Gessler era un tipo bajito pero apuesto de cuarenta y tantos años con cierta fama de donjuán. Al recogerlo en el Präsidium, Fabel advirtió que llevaba un traje de Hugo Boss. Y que estaba tecleando en su BlackBerry.
También vio que a Gessler se le iluminaban los ojos mientras le presentaba a Karin Vestergaard. Pero la llamarada no prendió en los ojos de ella.
—Han construido muchos edificios nuevos —explicó Fabel—. El Trade Center Hanseático en el Speicherstadt propiamente dicho, y también la HafenCity, que es toda nueva. Gina Brønsted ha situado la central del grupo NeuHansa en uno de los edificios más grandes y más modernos. Según se rumorea, tiene un ático, un apartamento «encima de la tienda», por así decirlo, de trece millones de euros.
Cruzaron el Speicherstadt y entraron en HafenCity. Abundaban el cristal y el acero, pero era evidente que se había hecho un esfuerzo para trasladar algo del espíritu del antiguo Speicherstadt a la arquitectura del siglo XXI.
—Impresionante —dijo Vestergaard.
—Aún no está terminado —dijo Gessler—. Va a haber un teatro de ópera que le hará la competencia a Sydney: el Elbphilharmnie Concert Hall.
—¿Cómo quiere manejar la entrevista, Jan? —dijo Vestergaard, como si no hubiese oído a Gessler.
—Le preguntaré sobre Lensch, empleado suyo, y sobre Claasens, su agente de exportación. Ella también vio a Westland la noche de su asesinato. En conjunto, hay bastantes implicaciones. Es una danesa de Flensburg (creo que ya se lo había contado), lo que significa que es de nacionalidad alemana, pero danesa en cuanto a etnia y lengua materna. Si me atasco, quizá pueda usted echarme una mano. Por lo demás, todas las preguntas sobre Jespersen se las dejo a usted. —Fabel se volvió hacia Gessler—. Hans, aquí hay algo que huele mal. No digo que Brønsted esté directamente implicada en los asesinatos, pero NeuHansa aparece siempre como telón de fondo.
—Yo no interrogo a gente, Jan: interrogo documentos y datos informáticos. Si existe una relación entre NeuHansa y estos asesinatos, habrá algo archivado en alguna parte, algo que tal vez parezca inocuo y que nos orientará en la dirección correcta. He de conseguir acceso a sus archivos. Cuando me presentes, mejor será que no reveles cuál es mi departamento, salvo que ella lo pregunte expresamente.
—De acuerdo.
Fabel abrió la puerta y bajó del coche, seguido de Gessler y Vestergaard. Oyó que soltaba un silbido de admiración y se volvió casi esperando que el detective de delitos corporativos estuviera contemplando las piernas de Karin Vestergaard. Pero no: Fabel siguió su mirada hacia el enorme y reluciente yate anclado más abajo, en el muelle. Aquella embarcación daba la impresión de estar tan preparada para navegar como para hacer un viaje espacial. Venía a ser como una larga y elegante aguja blanca con una superestructura de cristal negro. En la cubierta de popa reposaba un helicóptero.
—Ya lo reconozco —dijo Gessler—. Es el
Snow Queen
. Mide noventa metros y salió más o menos a millón de euros el metro.
—¿El yate de Gennady Frolov? —preguntó Fabel, todavía recorriendo con la vista las líneas estilizadas del megayate. No era hombre de mar, y no sentía ningún interés por los barcos, pero tuvo la impresión de que el
Snow Queen
era uno de los objetos más elegantes que había visto en su vida.
—Sí —dijo Gessler—. Míralo bien… es lo más cerca que llegaremos a estar jamás de semejante lujo.
Entraron en el edificio del grupo NeuHansa. Una recepcionista que parecía reclutada en una agencia de modelos y no en una escuela de negocios les dijo que aguardaran en el enorme atrio de columnas. Se sentaron en uno de los sofás de cuero blanco, cada uno de los cuales —habría una docena— parecía muchísimo más caro que el que tenían en casa Fabel y Susanne. Como el yate amarrado en el muelle a solo quinientos metros, aquello era pura intimidación a base de riqueza.
—¿Queréis ir a tomar una copa después? —dijo Gessler mientras esperaban—. Así podríamos «deconstruir» la entrevista.
—Lo siento —dijo Fabel, aunque no ignoraba a quién se dirigía de hecho la invitación—. He quedado con un amigo en el centro.
—Y yo tengo cosas que hacer para mi oficina de Copenhague —dijo Vestergaard sin sonreír.
Tras una espera de diez minutos, los acompañaron al octavo piso del edificio NeuHansa.
Las oficinas, de planta abierta, estaban ocupadas únicamente por unas cuantas mesas y un puñado de hombres y mujeres que parecían salidos de la misma agencia de modelos que la recepcionista. Esa suntuosa infrautilización del metro cuadrado más caro de Hamburgo no dejaba de ser otra declaración de principios. Los hicieron pasar a los tres a una oficina interior. Era enorme y lujosa y, más que un lugar de trabajo, parecía la suite de un hotel de diseño. Una mujer alta y esbelta de unos cuarenta y cinco años se incorporó detrás del inmenso escritorio y les indicó con un gesto un grupo de sofás situados alrededor de una mesa de café. Gina Brønsted era lo que Fabel habría descrito como una mujer imponente. Atractiva, pero con una poderosa mandíbula que le daba cierto aire masculino. El pelo rubio lo llevaba corto, pero de un modo que suavizaba la severidad de sus rasgos. Todo en ella —el peinado, el traje de falda y chaqueta color crema, los zapatos a juego, su sencilla blusa azul cielo— denotaba gusto y discreción, y también hablaba a gritos de riqueza. Fabel cayó en la cuenta de que tenía delante a un equivalente en carne y hueso del yate anclado fuera.
—¿Frau Brønsted? —dijo Fabel, todavía sin tomar asiento.
—Herr Fabel. —Ella extendió la mano con una sonrisa en los labios—. Siéntese, por favor. Discúlpeme un momento. —Se acercó a la puerta y le dijo algo a la mujer que los había hecho pasar—. Le he pedido a Svend Langstrup que se sume a la reunión. Herr Langstrup está al frente de todos los temas de seguridad, además de formar parte de mi equipo de asesores legales.
Fabel respondió presentándole por su parte a Karin Vestergaard y Hans Gessler. Tal como habían acordado, no mencionó que este pertenecía a la división de delitos corporativos de la Polizei de Hamburgo.
Al oír el nombre de Vestergaard, Gina Brønsted sonrió ampliamente y se puso a hablar con ella en danés. Tras un breve intercambio, se volvió hacia Fabel.
—Disculpe. No tengo a menudo la oportunidad de hablar mi lengua natal.
—Si no le importa, para que Frau Vestergaard siga la conversación hablaremos en inglés.
—No es necesario —dijo Vestergaard en alemán, con un ligero acento—. Me las arreglaré para entenderlo.
Fabel se la quedó mirando, estupefacto.
—Bien… —dijo. Soltó una risita y meneó la cabeza—. Eso nos ahorrará mucho tiempo…
—Debo decir, Herr Fabel, que me hago una idea bastante clara de lo que quiere hablar conmigo. Ya he tenido que pasar por ello con esa insistente e irritante señorita de HanSat TV.
—¿Sylvie Achtenhagen? —dijo Fabel—. ¿Ha estado aquí?
—Tentando a la suerte. Le recordé que poseo una participación de control en la cadena para la que trabaja. Es una mujer muy arrogante, ¿sabe?
—No me diga —respondió Fabel sin el menor atisbo de ironía.
Justo entonces entró en el despacho un hombre alto y moreno y saludó a todos con una sonrisa. Era delgado, pero ancho de hombros. Se notaba que se había roto la nariz en algún momento de su vida, y tenía una leve cicatriz en la frente, por encima del ojo. A Fabel no le pareció que tuviera aspecto de asesor legal, salvo que los pleitos en Dinamarca se celebraran en un ring de boxeo. El hombre se presentó como Svend Langstrup y tomó asiento.
—¿Usted se ocupa de la seguridad de Frau Brønsted? —le preguntó Fabel.
—Entre otras cosas, sí —respondió Langstrup, sin el acento danés que Fabel había esperado. Dedujo que debía de ser germano-danés, como la propia Brønsted—. Con la creciente relevancia política de Frau Brønsted, y con su éxito en los negocios, en ocasiones se presentan peligros para su seguridad.
—¿Ha habido amenazas? —preguntó Vestergaard.
—Amenazas potenciales.
—Hemos venido a hablar de una serie de muertes que se han producido recientemente. Todos ellas tienen alguna conexión con el grupo NeuHansa. No directamente en todos los casos, pero siempre parece haber alguna vinculación.
Gina Brønsted frunció el ceño.
—Desde luego, si podemos ayudar, haremos todo lo posible.
—¿Usted va a presentarse a la alcaldía, Frau Brønsted?
—Eso es del dominio público. No veo…
—¿Podría hablarme de su programa político? —dijo Fabel.
—Realmente no veo qué tiene que ver —dijo Langstrup.
—Deme ese gusto —insistió Fabel, mirando a Brønsted y sin hacer caso a su asesor—. Digamos que soy un votante indeciso.
—Mi programa político es prácticamente el mismo que el que ha constituido la base de mis negocios. Europa se está uniendo. Muy pronto existirá una Europa Federal y su poder económico eclipsará al de Estados Unidos e incluso a las potencias emergentes como China e India. Es ya una unidad económica y comercial, lo cual significa que las viejas fronteras nacionales carecen de sentido y que se presenta una oportunidad única para crear nuevas alianzas transnacionales. Yo no soy una política alemana, soy una política de Hamburgo. En lo que se refiere a los negocios, mi plan consiste en establecer alianzas con otras ciudades del norte de Europa para crear y compartir un tipo de prosperidad que ningún gobierno nacional es capaz de proporcionarnos.
—Como la vieja Liga Hanseática —dijo Fabel—. De ahí el nombre NeuHansa.
—La Liga Hanseática desapareció hace ya mucho. Hamburgo adoptó el título de Ciudad Libre y Hanseática un siglo y medio después de que la Liga dejara de ser una fuerza económica y política en activo. Pero la idea siguió viva. Todavía puede verla hoy en día, a su alrededor. Aquí. Si el ideal hanseático no se hubiera mantenido vivo en la psique hamburguesa, el Speicherstadt no se habría construido. Y todo esto, la HafenCity, no deja de ser otro ejemplo de la independencia y el espíritu emprendedor de Hamburgo.
Brønsted hablaba con brío, aunque sin auténtica pasión, pensó Fabel. Tenía la sensación de estar escuchando el mitin de un partido político. Pero bueno, él mismo se lo había buscado, se dijo.
—Hace quince años —prosiguió Brønsted—, cuando el resto de Europa se dedicaba a mirarse el ombligo en vez de pensar en el futuro de la economía mundial, Hamburgo vio que China y Extremo Oriente, así como el Este de Europa, ofrecían una enorme oportunidad comercial. Así que nos pusimos manos a la obra y construimos instalaciones especializadas para sacarle a esa oportunidad el máximo partido. Mire lo que está pasando a solo unos centenares de metros de aquí, en Sandtorhafen. Una vasta extensión de HafenCity dedicada exclusivamente al comercio con China. ¿Sabía usted que, de los 10,8 millones de contenedores que manejará Hamburgo este año, uno de cada cinco irá destinado o procederá de China? Mis ideas políticas son sencillas: Hamburgo necesita la libertad y la independencia necesarias para seguir ampliando sus éxitos, para establecer alianzas con otras ciudades de Escandinavia y el Báltico y para superar juntas a cualquier otra región comercial del mundo.
—Todo fantástico en teoría —dijo Fabel—. Pero como usted ha dicho, en último término la Liga Hanseática fracasó.
—Duró casi trescientos años de una u otra forma, Herr Fabel. Era una superpotencia dentro de Europa. Una superpotencia mercantil, más que militar. Poseía poder militar, pero raramente lo utilizó. La guerra es mala para los negocios. Creo que ese es un buen modelo para el futuro de Europa.
—Pero usted es danesa —dijo Karin Vestergaard—. Germano-danesa, desde luego, pero sabe muy bien que el capitalismo salvaje no encaja con el carácter danés. Y sin embargo, incluye a Copenhague en sus planes.
—No hablo de capitalismo salvaje —replicó Brønsted—. Hablo de la posibilidad de generar y compartir riqueza. Es capitalismo con socialdemocracia. Nada podría ser más danés que eso.
—Estoy seguro de que no han venido a discutir las ideas políticas del partido NeuHansa —dijo Langstrup. Fabel se fijó en sus ojos duros y pequeños.
—¿Podría decirme qué sabe de Armin Lensch? —le dijo Fabel a Brønsted—. El joven que trabajaba en su departamento de exportación.
—Nada. —Se encogió de hombros—. Tengo más de un millar de empleados. Obviamente me afligió la noticia de su muerte; y también su manera de morir, claro. Pero ni siquiera había oído su nombre hasta que me informaron de que la última víctima del Ángel de Sankt Pauli era empleado mío.
—¿Le importaría que echáramos una ojeada al trabajo reciente de Lensch? —preguntó Gessler con su encantadora sonrisa donjuanesca—. Nos podría servir de ayuda quizá.
—¿En qué sentido? —dijo Langstrup—. Está claro que su muerte no tenía ninguna relación con su trabajo.
—¿Ah, no? —dijo Fabel—. ¿Cómo puede estar tan seguro?
—¡Fue víctima de un asesino en serie que actúa al azar, por el amor de Dios!
—No tan al azar, según mi punto de vista —dijo Fabel sin apartar la mirada de Gina Brønsted—. No es seguro en absoluto que el llamado Ángel de Sankt Pauli fuera responsable de la muerte de Lensch. Si lo prefiere, podemos pedir una orden judicial para ver sus archivos.
—Eso no será necesario —dijo Brønsted. A Fabel le pareció que le lanzaba una mirada fulminante a Langstrup, como diciendo: «Muestra disposición a colaborar»—. Dígannos simplemente qué es lo que necesitan ver.
—No lo sabremos hasta que lo veamos —dijo Gessler—. Así que tendremos que mirarlo todo, en realidad.
—He visto el yate de Gennady Frolov, el
Snow Queen
, amarrado en el muelle. ¿Tiene negocios con él? —preguntó Fabel.
—El yate está allí porque es el punto de amarre normal de las naves privadas de esa envergadura. Pero sí, he tenido tratos con Herr Frolov. De hecho, estoy interesada en el astillero de Flensburg que diseñó y construyó el
Snow Queen
.
—¿Vantage North? —preguntó Vestergaard.
—Sí, Vantage North. —Brønsted fingió estar impresionada—. Veo que ha hecho los deberes.
—Y aparte de su relación con Vantage North, ¿tiene otros negocios con Frolov? —preguntó el comisario.
—A decir verdad, estamos en mitad de una negociación para un proyecto conjunto. Un proyecto medioambiental.
—¿A través de su empresa Norivon?
—Sí. ¿A qué viene el interés en Herr Frolov?