La Venganza Elfa (6 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

Tal como había previsto, se encontraba en un estrecho pasillo que contorneaba toda la torre. En ese nivel era donde se comía, y a esa hora sólo se oían unos pocos sonidos metálicos provenientes de la cocina. Estremeciéndose de disgusto, Arilyn se puso rápidamente su disfraz: una vestidura clerical color púrpura oscuro como las que llevaban los devotos del dios del Mal Cyric. Tras echarse la capucha sobre el rostro se dirigió hacia la escalera de caracol de la torre, por la que se bajaba al patio.

Según los mapas, el piso inmediatamente inferior albergaba los cuartos de los invitados. Arilyn descendió tan rápido como pudo, con la esperanza de no toparse con ninguno de sus «colegas clérigos». La suerte la acompañó hasta llegar a la planta baja. En la base de la escalera un hombre bajo y regordete la observaba ceñudo. Llevaba la capucha púrpura echada hacia atrás y en la frente tenía pintado un sol negro con una reluciente calavera en el centro.

—¡Simeon! Ya era hora. Date prisa o nos perderemos la procesión —le espetó.

Arilyn se limitó a asentir y mantuvo la cabeza gacha mientras le indicaba al hombre con una seña que él fuera por delante. El clérigo entornó los ojos.

—¿Simeon? —Ahora la voz dejaba relucir sospecha, y una mano se fue acercando al símbolo clerical que llevaba sobre el corazón. Arilyn se dio cuenta de que se disponía a lanzar un hechizo. La joven bajó de un brinco los últimos escalones y propinó al hombre un puntapié.

Su bota golpeó al hombre en el abdomen, y ambos cayeron al suelo en un revoltijo de túnicas color púrpura. Arilyn se levantó, pero el clérigo se quedó tumbado en el suelo, doblado sobre sí mismo y sin aliento. La semielfa le propinó otro puntapié en un lado del cuello que lo dejó fuera de combate.

Soltando un suspiro de frustración, Arilyn consideró la situación. No podía dejar al hombre allí en medio para que otros se tropezaran con él, pero, como él mismo había dicho, si se entretenía demasiado llegaría tarde a la procesión. Al pie de la escalera se abrían tres puertas de madera. Rápidamente abrió una con un crujido y vio que al otro lado había un almacén donde se guardaban baúles de gran tamaño. Arilyn se introdujo dentro y con la punta de un cuchillo forzó la cerradura del baúl más cercano. Estaba lleno de vestiduras, y Arilyn sacó algunas para que cupiera el clérigo. Acto seguido regresó a la escalera y, cogiendo al hombre por los brazos, lo arrastró hasta el almacén. Una vez allí lo embutió en el baúl y bajó la pesada tapa. Tras echarse de nuevo la capucha sobre el rostro, volvió a la escalera y abrió la puerta que conducía al patio.

Fue recibida por el ritmo de un cántico tétrico e impío. Al trasponer la puerta se encontró con una larga columna de sacerdotes que desfilaban delante de la torre, camino de la entrada principal del castillo. Arilyn metió las manos dentro de las mangas e inclinó la cabeza, adoptando la pose de un novicio. De esta guisa se incorporó al final de la columna de clérigos que cantaban y se balanceaban.

Los sacerdotes se habían reunido para celebrar el Sacrificio de la Oscuridad Lunar, una ceremonia en honor a Cyric, el dios de la Muerte, la Destrucción y el Asesinato. Cyric había sido un malvado y ambicioso mortal que se había convertido en una poderosa deidad. Accedió a la divinidad reemplazando a Bane, Bhaal y Myrkul, tres dioses del Mal que fueron destruidos durante la Época de Tumultos. Aunque no era universalmente reverenciado por los seguidores de los tres dioses difuntos, el culto a Cyric estaba ganando adeptos entre los zhentarim y sus sacerdotes aliados. Puesto que Cyric contaba con pocos fieles fuera de las filas de los zhentarim, sus sacerdotes habían decidido aceptar la protección del fuerte Tenebroso. En cualquier otro escenario una concentración tal de clérigos de Cyric habría sido tan bienvenida como una invasión de bárbaros.

Arilyn se había enterado de los particulares de la ceremonia de la Oscuridad Lunar meses antes, y se dio cuenta de que sería el momento oportuno y el modo ideal para infiltrarse en el fuerte Tenebroso. Casi todo el mundo —incluidos los zhentarim— temía a los sacerdotes de Cyric y procuraba no meterse con ellos.

La semielfa había llevado muchos disfraces distintos y se había acostumbrado a parecer lo que no era, pero sentía que su piel rechazaba las vestiduras color púrpura de ese credo impío. No obstante, imitaba con soltura los movimientos de los demás, fingiendo que entonaba el cántico que marcaba el inicio del profano servicio.

Los clérigos atravesaron la puerta principal, entraron en el amplio vestíbulo y se dirigieron a un antiguo santuario. Absortos en el cántico e intimidados ante la perspectiva de poder echar una primera ojeada al famoso templo, los sacerdotes no se dieron cuenta de que uno de ellos rompía la formación y se escabullía hacia la escalera del sótano.

El capitán Cherbill Nimmt se tenía por un hombre razonable, pero su paciencia tenía límites.

—¿Así que, apareces aquí y esperas llevarte este tesoro por las buenas? —gruñó, al tiempo que blandía la gran bolsa de piel que agarraba fuerte con una mano.

Casi imperceptiblemente el «sacerdote» enarcó una ceja bajo la honda capucha de la túnica color púrpura oscuro que llevaba.

—Claro que no. Tú has puesto tu precio y yo he aceptado —dijo Arilyn en un ronco susurro, tratando de imitar la voz de un hombre joven. Se metió una mano en un bolsillo y sacó una pequeña bolsa, que arrojó al suelo de piedra.

La bolsa aterrizó frente a Cherbill Nimmt con un satisfactorio tintineo que hizo que el hombre se lamiera los labios, pensando en su tan esperada recompensa. Meses antes, mientras encabezaba una patrulla hacia los Picos del Ocaso situados al norte del fuerte Tenebroso, había requisado los objetos que ahora esperaba vender: vasijas sagradas con gemas incrustadas, una rosa perfecta inmortal y una estatuilla de cristal que saludaba cada amanecer con cantos de alabanza a Sune, la diosa de la Belleza. Aquel último objeto era un maldito incordio, por no decir más.

—Espero que esté llena de monedas de oro —dijo Cherbill. El hombre empujó suavemente la bolsa con un pie y bostezó aburrido en un gesto perfectamente estudiado.

—Mejor que eso —repuso Arilyn—. Está llena de monedas de oro y también de ámbar del lago de los Dragones.

En la rubicunda faz del soldado se pintó una expresión de sorpresa y codicia. El hombre cogió rápidamente la bolsa y la vació encima de una caja de madera. Unas brillantes monedas resbalaron sobre ella y algunas cayeron al suelo del sótano, sin que ni el zhentarim ni la semielfa pararan mientes en ello. Cherbill soltó el saco que contenía los objetos sagrados y cogió entre sus rollizos dedos las cinco piezas de ámbar con infinito cuidado. Eran piezas grandes del color de la miel e ingeniosamente cortadas. Cada una de aquellas piezas valía el rescate de un lord de Cormyr.

Tras meterse las piezas de ámbar en el bolsillo, Cherbill se inclinó para recoger el saco de piel que descansaba en el suelo, junto a él. Los labios del soldado esbozaron una astuta sonrisa, y con la cabeza señaló hacia la pesada puerta de madera de roble.

—Muchas gracias. Ahora, lárgate —ordenó.

—No hasta que me des lo que he venido a buscar.

—Eres estúpido, como todos los sacerdotes —se mofó Cherbill—. Deberías haberte marchado cuando te di la oportunidad. ¿Qué me impedirá que te mate y me quede con todo?

Arilyn metió una mano en una raja de la túnica púrpura y sacó la hoja de luna.

—¿Esto?

El hombre prorrumpió en carcajadas, burlándose del sacerdote, al tiempo que desenvainaba la espada. Con expresión de desdén, atacó.

Arilyn esquivó la arremetida de Cherbill con altanera facilidad y paró los ataques siguientes del soldado, en vista de lo cual éste cambió de estrategia. Como era al menos doce centímetros más alto que su oponente y pesaba aproximadamente cincuenta kilos más, trató de vencer a su delgado adversario usando la fuerza bruta. Pero Arilyn desviaba incluso sus golpes más fuertes, y muy pronto el soldado empezó a dar muestras de cansancio así como de sorpresa.

—¿Quién eres? —preguntó casi sin resuello.

—Arilyn Hojaluna —respondió con firmeza la semielfa, reemplazando el ronco susurro del clérigo por su propia voz clara y sonora de contralto. Entonces se echó la capucha púrpura hacia atrás para que Cherbill Nimmt viera el brillo de la batalla en sus ojos elfos.

»Me han enviado para recuperar los objetos robados. Me dijeron que los comprara —dijo en tono desdeñoso—. Pero ya que tú prefieres pelear... —Con ambas manos, una costumbre que cinco años de estudio en la Academia de Armas no habían conseguido cambiar, Arilyn alzó la hoja de luna en actitud de desafío.

Cherbill pareció reconocer el nombre; tragó saliva, y la espada cayó al suelo con un repiqueteo.

—No tengo ganas de morir. —El soldado levantó los brazos, en señal de rendición, y señaló con un movimiento de cabeza el saco con los objetos robados—. Coge lo que has venido a buscar y vete.

Arilyn lo estudió un momento con recelo. El honor le impedía atacar a un hombre desarmado, pero tampoco se fiaba de él.

—Vamos —apremió el hombre.

Arilyn envainó la espada y se volvió para recoger el saco. Al parecer Cherbill Nimmt nada sabía de la visión periférica de los elfos, pues sonrió triunfante y se sacó una larga y fina daga del cinto. Su expresión revelaba más claramente que las palabras que sí, que quizás esa estúpida semielfa sabía cómo luchar, pero que no era rival para él. El hombre la atacó por la espalda.

Arilyn giró sobre sus talones y, rápida como el rayo, hizo caer la daga de la mano que la empuñaba. El hombre se quedó boquiabierto por un instante, tras lo cual recuperó la compostura y cerró los ojos, preparado para recibir el golpe de gracia.

—En guardia —ordenó Arilyn.

El estupefacto Cherbill obedeció. Se inclinó para recoger la espada y se encaró con ella sin tenerlas todas consigo.

—¿Por qué? —preguntó—. Si vas a matarme, ¿por qué no acabas de una vez?

—Tienes razón, ¿por qué no? —repuso Arilyn secamente. Por un momento deseó que los Arpistas no fueran tan quisquillosos en ciertas cosas. Tal como su informador zhentarim había dicho, si había alguien que se buscara que lo mataran, ése era Cherbill. Pese a que los Arpistas no tenían en cuenta sus aventuras pasadas le habían dejado muy claro que no aprobaban a los asesinos, por honorables que fuesen sus causas y sus métodos. Por lo general, Arilyn respetaba los deseos de los Arpistas, pero en ese momento no lamentaba que las circunstancias le hubieran asignado el papel de honorable asesina.

»No he sido yo quien ha elegido luchar —le dijo al zhentarim—. Pero voy a decirte algo Cherbill Nimmt del fuerte Tenebroso: pienso matarte en un combate honorable, que es más de lo que te mereces. —Dicho esto se llevó la espada a la frente en un gesto de desafío.

Sus palabras tenían algo de ritual, y Cherbill se estremeció. Tratando de adoptar una expresión de burla y desdén, el soldado le devolvió el saludo y adoptó una posición defensiva.

Arilyn le lanzó una estocada baja. Cherbill la paró fácilmente y volvió a sonreír confiadamente. El hombre golpeó la hoja de luna, tratando de empujar a su oponente hacia la pared, pero Arilyn no cedía terreno y desviaba todos sus golpes.

Tan enfrascado estaba el soldado en el lance que no reparó en la tenue luz azulada que emitía la espada de la semielfa. Pero Arilyn reconoció la señal de peligro que le enviaba el arma mágica y supo que debía acabar la lucha. Con el siguiente mandoble le abrió la garganta a Cherbill Nimmt, que se desplomó.

Arilyn limpió la reluciente hoja de luna con la bolsa del dinero vacía y acto seguido la envainó. Entonces, miró al soldado muerto y murmuró al tiempo que sacudía la cabeza:

—Debería haber empezado por aquí.

Su aguzado sentido del oído captó el inquietante entrechocar de armaduras en el corredor. Rápidamente Arilyn recogió las monedas, así como las piezas de ámbar del bolsillo del muerto. Su intención no era robar el dinero y las joyas; pero, puesto que no eran necesarias para cerrar el trato, simplemente las devolvería a la Iglesia de Sune. Acto seguido se ató a la cintura el pesado saco que contenía los objetos mágicos y empezó a buscar la puerta secreta.

Ella y Cherbill Nimmt habían convenido reunirse en ese pequeño almacén, situado en un apartado rincón del sótano del fuerte Tenebroso. Arilyn lo había sugerido porque tenía un acceso al túnel de escape que casi nadie conocía y cuya existencia le había revelado el soldado zhentarim retirado. Cherbill aceptó, porque era un lugar muy alejado del puesto de guardia.

—¡Por allí! He oído algo en esa dirección —gritó una voz gutural. Las fuertes pisadas de los guardias, unos diez según la aventurera, se acercaban.

Aunque Arilyn era sólo elfa en parte, había heredado de su madre la habilidad de localizar puertas ocultas. Una tenue línea rodeaba varias de las mohosas piedras que formaban la pared de la pieza. Arilyn pasó los dedos alrededor de la puerta de forma irregular, halló un minúsculo pestillo en una ranura y presionó. La puerta se abrió hacia un lado.

Arilyn se internó en la oscuridad del túnel y empujó la puerta de piedra de nuevo para dejarla en su sitio. A su espalda resonaron los juramentos de desconcierto de los guardias que acababan de irrumpir en la habitación y se habían encontrado con el cuerpo de Cherbill Nimmt. La semielfa dio la espalda al fuerte Tenebroso y echó a andar por el túnel.

Durante un centenar de metros, más o menos, el túnel descendía de forma muy pronunciada. La oscuridad era tal que ni siquiera Arilyn, con su excepcional visión nocturna, era capaz de traspasarla. Consciente de que su infravisión únicamente le permitía distinguir patrones de calor y no las extrañas trampas de las que su informante le había hablado, no le quedó otro remedio que sacarse una pequeña tea del cinturón y encenderla con yesca. Como ya esperaba, la luz provocó el frenético aleteo de pequeñas criaturas aladas que lanzaron agudos chillidos.

—Murciélagos —murmuró, agitando la tea a su alrededor para ahuyentar a las espectrales criaturas. Arilyn odiaba a los murciélagos, pero se consideraba afortunada de no tener que vérselas con otro tipo de animales. El informante zhentarim le había advertido en tono jovial que estuviera alerta por si encontraba gusanos carroñeros. Eran unos monstruos semejantes a gusanos verdes el doble de largos que una persona. Normalmente se alimentaban con carroña, pero si la comida era escasa, y en ese túnel probablemente lo era, no dudaban en atacar presas vivas. Con la coraza que cubría su cuerpo, sus pies garrudos y sus tentáculos venenosos, eran temibles adversarios. Pensándolo bien, decidió Arilyn, los murciélagos resultaban bastante simpáticos.

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