Sentado al borde de la hoguera, Ishmael escuchaba los relatos de su pueblo. Los zensunni estaban acostumbrados a las tribulaciones, y tendrían que soportar generaciones de esclavismo en este planeta tan alejado de su hogar. Sin embargo, su pueblo aguantaría lo que fuera.
De todas las historias que escuchó, las alianzas y las profecías, se aferró a una por encima de las demás: la promesa de que la desdicha terminaría algún día.
No existe una clara división entre dioses y hombres: unos se confunden con otros.
I
BLIS
G
INJO
,
Opciones para la liberación total
El pedestal diseñado para sostener la estatua del titán Ajax estaba terminado. El capataz Iblis Ginjo examinó en su libreta electrónica la marcha de las obras y el material necesario para su conclusión. Había abierto los ojos de sus esclavos al peligro real, en el caso de que el brutal cimek perdiera la paciencia. Trabajaban con ahínco, no solo por miedo a perder la vida, sino porque Iblis les había inspirado.
Después, un desastre ocurrió en otra parte del proyecto.
Mientras Iblis supervisaba la estabilización del robusto pedestal desde el andamio de observación, vio que la parte superior de la estatua casi terminada de Ajax empezaba a moverse. El coloso de hierro, polímero y piedra se tambaleó de un lado a otro, como si la gravedad estuviera agitando la enorme obra de arte.
De repente, el gigantesco monumento se derrumbó con gran estrépito, acompañado de gritos y chillidos. Cuando una nube de polvo se elevó hacia el cielo, Iblis comprendió que los esclavos atrapados bajo la estatua podían considerarse afortunados.
En cuanto Ajax se enterara de la catástrofe, empezaría la auténtica matanza.
Incluso antes de que el polvo y los escombros se asentaran, Iblis corrió a intervenir en la furiosa discusión entre neocimeks y capataces. Él no era responsable de la parte del monumento que se había venido abajo, pero sus cuadrillas sufrirían las consecuencias de los inevitables retrasos. Aun así, Iblis confiaba en que su mediación carismática contribuyera a mitigar el desastre.
Los encolerizados neocimeks consideraban el accidente una afrenta personal a sus reverenciados titanes predecesores. Ajax en persona había descuartizado a un capataz miembro a miembro, y partes ensangrentadas de su cuerpo yacían dispersas entre polvo.
Iblis Ginjo consiguió acallar las quejas de los neocimeks con palabras apasionadas.
—¡Esperad, esperad! ¡Si me dejáis, todo se arreglará!
Ajax se erguía en toda su estatura, más amenazador que cualquier otro titán, pero Iblis continuó con prosa aterciopelada.
—Es cierto, la enorme estatua ha padecido algunos daños, pero tan solo rasguños superficiales. Lord Ajax, este monumento fue pensado para soportar el paso de los siglos. Es muy capaz de aguantar unos golpes sin importancia. Vuestro gran legado es inmune a accidentes de escasa entidad.
Hizo una pausa, mientras los cimeks admitían la verdad de su veredicto. Después, señaló su zona de trabajo y prosiguió su perorata.
—Escuchad, mis cuadrillas casi han terminado el robusto pedestal diseñado para sostener la estatua. ¿Por qué no la erigimos de todos modos, para demostrar al universo que somos capaces de superar impedimentos de nula trascendencia? Mis obreros se encargarán de llevar a cabo las reparaciones necesarias in situ. —Los ojos de Iblis brillaron con entusiasmo artificial—. No existen motivos para más retrasos.
Mientras paseaba de un lado a otro en su cuerpo blindado, Ajax aplastó a un capataz que no cesaba de gimotear su inocencia. Después, el airado titán se volvió hacia Iblis, y sus fibras ópticas brillaron como estrellas incandescentes.
—Has aceptado la responsabilidad de que el trabajo continúe conforme al calendario establecido. Si tu equipo falla, la culpa recaerá sobre ti.
—Por supuesto, lord Ajax.
Iblis no delató la menor alarma. Podía convencer a los esclavos de que cargaran con la responsabilidad. Lo harían por él.
—¡Entonces, limpiad este desastre! —tronó Ajax, con una vez que se oyó hasta en el Foro.
Más tarde, Iblis hizo promesas a sus agotados y explotados esclavos. Hacía tiempo que se mostraban descontentos y rebeldes, pero se los puso en el bolsillo con el recuento de los incalculables beneficios que recibirían: las mejores esclavas sexuales, orgías sin cuento, días de descanso en la campiña.
—Yo no soy como los demás humanos de confianza. ¿Alguna vez os he decepcionado? ¿He prometido recompensas que no he entregado?
Con tales incentivos, para no hablar de una potente dosis de miedo al titán Ajax, los trabajadores reemprendieron el trabajo con renovadas energías. En el frío de la noche, iluminados por focos que flotaban sobre la obra como supernovas, Iblis consiguió que su cuadrilla trabajara con eficacia. Desde su plataforma de madera, vio que los esclavos alzaban la inmensa estatua sobre su pedestal reforzado y la fijaban en su sitio.
Cuadrillas de artesanos escalaron la superficie curva de hierro piedra, y montaron andamios improvisados para empezar las obras de restauración. El rostro legendario de Ajax tenía la nariz desfigurada y un brazo mellado, así como profundos cortes en el uniforme. En el fondo de su corazón, Iblis sospechaba que el Ajax humano real había sido un individuo feo y deforme.
Durante toda la larga noche, Iblis luchó por permanecer despierto, apoyado contra la barandilla. Se quedó dormido, y luego despertó sobresaltado cuando oyó el zumbido del montacargas que subía.
Pero se llevó una sorpresa al ver que no había nadie. Solo una pequeña hoja de metal enrollado, un cilindro de mensaje. Iblis lo miró con el corazón acelerado, pero el montacargas no se movió, como si esperara. Miró por el borde, pero no vio quién había dejado el mensaje.
¿Cómo iba a desdeñarlo?
Iblis se apoderó del cilindro. Rompió el sello, desenrolló la hoja leyó con creciente estupor.
Representamos a un movimiento organizado de humanos insatisfechos. Estamos esperando el momento y el líder adecuados para iniciar una revuelta contra los opresores. Has de decidir si deseas unirte a nuestra causa. Nos volveremos a poner en contacto contigo.
Mientras Iblis contemplaba con incredulidad el mensaje anónimo, las letras se borraron, se transformaron en gotas de óxido corrosivo que devoraron el metal hasta destruirlo.
¿Era auténtico, o una trampa de los cimeks? Casi todos los humanos odiaban a sus amos mecánicos, pero costaba mucho disimularlo. ¿Y si existía un grupo semejante? En tal caso, necesitaría líderes con talento.
La idea le exaltó. Iblis nunca había pensado en esa posibilidad, e ignoraba qué había dicho o hecho para revelar sus pensamientos y sentimientos más ocultos. ¿Por qué sospechaban? Siempre había sido respetuoso con sus superiores, siempre había sido…
¿Y si he sido demasiado obsequioso? Quizá he exagerado a la hora de aparentar lealtad.
Un poco por debajo de donde se hallaba, los artesanos seguían trabajando en las reparaciones de la estatua de Ajax, como termitas que devoraran un tronco. La aurora iluminó la estatua, e Iblis comprendió que pronto terminarían. Las máquinas recompensarían su esfuerzo.
¡Cómo las detestaba!
Iblis se debatió con su conciencia. Las máquinas pensantes le habían tratado bien, comparado con los demás esclavos, pero tan solo una fina capa de protección le salvaba de la misma suerte. En privado, Iblis reflexionaba a menudo en el valor de la libertad, y en lo que haría si le concedieran una oportunidad.
¿Un grupo rebelde? Apenas podía creerlo. A medida que transcurrían los días, Iblis se descubrió pensando cada vez más en la posibilidad…, y a la espera de que volvieran a ponerse en contacto con él.
Nuestro apetito lo abarca todo.
P
ENSADOR
E
KLO
,
Más allá de la razón humana
Con tanto odio agazapado en su mente, Agamenón tomaba precauciones especiales cuando Omnius estaba en condiciones de espiarle. Esto significaba casi siempre, y en casi todas partes, incluso cuando Agamenón y Juno practicaban el sexo con apasionamiento. Al menos, lo que pasaba por sexo entre los titanes.
Para consumar su cita, cuerpos móviles transportaban a los dos cimeks hasta una cámara de mantenimiento situada en el pabellón de control de la Tierra. Estaban rodeados de tubos llenos de líquidos nutritivos, que serpenteaban hasta depósitos de almacenamiento colgados del techo. Servidores robot se trasladaban desde generadores de mantenimiento vital hasta bancos de análisis, obtenían datos de los mentrodos, vigilaban que todos los sistemas se mantuvieran dentro de los parámetros normales.
Agamenón y Juno conversaban en una banda de onda corta privada, giraban sus respectivos sensores y enviaban descargas a los mutuos mentrodos mediante el electrolíquido. Una especie de estimulación erótica previa al acto sexual. Aun sin cuerpo físico, las mentes cimek podían experimentar un intenso placer.
Elevadores automáticos desengancharon el contenedor cerebral del cuerpo móvil de Agamenón, y después depositaron el núcleo pensante sobre un pedestal de cromo, al lado del contenedor que albergaba el cerebro de Juno. Gracias a las fibras ópticas y las pautas comparativas electrónicas, reconoció los pliegues y lóbulos de la mente de su amante.
Todavía hermosa después de tantos siglos.
Agamenón recordó su pasada belleza física: pelo color obsidiana con reflejos azulinos, nariz puntiaguda, cara estrecha, cejas que se arqueaban de una manera misteriosa. Siempre le recordaba a Cleopatra, otro genio militar perdido en la bruma de la historia, como el primer Agamenón de la guerra de Troya.
Mucho tiempo antes, durante el destello de tiempo en que había llevado un frágil cuerpo humano, Agamenón se había enamorado de esta mujer. Aunque Juno era muy deseable desde el punto de vista sexual, le había atraído su mente antes de conocerla en persona. Primero, había reparado en ella en una compleja red virtual, gracias a simulacros tácticos y juegos de guerra que había practicado con él con los dóciles ordenadores del Imperio Antiguo. En aquella época los dos eran adolescentes, cuando la edad importaba.
Agamenón se había criado en la mimada Tierra, con el nombre de Andrew Skouros. Sus padres habían abrazado un estilo de vida hedonista pero desapasionado, como tantos otros ciudadanos. Existían, vegetaban, pero ninguno vivía realmente. Después de transcurrido tanto tiempo, apenas recordaba el rostro de sus padres. Ahora, todos los humanos se le antojaban iguales.
Andrew Skouros siempre había sido inquieto. Formulaba preguntas incómodas que nadie sabía contestar. Mientras los demás se absorbían en juegos de salón frívolos, el joven investigaba en bases de datos, donde descubrió historias y leyendas. Encontró proezas heroicas de gente que había existido en un pasado tan remoto, que parecían míticos como la raza de los titanes, los primitivos dioses destronados por Zeus y un panteón de deidades griegas. Analizó las conquistas militares y llegó a comprender las tácticas, en un momento en que se trataba de una habilidad obsoleta para el pacífico Imperio.
Bajo el alias de Agamenón, se interesó en juegos de estrategia practicados en la red informática que controlaba las actividades de la humanidad esclavizada por el tedio. En ella había encontrado una persona tan experta y dotada como él, un alma gemela compartía sus intereses. Las ideas innovadoras e inesperadas del misterioso jugador provocaron que éxitos y fracasos se equilibraran en las campañas de la joven, pero sus sorprendentes éxitos más que compensaban sus espectaculares fracasos. Su intrigante alias Juno, tomado de la reina de los dioses romanos, esposa de Júpiter.
Atraídos mutuamente por su ambición compartida, su relación fue tempestuosa y desafiante, mucho más que sexo. Se procuraban placer desarrollando experimentos mentales. Al principio, fue un juego, pero luego algo más ambicioso.
Sus vidas dieron un giro radical cuando oyeron hablar a Tlaloc.
El visionario de otro planeta, con sus duras acusaciones contra la humanidad complaciente de la Tierra, reveló a los dos intrigantes que sus planes podían convertirse en algo más que aventuras fantaseadas.
Juno, cuyo nombre auténtico era Julianna Parhi, había reunido a los tres. Andrew Skouros y ella concertaron una cita con Tlaloc, el cual se entusiasmó al descubrir que compartían sus sueños.
Tal vez seamos pocos
—había dicho Tlaloc—
, pero en los bosques de la Tierra llenos de leña seca, tres cerillas bastan para provocar un incendio.
El trío rebelde se reunía en secreto para derribar el Imperio adormecido. Gracias a la experiencia militar de Andrew, se dieron cuenta de que una modesta inversión en maquinaria electrónica y mano de obra bastaría para conquistar muchos planetas caídos en un estupor apático. Con un poco de suerte y una táctica aceptable, líderes de la misma mentalidad podrían cerrar una mano de hierro alrededor del Imperio Antiguo. De hecho, si los planes se llevaban a la práctica de la forma correcta, los conquistadores lograrían la victoria antes de que nadie se diera cuenta.
—Es por el bien de la humanidad —dijo Tlaloc con ojos centelleantes.
—Y por el nuestro —añadió Juno—. Un poco, al menos. Juno aportó el plan innovador de utilizar la red de máquinas pensantes y sus serviles robots. Se había concedido inteligencia artificial a los dóciles ordenadores para que supervisaran todos los aspectos de la sociedad humana, pero Julianna los consideraba una invasión ya en marcha, siempre que fueran capaces de volverlos a programar para insuflarles ambición humana. Fue entonces cuando sumaron a sus fuerzas un especialista en informática llamado Vilhelm Jayther (autodenominado Barbarroja en las redes informáticas), con el fin de que se ocupara de los detalles técnicos.
Así empezó la Era de los Titanes, durante la cual un puñado de humanos entusiastas controló al populacho dormido. Tenían trabajo que hacer, un imperio que gobernar.
Durante las fases de planificación, Julianna Parhi pidió opinión con frecuencia a un reticente pensador, Eklo. Durante estas consultas con el anciano, una de las numerosas mentes espirituales que respondían a preguntas esotéricas, había comprendido las posibilidades de vivir como un cerebro incorpóreo. No solo en vistas a la introspección, sino a la acción. Se dio cuenta de las ventajas que un tirano cimek tendría sobre los humanos, capaz de cambiar de cuerpo cuando las circunstancias lo aconsejaran… Como cimeks, los titanes vivirían y gobernarían durante miles de años.