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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La venganza de la valquiria (44 page)

Fabel pulsó el mando a distancia. Apareció en la pantalla la fotografía que habían enviado del sanatorio estatal.

—Esta es la asesina de Drescher: Margarethe Paulus. La doctora Eckhardt sostiene que se trata probablemente de una psicótica, más que de una psicópata. Sufre delirios. Pero su historia más disparatada ha resultado ser cierta. Ella es una de las Valquirias: tres asesinas profesionales de alto nivel entrenadas en su día por la Stasi. Las otras dos Valquirias se llaman Liane Kayser y Anke Wollner, aunque no podemos estar seguros de que hayan usado en muchos años su verdadero nombre. Según parece una de ellas, Liane Kayser, o fue rechazada igual que Margarethe, o ha seguido su propio camino bajo una nueva identidad. Lo cual nos deja solamente a Anke Wollner, que es quien tiene más números para ser la Valquiria. Pero todo esto es muy teórico, como digo. Esos nombres no nos sirven de nada en realidad porque se utilizó toda la maquinaria de la Stasi para enterrarlos y crear nuevas identidades.

Fabel pulsó el mando y otra cara ocupó toda la pantalla.

—Este es Gennady Frolov, el otro motivo de que estemos trabajando bajo presión. Ha recibido una advertencia definitiva de la Valquiria, la bomba que explotó en el puerto, y ahora tiene los días contados. La Valquiria nunca falla.

—Falló con la bomba —dijo alguien desde el fondo.

—No, no falló. Era una advertencia, ya lo he dicho.

Otro clic con el mando.

—Estos son los anuncios personales que han salido en el número de este mes de
Muliebritas
. Hemos logrado, o mejor dicho, una amiga de la comisaria Wolff ha logrado descifrar la frecuencia y el código de los anuncios, incluida la clave de tres letras que identifica cada anuncio como portador de un mensaje. El texto le dice a la Valquiria que Drescher quiere verse con ella en Alsterpark, junto al Fährdamm, el miércoles a las once y media. Así pues, si nuestra chica ha visto el mensaje y cree que realmente se lo envía Drescher, mañana es nuestro día.

Otro clic.

—Este es el Alsterpark. Tendremos apostados observadores y tiradores de precisión en los tejados de los edificios de detrás del parque, pero hay una gran distancia y no podemos mantener alejada a la gente. Voy a tener que confiar en todos vosotros trabajando sobre el terreno. Os haréis pasar por corredores de
footing
, empleados del parque, ejecutivos de paso. Incluso un par de vosotros iréis de uniforme. Lo esencial es que no haya nada insólito que pueda ahuyentar a la Valquiria. Y creedme, ella sabe reconocer el terreno.

—A quien buscará sobre todo es a Drescher —dijo Anna—. Eso puede resultar problemático. Por no decir imposible.

—Ajá —dijo Fabel, con tono triunfal—. Ahí es donde entra en acción nuestro doble… —Se acercó a la puerta, la abrió y dijo asomándose al pasillo—: Ya estamos listos para verte de cerca.

Werner entró en la sala entre aplausos, silbidos y risas. Llevaba una lujosa chaqueta inglesa de
tweed
, que le quedaba algo ceñida en la botonadura, y un suéter de cachemir de cuello vuelto. Pero lo más divertido era el peluquín gris-rubio que tenía puesto sobre su cuero cabelludo rapado al cero.

—Bueno, bueno… —Fabel gesticuló como un urbano moderando la velocidad del tráfico—. Calma. Debéis recordar que ella solo lo verá de lejos. Tendremos que atraparla con rapidez y eficacia. No estamos hablando de un asesino en serie perturbado ni de un tosco traficante de drogas en un ajuste cuentas. Para ser sincero, he de decir que nunca me había enfrentado a un caso semejante. Matar es el oficio de la Valquiria. Dios sabe a cuánta gente se habrá cargado ya, pero no hay duda de que es muy, pero que muy buena. Ahora no creo que se presente armada hasta los dientes. Yo diría que habitualmente no lleva un arma encima; podrían pillarla, en tal caso. Pero no lo olvidéis: esa mujer no siempre necesita un arma. Es muy capaz de matar con sus propias manos. Con eficiencia y rapidez.

—Podrías esforzarte algo más para darme ánimos —dijo Werner con una sonrisa torcida.

—Y por ese motivo Werner llevará un chaleco antibalas Kevlar debajo del abrigo y la chaqueta. Aun así, he pedido el apoyo de algunos de nuestros colegas de operaciones especiales del MEK. Y quizás incluso recibamos ayuda del GSG-9… —Se detuvo mientras sonaba un gruñido general—. No digo que no podamos manejar esto solos, pero no pienso perder a nadie en la operación. Solo quiero que tengamos allí a gente con una preparación semejante a la de nuestra Valquiria. Celebraremos mañana a las siete de la mañana una sesión informativa conjunta.

Fabel pulso otro vez el mando y apareció en la pantalla la cara de Gina Brønsted.

—Aquí es donde entra en juego la política. Frau Brønsted es una mujer muy poderosa con un montón de amigos influyentes. Estoy convencido, además, de que ella es la persona que ha encargado los asesinatos cometidos por la Valquiria. Hans, ¿estás ahí? —Fabel se protegió los ojos del resplandor del proyector y atisbó entre la audiencia.

—Aquí, Jan —dijo Gessler.

—Ya he conseguido todas las órdenes de incautación necesarias. En cuanto detengamos a la Valquiria entrarás en el edificio NeuHansa con tu equipo. Tengo que encontrar pruebas de que era Brønsted quien pagaba a la Valquiria.

Fabel dio por terminada la reunión y fue a buscar un café y un sándwich a la cantina antes de subir a su despacho. Martina Schilmann lo estaba esperando arriba. Tenía el pelo recogido en una cola y el oído tapado con una gasa. Se la veía pálida y cansada. Y muy enojada.

—Siéntate, Martina —le dijo, sonriendo—. ¿Cómo estás?

—Dolorida. En más de un sentido. He recibido el mensaje de que querías verme. Me parece muy bien, porque yo quería verte a ti. ¿Te das cuenta de que me has jorobado el negocio? ¿Qué crees que has hecho, si no, al decirle a Gennady Frolov que la Polizei de Hamburgo se encargará de protegerlo?

—Martina, tú no eres tan ingenua. Ayer noche se produjo en el puerto un atentado muy serio. Hubo un montón de heridos, tú incluida. Gennady Frolov fue objeto de un intento de asesinato. Simplemente por ello ya es asunto nuestro, y no tuyo. Deberías saberlo. De todos modos, yo no le dije que te despidiera…

—No, no le dijiste que me despidiera. Pero le hiciste un montón de preguntas sobre mí, ¿no es cierto? Dónde estaba cuando explotó la bomba, por qué había salido fuera. Lograste transmitirle la idea de que podría estar implicada. —Martina lo miró, airada, y enseguida frunció el ceño con una expresión de incredulidad—. Dios mío… ¡realmente sospechas de mí! No puedo creerlo.

Fabel miró el sándwich que había dejado sobre el escritorio, suspiró y lo tiró a la papelera.

—No es eso, Martina.

—¿Ah, no? ¿Y qué es entonces?

—No sospecho nada de ti. Solo que… bueno, nunca conoces realmente a otra persona.

—Joder, Jan. Nos acostamos juntos seis meses.

—Este caso es… complicado —dijo Fabel torpemente— Hay tres mujeres implicadas: Margarethe Paulus, Liane Kayser, Anke Wollner. Las tres se criaron en la antigua RDA y fueron entrenadas como asesinas. Y las tres asumieron nuevas identidades. Margarethe Paulus está perturbada y es la responsable de la tortura y asesinato de Drescher, Liane Kayser ha desparecido del mapa y probablemente lleva una vida normal bajo nombre supuesto y Anke Wollner, según creemos, se convirtió en la Valquiria. Y puso la bomba de anoche para enviarle una advertencia a Frolov.

—¡No puedo creerlo, joder! —Martina se sonrojó, sus ojos relampaguearon—. ¿Cuál de ellas crees que soy yo, Jan? ¿Crees que salí afuera y me reventé mi propio tímpano accionando la bomba desde tan cerca? ¿O supones que soy la nueva encarnación de esa asesina que desapareció del mapa?

—No te acuso de nada. Solo quería que me contaras qué pasó anoche. Si viste algo fuera de lo normal. Eres uno de los testigos, por el amor de Dios. Tengo que interrogarte.

—Ya estábamos a punto de irnos —dijo Martina con aspereza—. Al llegar, me había encargado de llevar a Frolov y a su séquito lejos de los ventanales. Había llamado al restaurante por anticipado y les había pedido que me reservasen una mesa en la parte del fondo. Frolov y sus compañeros de negocios ya estaban con los cafés y el brandy. Le dije a Lorenz que se quedase con Ivan, el hombre de seguridad de Frolov, y salí a fumar. Al Mercedes lo habían aparcado un poco más abajo; le estaba diciendo al botones que necesitaríamos que lo pusiera frente a la puerta cuando el chico recibió un mensaje del
maître
. Y entonces… bum. Adiós Mercedes y adiós tímpano. Por cierto, Jan, yo no tenía las manos en los bolsillos. Pregúntaselo al chico, si quieres. Por si te estabas preguntando si no tendría un detonador remoto escondido.

—¿Viste a alguien afuera, aparte del aparcacoches? —dijo Fabel sin hacer caso de la pulla.

—No. No había nadie a la vista para detonar la bomba. Salvo el chico. Y yo, claro.

—Martina, no me estás ayudando. Con franqueza, me importa una mierda que nuestra decisión de proteger a la posible víctima de un crimen pueda interferir en tus negocios. Lo único que me interesa es hacerme una idea más clara de esa asesina. Lo que te pido es que pienses otra vez como una agente de policía. ¿Viste o escuchaste algo que pueda tener relación con el estallido de la bomba?

Martina suspiró.

—No. La verdad es que no. Salvo que no creo que fuese la transmisión de radio entre el
maître
y el aparcacoches lo que activó la explosión. Todo lo demás era demasiado profesional para que el detonador no estuviese protegido selectivamente. —Fabel alzó una ceja con aire inquisitivo—. Hice un curso sobre el tema —explicó Martina—. Además, el estallido se produjo casi al mismo tiempo que sonó la radio, pero no exactamente al mismo tiempo. No de modo simultáneo. Lo cual hace pensar que la bomba era una advertencia.

—Eso es lo que creemos —dijo Fabel.

—Pero a mí todavía no acaba de cuadrarme. —La ira de Martina parecía haberse disipado—. Estaba preparado de modo muy profesional, con enorme precisión, lo cual encaja con esta asesina. Pero eso es lo que ella es: una asesina. Enviar mensajes de advertencia no entra en su perfil.

—Hum… podrías tener razón —dijo Fabel—. Pero, como tú dices, todo lo demás encaja.

—Quizás esté ampliando su catálogo de servicios —Martina sonrió con aire socarrón—. Poniéndose al día para cubrir las necesidades del mercado.

—Tal vez —dijo Fabel—. Pero será justamente entonces cuando la atrapemos. Cuando no se ciña a lo que sabe hacer mejor.

Lo interrumpió Anna Wolff, que entró sin llamar en el despacho. Traía un ejemplar de
Muliebritas
y lo arrojó sobre la mesa.

—Aquí está el nuevo número —dijo, dando una palmada sobre la revista—. Con nuestros anuncios.

—Sí, Anna, ya —dijo Fabel, como hablando con un crío latoso.

—Pero los nuestros no son los únicos —comentó ella—. Alguien más intenta comunicarse con la Valquiria…

4

U
na se rodea de objetos, pensó. De cosas. Te rodeas de cosas para llenar los huecos. En otra época todo eso le había parecido muy importante: poseer objetos bonitos. Como la mesita de café que había hecho traer especialmente de Japón. O el sillón Ox danés, diseño de Hans Jørgen Wegner, que le había costado más de seis mil euros.

Se sentó en el sofá y miró fijamente la revista.

Quizás había sido tío Georg quien la había contagiado. Estaba tan… melancólico la última vez que se habían visto. La había afectado verlo así. Ellas siempre habían llamado «tío» a Georg Drescher. Ahora, de modo retrospectivo, advertía que también ese detalle —como todas las cosas que les enseñaron a Anke, Liane y Margarethe— había sido pensado cuidadosamente. No se trataba de una figura paterna; desde luego tampoco de un amante. Un tío. Un hombre mayor al que podrían recurrir, en quien podrían confiar siempre. Sus instructores habían manipulado su psicología femenina adolescente para que Drescher ocupara en sus mentes una posición privilegiada. El socialismo no importaba. La RDA no importaba. Lo único importante era que ellas nunca, jamás, le fallarían al tío Georg.

Después, cuando el eje político del mundo se había desplazado, el socialismo desapareció y la RDA dejó de existir. Ni siquiera Margarethe y Liane seguían allí para entonces: Margarethe estaba tan perturbada que se había vuelto totalmente inútil como posible agente. Lo único que habían logrado, le había confesado más tarde el tío Georg, había sido convertir a una chica gravemente trastornada en una máquina de matar peligrosamente trastornada. Y Liane… bueno, Liane había resultado demasiado perfecta. Liane poseía exactamente lo que ellos buscaban: una crueldad singular y una completa indiferencia frente los demás. Pero eso, según se descubrió, incluía a tío Georg, a la Stasi, al Estado. Liane lo aprendió todo a la perfección y fue enviada al Oeste antes de que sus instructores comprendieran el error que habían cometido. Todas las técnicas que le habían enseñado con tanto trabajo Liane habría de utilizarlas exclusivamente para sus propios fines.

Así pues, solo quedaba ella. Anke. Aunque ya hacía muchos años que no se llamaba a sí misma con ese nombre. Ella había sido la preferida de tío Georg. Tras la caída del Muro, Drescher había montado su pequeño negocio y había empezado a enviarla a matar desconocidos por encargo de otros desconocidos. No por motivos ideológicos, ni con el fin de preservar la seguridad del Estado, sino simple y llanamente por dinero.

Y a ella le había parecido perfecto. Anke siempre había sido consciente de que Margarethe era más inteligente y Liane más bella, pero ella poseía una intuición especial para detectar las alianzas fructíferas. Y lo cierto era que su alianza con tío Georg había funcionado de maravilla. Ahora, sin embargo, empezaban a asomar indicios de sentimentalismo en el viejo. Y en aquel negocio no había lugar para sentimentalismos.

El tío Georg había conservado los viejos sistemas de la Guerra Fría para mantenerse en contacto, por medio de los anuncios personales de la revista. También contaban con cinco buzones secretos a lo largo de todo Hamburgo. Él le había dicho a Anke que lo hacía así porque era perro viejo y ya no podía cambiar sus trucos de siempre. Pero ella sabía la verdad: el tío Georg usaba esos métodos para mantenerla a raya; el temor del encantador de serpientes a recibir un mordisco.

Era un temor injustificado. Tío Georg era lo más parecido a un familiar que Anke había conocido o que conocería jamás. Eso no significaba que no hubiera considerado nunca la posibilidad de matarlo para protegerse a sí misma, por si la edad u otro motivo hacían que perdiera su profesionalidad. Pero, en realidad, cuando les llegara la hora de separarse, ella pensaba dejarlo disfrutar en paz de su retiro. Probablemente.

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