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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Torre de Wayreth (26 page)

—Como ya dije a Su Majestad Imperial —habló Raistlin por fin—, llevo bastante tiempo sin ver a mi medio hermana, Kitiara, y no he tenido contacto con ella...

—Eso cuéntaselo a quien le importe —lo interrumpió Ariakas, perdiendo la paciencia—. Vas a tener contacto con ella. Vas a hacerle una visita como buen hermano. Vas a descubrir lo que están haciendo ella y ese Caballero de la Muerte maldito, y vas a volver para informarme. ¿Entendido?

—Sí, mi señor —repuso Raistlin sin alterarse.

—Eso es todo —dijo Ariakas, haciendo un gesto para que se retirara—. Iolanthe te llevará al Alcázar de Dargaard. Tiene una especie de hechizo mágico con el que se desplaza. Ella te ayudará.

Raistlin se sintió menospreciado.

—No necesito su ayuda, mi señor. Soy perfectamente capaz de viajar utilizando mi propia magia.

Ariakas cogió un despacho y fingió que lo leía.

—No dará la casualidad de que utilizas un Orbe de los Dragones para lograrlo, ¿verdad? —preguntó el emperador como si tal cosa.

Había tendido la trampa con tanta sutileza, había planteado la pregunta tan despreocupadamente, que Raistlin estuvo a punto de caer. Se contuvo en el último momento y logró responder sin alterarse y, al menos eso esperaba, con convicción.

—Lo siento, señor, pero no tengo la menor idea de lo que habláis.

Ariakas enarcó una ceja y le clavó su mirada penetrante. Después volvió a concentrarse en el despacho y llamó a los guardias.

Los ogros abrieron la puerta y esperaron a que Raistlin saliera. El hechicero estaba sudando, tembloroso por el encuentro. Con todo, no estaba dispuesto a que Ariakas lo despachara como a un adulador más.

—Ruego que me disculpéis, vuestra señoría —dijo Raistlin con el corazón a punto de salírsele del pecho y la sangre agolpándosele en las orejas—, pero todavía debemos decidir cuánto me pagaréis por mis servicios.

—¿Qué te parece como pago que no te corte esa lengua insolente que tienes? —contestó Ariakas.

Raistlin sonrió sin ganas.

—Es un trabajo peligroso, señor. Los dos conocemos a Kitiara. Los dos sabemos lo que me haría si descubriese que me han enviado a espiarla. Mi recompensa debería guardar relación con el riesgo que asumo.

—¡Hijo de puta! —Ariakas fulminó a Raistlin con la mirada—. Te doy la oportunidad de servir a tu reina y me regateas como un mercader cualquiera. ¡Debería matarte aquí mismo!

Raistlin se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y se maldijo por haber sido tan increíblemente idiota. No tenía ingredientes para ningún hechizo, pero uno de sus oficiales, en la época en que había sido mercenario, le había enseñado a conjurar hechizos sin necesidad de componentes. Un hechicero tenía que estar muy desesperado para intentarlo. Raistlin pensó que «desesperado» era el adjetivo que mejor definía su situación. Recordó las palabras...

—Cien piezas de acero —le ofreció Ariakas.

Raistlin parpadeó y abrió la boca para hablar.

»
Si te atreves a pedir más —añadió Ariakas con un brillo peligroso en sus ojos oscuros—, fundiré esa piel dorada que tienes en un montón de monedas, y será con eso con lo que te pague. ¡Fuera de aquí!

Raistlin se marchó sin esperar un segundo más. Buscó a Iolanthe con la mirada y, al no verla, decidió que no era muy prudente quedarse allí. Ya había recorrido la mitad de la calle cuando Iolanthe lo alcanzó. Al sentir que alguien lo tocaba, Raistlin estuvo a punto de pegar un brinco.

—¡Debes de tener ganas de morir! —Iolanthe se le colgó del brazo una vez más, para su profundo disgusto—. ¿En qué estabas pensando? Casi logras que nos maten a los dos. Ahora está furioso conmigo, me echa la culpa de tu «descaro». Podría haberte matado. Ha asesinado a más de uno por mucho menos. Espero que esas cien piezas de acero realmente sean tan importantes.

—No lo he hecho por dinero —contestó Raistlin—. Ariakas podría enterrar sus piezas de acero en el fondo del Mar Sangriento si por mí fuera.

—Entonces, ¿por qué te arriesgaste así?

«Realmente, ¿por qué?», Raistlin consideró la pregunta.

—Yo te voy a decir por qué —respondió Iolanthe—. Siempre tienes que ponerte a prueba. Nadie puede ser más alto que tú. Si lo es, le cortas las piernas. Algún día te encontrarás con alguien que te las corte a ti.

Iolanthe meneó la cabeza.

—La gente tiende a pensar que, como Ariakas es fuerte, también es bobo. Cuando se dan cuenta de su equivocación, ya es demasiado tarde.

Raistlin tuvo que admitir que había infravalorado a Ariakas y que a punto había estado de pagarlo muy caro. Sin embargo, no le gustaba que se lo recordaran y deseó, molesto, que Iolanthe se fuera y le dejara pensar. Intentó deslizar el brazo para librarse del de la hechicera, pero ella lo apretó con más fuerza.

—¿Vas a ir al Alcázar de Dargaard?

—Me pagan cien piezas de acero para que vaya.

—Necesitarás mi ayuda para llegar, con o sin ese Orbe de los Dragones.

Raistlin la miró con recelo, preguntándose si sólo estaría burlándose de él. Nunca estaba seguro con ella.

—Gracias —respondió—, pero soy perfectamente capaz de hacerlo solo.

—¿En serio? Lord Soth es un Caballero de la Muerte. ¿Sabes lo que es eso?

—Por supuesto —contestó Raistlin, que prefería no hablar sobre eso, ni siquiera pensarlo.

De todos modos, Iolanthe se hizo escuchar.

—Un Caballero de la Muerte es un muerto viviente tan aterrador y poderoso que puede paralizarte con sólo rozarte o matarte pronunciando una única palabra. No le gustan las visitas. ¿Conoces su historia?

Raistlin le dijo que había leído sobre la desgracia de Soth e intentó cambiar de tema, pero Iolanthe parecía tener un macabro empeño en recordar aquel suceso pavoroso. Sin más remedio que escucharla, Raistlin intentó pensar en cómo viviría Kitiara en un castillo horrendo con la compañía de un demonio sangriento. Un demonio con el que seguramente él tendría que verse las caras en no mucho tiempo. Pensó con amargura que Ariakas podía haber encontrado mil maneras más sencillas de acabar con su vida.

—Antes del Cataclismo, Soth era un caballero solámnico, respetado y admirado. Era un hombre de carácter apasionado y violento, y tuvo la desgracia de enamorarse de una elfa. Hay quien dice que los elfos tuvieron algo que ver, pues ellos eran leales al Príncipe de los Sacerdotes de Istar y Soth se oponía a su gobierno dictatorial.

»
Soth estaba casado, pero violó sus votos y sedujo a la doncella elfa, que quedó embarazada. Su esposa desapareció muy oportunamente por aquella misma época y eso permitió a Soth casarse con su amante. Cuando se trasladó al Alcázar de Dargaard, la joven elfa descubrió el terrible secreto: el caballero había asesinado a su primera esposa. Consternada, le echó en cara su crimen. En un primer momento, él demostró sus mejores sentimientos y le rogó a su esposa que lo perdonara y a los dioses que le concedieran la oportunidad de redimirse. Los dioses atendieron sus plegarias y le dieron el poder de detener el Cataclismo, aunque sería a cambio de su propia vida.

»
Soth se dirigía a Istar cuando lo abordó un grupo de elfas. Le contaron que su esposa le había sido infiel y que el niño al que había dado luz no era hijo suyo. Sus pasiones lo dominaron. La cólera lo invadió. Cabalgó de nuevo hacia su alcázar. Acusó a su esposa en el mismo momento en que se desató el Cataclismo. El techo se derrumbó, o quizá fuera una lámpara de araña que se cayó, no me acuerdo bien. Soth podría haber salvado a su esposa y al niño, pero la ira y el orgullo ganaron la batalla. Contempló la muerte de ambos, envueltos en las mismas llamas que arrasaron el castillo.

»
Las últimas palabras que pronunció su esposa fueron para maldecirlo. Viviría eternamente con la conciencia de su culpa. Sus caballeros se transformaron en guerreros espectrales. Las elfas que habían provocado su desgracia también fueron maldecidas y se convirtieron en
banshees,
que una noche tras otra le recitan sus crímenes.

Raistlin vio que Iolanthe se estremecía.

»
Yo he estado delante de lord Soth. Lo miré a los ojos. Por todos los dioses, ojalá no lo hubiera hecho.

Un escalofrío recorrió a Raistlin ahora.

—¿Cómo puede Kitiara vivir en el mismo castillo que él?

—Tu hermana es una mujer única. No teme a nada, ni a este lado de la tumba ni al otro.

—Tú has estado en el Alcázar de Dargaard. Has visitado a mi hermana allí. ¿Sabes qué está haciendo? ¿A qué se debe la desconfianza de Ariakas? Hace pocos días me dijiste que se habían reunido y que todo iba bien entre ellos.

Iolanthe sacudió la cabeza.

—Creía que así era.

—Ariakas sabe que has ido a ver a Kit. Me dijo que tú me llevarías. ¿Por qué no te ha encargado a ti esta misión?

—No confía en mí —contestó Iolanthe—. Sospecha que siento demasiada simpatía por Kit. Él la ve como una rival.

—Sin embargo, me envía a mí y Kitiara y yo somos familia. ¿Por qué cree que yo traicionaría a mi hermana?

—Quizá porque sabe que has traicionado a tu hermano —repuso Iolanthe.

Raistlin se detuvo para mirarla atentamente. Sabía que debería negarlo, pero no le salían las palabras. No lograba pronunciarlas.

—Te lo digo como una advertencia, Raistlin. No subestimes a lord Ariakas. Conoce todos tus secretos. A veces no puedo evitar pensar que el mismo viento es su espía. He recibido la orden de acompañarte al Alcázar de Dargaard. ¿Cuándo quieres partir?

—Tengo que entregar mis pociones y hacer algunos preparativos —dijo Raistlin, y añadió con acritud—: Pero no sé para qué te lo digo. Sin duda, tú y Ariakas sabéis lo que voy a hacer antes de que lo haga.

—Puedes enfadarte tanto como quieras, amigo mío, pero ¿qué esperabas cuando elegiste servir a la Reina Oscura? ¿Que ella te daría una generosa recompensa y no pediría nada a cambio? Nada más lejos de la verdad, querido —dijo Iolanthe con voz melosa como un ronroneo—. Takhisis exige que se le sirva en cuerpo y alma.

«Iolanthe sabe que tengo el Orbe de los Dragones —pensó Raistlin—. Ariakas también lo sabe y, por supuesto, Takhisis.»

—La reina se toma su tiempo —prosiguió Iolanthe, como si respondiera a los pensamientos de Raistlin, como si pudiera verlos reflejados en sus ojos—. Espera su oportunidad para poder golpear. Un tropiezo, un solo error...

Iolanthe le soltó el brazo.

—Mañana a primera hora iré a buscarte a la torre. Trae el Bastón de Mago, porque en el Alcázar de Dargaard vas a necesitar su luz. —Se quedó callada un momento.

»
Aunque no existe luz, mágica o de cualquier otra naturaleza, que pueda desvanecer esa eterna noche abominable.

«Un tropiezo... Un error... Me envían al Alcázar de Dargaard para que me enfrente a un Caballero de la Muerte. Soy un idiota —pensó Raistlin—. Un perfecto idiota...»

18

La transformación de la oscuridad

DÍA DECIMOQUINTO, MES DE MISHAMONT, AÑO año 352 DC

Esa tarde, cuando el sol ya se ponía, Raistlin envolvió cuidadosamente los tarros de las pociones con una tela de algodón, para que no se rompieran, y los metió en un cajón. Así ya podría llevarlos a la tienda de Snaggle. Agradecía la oportunidad de andar, de pensar mientras caminaba, tratando de decidir qué hacer. Ahora la vida en Palanthas le parecía muy sencilla. El camino que llevaba a la realización de sus ambiciones se le había presentado llano y recto. Pero en algún lugar de su andadura se había desviado, había tomado la bifurcación equivocada y había terminado en un pantano mortal de mentiras e intrigas. Un solo paso en falso lo precipitaría hacia su propia muerte. Se hundiría bajo esas aguas putrefactas como...

Como yo me hundí en el Mar Sangriento —
dijo una voz.

—¿Caramon? —Raistlin se detuvo, atónito. Miró en derredor. Era la voz de Caramon. Estaba seguro.

—Sé que estás aquí, Caramon —dijo Raistlin—. Sal de tu escondite. No estoy de humor para tus jueguecitos.

Se había parado en la Ringlera de los Hechiceros y el lugar estaba desierto, como siempre. El viento barría la calle, arrancaba un susurro de las hojas muertas del otoño y levantaba la basura, haciéndola girar en el aire y volver a caer. No había nadie. Raistlin sintió que lo bañaba un sudor helado. Las manos le temblaban tanto que estuvo a punto de dejar caer el cajón. Lo dejó en el suelo.

—Caramon está muerto —dijo, pues necesitaba oírse a sí mismo pronunciando esas palabras.

—¿Quién es Caramon?

Raistlin se volvió, con un hechizo en la punta de la lengua, y vio a Mari sentada en el escalón de un portal. Raistlin olvidó el hechizo con un suspiro. Al menos la voz había sido real y no había resonado sólo en su cabeza..., o en su corazón.

—Olvídalo. ¿Qué quieres? —preguntó a la kender.

—¿Qué hay en ese cajón? —preguntó Mari, al tiempo que alargaba una mano para tocar uno de los frascos.

Raistlin levantó el cajón, justo a tiempo para alejarlo de la kender. Prosiguió su camino hacia la tienda de Snaggle.

—¿Quiere que te ayude a llevar eso? —se ofreció Mari, trotando a su lado.

—No, gracias.

Mari hundió las manos en los bolsillos.

—Supongo que ya sabrás por qué estoy aquí.

—Talent quiere una respuesta.

—Bueno, por eso también. Primero quiere saber por qué fuiste a ver a Ariakas.

Raistlin sacudió la cabeza.

—¿Hay alguien en esta ciudad que no sea un espía?

—No creo —contestó Mari, encogiéndose de hombros—. Cuando un ratón come una miga en Neraka, Talent se entera de inmediato.

Raistlin vio que la kender estaba a punto de abrir la tapa de uno de sus tarros para meter el dedo en la impoluta poción. Raistlin dejó el cajón en el suelo, le quitó el tarro y lo cerró de nuevo.

—¿Se supone que tiene que oler así? —preguntó Mari.

—Sí —contestó Raistlin, mientras se preguntaba qué hacer.

Podía traicionar a La Luz Oculta y entregarlos a Ariakas. Se había dado cuenta de que el aguardiente que le habían dado tenía una droga, había olido el opiáceo en cuanto se había acercado la jarra a los labios. Había fingido que bebía y después había simulado que caía inconsciente. Podría guiar a los guardias del emperador hasta El Botín de Lute y, luego, por los túneles que se abrían debajo. Recibiría una recompensa más que digna.

O podía traicionar a Ariakas y unir sus fuerzas a la batalla de La Luz Oculta para derrotar al emperador y a la Reina Oscura. Por lo que Raistlin había oído y visto de los enemigos a los que se enfrentaría, aquélla sería la opción más peligrosa y con menos probabilidades de éxito.

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