Los miembros de la liga habían reído de la sugerencia. Al ver la expresión contrita de Serena, Xavier se sintió tan herido como ella, pero la joven no había comprendido la dificultad de su ingenua fantasía, la imposibilidad de restaurar los escudos de Giedi Prime delante de las narices de los conquistadores. Durante su gira de inspección, Xavier había averiguado que los ingenieros podían tardar días o semanas, trabajando en las condiciones más óptimas, en hacer operativo el sistema.
Pero Serena nunca cejaba en su empeño, al pensar en el sufrimiento de tantos seres humanos.
La votación significó una derrota abrumadora para ella.
—No podemos invertir los recursos, potencia de fuego o personal necesarios en una misión imprudente para ayudar a un planeta que ya hemos perdido. Ahora se ha convertido en una plaza fuerte de las máquinas.
Los nobles temían por sus propias defensas.
Ese trabajo ocupaba casi todo el tiempo de Xavier. Como oficial de la Armada, había celebrado largas reuniones con funcionarios y representantes del Parlamento, incluido el virrey Butler. Xavier estaba decidido a averiguar cuál había sido el fallo de las defensas de Giedi Prime, y si había sido culpa de él en parte.
Los tácticos de la Armada habían estudiado los informes de inspección, y aseguraban que no habría podido hacer nada para impedir la conquista, como no fuera estacionar toda una flota de naves de guerra en todos los planetas de la liga. Si Omnius estaba dispuesto a sacrificar parte de su fuerza atacante con tal de neutralizar los campos descodificadores, ningún planeta estaba a salvo. Sin embargo, la información no tranquilizó a Xavier.
Tio Holtzman estaba trabajando en Poritrin para mejorar el sistema descodificador. Lord Bludd se mostró optimista y confiado en los logros del sabio, sobre todo desde que el inventor había contratado a otro matemático, la hija de la hechicera Zufa Cenva, para que le ayudara. Xavier confiaba en que pronto aplicaría mejoras a su invento…
Encantadora pero atribulada, Serena entró en el salón y le abrazó.
—No tenía ni idea de que ibas a venir.
Octa salió por la puerta lateral.
Xavier echó un vistazo al reloj de la repisa.
—Quería darte una sorpresa, pero he de volver al trabajo. Esta tarde me espera una larga reunión.
Ella asintió, preocupada.
—Desde el ataque contra Giedi Prime, todos somos prisioneros de nuestras reuniones. Creo que ya he perdido la cuenta de todos los comités en los que participo.
—¿Tendría que haber sido invitado a esta misteriosa reunión? —bromeó Xavier.
Ella lanzó una carcajada que sonó forzada.
—¿Qué pasa? ¿La Armada de la Liga no te da suficiente trabajo, que también quieres asistir a mis aburridas reuniones? Tal vez debería hablar con tu nuevo comandante.
—No, gracias, querida. Preferiría enfrentarme a diez cimeks que intentar disuadirte cuando se te ha metido algo en la cabeza. —Serena respondió a su beso con sorprendente pasión. Xavier retrocedió, con la respiración entrecortada, y se alisó el uniforme—. He de irme.
—Te compensaré esta noche. ¿Una cena íntima, solos los dos? —Sus ojos centellearon—. Es importante para mí, sobre todo ahora.
—No faltaré.
Serena exhaló un suspiro de alivio, tras haber aplacado las sospechas de Xavier, y regresó a la sala del Sol Invernal, donde su equipo se había reunido. Se secó una gota de sudor de la frente. Varios rostros se volvieron hacia ella, y levantó una mano para calmar cualquier preocupación.
El sol del mediodía bañaba las sillas, las superficies de losas y una mesa de desayuno cubierta de planos, mapas y gráficas de recursos.
—Hemos de volver al trabajo —dijo el veterano Ort Wibsen—. Si quieres poner esto en acción, nos queda poco tiempo.
—Esa es mi intención, comandante Wibsen. Cualquiera que albergue dudas, tendría que haber marchado hace días.
El padre de Serena creía que pasaba las mañanas en la bien iluminada estancia leyendo, pero durante semanas había trazado planes, reunido voluntarios, personal experto y materias primas. Nadie podría impedir que Serena Butler volcara sus energías en trabajos humanitarios.
—Intenté seguir los canales reglamentarios y animar a la liga a entrar en acción —dijo—, pero a veces hay que obligar a la gente a tomar la decisión correcta. Es necesario dirigirla, como si fuera un tozudo corcel salusano.
Después de que el Parlamento se riera de su
ingenua necedad
, Serena había salido de la sala provisional sin aceptar la derrota. Decidió cambiar de táctica, aunque tuviera que organizar y financiar una misión sin ayuda de nadie.
Cuando Xavier descubriera su plan, demasiado tarde para detenerla, esperaba que se sintiera orgulloso de ella.
Estudió el equipo que había reunido entre los mejores expertos de la Armada en operaciones de comandos: capitanes, responsables de abastecimientos, incluso especialistas en infiltración. Los hombres y mujeres la miraron. Cerró las celosías del techo con un mando a distancia. La luz de la habitación disminuyó, aunque el sol siguió filtrándose.
—Si somos capaces de reconquistar Giedi Prime, significará una victoria moral muy superior a la conseguida por las máquinas —explicó Serena—. Les enseñaremos que no pueden dominarnos.
Wibsen tenía aspecto de no haber dejado nunca de luchar, aunque hacía más de una década que había abandonado el servicio activo.
—Todos estamos más que contentos de participar en una tarea que obtenga resultados tangibles. Ardo en deseos de asestar un buen golpe a las condenadas máquinas.
Ort Wibsen era un antiguo comandante espacial al que habían obligado a jubilarse, en teoría por edad, aunque lo más probable era que estuviera relacionado con su ruda personalidad, cierta propensión a discutir con sus superiores y todo un historial de hacer caso omiso de los detalles de las órdenes. Pese a su mal genio, era el hombre que Serena necesitaba para dirigir una misión que otros miembros de la liga hubieran considerado insensata, o al menos imprudente.
—En tal caso, esta es vuestra oportunidad, comandante —dijo serena.
Pinquer Jibb, el mensajero de pelo rizado y aspecto demacrado que había huido de la conquista de Giedi Prime para anunciar terrible noticia, estaba sentado muy tieso, y paseaba la vista alrededor de la sala.
—Os he proporcionado toda la información necesaria. He recopilado informes detallados. La estación generadora de escudo secundaria estaba casi terminada cuando las máquinas atacaron el planeta. Solo hace falta entrar subrepticiamente y ponerla en marcha. —Sus ojos llamearon—. Muchos miembros de la milicia local habrán sobrevivido. Harán lo que puedan tras las líneas enemigas, pero no será suficiente a menos que podamos ayudarles.
—Si conseguimos poner en marcha los generadores secundarios, los cimeks y robots de la superficie no lograrán oponer una resistencia coherente a la Armada. —Serena miró a los reunidos—. ¿Creéis que podremos lograrlo?
Brigit Paterson, una mujer de aspecto masculino, frunció el ceño.
—¿Qué os hace pensar que la Armada se sumará a la lucha? Después de que mis ingenieros terminen su trabajo, ¿cómo estaremos seguros de que los militares vengan a salvarnos el culo?
Serena le dedicó una sombría sonrisa.
—Dejadlo en mis manos.
Serena había sido educada por los mejores profesores para convertirse en una líder. Teniendo en cuenta la enormidad del trabajo que faltaba por hacer, no podía conformarse con esperar sentada en su confortable mansión, sin utilizar el poder y la riqueza del virrey.
Estaba a punto de poner a prueba dicha determinación.
—Comandante Wibsen, ¿tenéis la información que solicité?
El veterano, con su rostro surcado de arrugas y la voz ronca, parecía más un hombre curtido por la intemperie que un astuto estratega, pero nadie en Zimia sabía más sobre operaciones militares que él.
—Hay aspectos buenos y aspectos malos. Después de aplastar al gobierno de Giedi City, las máquinas dejaron una flota robot en órbita. Un titán y un montón de neocimeks dirigen las tareas de limpieza en la superficie.
Tosió, frunció el ceño y ajustó un dispensador de medicamentos implantado en su esternón.
—Omnius puede enviar más máquinas, o fabricar refuerzos utilizando las industrias cautivas de Giedi Prime —dijo Pinquer Jibb con voz tensa—. A menos que pongamos en funcionamiento el complejo generador secundario.
—Eso es lo que haremos —dijo Serena—. La milicia local se dispersó por el continente habitado, y parece que los regimientos fronterizos han pasado a la clandestinidad. Si nos ponemos en contacto con ellos y los organizamos, quizá podríamos combatir a los conquistadores.
—Yo puedo colaborar en eso —insistió Jibb—. Es nuestra única oportunidad.
—Yo sigo diciendo que es una locura —intervino Wibsen—. Pero qué demonios. No dije que fuera a achantarme.
—¿Está la nave preparada? —preguntó Serena.
—Sí, pero existen muchas deficiencias en esta operación, si queréis saber mi opinión.
—Tengo en mi poder mapas y planos detallados de todos los aspectos de Giedi Prime y Giedi City —dijo Brigit Paterson—, incluyendo diagramas funcionales de los generadores de escudo secundarios. —Entregó un fajo de delgadas microfilmaciones llenas de información—. Pinquer dice que están actualizados.
Serena siempre había sido una experta en organización. Dos años antes, se había puesto al frente de un equipo de auxilio enviado a Caladan, un planeta no aliado al que habían huido miles de refugiados de los Planetas Sincronizados. En su cruzada más reciente, un año antes, había entregado tres transportes cargados de medicamentos al aislado Tlulaxa, cuyos habitantes padecían misteriosas enfermedades. Ahora que los mercaderes de carne de Tlulaxa les habían proporcionado ayuda médica y órganos cultivados en sus tanques biológicos (lo cual había salvado a su amado Xavier), pensaba que su esfuerzo había recibido una justa compensación.
Serena había pedido que le devolvieran el favor con el fin de organizar una misión que presentaba algunas similitudes con sus éxitos anteriores. Esperaba otro triunfo rotundo, pese a los peligros.
Serena paseó la vista alrededor de la mesa. Once personas que iban a desafiar a los conquistadores, pese a las probabilidades en contra.
Ort Wibsen había maniobrado entre los canales habituales para obtener un forzador de bloqueos veloz. Los ingenieros de Paterson habían equipado la nave con los mejores materiales experimentales que la mujer había conseguido sustraer de las fábricas de armamento. Serena, utilizando cuentas personales y documentos falsificados, había pagado los gastos del veterano comandante. Deseaba a toda costa que su impetuosa misión se viera coronada por el éxito.
—Todas las personas de la liga han perdido a un ser querido en ataques de las máquinas pensantes, y ahora vamos a hacer algo al respecto.
—Pongamos manos a la obra —dijo Pinquer Jibb—. Ha llegado el día de la venganza.
Aquella noche, Serena y Xavier cenaron a solas en el majestuoso comedor. Los camareros iban de un lado a otro con chaquetas de tonos rojos y dorados y pantalones negros.
Mientras daba cuenta de los filetes de pato, Xavier hablaba muy animado de los planes de movilización de la Armada y los métodos de proteger a los planetas de la liga.
—No hablemos de trabajo esta noche. —Serena se puso en pie con una sonrisa deslumbrante y se sentó a su lado, muy cerca—. Quiero saborear cada momento que paso contigo, Xavier —dijo, sin revelar su plan.
Xavier sonrió a su vez.
—Después del gas venenoso, poco más puedo saborear, pero tú eres mejor que el banquete más delicado o el perfume más embriagador.
Serena acarició su mejilla.
—Creo que deberíamos ordenar a los criados que volvieran a sus aposentos. Mi padre está en la ciudad y mi hermana no volverá en toda la noche. ¿Vamos a desperdiciar este tiempo de que gozamos para estar a solas?
Xavier la acercó a sí y sonrió.
—De todos modos, no tengo hambre.
—Yo sí.
Le besó la oreja, la mejilla, y por fin la boca. Xavier pasó las manos por su pelo, acarició su nuca y la besó con pasión.
Dejaron los restos de la cena en la mesa. Ella cogió su mano y los dos corrieron a sus aposentos. La puerta era pesada, y se cerraba con facilidad. Serena ya había encendido un fuego en la chimenea, que proyectaba un resplandor anaranjado en la habitación. Se besaron una y otra vez, mientras intentaban desabrochar cordones y botones sin separarse.
Serena apenas podía controlar su deseo, no solo sentir sus caricias, sino grabar cada sensación en su mente. Xavier ignoraba que ella iba a marcharse después, y ella necesitaba recordar aquella noche, que compensaría su separación.
Los dedos de Xavier fueron como fuego cuando recorrieron su espalda desnuda. Serena solo podía pensar en aquel momento, mientras le quitaba la camisa.
Con el recuerdo del abrazo de su amante todavía vivo en las terminaciones nerviosas de su cuerpo, Serena marchó de la mansión. Se perdió en la noche, dispuesta a reunirse con su equipo en una pista particular situada en las afueras del espaciopuerto de Zimia.
Ansiosa por partir, la angustia contenida por su optimismo, se reunió con los diez voluntarios. Despegaron al cabo de una hora en la nave repleta de herramientas de ingeniería, armas y esperanza.
Una y otra vez, la religión ha derribado imperios, pudriéndolos desde dentro.
I
BLIS
G
INJO
, planes preliminares para la Yihad
El conquistado planeta Tierra parecía ser un vertedero para los grandiosos monumentos que celebraban las glorias ficticias de los titanes.
El capataz de la cuadrilla, que paseaba sobre una plataforma de madera elevada, contemplaba otro enorme proyecto en construcción, diseñado por la imaginación engreída de los cimeks. Su gente eran buenos trabajadores, dedicados en cuerpo y alma a él, pero el proyecto se le antojaba absurdo. Cuando el trabajado pedestal estuviera acabado y apuntalado con arcos reforzados, se convertiría en la plataforma de una estatua colosal que representaría la forma idealizada del titán Ajax.
Iblis Ginjo, uno de los humanos más respetados de la Tierra, se tomaba su trabajo muy en serio. Estudió el grupo de esclavos que iban de un lado a otro. Les había convencido de que fueran entusiastas, y se había ganado su atención mediante frases bien elegidas y recompensas, aunque Iblis detestaba desperdiciar tanta lealtad y esfuerzo en un matón brutal como Ajax.