestras filas? ¿Para descubrir nuestros secretos?

Talent sacudió la cabeza.

—Los agentes del Señor de la Noche no suelen ser tan listos. Pero si de verdad lo es, no tardaré en descubrirlo. Rechazará el trabajo que le voy a ofrecer porque implicará que se vaya de Neraka, y no estará dispuesto si el Señor de la Noche lo ha enviado espiarnos. Si acepta, puede ser un buen trato.

—¿De qué trabajo se trata?

—De lo que estuvimos hablando la otra noche, ya sabes. Precisamente él es su hermano.

—¿Y confías en él? —Lute fruncía el entrecejo—. Estás mal de la cabeza, Orren. Siempre lo he dicho.

—Confío en él tanto como en una noche sin luna en compañía de varios Túnicas Negras —repuso Talent—. Pero a Mari le gusta y los kenders suelen tener buen olfato con las personas. Incluso le gustas tú, ¿qué más quieres?

Lute resopló con tanta fuerza que estuvo a punto de caerse. Recuperó el equilibrio y, apoyándose en el bastón, cogió el té y la ballesta, y echó a caminar hacia la cama. A medio camino, se volvió.

—¿Qué pasa si tu hechicero rechaza el trabajo?

Talent se pasó un dedo por el bigote.

—¿Ya has dado de comer a los mastines esta noche?

—No.

—Pues no lo hagas.

Lute asintió, entró en su dormitorio y cerró la puerta.

Talent silbó a los dos perros, que lo siguieron trotando obedientemente. Se dirigió al fondo de la tienda, apartando cajas e incluso a veces trepando por encima de ellas, escalando cajones y barriles, montones de ropa, herramientas de todo tipo y ruedas de carro de todos los tamaños.

Lute había construido una especie de caseta para los perros en una esquina del local. Los perros, pensando que había llegado la hora de acostarse, se tumbaron dócilmente en dos cajones enormes y se acomodaron sobre unas mantas. Empezaron a roer unos huesos.

—No tan rápido, amigos míos —dijo Talent—. Esta noche tenemos trabajo.

Silbó y los perros salieron de sus cajones. Talent se agachó sobre el cajón de
Hiddukel.
El perro observó sus movimientos con cierto recelo.

—Tranquilo, amigo. Yo ya he cenado —dijo Talent, acariciándole la cabeza.

Por lo visto
Hiddukel
no lo creyó. Agarrando su hueso entre los dientes,
Hiddukel
profirió un gruñido de advertencia.

Talent empujó el cajón a un lado. Debajo había una trampilla. Talent tiró de ella para abrirla, sonriendo al pensar en qué haría el mastín si un desconocido se atrevía a invadir su «guarida». Una escalera toscamente construida bajaba hacia las tinieblas. En algún lugar alejado, un farol daba una tenue luz amarilla.

Talent cerró la trampilla y bajó por la escalera. Los mastines lo acompañaban, olfateando el aire, con el hocico arrugado y las orejas tiesas.
Hiddukel
dejó caer el hueso y los dos perros empezaron a ladrar, meneando la cola. Habían visto a un amigo.

Maelstrom estaba montando guardia delante de «la mercancía», un hombre desplomado sobre una silla. Talent no podía verlo bien, porque el sujeto tenía la cabeza agachada. Le habían atado los brazos a la espalda y amarrado los pies a la silla. Vestía una túnica negra y llevaba varias bolsas colgando del cinturón.

—Hola, Maelstrom —lo saludó Talent.

La manaza del gigantón atrapó la de Talent y se la apretó afectuosamente. Talent no pudo evitar un gesto de dolor.

—Oye, con cuidado. Quién sabe cuándo necesitaré mis dedos —se quejó Talent. Bajó la vista hacia el hombre de la silla, con expresión ceñuda y de interés—. Así que éste es el hechicero de Mari. Es huésped mío, sabes. Me sorprendió cuando me dijo que se trataba de él.

—Es un enclenque. —Maelstrom se sorbió la nariz—. Casi se desmaya sólo con oler un buen aguardiente enano. Sin embargo, parece que tiene talento para hacer lo que hace. El viejo Snaggle dice que sus pociones son las mejores que ha utilizado jamás.

—¿Y dónde estaba metido? Lleva muchas noches sin dormir en su habitación.

—En el Palacio Rojo.

Talent frunció aún más el entrecejo.

—¿Con Ariakas?

—Más probablemente con la bruja. Parece que Iolanthe ha adoptado al tipo. Quería que Ariakas lo contratara. Pero estos días el emperador anda pensando en otras cosas y Raist no consiguió el trabajo. Se marchó enfurruñado. Desde entonces ha estado trabajando en la torre, preparando mejunjes y vendiéndoselos al viejo Snaggle.

—O sea, que intentó venderse a Ariakas y, cuando eso no funcionó, pensó que nosotros podríamos ofrecerle algo.

—Eso, o se vendió a Ariakas —gruñó Maelstrom— y está aquí para espiarnos.

Talent observó a Raistlin, cavilando en silencio. Los perros se habían echado a los pies del hechicero. Maelstrom estaba con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Despiértalo —dijo Talent.

Maelstrom lo agarró por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás de un tirón y le pegó un par de bofetadas.

Raistlin se estremeció. Sus párpados temblaron. Hizo una mueca de dolor y parpadeó bajo la luz vacilante. Después, sus ojos se centraron en Talent, y en su rostro se adivinó el asombro. Enarcó una ceja y asintió levemente, como si pensara que todo encajaba.

—Todavía me debes los gastos de los daños de tu habitación, Majere —dijo Talent.

El posadero arrastró una silla, la giró y se sentó apoyando los brazos en el respaldo.

—Lo siento —contestó Raistlin—. Si se trata de eso, tengo el dinero...

—Olvídalo —repuso Talent—. Salvaste la vida a Mari. Podemos decir que estamos en paz. He oído que podrías estar interesado en trabajar para La Luz Oculta.

—¿La Luz Oculta? —Raistlin sacudió la cabeza—. La primera vez que oigo ese nombre.

—Entonces, ¿por qué fuiste esta noche a El Pelo de Trol?

—A tomar algo...

Talent se echó a reír.

—Nadie va a El Pelo de Trol a tomar algo, a no ser que seas uno de los pocos entusiastas del meado de caballo. —Frunció el entrecejo—. Déjate de tonterías, Majere. Mari te dio la contraseña. Por alguna razón, le has gustado.

—Allá cada uno con sus gustos —comentó Maelstrom, con un coscorrón le giró la cara a Raistlin—. Responde a las preguntas del jefe. No le gusta andarse con rodeos.

Talent esperó a que a Raistlin dejaran de pitarle los oídos por el golpe y después volvió a insistir.

—¿Lo intentamos otra vez? ¿Por qué fuiste a El Pelo de Trol?

—Admito que estoy interesado en trabajar para La Luz Oculta —dijo Raistlin, lamiéndose la sangre que le manaba de un corte en el labio.

—Un hechicero que viste la túnica negra quiere ayudar a combatir a Takhisis... ¿Por qué tendríamos que confiar en ti?

—Porque visto la túnica negra —contestó Raistlin.

Talent lo miró pensativamente.

—Tendrás que explicarte mejor.

—Si Takhisis gana la guerra y se libera de su prisión en el Abismo, ella será la señora y yo seré su esclavo. No quiero convertirme en un esclavo. Prefiero ser el señor.

—Por lo menos eres sincero —dijo Talent.

—No veo ningún motivo para mentir —repuso Raistlin, encogiéndose de hombros en la medida en que las ataduras se lo permitían—. No me avergüenzo de vestir la túnica negra. Tampoco me avergüenzo de mi ambición. Tú y yo luchamos contra Takhisis por diferentes razones, o al menos eso es lo que supongo. Tú combates por el bien de la humanidad. Yo combato por mi propio bien. Lo importante es que los dos combatimos.

Talent sacudió la cabeza, asombrado.

—He conocido todo tipo de hombres y mujeres, Majere, pero ninguno como tú. No estoy seguro de si tendría que abrazarte o cortarte la cabeza.

—Yo sí sé lo que haría —murmuró Maelstrom, tocando un gran cuchillo que llevaba colgado del cinto.

—Seguro que entenderás que te pidamos que demuestres tus buenas intenciones —dijo Talent, volviendo a los negocios—. Tengo un trabajo para ti, uno para el que tienes unas cualidades únicas. He oído que Kitiara Uth Matar, conocida como la Dama Azul, es tu hermana.

—Sólo somos medio hermanos —contestó Raistlin—. ¿Por qué?

—Porque la Dama Azul está tramando algo y necesito saber qué es.

—No veo a Kitiara desde hace años pero, por lo que he oído, es comandante en jefe del Ejército Azul de los Dragones, el ejército que está arrasando Solamnia y poniendo a los caballeros solámnicos en un aprieto. Seguro que lo que trama es acabar definitivamente con la caballería.

—Deberías hablar de los Caballeros de Solamnia con más respeto —dijo Talent.

Raistlin esbozó una media sonrisa.

—Me parecía haberte notado un ligero acento solámnico. No me lo digas. Puedo imaginar tu historia. Eras un caballero pobre al que no le quedó más remedio que vender su espada. Se la vendiste a la gente equivocada y, durante un breve período de tiempo, te sumaste a la oscuridad. Pero cambiaste de idea y ahora estás en el bando de la luz. ¿Me equivoco?

—No cambié de opinión —contestó Talent en voz baja—. Tenía un buen amigo que hizo que cambiase. Me salvó de mí mismo. Pero no estamos hablando de mí. En realidad, Kitiara no está tan preocupada por dirigir la guerra en Solamnia. Eso lo ha dejado en manos de sus oficiales. Hace semanas que no se la ve en el campo de batalla.

—Quizá esté herida —sugirió Raistlin—. Quizá esté muerta.

—Nos habríamos enterado. De lo que sí nos hemos enterado es de que está trabajando en un proyecto secreto. Queremos saber de qué proyecto se trata y, si fuera posible, evitar que se lleve a cabo.

—Y como yo soy su hermano, esperáis que a mí me lo cuente todo. Por desgracia, no sé dónde está Kit.

—Por suerte, nosotros sí —repuso Talent—. ¿Has oído hablar del Caballero de la Muerte, lord Soth?

—Sí —respondió Raistlin con cautela.

—Soth está vivo, por decirlo de alguna manera. El Caballero de la Muerte vive en un castillo maldito conocido como el Alcázar de Dargaard. Y tu hermana, Kitiara, está con él.

Raistlin lo miraba fijamente, sin poder creerlo.

—No hablas en serio.

—Nunca he hablado tan en serio. La entrada de los dragones de la luz en la guerra cogió a Takhisis desprevenida. Ahora tiene miedo de perder. Kitiara está en el Alcázar de Dargaard con lord Soth y creemos que están planeando algo para apagar esa chispa de esperanza. Quiero que averigües lo que traman. Quiero que lo descubras y vuelvas para decírmelo.

—¿Y si me niego?

—No recuerdo haberte dado esa opción —contestó Talent, acariciándose el bigote—. Tú viniste a mí, Majere. Y ahora sabes demasiado sobre nosotros. O aceptas viajar al Alcázar de Dargaard o tus huesos serán la cena de
Hiddukel
de esta noche.
Hiddukel,
el perro —añadió Talent a modo de aclaración, acariciando la cabeza del mastín—, no el dios.

Raistlin miró al mastín. Después volvió la cabeza para mirar a Maelstrom. Se encogió de hombros.

—Necesitaré un día o dos para poner mis asuntos en orden e inventar alguna excusa para mi ausencia. Habrá quien piense que una desaparición repentina es muy sospechosa.

—Estoy seguro de que se te ocurrirá algo —dijo Talent. Se levantó de la silla. Los perros, que habían estado tumbados a su lado, se pusieron de pie de un salto—. Maelstrom se encargará de que llegues a casa sano y salvo. Espero que no te importe que te vendemos los ojos.

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