La Venganza Elfa (9 page)

Read La Venganza Elfa Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

—Shea, mañana irás a los juegos del festival, ¿no? Oh, maravilloso. Tendré que cabalgar en una o dos pruebas, pero después un grupo nos reuniremos en La Lanza Partida para tomar algo. Estás invitada. ¿Querrás ir?

La joven logró componer un débil gesto de asentimiento antes de huir precipitadamente, abriéndose paso insegura entre la multitud. Danilo suspiró y sacudió la cabeza.

—Querido tío, realmente produces un efecto increíble en las mujeres. Pero no desesperes; he estado trabajando en un nuevo encantamiento que mejorará radicalmente tu vida social. ¡Eh! ¡Ojo con la seda!

Nuevamente Khelben había agarrado a Danilo por el brazo y, haciendo caso omiso de las farfullantes protestas de su joven sobrino, lo arrastró fuera del salón y lo obligó a entrar en un aislado apartado.

Una vez libre, Danilo se apoyó en el busto de mármol de Mielikki, diosa del Bosque, y se compuso la capa en elegantes pliegues antes de dirigir la palabra a su ceñudo tío.

—Bueno, ¿a qué debo el honor de este rapto?

—Supongo que estás enterado de lo de Rafe Espuela de Plata. —Khelben no solía perder tiempo en preámbulos.

—Pues no —repuso Danilo tras tomar un sorbo de vino—, la verdad es que no. ¿A qué se dedica últimamente nuestro buen explorador?

—A estar muerto.

Danilo palideció, y en la faz de Khelben apareció una expresión de remordimiento. El mago prosiguió en tono más amable:

—Lo siento, Dan. Había olvidado que tú y Rafe erais buenos amigos.

El joven asintió. Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero estudió atentamente las burbujas de su copa un largo momento antes de alzar la mirada.

—Supongo que tenía la misma marca, ¿no? —Ahora la voz de Danilo sonaba monótona y no quedaba nada de su tono afectado.

—Sí.

—Rafe Espuela de Plata —repitió Danilo con voz distante—. Tu muerte será vengada, amigo mío.

El juramento fue pronunciado en voz baja, pero nadie que lo hubiera oído dudaría que tenía intención de cumplirlo. La voz de Danilo reflejaba una fuerza sosegada y una terca determinación. Cualquiera que lo hubiese visto en esos momentos no lo habría reconocido como el petulante pisaverde tan conocido en la sociedad de Aguas Profundas. La furia oscurecía su hermoso rostro cuando se volvió hacia el mago, aunque logró refrenar su rabia con un control sorprendente por lo inesperado.

—¿Cómo murió?

—Igual que todos los demás: mientras dormía, que sepamos —contestó Khelben—. Si un explorador tan bueno como el joven Espuela de Plata fue cogido por sorpresa, no es de extrañar que los Arpistas no logren dar con el asesino.

—De tus palabras colijo que la búsqueda está siendo infructuosa.

—Muy cierto —admitió el mago—. Y aquí es donde entras tú.

Adoptando de nuevo su papel de petimetre, Danilo cruzó los brazos y enarcó una sola ceja.

—No sé por qué, me temía que ibas a decir eso.

—Qué perspicaz —dijo Khelben secamente, consciente de que su sobrino estaba tratando de ocultar la fuerte emoción que sentía.

—Por supuesto, tienes un plan —apuntó Danilo.

—Sí. He estado siguiendo la ruta del asesino y empiezo a ver una pauta. Conduce aquí. —Khelben metió una mano en el bolsillo y sacó una miniatura con marco de peltre.

Danilo aceptó el retrato y lo estudió, tras lo cual silbó apreciativamente.

—¿Tú has hecho esto? Por todos los dioses, tío, aún tienes posibilidades de convertirte en artista.

La broma del joven arrancó a Khelben una ligera sonrisa.

—No sabía que fueras un entendido de arte, sobrino.

—No de arte, pero sí de mujeres —replicó Danilo con vehemencia, con los ojos clavados aún en el retrato. Éste mostraba a una mujer de exótica y excepcional belleza. Unos cabellos negros como el azabache y ensortijados enmarcaban una cara de óvalo perfecto y tez blanquísima. Tenía pómulos altos y angulosos, y unas facciones que parecían esculpidas delicadamente con cincel. Pero lo más extraordinario eran sus ojos, de forma almendrada y de un verde intenso. Los ojos verdes eran la debilidad de Danilo.

—¿Tiene realmente este aspecto o te has tomado algunas licencias artísticas? —preguntó.

—Realmente es así —confirmó Khelben. Entonces inclinó la cabeza y se corrigió enigmáticamente—: Bueno, a veces es así.

Danilo alzó la mirada hacia su tío y frunció el entrecejo. Sacudió la cabeza para apartar de sí la tentación de ahondar en el tema y volvió al asunto que los ocupaba.

—Además de la futura madre de mis hijos, ¿quién es esta beldad?

—El objetivo del asesino.

—Ah. ¿Y quieres que yo la ponga sobre aviso?

—No. Quiero que la protejas. Y, por decirlo de algún modo, que la espíes. Si estoy en lo cierto, deberás hacer ambas cosas para atrapar al asesino de Arpistas.

Danilo se dejó caer en el banco de piedra que había junto a la estatua. La sonrisa vaga y encantadora había desaparecido de su rostro, y al hablar su tono era de nuevo inquietante.

—O sea, que tengo que ser yo quien atrape al asesino, ¿no? Quizá deberías empezar por el principio.

—Muy bien. —Khelben tomó asiento al lado de su sobrino y señaló con el dedo el precioso retrato que Danilo seguía sosteniendo en la mano.

—Esa mujer ha estado cerca en la mayoría de los asesinatos, tal vez en todos.

—A mí me parece que tienes una sospechosa, no un objetivo — dijo Danilo con pesar, sin apartar la vista del retrato.

—No.

—¿No? —preguntó Danilo a la vez sorprendido y esperanzado.

—No —reiteró Khelben con firmeza—. Y tengo diversas razones para afirmarlo. Para empezar, es una agente de los Arpistas. Una de las mejores. En mi opinión el asesino la persigue desde hace un tiempo. Como no consigue acercarse lo suficiente para actuar sin ser descubierto, elige objetivos más sencillos.

—Perdona, pero teniendo en cuenta algunos de los Arpistas que ha matado el asesino, me resulta difícil aceptar tu teoría —protestó Danilo. Para sostener su razonamiento fue recitando una lista con los dedos de una mano—: Sybil Cantoseda, Kernigan de Soubar, la maga Perendra, Rathan Thorilander, Rafe Espuela de Plata... —La voz de Danilo se fue apagando, y el joven tuvo que carraspear para poder seguir—. Esa mujer no puede ser más capaz que todos ellos.

—Sí lo es.

—¿En serio? Mmm. ¿Qué interés tiene el asesino en tu hermosa agente Arpista? Aparte de las razones obvias, naturalmente.

—Posee una hoja de luna —respondió Khelben lacónicamente—. Es una espada elfa mágica muy poderosa. Es posible que el asesino, quienquiera que sea, vaya tras la espada de Arilyn.

—Arilyn —Danilo repitió el nombre distraídamente, y volvió a fijar la mirada en el retrato—. Sí, le pega. Arilyn ¿qué más?

—Hojaluna. Ha adoptado como apellido el nombre de la espada. Pero nos estamos yendo por las ramas.

—Tienes razón. ¿Qué hace esa espada mágica?

Khelben se tomó su tiempo antes de responder.

—No conozco todos sus poderes —dijo cautelosamente—. Y aquí es donde entras tú.

—Eso ya lo has dicho —observó Danilo.

—Aparte de nosotros dos, ¿ves a alguien más en esta habitación? —le espetó el mago, con el rostro ensombrecido por la exasperación—. No tienes por qué seguir haciendo el papel de tonto.

—Lo siento. —Danilo sonrió a modo de disculpa—. Es la costumbre.

—Sí, bueno, por favor, presta atención a lo que estamos hablando. Existe la posibilidad de que Arilyn Hojaluna haya sido elegida por el asesino por su espada además de por sus talentos. Si descubrimos quién se interesa por la hoja de luna y por qué, tendremos la oportunidad de encontrar al asesino.

Danilo se quedó pensativo un largo instante.

—Una pregunta —dijo al fin.

—Adelante.

—¿Por qué yo?

—Debemos guardar el secreto a toda costa. Tenemos que enviar a alguien que no levante sospechas.

—Oh. —Danilo cruzó una rodilla sobre la otra y se echó un rizo sobre el hombro en un gesto exageradamente afeminado—. ¿Es mi imaginación o acabas de insultarme?

—No te menosprecies, muchacho —replicó Khelben ceñudo—. Has demostrado que eres un agente más que capaz y eres ideal para esta misión.

—¡Ya lo creo! Ideal para proteger a una mujer que no parece necesitar mi protección —replicó Danilo irónicamente.

—Es más que eso. Necesitamos información acerca de la hoja de luna. En el pasado has demostrado tu capacidad para averiguar los secretos de muchas mujeres.

—Sí, es un don que tengo —convino Danilo modestamente. Dando golpecitos al retrato añadió—: Ojo, no es que intente zafarme de esta misión pero alguien tiene que formular la pregunta más obvia: ¿por qué no le preguntáis directamente a ella sobre la espada?

Khelben «Báculo Oscuro» miró al joven aristócrata con cara sombría y seria.

—Hay más de lo que se ve a simple vista, aunque la existencia de un asesino tan hábil que se dedique a eliminar sistemáticamente a Arpistas sea un buen problema. Nadie debe sospechar que trabajas conmigo, ni el asesino ni otros Arpistas y mucho menos Arilyn.

—¿Intrigas internas? —se mofó Danilo.

—Es posible —respondió Khelben enigmáticamente.

—Fantástico —murmuró Danilo, que parecía verdaderamente consternado ante la inesperada respuesta de Khelben a su pulla—. No obstante, no veo por qué tenemos que ocultárselo a Arilyn. Si el asesino va tras ella, ¿no deberíamos advertirla? Si sabe que me envían para ayudarla seguramente se mostrará más dispuesta a colaborar.

—Todo lo contrario —bufó el mago—. Pese a su talento, Arilyn Hojaluna es una de las personas más tercas, impetuosas e irrazonables que conozco. Nunca aceptaría protección y no le haría ni pizca de gracia que le sugiriéramos que no es capaz de encargarse sola del asesino. —Khelben hizo una pausa y las comisuras de la boca se curvaron en una mueca—. Ahora que lo pienso, me recuerda mucho a su padre.

Danilo lanzó al mago una mirada de escepticismo.

—Todo esto es muy interesante, pero tengo la sensación que estás eludiendo la cuestión principal. Se trata de la espada, ¿verdad? Sabes algo de ella que no quieres decirme.

—Sí —admitió Khelben.

—¿Y bien? —apremió Danilo.

Pero el mago negó con la cabeza.

—Lo siento. Tendrás que confiar en mí. Cuantas menos personas estén en el secreto, mucho mejor. Dudo que la misma Arilyn sepa hasta dónde llegan los poderes de su espada. Tenemos que averiguar qué sabe, y aquí...

—Es donde entro yo. —Danilo acabó la frase sin ningún entusiasmo.

—Exactamente. Tienes el don de hacer hablar a la gente. Pero cuidado. Hasta que identifiquemos al asesino y lo capturemos, debes mantener tu fachada en todo momento.

—Pero una vez que Arilyn se acostumbre a mi presencia, seguro que...

—No —atajó Khelben y alzó un dedo admonitorio para recalcar sus palabras—. Hay algo que debes saber: Arilyn Hojaluna es muy buena y no es nada fácil seguirla. No obstante, el asesino siempre aparece cerca de ella. Obviamente la vigila de cerca, probablemente por medios mágicos. Si te presentas como un dandi encantador pero inútil, no representarás ninguna amenaza para quienquiera que la esté vigilando. Pero si alguna vez te sales del papel...

—No te preocupes —dijo Danilo, encogiéndose de hombros—. Actúo mejor cuando hay público.

—Así lo espero. Podría ser una actuación muy larga. Arilyn no tiene ni un pelo de tonta, y tendrás que permanecer a su lado hasta que te conduzca al asesino de Arpistas.

Una expresión de profundo desagrado asomó al rostro del joven.

—No me gusta nada la idea de usarla como cebo.

—A mí tampoco —rezongó Khelben—. Pero ¿se te ocurre algo mejor?

—No —admitió Danilo.

—Pues a mí tampoco. —El mago se levantó bruscamente, dando la entrevista por terminada—. Te sugiero que te disculpes ante lady Sheabba. Partirás hacia Evereska por la mañana.

5

El salón de la posada A Medio Camino hervía de actividad cuando Arilyn bajó de su cuarto. Situada cerca del borde noroccidental de la cadena de montañas que rodeaba Evereska, la posada A Medio Camino era un lugar de paso de las caravanas humanas y elfas. Había pocos albergues en las colinas del Manto Gris, y éste en particular se preciaba de ofrecer habitaciones muy cómodas, amplios establos y almacenes seguros donde depositar temporalmente las mercancías. Elfos, humanos, halflings y algún que otro miembro de las demás razas civilizadas se relacionaban en una atmósfera relajada y agradable.

La posada A Medio Camino era mucho más que una posada. Entre otras cosas, era un centro comercial para la colonia elfa que habitaba en Evereska. Situada en un fértil valle de tierras de labranza, Evereska era una ciudad elfa muy hermosa y fuertemente fortificada. La protegía un impresionante arsenal de magia elfa y poder militar. Los elfos habitaban en el valle de Evereska desde tiempos inmemoriales, pero ellos consideraban que la ciudad era joven. Como ocurría con la mayor parte de asentamientos elfos, poco se sabía de Evereska aparte de su fama de inexpugnable y de ser la sede de la Academia de Magia y Armas, de la que salían los mejores magos y guerreros elfos. Para la mayoría de los viajeros que cruzaba las colinas del Manto Gris, la posada A Medio Camino era Evereska. Pocas personas conseguían acercarse más a la ciudad.

Myrin Lanza de Plata, el propietario del establecimiento, era un elfo de la luna adusto y silencioso, a cuyos ojos plateados no se le escapaba nada. Era la persona más impenetrable que Arilyn había conocido, y su confortable establecimiento parecía haber sido especialmente diseñado pensando en la discreción. De resultas de ello, la posada se había convertido en un lugar en el que abundaban las intrigas, se cerraban tratos y se producían reuniones clandestinas.

Arilyn solía detenerse allí de camino a Evereska para recibir misiones o reunirse con sus contactos. Por alguna razón que se le escapaba, Myrin Lanza de Plata mostraba un especial interés por ella y su carrera. Siempre que se alojaba en su posada el elfo la trataba como si fuera una princesa elfa.

Como siempre, la saludó a los pies de la escalera con una profunda inclinación de cabeza.

—Tu presencia honra mi casa, Arilyn Hojaluna. ¿Deseas algo esta noche, quex etrielle?

Como siempre, Arilyn dio un respingo ante la extrema deferencia de su saludo.

—Sólo ser vista.

—¿Cómo?

—Digamos que quiero que se me vea entrar en la posada, pero no salir —explicó Arilyn con una sonrisa burlona.

Other books

Carnations in January by Clare Revell
Harriet Doerr by The Tiger in the Grass
Mujercitas by Louisa May Alcott
Outer Core by Sigal Ehrlich
Deafening by Frances Itani
The Participants by Brian Blose
Invisible Things by Jenny Davidson
In the Valley of the Kings by Daniel Meyerson
Thumbsucker by Walter Kirn