La venganza de la valquiria (28 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

—Sí, ya sé, comandante Drescher… Esto solo ha sido un pequeño aperitivo de lo que vendrá a continuación. La succinilcolina no es anestésica y únicamente posee efectos analgésicos en el tejido muscular. Le prometo que sentirá absolutamente todo lo que le haga. En Estados Unidos forma parte de la inyección letal que se administra en muchos estados como sistema de ejecución. Es algo muy polémico… Según cierta teoría, Dios sabe cuántos condenados han muerto entre espantosos dolores porque el anestésico de la inyección no ha funcionado. Pero puesto que están totalmente inmovilizados por la succinilcolina, no hay signo exterior de que sufran los más atroces dolores. Como morir quemado en la hoguera, pero empezando por dentro: de dentro afuera. En fin como digo, usted ya sabe todo esto, ¿no? Es lo que enseñaba a sus chicas, ¿verdad? ¿Se refería a eso cuando me ha dicho que tenía tres sobrinas?

¿Cómo podía saber ella que su verdadero nombre era Drescher? Había borrado concienzudamente sus huellas. Solo un profesional —un profesional de primera— podría haberlas descubierto. ¿Quién era esa mujer? ¿Dónde la había visto antes?

Su mente trabajaba a cien por hora, su corazón palpitaba enloquecido. Lo que más le aterrorizaba era que Ute desaparecía todo el rato de su campo visual. Incapaz de mover el cuello, no podía seguir sus movimientos. Tenía la cabeza recostada y solo veía lo que le quedaba justo delante. Ella reapareció un momento y le pareció ver un abultado rollo de plástico azul. Se agachó enseguida y la perdió de vista, pero dedujo que estaba extendiendo el plástico por el suelo.

Ute dio la vuelta, se puso a su espalda y, pasándole los brazos por las axilas, lo arrastró fuera del sofá. Acabó rodando y se dio un golpe brutal en la cara sobre el piso de madera forrado de plástico. Tenía la nariz aplastada contra el suelo. Oyó el silbido de su respiración, el burbujeo de la sangre en sus narinas. Ella le volvió la cabeza de lado, con la mejilla sobre el plástico. Ahora estaba de cara al sofá y veía un pendiente que se le debía haber caído y que había rodado debajo. Sería surrealista, pensó, que esa fuera una de las últimas cosas que veía: un pendiente perdido bajo un sofá. Supuso que ella lo encontraría muy pronto: en cuanto hiciera limpieza, después de matarlo.

Ahora lo giró, lo dejó boca arriba y lo arrastró por el salón hasta la cocina. Drescher quizá no logró verla entera, pero se hizo una idea muy clara de lo que iba a sucederle allí dentro. Casi todo lo que veía de la cocina estaba cubierto con el mismo plástico azul para que no se manchase de salpicaduras de sangre y de otros fluidos corporales. Así no quedaría después ningún estropicio. Tampoco habría gritos durante todo el proceso, ningún alarido que alertara a los vecinos. Todos los chillidos de Drescher resonarían únicamente dentro de los confines de su propio cerebro.

Ute se agachó y pegó el rostro contra el suyo.

—Yo no habría sido buena alumna desde su punto de vista, ¿verdad, comandante Drescher? Aquí no hay distancia forense, ¿cierto? Pero ¿sabe una cosa?, me da igual. Me da igual que me atrapen. Me va a chorrear todo por encima, Drescher. Su sangre, su sudor, su miedo… Y voy a dejar que me empape del todo. Pero antes, camarada comandante, haremos una sesión de diapositivas…

9

M
uy bien —dijo Fabel, sirviéndo a Susanne otra copa de vino—. Hemos descartado que nos las veamos con un ángel de la muerte (o compasivo) y con una viuda negra. Lo cual nos deja solo la posibilidad de que se trate de una asesina vengadora o completamente loca.

—La locura está descartada. Los asesinos en serie suelen padecer trastornos de identidad, pero solo un ínfimo porcentaje de ellos son locos en el sentido clínico. Y entre los asesinos en serie hay dos tipologías bien definidas: elevado coeficiente intelectual y carácter estructurado; o bajo coeficiente y carácter desestructurado. Esta asesina es enormemente estructurada. Lo cual me hace penar que es inteligente y no está loca.

Fabel volvió a dejar su copa en la mesa.

—¿Venganza?

—Los asesinatos del Ángel original en los años noventa tenían todo el aire de una venganza en el sentido más abstracto del término. Lo de castrar a las víctimas era un modo nada sutil de proclamar que estaba emasculando a violadores. La mayoría de las veces las asesinas vengadoras son mujeres que matan a una serie de individuos porque sienten que ellos las han victimizado en el pasado. Puede tratarse en ocasiones de una victimización real (venganza por abusos sufridos anteriormente) o puede que la venganza se ejerza en un tipo específico de persona que se convierte en blanco por asociación.

—Pero no había ninguna conexión entre las víctimas. Sus caminos nunca se habían cruzado, habían sido elegidas al azar.

—No, Jan. Se convirtieron en blanco por ser clientes de prostitutas, igual que las víctimas de Aileen Wuornos en Estados Unidos, más o menos por la misma época. Wuornos había sufrido abusos de niña y luego como prostituta. Proyectaba su experiencia en cada hombre que frecuentaba prostitutas; los veía como abusadores en potencia. Los mataba para desquitarse por lo que había sufrido a manos de hombres como ellos.

—Pero esto solo cuadra con la primera serie de asesinatos, en los años noventa. Esta vez no hay castración simbólica.

—Exacto —dijo Susanne con énfasis—. La castración era como la firma en cada asesinato, un elemento esencial. Si es cierto que te enfrentas con una imitadora, ¿cómo es que ha dejado de lado ese motivo central?

—Ya sé por dónde vas —dijo Fabel—. A mí también me ha dado que pensar. Y la respuesta que se me ha ocurrido es demasiado enrevesada. Y demasiado larga de explicar.

—Pero tanto si es el Ángel original como si se trata de una imitadora de verdad, debería sentirse, no sé… insatisfecha por no reproducir el ritual de los asesinatos originales.

—Muy bien —dijo Fabel—. Entonces lo que estás diciendo es que tuvimos la primera vez a una asesina vengadora y que ahora se trata de otra asesina que finge imitarla, ¿no?

—Hay otra cosa que me da que pensar. Las mujeres son en general menos violentas que los hombres, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Esto se refleja en todo tipo de comportamientos: incluso, aunque parezca irónico, entre los asesinos en serie. Las mujeres cometen menos de un quince por ciento de todos los crímenes violentos. Y de cada seis asesinos en serie solo una es mujer. De estas, la gran mayoría utiliza medios no violentos: el envenenamiento más que nada. Y si recurren a la violencia, suele ser la asfixia o el estrangulamiento (aunque Wuornos utilizaba una pistola). La cuestión es que no suelen rajar, apuñalar o matar a golpes a sus víctimas, como sí hacen los asesinos en serie varones. Ahora bien, tanto los asesinatos de finales de los años noventa como los de ahora son extremadamente violentos y sanguinarios.

—Y extraordinariamente eficientes —dijo Fabel.

—La eficiencia encaja en el perfil. La violencia, no.

—El otro día me llamó Ulrich Wagner, el tipo de la BKA que me está ayudando a montar esa súper brigada criminal. Me contó que una mujer se había escapado de un sanatorio mental vigilado de Mecklemburgo. La he incluido en la lista de posibles sospechosos de los últimos asesinatos. Su huida, y sus actos antes de ser internada, hablan de una asesina altamente preparada. Además, pertenece al cuarto grupo de féminas: está loca. Así que todas las posibilidades quedan abiertas. Ah, por cierto, ella castró a tres hombres.

—Eso la convierte en una candidata adecuada para la primera serie de crímenes. No para estos.

—Efectivamente. Pero estaba recluida en el sanatorio durante todo el período de la primera serie.

—Entiendo que pueda figurar entre las favoritas de tu lista. Pero sigue habiendo algo en la violencia de estos ataques que no me encaja en el perfil femenino de los asesinos en serie.

—¿Qué quieres decir?, ¿que buscamos a un hombre disfrazado de mujer?

—No, Jan —dijo Susanne—. No digo que no sea una mujer. Pero ¿no se te ha ocurrido que acaso no se trate en absoluto de una asesina en serie?

—Sí lo he pensado, de hecho —dijo Fabel. Contempló el vino, agitando la copa—. Te parecerá absurdo, lo sé, pero ten paciencia conmigo… ¿Recuerdas la muerte de Jens Jespersen?

—Claro. Por eso está aquí Karin Vestergaard, ¿no?

—Exacto. Bueno, pues tengo la sensación de que su muerte está relacionada de algún modo con todo esto.

—Pero no hay ninguna semejanza, no puede ser…

—Hace mucho que soy policía, Susanne, y si algo he aprendido es que hay que sospechar de las coincidencias. Allí donde veo una coincidencia suele haber una conexión. Y me parece una casualidad endiablada que Jespersen viniera buscando a una asesina en serie y que, al mismo tiempo, nosotros tengamos a una actuando en Sankt Pauli.

—Pero estamos hablando de dos tipos de asesina completamente distintos.

—¿Seguro? —dijo Fabel—. Karin Vestergaard me contó que Goran Vujačić, hace seis años, antes de que ella y Jespersen lo detuvieran, habló de una asesina a sueldo llamada la Valquiria. Dijo que había demostrado ser muy eficiente al eliminar a sus objetivos. Que se las había arreglado para que algunos casos parecieran accidentes y otros, suicidios o muertes por causa natural. ¿Y si Jake Westland y Armin Lensch no fueron víctimas del Ángel de Sankt Pauli ni del segundo Ángel?

—¿Qué quieres decir?, ¿que fueron víctimas de una asesina a sueldo? ¿Y para qué todo el simbolismo? ¿Para qué le dijo a Westland que era el Ángel?

—Piénsalo bien. Se lo dijo para eso justamente: para que nos lo dijera a nosotros. Lo dejó malherido en el grado justo para que pudiera transmitir el mensaje antes de morir. No parece cosa de una aficionada, ¿verdad?

—¿Así que tú crees que es alguien que se oculta tras la máscara de un mito popular?

—Es una posibilidad. Quizás el Ángel sea la Valquiria. Ella quiere que creamos que escoge sus víctimas al azar.

Susanne se quedó sumida en sus pensamientos un rato.

—Hay otra cosa que me da vueltas… —dijo por fin—. Y que embrolla todavía más el asunto. Ya sabes que otra característica que diferencia a los asesinos en serie de uno y otro sexo es la duración de su actividad criminal. Los hombres, por término medio, se mantienen activos menos de cinco años. A veces solo unos meses. Las mujeres permanecen activas durante un período mucho más largo. Diez, quince años. Incluso más. Lo cual no encaja con la primera tanda de crímenes.

—¿Quieres decir que aquellos asesinatos también son sospechosos?

—Sí. Pero no pretendo insinuar que se trate de la misma asesina. Y otra gran diferencia entre los asesinos en serie de los dos sexos es el móvil. En los cuatro tipos de asesinas de los que hemos hablado, el móvil más frecuente con diferencia es el interés, la posibilidad de sacar un beneficio. Así pues, si tú tienes razón y estos últimos asesinatos son obra de una profesional a sueldo, que sea una asesina en serie o no es una mera cuestión semántica.

10

G
irando del todo el mando de temperatura de la ducha, dejó que el agua helada se deslizara por su cuerpo y que se le pusiera toda la carne de gallina. Sylvie Achtenhagen permaneció en la ducha, con los brazos extendidos y las palmas apoyadas sobre los azulejos de porcelana. Tenía un cuerpo firme y juvenil, y sabía que aún seguiría así durante años. Pero, con treinta y nueve ya, era consciente también de que el tiempo iba aumentando lenta e insidiosamente la presión sobre ella. ¿Dónde estaría dentro de diez años? Para entonces habría de competir con mujeres más jóvenes. Siempre estaría mirando de reojo a su espalda, vigilando por si alguien intentaba arrebatarle lo que tanto le había costado conseguir. Alguien como ella.

Alguien decidido a crear la noticia.

Cuando ya no pudo soportar más el frío y se sintió totalmente despejada, Sylvie cerró el grifo de la ducha, se envolvió en el albornoz, cruzó la habitación y abrió una botellita de ginebra del minibar. Se había alojado en uno de los viejos hoteles de Berlín: un establecimiento de raída y extenuada grandeza cuyas habitaciones tenían todavía el sistema de doble puerta: la interior, que se abría a la habitación, y la exterior, que daba al pasillo. Las ventanas eran antiguas y robustas también. Todo ello le confería al hotel un aire de otra época. Y de estar un poco dejado y en manos de la rutina.

Después de añadirle tónica a la ginebra, Sylvie se desplomó en el enorme lecho y empezó a considerar la información que le había sacado a Wengert, el impresionable funcionario que custodiaba en la BStU los archivos de la Stasi. Una vez descartadas las personas que habían fallecido desde la caída del Muro, le quedó una lista de una docena de nombres, todos relacionados de un modo u otro con Drescher. Pero, como le había dicho Wengert, las conexiones podían ser meramente fortuitas. Drescher, o alguien igualmente interesado, se había encargado de que los expediente principales no aparecieran. Sylvie estaba segura, sin embargo, de que la pista que buscaba estaba entre aquella docena de nombres. Y quizá, solo quizá, uno de ellos fuese Siegfried, aquel antiguo miembro de la Stasi que le había enviado las fotos y le había dado el nombre de Drescher. Sacó su cuaderno de notas y anotó los cuatro nombres más probables. Tenía la dirección de dos, unas señas parciales de un tercero y el nombre de una ciudad para el cuarto. Habría que ver si resultaba fácil dar con ellos. Cuanto más fácil fuera, menos posibilidades cabrían de que se tratara de Siegfried.

Acababa de sacar su Baedeker para comprobar las direcciones cuando sonó el móvil.

—Hola, soy Ivonne. Tengo más datos sobre Norivon, la empresa donde trabajaba la última víctima de Sankt Pauli.

—¿Alguna cosa interesante?

—La verdad es que no. No podría ser más aburrido, de hecho. Norivon es una compañía medioambiental de gestión de residuos que asesora a las empresas para cumplir las regulaciones federales y de la Unión Europea. Se encargan de hacerlos desaparecer, vamos. Pero he sacado más información a través de una chica que conozco en NeuHansa. Según ella, Armin Lensch, el tipo que se puso ciego y acabó muerto, era un gilipollas de primera y todo el mundo lo despreciaba. Un hijo de puta ambicioso, al parecer, que no tenía inconveniente en pisotear a quien fuese con tal de ascender. Se ocupaba de tratar con las demás empresas del grupo NeuHansa y tenía fama de ser un lameculos con los jefes.

—¿Algo más?

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