—Una media gris, además. Bueno. Medio elfa es mejor que nada, como siempre digo —apostilló con una sonrisa impúdica—. Al acabar quizá te apetecería...
—No —se apresuró a replicar Arilyn. La libidinosa expresión que se pintaba en la detestable faz de ese hombre la enfureció. Después de lo que había dicho sobre su linaje, no hubiera querido saber nada de él ni aunque fuera tan apuesto y virtuoso como el Señor elfo Erlan Duirsar.
—Tú te lo pierdes. —El viejo se encogió de hombros y entonces volvió a levantar el
piwafwi
—. ¿Quieres la capa o no?
Arilyn dudaba. En el curso de su carrera había adoptado muchas identidades. En una ocasión tuvo que disfrazarse incluso de elfa oscura para unirse a una banda de mercenarios drow renegados; no era un recuerdo agradable. Los drow eran aún peores que los zhentarim, si tal cosa era posible. Al concluir la misión le había costado horas limpiarse la pintura oscura de la piel, y días expulsar de su alma la sensación de maldad que la invadía.
—¿Escrúpulos? —la provocó el hombre.
—No. Sólo me estaba preguntando cómo es posible que estés dispuesto a deshacerte de un recuerdo sentimental —repuso ella fríamente.
El zhentarim respondió con una abierta sonrisa.
—¿Por qué no? Tengo algunas cicatrices de batalla realmente interesantes para acordarme de ella.
—Diez monedas de oro por la capa —le ofreció Arilyn, interrumpiéndolo antes de que el hombre la siguiera obsequiando con sus inmundos comentarios. La mención del dinero lo volvió instantáneamente al presente.
—¿Diez? ¡Bah! Ni pensarlo. Que sean veinte, y de platino.
—Cinco de platino —ofreció Arilyn.
—Diez.
—Hecho. —El dinero y la capa cambiaron de manos, y Arilyn se apresuró a guardar la prenda en su bolsa antes de que la luz del quinqué la siguiera desgastando. La semielfa notó que el brillo del
piwafwi
había disminuido en el poco tiempo que estuvo fuera del oscuro arcón. Probablemente la capa se desintegraría por completo con la luz del alba, y su magia ya había menguado mucho antes de que su dueña drow muriera. Arilyn había aprendido que los objetos de magia drow perdían sus poderes fuera de la Antípoda Oscura, su mundo subterráneo. A juzgar por la sonrisita irónica que el informante esbozó mientras se guardaba en el bolsillo las diez monedas de platino, él también lo sabía. El hombre parecía muy satisfecho de sí mismo; probablemente se estaba imaginando la cara que pondría ella cuando la costosa capa se disolviera en humo gris.
Arilyn le concedió ese pequeño triunfo. El hombre se enorgullecía de la calidad de la información que vendía, pero también sentía la necesidad de engañar a sus clientes.
—Por cierto, ¿cómo piensas entrar en la fortaleza? —preguntó el anciano en tono jovial. Arilyn enarcó una ceja, escéptica, ante lo cual el hombre volvió a reírse socarronamente y agitó una ajada mano—. Tienes toda la razón. Si yo fuera tú tampoco lo diría. Bueno, supongo que aquí concluye nuestro negocio, a no ser, claro está que... —El hombre alargó la última palabra en tono sugerente.
Arilyn, sin hacerle caso, señaló uno de los mapas.
—Necesito más información sobre la zona. ¿Puedes hacerme una lista de todas las formas que hay de salir del nivel subterráneo?
—Claro, pero ¿por qué molestarse? Dudo que llegues tan lejos.
Arilyn tenía que hacer verdaderos esfuerzos para controlarse.
—¿Hay alguna puerta secreta? ¿Pasadizos? ¿O tendré que nadar para salir de ese antro?
—Ahora que lo mencionas —dijo el zhentarim, rascándose el mentón con aire pensativo—, creo que hay algo que podría ayudarte. Naturalmente, te costará un poco más. —El hombre cogió un montón de pergaminos y los hojeó hasta que algo le llamó la atención. Después de echar un vistazo a unas páginas de su manuscrito, asintió, satisfecho—. Ah, perfecto. Muy pocas personas conocen la existencia de esta puerta. Yo mismo casi lo había olvidado.
—¿Y bien?
El hombre le tendió una página manuscrita y después de que Arilyn la examinara, ambos discutieron la ruta de escape con detalle. Cuando se dio por satisfecha, la semielfa le entregó algunas monedas más.
—Recuerda —dijo a modo de despedida—; no recibirás la otra mitad de tus honorarios hasta que regrese del fuerte Tenebroso. ¿Sigues estando seguro de la información?
—Respondo de ella —proclamó el hombre categóricamente, y ahogó una sonrisa, mientras echaba una mirada a la bolsa que contenía el piwafwi condenado a desaparecer.
«Cree que me ha engañado», pensó Arilyn, aunque no le disgustaba. De ese modo el hombre podría encajar su próximo movimiento sin perder su prestigio. La joven se sacó del cinturón un pergamino enrollado y lo arrojó sobre la mesa.
—Ésta es una carta que describe nuestro trato. Mis asociados tienen copias. Si me traicionas, morirás.
El zhentarim rió, pero brevemente.
—Los Arpistas no trabajan así.
—No olvides que yo no soy una verdadera Arpista —replicó Arilyn, apoyando ambas manos en el escritorio e inclinándose hacia adelante.
Su amenaza no era más que un farol, pero el anciano parecía haberse tragado el anzuelo. El hombre cogió de nuevo la bolsa llena de oro y la sostuvo en equilibrio en la mano, como si sopesara el riesgo y la promesa de un futuro pago.
De hecho, Arilyn era una aventurera independiente. Durante años los Arpistas habían usado a menudo sus servicios, pero nunca la habían invitado a unirse a sus filas. Le asignaban muchas misiones indirectamente a través de su mentor, Kymil Nimesin, pues dentro de la organización secreta había algunos que miraban con recelo a la semielfa y su mortífera reputación. Como amiga de los Arpistas y asesina, era un extraño híbrido, pero en asuntos como el que tenía entre manos esa combinación le daba ventaja. El informante la miró con recelo, convencido de que sería capaz de cumplir su amenaza. Finalmente echó otra mirada a la bolsa que contenía la capa drow y sonrió.
—Medio elfa y medio Arpista, ¿eh? Buen título para un capítulo de mis memorias.
El comentario la hirió, aunque procediera de alguien como el zhentarim.
—Si respetas nuestro trato es posible que vivas lo suficiente para acabarlo. —Reacia a empañar la reputación de los Arpistas, la joven aclaró su amenaza—. Si muero a causa de un error mío, tú simplemente perderás tu dinero. Pero si me traicionas, tanto Cherbill Nimmt como el mago elfo, que es el número dos en el fuerte Tenebroso, recibirán una copia de la carta. Tengo entendido que lady Ashemmi no te tiene mucha simpatía, y supongo que ni a ella ni a Nimmt les haría mucha gracia enterarse de esta transacción.
El informante sacudió la cabeza y soltó otra risita burlona.
—No está nada mal, no señora —admitió—. Con una mente como la tuya es posible que logres introducirte en el fuerte Tenebroso. Reconforta ver que los Arpistas se están volviendo taimados.
—La causa es de los Arpistas, pero los métodos son sólo míos —objetó Arilyn.
—Da igual. —El hombre desestimó la cuestión con un gesto de la mano—. No te apures por la información que te he dado; es fiable. Adelante, y que te piertas infiltrándote en la fortaleza.
Como no se le ocurría ninguna respuesta adecuada, Arilyn recogió los mapas y se alegró de alejarse del viejo zhentarim y su madriguera.
El informante la miró en silencio mientras se marchaba.
—Medio elfa, medio Arpista —murmuró en la habitación vacía, disfrutando de cómo sonaba la frase. Se mordisqueó meditabundo un padrastro y, entonces, con un florido movimiento cogió la pluma del tintero y empezó a escribir. Ése sería uno de los mejores capítulos de sus memorias, aunque tendría que improvisar un poco para encontrar un final adecuado.
El anciano escribió casi toda la noche, ensimismado en sus obscenas fantasías. Cuando el quinqué se quedó sin aceite, él encendió la primera de muchas bujías y continuó escribiendo. Estaba punto de amanecer cuando la puerta de la habitación se abrió de repente y sin hacer ruido. El anciano alzó la vista, sobresaltado, pero enseguida se relajó y sonrió burlón. Dejó la pluma y dobló sus entumecidos dedos, previendo cómo sería el encuentro.
—Bienvenida, bienvenida —dijo a la fémina que se aproximaba—. Has cambiado de opinión, ¿eh? Bueno, me alegro. Ven, acércate al viejo Sratish y...
La invitación del anciano terminó en un ahogado estertor cuando dos finas manos de mujer se cerraron alrededor de su cuello. El hombre trató frenéticamente de soltarlas, pero su atacante poseía una fuerza sobrehumana. El viejo zhentarim se debatía, pero la intrusa seguía apretando con fuerza. Pocos momentos después los pitañosos ojos del informante se le salieron de las órbitas, y la boca se abría y cerraba como si fuera un pez fuera del agua dando bocanadas. Por fin, el arañil cuerpo se derrumbó sin vida encima de las pilas de pergaminos.
La intrusa empujó con indiferencia el cuerpo al suelo y se sentó en la silla frente al escritorio. Entonces cogió la página emborronada y a la luz de una única bujía, que se estaba apagando, leyó rápidamente las palabras aún húmedas. Silenciosa como una sombra, la mujer se puso en pie y fue hasta la chimenea con la bujía y varias páginas manuscritas. El manuscrito revoloteó y cayó en el hogar. Ella se inclinó y le acercó el cabo encendido de la vela. Los bordes de las páginas se pusieron primero marrones y después se fueron enrollando sobre sí mismas mientras el fuego prendía y se extendía. La misteriosa figura se irguió y esperó hasta que el capítulo final de las memorias del viejo se convirtió en cenizas.
La caravana de mercaderes acampó para pasar la noche, pero bajo el habitual despliegue de actividad subyacía una profunda desazón. En ruta de Aguas Profundas a Cormyr la caravana debía acampar a la sombra del fuerte Tenebroso.
No era insólito que caravanas de honrados comerciantes hicieran una parada junto al bastión de los zhentarim; después de todo, el negocio era el negocio. Era preferible comerciar abiertamente con la Red Negra que defender una caravana de ella. Puesto que las incursiones no garantizaban un suministro constante de provisiones, la fortaleza —puesto avanzado de los zhentarim— compraba todo aquello que no podía obtener mediante el robo.
A los mercaderes se les había garantizado su seguridad y que harían negocios limpios, pero ningún miembro de la caravana podría pegar ojo esa noche. Era imposible sentirse a gusto encajonados entre paredes verticales de roca y una muralla fuertemente fortificada. Se encontraban atrapados dentro del valle del fuerte Tenebroso junto con más de mil componentes del contingente de los zhentarim. La guardia de la caravana se triplicó, pero, según todos los indicios, otro tanto se había hecho con la guardia situada en la muralla exterior desde la que les vigilaban.
Incluso quienes no hacían guardia esa noche permanecieron despiertos. Para descargar la tensión, los miembros de la caravana jugaban a juegos de azar, se dedicaban a empinar el codo, soltaban bravatas a gritos y se producían frenéticas citas furtivas.
En una pequeña tienda situada en el borde del campamento, una solitaria figura esperaba con impaciencia que los demás se durmieran. El jaleo se prolongó durante horas y, finalmente, ya no pudo esperar más. Arilyn Hojaluna recogió su equipo y se escabulló de la tienda para internarse en la noche.
Los años de práctica y su innata gracia elfa le permitían moverse en completo silencio, y la noche sin luna la envolvía en sombras. La semielfa se dirigió lentamente a la fortaleza por la ruta que tan meticulosamente había planificado. A excepción de unos pocos acres de árboles, el valle apenas ofrecía cobertura natural. Arilyn aprovechaba la poca que encontraba; corría como una flecha entre los montones de rocas y se arrastraba a través de la maleza. Finalmente alcanzó el bosquecillo situado justo al oeste de la torre de la Poterna. Ante ella se abría un foso y, más allá, la sólida muralla exterior de la fortaleza.
El viejo informante zhentarim había insistido en que no tratara de cruzar a nado el foso, pues estaba infestado de peligrosas criaturas, entre ellas, unos pececillos con dientes tan afilados como hojas de afeitar. Un banco de tales peces podía descarnar a un caballo en cuestión de minutos. Al otro lado de las aguas, engañosamente mansas, la fortaleza se erigía imponente en la noche sin estrellas, con sus torres negras lanzadas como flechas hacia lo alto. Agachada a la sombra de los árboles, Arilyn sacó varios objetos de la bolsa y se dispuso a penetrar en el fuerte Tenebroso.
Después de semanas de febril planificación Arilyn conocía tan bien la fortaleza que sentía que ese conocimiento la había contaminado. Construido siglos atrás por malvados gigantes, el castillo había albergado dragones y a un mago no muerto antes de ser conquistado por los zhentarim que ahora lo habitaban. El mal parecía haber impregnado los mismos muros, como si hubiese sido uno de los ingredientes de la argamasa.
Arilyn montó una pequeña ballesta y colocó en ella una flecha verdaderamente insólita. Era un proyectil muy parecido a un juguete infantil, diseñado especialmente para aquella misión, con un extremo acabado en forma de copa en vez de en punta. La copa estaba llena de savia de araña, un potente adhesivo obtenido por medios alquímicos a partir del revestimiento de las telas de arañas gigantes. La joven apuntó cuidadosamente a la torre de los Visitantes. El proyectil salió disparado, arrastrando tras de sí una cuerda hecha de telaraña e hizo diana justo debajo del tejado de la torre. Arilyn tiró con fuerza de la cuerda, muy ligera pero irrompible porque se había fabricado con seda. Tras asegurarse de que aguantaría, la semielfa cruzó el foso balanceándose, tras lo cual soltó la cuerda y aterrizó con ligereza en la base de la muralla.
La torre de los Visitantes formaba parte de la muralla exterior y, como esa noche, solía alojar a invitados que se consideraban demasiado peligrosos para permitirles entrar en el castillo. Había guardias, desde luego, pero estaban dentro de la fortaleza y su misión era controlar el paso de los visitantes entre la torre y el patio. Arilyn volvió a agarrarse a la cuerda y empezó a trepar lentamente por la torre a fuerza de músculos.
Su objetivo se encontraba cerca del tercero y último piso de la torre: una ventana defendida con barras de hierro oxidadas. Al alcanzarla Arilyn se subió al alféizar de piedra y sacó un pequeño frasco. Con infinito cuidado, untó con un poco de ponzoña destilada de dragón negro los extremos superior e inferior de dos barras. El aire se llenó de un débil siseo corrosivo provocado por el ácido al comerse el metal oxidado. Arilyn sacudió las barras para desprenderlas, limpió cuidadosamente los restos de ácido de los bordes y seguidamente se introdujo por el hueco. Una vez dentro, pegó un poco de goma de acacia en cada extremo de las barras y las volvió a colocar donde estaban.