Read La Yihad Butleriana Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (80 page)

El Omnius de la Tierra se encontraba en mitad de un pensamiento importante cuando la onda de choque le consumió.

En el pasado, el capitán robot no había portado armas individuales. Sin embargo, Vor llevaba un descodificador electrónico, un aparato de corto alcance diseñado para combates cuerpo a cuerpo contra las máquinas pensantes.

—Así que al final has venido a reunirte conmigo —dijo Seurat—. ¿Tus humanos ya han acabado por aburrirte? No son tan fascinantes como yo, ¿verdad? —Simuló una carcajada ronca que Vor había oído muchas veces—. ¿Sabes que tu padre te considera un traidor? Tal vez ahora te sentirás culpable por desactivarme, robar el
Viajero onírico
y…

—De eso nada, monada —dijo Vor—. Has perdido otra partida. No puedo permitir que entregues esta actualización. Seurat volvió a reír.

—Ay, los humanos y sus tontas fantasías.

—Pese a todo, nos volcamos en nuestras causas perdidas. —Vor alzó el descodificador electrónico—. Y a veces ganamos.

—Eres amigo mío, Vorian Atreides —dijo Seurat—. Acuérdate de todos los chistes que te he contado. De hecho, tengo uno nuevo. Si fabricas un cimek con el cerebro de una mula, ¿qué obtienes…?

Vor disparó el descodificador electrónico. Arcos de estática envolvieron el cuerpo de Seurat como delgadas cuerdas. El robot se estremeció, como si hubiera sufrido una apoplejía. Vor había ajustado los controles para desconectar los sistemas de Seurat, sin destruir su cerebro. Eso habría equivalido a asesinarle.

—La broma te la he gastado yo, viejo amigo —dijo—. Lo siento.

Mientras Seurat continuaba petrificado en el puesto del capitán, Vor registró la nave hasta encontrar la esfera gelificada sellada, una reproducción completa de todos los pensamientos que el Omnius de la Tierra había grabado antes del ataque de la Armada.

Vor dirigió una última mirada a su amigo paralizado y salió de la nave. No pudo decidirse a destruirla. En cualquier caso, la nave ya no representaba una amenaza para la humanidad.

Vor se alejó en su kindjal, dejando abandonada la nave de las máquinas pensantes, vacía de energía. Su ruta la conduciría lejos de la Tierra, hasta perderse en las profundidades del sistema solar.

Mientras los incendios atómicos ardían en la Tierra, el segundo Harkonnen reunió los restos dispersos de su fuerza de ataque. Habían sufrido pérdidas tremendas, muchas más de las que habían calculado.

—Tardaremos meses en escribir los nombres de los que sacrificaron su vida aquí, cuarto Powder —dijo Xavier a su ayudante—. Y muchos más en llorar su desaparición.

—Todas las naves e instalaciones enemigas han sido destruidas, señor —contestó Powder—. Hemos logrado nuestro objetivo.

—Sí, Jaymes.

No sentía la menor alegría por la victoria, solo tristeza. Y odio por Vorian Atreides.

Cuando el hijo de Agamenón regresó por fin de las profundidades del espacio, el segundo envió un escuadrón de kindjals para escoltarle. Desconectó los escudos Holtzman para que los kindjals pudieran entregarle la nave de Vorian. Muchos pilotos expresaron el deseo de abatir la nave en cuanto estuviera a tiro, pero Xavier lo prohibió.

—Ese bastardo será juzgado por deserción, tal vez por traición.

El segundo Harkonnen entró en el muelle de amarre de la ballesta. Vorian salió con audacia de su nave baqueteada, con una expresión de triunfo en su rostro. ¡Qué cara más dura! Pilotos uniformados rodearon a Vor y le registraron con brusquedad. Dio la impresión de que sus malos modales irritaban al traidor, y encima protestó cuando le arrebataron un paquete, junto con su arma de fuego.

Su cara se iluminó cuando vio a Xavier.

—¿Así que el Omnius de la Tierra ha sido destruido? ¿El ataque ha sido un éxito?

—Pero no gracias a ti —replicó Xavier—. Vorian Atreides, ordeno que permanezcas detenido hasta que regresemos a Salusa Secundus. Allí, un tribunal de la liga te juzgará por tus cobardes actos.

Pero el joven no parecía aterrorizado. Señaló el paquete que sostenían los guardias con expresión de incredulidad.

—Tal vez deberíamos enseñar eso al tribunal.

Vor sonrió cuando Xavier desenvolvió el envoltorio de plaz y dejó al descubierto una bola metálica que parecía hecha de plata gelatinosa.

—Es una copia completa de Omnius —explicó Vor—. Intercepté y neutralicé una nave de actualización que estaba a punto de escapar. —Se encogió de hombros—. Si hubiera permitido que huyera, todas las demás supermentes habrían recibido información sobre este ataque. A cambio de todos nuestros muertos, Omnius no habría perdido nada, y los demás Planetas Sincronizados conocerían la existencia de nuestros escudos Holtzman y aprenderían nuestras tácticas. La operación no habría servido de nada. Pero yo detuve a la nave de actualización.

Xavier miró a Vor, estupefacto. La superficie de la esfera cedía a la presión de sus dedos, como si estuviera hecha de tejido vivo. La liga no había imaginado tal botín en ningún momento. Aquel objeto justificaba el gigantesco ataque a la Tierra, la horrenda pérdida de vidas. Siempre en el caso de que Vor dijera la verdad.

—Estoy seguro de que los oficiales de inteligencia de la liga se lo pasarán muy bien con esto —dijo Vor, sonriente—. Aparte de que Omnius será un rehén muy valioso para nosotros —añadió, enarcando las cejas.

Las naves de la Armada partieron del sistema solar, liberado por fin de máquinas pensantes.

Vor dirigió una última mirada a la Tierra herida, mientras recordaba el exuberante paisaje verdeazulado y los jirones de nubes. Había sido un planeta de una belleza fabulosa, la cuna de la raza humana, un ejemplo relevante de maravillas naturales.

Pero cuando Xavier ordenó a la flota que pusiera rumbo a casa, el planeta no era más que un montón de escoria radiactiva. La vida tardaría mucho tiempo en volver a aparecer.

125

La lógica correcta para un sistema finito no es necesariamente correcta para un sistema infinito. Las teorías, como las cosas vivas, no siempre son certeras.

E
RASMO
, registros secretos
(del banco de datos de Omnius)

En Corrin, la villa del robot era muy parecida a la de la Tierra, con complejos de laboratorios diseñados por la mente creativa de Erasmo. Los recintos de los esclavos, construidos detrás de la casa, estaban rodeados por altos muros de piedra arenisca y puertas de hierro forjado, todos ellos coronados por púas eléctricas y campos energéticos.

Era como estar en casa de nuevo. Erasmo ardía en deseos de empezar a trabajar.

Los recintos albergaban casi mil cuerpos sudorosos que realizaban tareas rutinarias bajo un gigantesco sol rojo, el cual llenaba el cielo como una enorme mancha de sangre. La tarde era bochornosa, pero los esclavos no se quejaban ni descansaban, pues sabían que los robots les castigarían si lo hacían.

La máquina pensante observaba su rutina cotidiana desde un campanario que se alzaba en el cuadrante sur de su propiedad, su lugar favorito. En un recinto, dos ancianos se desplomaron a causa del calor, y uno de sus compañeros corrió a ayudarles. Erasmo tomó nota de tres infracciones punibles: los dos que habían flaqueado y el buen samaritano. Los motivos carecían de importancia.

Erasmo había reparado en que los esclavos mostraban más agitación cuando no reaccionaba a sus transgresiones con disciplina inmediata. Consideraba divertido dejar que la impaciencia y el miedo se apoderaran de ellos, para que luego el nerviosismo provocara que cometieran más equivocaciones. Los humanos se comportaban igual en Corrin que en la Tierra, y estaba contento de continuar sus experimentos y estudios sin interrupciones.

Apretó un botón, y armas automáticas dispararon al azar dentro de un recinto, matando o hiriendo a docenas de esclavos. Los supervivientes, confusos y empavorecidos, intentaron huir, pero no existía escapatoria. Las verjas estaban electrificadas. Algunos cautivos empujaron a los que tenían delante para protegerse, mientras otros fingían estar muertos o se escondían debajo de cadáveres. Siguió disparando, pero esta vez afinó la puntería para no abatir a más.

Sí, era muy gratificante proseguir sus experimentos. Aún tenía mucho que aprender.

Transcurrió una hora sin más disparos, y la gente empezó a moverse de nuevo, con más cautela que antes. Apartaron a un lado los cadáveres y se acurrucaron unos contra otros, sin comprender qué estaba pasando. Algunos adoptaron actitudes desafiantes, gritaron en dirección a las armas automáticas y agitaron los puños. Erasmo les fue mutilando los brazos de uno en uno, y vio retorcerse sus cuerpos en el suelo. Hasta los humanos más valientes podían ser convertidos en idiotas babeantes e incoherentes.

—Veo que estás jugando otra vez con tus juguetes —dijo el Omnius de Corrin desde una pantalla situada a la izquierda de Erasmo.

—Todo lo que hago es por un motivo —dijo Erasmo—. Cada vez aprendo más.

El Omnius de Corrin no sabía el resultado de la apuesta que su duplicado de la Tierra había hecho con el robot. Erasmo había aprendido una lección significativa de la rebelión que él mismo había alimentado sin querer, pero los datos suscitaban un montón de preguntas nuevas. No quería que la supermente exterminara a los humanos de todos los Planetas Sincronizados, aunque tuviera que ocultar determinada información.

Aunque tuviera que mentir.

Una perspectiva fascinante. Erasmo no estaba acostumbrado a pensar en esos términos.

La puerta principal se abrió, y guardias robóticos se llevaron los cuerpos de los muertos y heridos, para luego empujar a un nuevo grupo de esclavos en dirección a los recintos. Uno de los recién llegados, un hombretón de piel cetrina, giró en redondo de repente y atacó al robot más cercano, agarró las fibras estructurales y trató de destrozar los circuitos neuroeléctricos protegidos. Pese a desgarrarse los dedos, el esclavo se apoderó de un puñado de componentes de movilidad, lo cual provocó que el robot trastabillara. Otros dos robots cayeron sobre el hombre, y en una burla macabra de lo que el esclavo había hecho, uno de ellos le hundió sus dedos de acero en el pecho, desgarró la piel, el cartílago y el esternón, y le arrancó el corazón.

—No son más que animales estúpidos —manifestó Omnius con desdén.

—Los animales son incapaces de conspirar, maquinar y engañar —dijo Erasmo—. Estos esclavos ya no parecen tan dóciles. Detecto semillas de rebelión, incluso aquí.

—Ninguna revuelta triunfaría en Corrin —dijo la voz de Omnius.

—Nadie puede saberlo todo, querido Omnius, ni siquiera tú. Por eso, jamás hemos de perder la curiosidad. Si bien puedo predecir el comportamiento de las masas hasta ciertos límites, no sucede lo mismo con el de un humano en concreto. Se trata de un reto supremo.

—Es evidente que los humanos son una masa de contradicciones. Ningún modelo puede explicar su comportamiento.

Erasmo contempló los recintos de esclavos.

—Aun así, son nuestros enemigos, y hemos de comprenderles. Aunque solo sea para asegurar nuestro dominio.

El robot experimentó una extraña sensación en sus simuladores sensoriales. ¿Ira? ¿Frustración? Obedeciendo a un impulso, arrancó una campana de la torre y la estrelló contra el suelo. El sonido le resultó… inquietante.

—¿Por qué has destruido esa campana? —preguntó Omnius—. Nunca te había visto cometer un acto tan inusual.

Erasmo analizó sus sentimientos. Había visto que los humanos hacían cosas parecidas, liberaban sentimientos reprimidos en forma de berrinches. Desde su perspectiva, sin embargo, no sentía satisfacción.

—Ha sido… uno de mis experimentos.

Erasmo aún tenía que aprender muchas cosas de la naturaleza humana, que pensaba utilizar como trampolín desde el que la sofisticación mecánica alcanzara el cenit de la existencia. Asió la barandilla de la torre con dedos de acero, rompió un trozo y dejó que cayera al pavimento.

—Te lo explicaré más adelante.

Después de observar a sus esclavos un momento más, se volvió hacia la pantalla.

—No sería prudente exterminar a todos los humanos. Podríamos acabar con su capacidad de resistencia utilizando métodos de dominación más extremos.

La supermente, a la que siempre agradaba discutir con Erasmo, se alegró de detectar un error.

—Pero si hacemos eso, Erasmo, ¿no alteraremos la característica humana fundamental que deseas estudiar? ¿El observador no afectará al experimento?

—El observador siempre afecta al experimento, pero yo prefiero cambiar a los sujetos antes que destruirlos. Yo decidiré lo que hago con mis esclavos.

—Te comprendo tan poco como a los humanos —dijo por fin Omnius.

—Lo sé. Ese siempre será tu punto flaco.

El robot miró con afecto a sus esclavos humanos, mientras los guardias se llevaban a los muertos y heridos. Erasmo pensó en todas las cosas maravillosas que había aprendido de la especie…, y en cuántas más podría descubrir, si se le concedía la oportunidad. Sus vidas colgaban de una cuerda floja sobre un oscuro abismo sin fondo, y Erasmo les acompañaba. No los cedería así como así.

La buena noticia era que, durante su ausencia, habían nacido dos pares de mellizos más. Como siempre, las posibilidades eran infinitas.

126

La vida humana no es negociable.

S
ERENA
B
UTLER

En honor a la victoria agridulce conseguida en la Tierra, los planetas de la liga dedicaron una gran celebración a sus héroes y una emotiva despedida a los caídos en combate.

Las naves habían regresado con lentitud, en tanto naves correo y de reconocimiento volaban a toda velocidad a Salusa Secundus para dar la noticia e informar a la liga de lo que cabía esperar cuando la Armada llegara, herida y disminuida en número.

Pero el Omnius de la Tierra había sido destruido, y las máquinas pensantes habían sufrido un golpe terrible. Los supervivientes se aferraban a su triunfo.

En el caluroso y húmedo estadio, Vorian Atreides estaba empapado de sudor en su uniforme militar. Pese a la temperatura, la gente quería verle a él y al segundo Harkonnen vestidos de gala. Xavier se erguía a su lado en el estrado, mientras el virrey Butler y Serena acallaban a la multitud para que les dedicaran su atención.

Los dos hombres (que habían hecho las paces durante el largo viaje de regreso a Salusa Secundus) se hallaban a la sombra de una plataforma cubierta, junto con otros dignatarios. Iblis Ginjo, vestido con elegancia y orgulloso de su posición cada vez más influyente, también estaba sentado en la zona reservada a las autoridades.

Other books

Splat! by Eric Walters
Shelter Me by Mina Bennett
Veil of Shadows by Walker, Shiloh
Monsoon Summer by Julia Gregson
Find Big Fat Fanny Fast by Joe Bruno, Cecelia Maruffi Mogilansky, Sherry Granader
Trigger Snappy by Camilla Chafer
Knockout by Ward, Tracey
Mourning Lincoln by Martha Hodes