Tras haber completado su parte, la semielfa cerró una mano alrededor de la empuñadura de la espada y cerró los ojos, conjurando en su mente la imagen de una cortesana sembiana. Cuando, instantes después, bajó la vista hacia su cuerpo, comprobó que la hoja de luna había hecho su parte. Sus ropas de viaje de cuero habían sido sustituidas por un vestido de seda de color jade y zafiro de múltiples capas, y su holgada camisa era ahora un corpiño ajustado y escotado. En cuanto a la hoja de luna, había adoptado el aspecto de una pequeña daga adornada con joyas. Arilyn sostuvo el minúsculo espejo a distancia de un brazo y contempló el efecto. Veinte años después aún se sentía un poco incómoda con sus transformaciones. La luchadora semielfa había desaparecido y en su lugar se veía una mujer humana de gran belleza.
Pero todavía faltaba el toque final: Arilyn sacó de la bolsa una pequeñísima caja tallada, de la que retiró dos finas lentillas. Se las colocó directamente sobre los ojos, y el azul con motas doradas que la distinguían como elfa se transformó en una sorprendente —aunque muy humana— tonalidad verde.
La transformación no había durado más que unos pocos minutos. Cuando estuvo preparada Arilyn miró a su mentor. Por una vez la inescrutable fachada de éste había caído, y una expresión de evidente desagrado le crispaba el rostro. Poco después de empezar a entrenar a Arilyn, Kymil había descubierto que la hoja de luna era capaz de crear disfraces para quien la poseyera. Arilyn y la hoja de luna habían ido desarrollando una galería de personajes que le servían de fachada, pero Kymil nunca se había reconciliado con lo que consideraba una manera indigna de desempeñar su trabajo.
—Con este disfraz podré marcharme sin llamar la atención —le explicó Arilyn, poniéndose un poco a la defensiva. Incluso después de tantos años, cualquier signo de desaprobación por parte de su mentor aún la hería.
Kymil recuperó la compostura y se aclaró la garganta para afirmar:
—Lo dudo. Vestida de ese modo es imposible que pases inadvertida. ¿Una cortesana sola? No es habitual, y darás que hablar. Muchos te recordarán.
—Cierto —convino Arilyn—. Verán y recordarán a una cortesana humana. A una ilusión.
El ruido de los rufianes que se acercaban al apartado cortó de raíz cualquier argumento de Kymil.
—Tus métodos son muy eficaces —admitió—. Ve pues, y que los dioses te ayuden en tu búsqueda. Te deseo agua dulce y risa fácil hasta que nos volvamos a ver —despidiéndose de ella con la tradicional fórmula elfa.
Tras despedirse de Arilyn, la mirada de Kymil se hizo distante como si se concentrara en un remoto destino.
—Sendero plateado... Academia de Magia... Evereska —murmuró.
Su cuerpo se tornó translúcido, después su silueta tembló y se llenó de puntos de luz dorada. Éstas titilaron brevemente y luego desaparecieron.
Arilyn se estremeció. Como dueña de una hoja de luna había tenido que resignarse a usar la magia, aunque ella se consideraba una luchadora y el Arte le inspiraba una profunda desconfianza. El fuego mágico y los viajes dimensionales la aterraban. Kymil la había iniciado en el teletransporte, pero sus primeras experiencias la dejaron enferma y débil. Su aversión a la magia se acrecentó en la Época de Tumultos, cuando vio a demasiados magos teletransportarse a un muro sólido. Por mucho que Kymil desaprobara su actitud, ella no podía evitar lo que sentía. Una vez el elfo se hubo marchado, Arilyn volvió a centrarse en su actual problema. Nuevamente corrió la cortina y buscó la última pieza de su disfraz: necesitaba un hombre.
Kymil tenía razón. Una cortesana necesitaba un cliente. Estaba tan acostumbrada a viajar sola que no se le había ocurrido. Si quería interpretar correctamente el papel de seductora, necesitaría un hombre que le diera la réplica. Arilyn recorrió la taberna con la mirada en busca de un candidato adecuado. Un estallido de carcajadas atrajo su atención hacia la puerta principal.
Varios mercaderes estaban sentados alrededor de una mesa atestada de jarras vacías de cerveza. Uno de ellos, un joven ataviado de punta en blanco con ropas de color verde brillante flirteaba descaradamente con una camarera elfa. Arilyn no podía oír qué decía, pero sus achispados camaradas expresaban su aprobación con ruidosas risotadas, y la sonriente elfa de la luna se sonrojaba, lo que en su caso significaba ponerse azul.
«Perfecto», pensó Arilyn, y su boca se curvó en una leve sonrisa desdeñosa. No habría dado con un candidato mejor ni aunque hubiera sido capaz de sacárselo de la manga. El hombre era joven, de menos de treinta años, llevaba el cabello rubio pulcramente peinado y una capa lujosamente bordada le caía en pliegues sobre los hombros con consumada elegancia. Indolentemente repantigado en la silla se comía con los ojos a la camarera, que se alejaba balanceándose. Su ropa y su negligente porte denotaban riqueza y privilegios, y su sonrisa dejaba traslucir que se sentía perfectamente satisfecho de sí mismo. Todo indicaba que era un joven mimado, superficial y egoísta. En resumen: justo lo que necesitaba.
Arilyn despreciaba a los tipos como él; a quienes se contentaban con una fácil vida de lujos. Sin embargo, los servicios de una cortesana sembiana no eran nada baratos, y de todos los hombres de la posada él parecía el objetivo más creíble, y también el más receptivo.
Completamente ajeno al examen de Arilyn, el pisaverde hizo otro comentario presumiblemente gracioso. Uno de sus compañeros, un hombre de aspecto rudo vestido como un mercenario, se rió a carcajadas y golpeó el hombro del gracioso con una manaza enorme y mugrienta. El joven no pareció ofenderse por la familiaridad del mercenario, pero hizo un gesto de dolor y se apretó el hombro al tiempo que soltaba otro comentario que produjo la hilaridad de sus compañeros de mesa.
«Probablemente no es un noble —dedujo Arilyn—, sino un rico mercader.» Los otros hombres de la mesa no parecían suficientemente borrachos para tomarse tales libertades con un aristócrata. Y, a juzgar por sus ingeniosos comentarios, el dandi rubio no había bebido demasiado, lo que era una suerte.
Arilyn se puso en pie y se deslizó silenciosamente por la sala. El fondo de la taberna se mantenía deliberadamente oscuro, y la semielfa avanzaba pegada al muro sin salir de las sombras que la ocultaban. No quería que nadie relacionara a la etérea cortesana con la
etrielle
agotada por el viaje que había entrado antes en la taberna. Al penetrar en la zona iluminada de la sala, todas las conversaciones se interrumpieron de golpe. Tanto hombres como mujeres lanzaron miradas especulativas a Arilyn. Ésta ladeó la cabeza con coquetería y avanzó decidida hacia su objetivo.
Uno de los compañeros del pisaverde logró dejar de mirar con la boca abierta a la supuesta cortesana para clavar el codo en las costillas de quien Arilyn había elegido como presa. El joven dandi alzó la vista hacia ella y enarcó las cejas en una abúlica expresión de aprecio. Cuando la mujer llegó junto a su mesa, se levantó, y a Arilyn le sorprendió comprobar que era varios centímetros más alto que ella.
—Vaya encuentro. Seguro que he hecho algo para merecer esto —dijo el joven maravillado, cogiéndola de la mano e inclinándose ante ella.
Arilyn lo dudaba mucho pero se limitó a sonreírle dulcemente. Que pensara lo que quisiera, el idiota.
—¿Te gustaría acompañarme? Por cierto, me llamo Danilo, Danilo Thann.
Arilyn contuvo un gruñido. Conocía ese apellido: la familia Thann era dueña de importantes empresas comerciales así como vastas tierras al norte de Aguas Profundas. El petimetre era, pues, un noble de Aguas Profundas. Era ya demasiado tarde para echarse atrás, por lo que la semielfa mantuvo su seductora sonrisa mientras Danilo Thann apartaba a uno de sus compañeros de un codazo y la conducía a ella hasta un asiento libre. A continuación el noble se sentó con gesto elegante en la silla situada junto a la de la mujer.
—¿Y tú eres...? —preguntó Danilo.
—Para mí elquesstria, por favor —ronroneó la mujer, haciendo caso omiso de la pregunta.
—¡Ah! —Los ojos del pisaverde se iluminaron—. No tienes nombre. Una misteriosa dama que bebe licor elfo, lo que demuestra que tiene buen gusto. —Danilo dirigió una sonrisa de complicidad a sus compañeros y prosiguió—: Aunque esto ya había quedado fuera de toda duda cuando elegiste compañía. —Sus compinches se rieron entre dientes. Al parecer, tenían tan buena opinión de sí mismos como el joven Thann.
El ruido metálico de una cota de malla muy mal conservada interrumpió las risas. Involuntariamente, Arilyn se puso tensa. No necesitaba levantar la mirada para saber que era el mismo Harvid Beornigarth. La semielfa sentía un irresistible impulso de empuñar la hoja de luna y partir por la mitad a aquel latoso, pero se obligó a mantener la lánguida postura de una cortesana.
—Perdón, milord, ¿habéis visto a esta moza elfa por aquí?
Harvid puso un tosco dibujo de Arilyn bajo las narices de Danilo. El joven lo cogió, le echó una fugaz mirada y se lo devolvió.
—No, no puedo decir que la haya visto.
—¿Estáis seguro?
Danilo pasó un brazo alrededor de los hombros de Arilyn y sonrió a Harvid Beornigarth como si el aventurero fuese un viejo amigo.
—Con franqueza, no. Si estuvieras en mi lugar, ¿tendrías ojos para otra? —repuso el noble afectadamente, abrazando con fuerza a la mujer que tenía al lado.
El patán recorrió el cuerpo de Arilyn con una aprobadora mirada lasciva. La semielfa se forzó a alzar la vista hacia él. Sin dar muestras de reconocerla, Harvid sonrió de oreja a oreja dejando a la vista varios dientes cariados.
—No, yo tampoco miraría a otra —admitió. Entonces se acercó a la mesa contigua e interrogó a los clientes con mucha menos cortesía.
Arilyn se relajó. Ahora tenía que salir de la posada y alejarse de allí. No le quedaba otro remedio que llevar a Danilo con ella; el respeto que Harvid había demostrado al joven noble indicaba que, probablemente, ninguno de los otros rufianes se le acercaría mientras continuara en compañía del dandi. Luchando contra las ganas de quitarse de encima el brazo de Danilo, Arilyn alzó la mirada hacia su futuro rehén.
Danilo Thann estaba recostado en su silla, con los ojos entornados y la mirada fija en algo. Arilyn siguió su mirada y se dio cuenta de que lo que tanto le interesaba al noble eran sus propias manos. El lechuguino estudiaba con expresión especulativa las manos que la semielfa mantenía en el regazo y apretaba con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
Arilyn clavó su mirada en él. ¿Qué habría apinado?
Pero cuando el joven noble la miró a su vez, las sospechas de Arilyn se esfumaron. El mentecato mostraba una expresión completamente vacía y seguía esbozando aquella radiante sonrisa que Arilyn empezaba a encontrar irritante.
—Bonita sortija. Son muy populares en Aguas Profundas —comentó el joven con ligereza. Entonces tomó la mano de Arilyn y estudió el anillo con la grave expresión de un entendido. Mientras giraba la mano de la mujer a un lado y al otro, la luz arrancó destellos a los anillos que él mismo llevaba—. En el último festival de verano se vendían en el mercado al aire libre. ¿Lo compraste allí?
Parecía una pregunta inocente, pero Arilyn respondió con evasivas.
—Hace tiempo que no voy a Aguas Profundas por negocios.
—¿Y qué negocios son ésos? —preguntó un hombretón de pelo negro y bigotes rojizos mirando el escote de Arilyn e inclinándose hacia adelante para gozar de una mejor vista—. ¿Te dedicas al comercio quizá?
—No, no soy comerciante —contestó Arilyn dulcemente. Por el rabillo del ojo vio que el último de los hombres de Harvid abandonaba la posada. El posadero se relajó, y la taberna volvió a llenarse de conversaciones y de demandas de cerveza. Era el momento ideal para escabullirse—. Mis «negocios» son del tipo que se realizan en privado. —Con esas palabras se levantó ofreciendo una mano y una sonrisa de invitación a Danilo.
El hombre de bigotes pelirrojos soltó una carcajada y palmeó a Danilo en la espalda.
—Bueno, chico, ya tienes planes para esta noche.
—Si tardo un poco en volver no os molestéis en buscarme —dijo Danilo a sus compañeros con fingida seriedad. Acto seguido cogió a Arilyn de la mano y la condujo al fondo de la sala, donde había una puerta que conducía hacia las habitaciones de arriba o fuera. La semielfa tendría que convencerlo de que eligiera esa última opción.
—¿Qué te parece si damos un paseíto? —sugirió Danilo al llegar a la puerta—. Hace una noche preciosa. Un poco fresca, pero a mí me encanta el tiempo otoñal.
«Problema resuelto», se dijo Arilyn, que accedió gustosa. Una acaramelada pareja que daba un paseo a la luz de la luna no llamaría la atención. Una vez que estuvieran a salvo en el bosque, ya se encargaría Arilyn de perderlo. Que regresara solo y fuera él quien explicara la ausencia de la cortesana a sus amigotes.
Danilo la cogió familiarmente del brazo. Mientras caminaban por la calle situada detrás de la posada, no dejaba de parlotear, obsequiando a la joven con cotilleos de Aguas Profundas que Arilyn habría encontrado muy pertidos si hubiera estado de humor para ello.
La semielfa animaba al joven noble a seguir parloteando emitiendo los apropiados sonidos estúpidos, al tiempo que hábilmente lo iba conduciendo hacia el bosque, lejos del ajetreo de las caravanas de comerciantes que llegaban. La posada A Medio Camino era un centro comercial tan grande como algunas ciudades, por lo que al paso que iban tardaron casi una hora en llegar al sendero que bordeaba el bosque. El veleidoso tiempo otoñal había cambiado, y el viento cargado de humedad anunciaba lluvia.
Mientras Danilo Thann seguía con su cháchara, Arilyn escuchaba atentamente los sonidos nocturnos. De la posada llegaban voces, y los caballos relinchaban satisfechos en los cercanos establos. Una vez se fijó en que la sombra de un arbusto parecía desproporcionadamente larga, y otra una perdiz salió volando como si algo se hubiera acercado demasiado a su nido. Pese a que no captó ningún sonido sospechoso, Arilyn se fue convenciendo de que alguien la seguía.
¡Maldita sea!, juró para sí. ¡Después de todas las molestias que se había tomado en la posada para despistar a su sombra! Los hombres de Harvid registraban ahora los alrededores de la posada, y los ruidos de una pelea los atraerían como la carroña a los buitres.
A escasos metros de ellos una ramita se rompió. Arilyn mantuvo una cara impasible mientras deslizaba una mano entre los pliegues de su colorida falda y sacaba la daga que llevaba escondida. Cuando ella y Danilo pasaron junto a un gran olmo, pasó rápidamente a la acción: se zafó del brazo del noble, extendió una mano detrás del árbol y agarró a un hombre por el pelo. Acto seguido lanzó al hombre contra el tronco del árbol y le puso la daga contra el cuello. Inmediatamente lo reconoció como uno de los rufianes que acompañaban a Harvid Beornigarth, aunque era la primera vez que lo veía con el gigantón. Y no tenía una cara fácil de olvidar; una irregular cicatriz púrpura le recorría una mejilla, le habían roto la nariz al menos una vez y le faltaba una oreja.