Tal vez sería suficiente.
Agamenón había apoyado de inmediato la idea de Juno, si bien alimentaba un temor primitivo hacia la cirugía. Juno y él sabían que, cuando los titanes experimentaran los peligros del universo y la fragilidad de sus cuerpos humanos, todos accederían.
Para demostrar la fe que depositaba en su amante, Agamenón fue el primero en someterse a la transformación en cimek. Juno y él pasaron una última tórrida noche juntos, con el fin de almacenar recuerdos de sensaciones nerviosas que deberían perdurar durante milenios. Juno se echó hacia atrás su pelo negro como ala da cuervo, le dio un postrer beso de despedida y le condujo hasta el quirófano. Aparatos médicos electrónicos, cirujanos robot y docenas de sistemas de mantenimiento vital le esperaban.
El pensador Eklo había aportado los consejos necesarios, como instrucciones precisas para los cirujanos robot. Juno había seguido el proceso de transformación de su amante. Agamenón temía que ella se arrepintiera y renegara de sus planes, pero en cuanto el cerebro de Agamenón flotó en un electrolíquido dinámico, en cuanto activaron los mentrodos y pudo
ver
de nuevo mediante una galaxia de fibras ópticas, descubrió a Juno ante él admirando el contenedor cerebral.
Ella tocó la caja transparente con sus dedos. Agamenón lo veía todo, al tiempo que enfocaba y adaptaba sus nuevos sensores, entusiasmado por la posibilidad de observar todo a la vez.
Una semana después, cuando se hubo acostumbrado a sus nuevos sistemas mecánicos, Agamenón le devolvió el favor, y no perdió de vista a Juno mientras los cirujanos robot le abrían el cráneo y extraían su brillante cerebro, desechando para siempre el cuerpo frágil de Julianna Parhi…
Siglos más tarde, pero sin cuerpos biológicos, Juno y él seguían juntos sobre pedestales de cromo, conectados mediante receptores y ajustes estimuladores.
Agamenón sabía muy bien qué partes del cerebro de Juno debía pulsar para activar los centros del placer, y el tiempo de estimulación necesario. Ella respondió del mismo modo, reprodujo los recuerdos almacenados que guardaba Agamenón de cuando hacían el amor como humanos, y luego amplificó las sensaciones recuperadas, hasta asombrarle con nuevas cimas de euforia. El titán replicó con una descarga inesperada, y el cerebro de Juno se estremeció.
Durante todo el rato, los ojos espía de Omnius observaron el intercambio, como un mirón mecánico. Incluso en momentos como este, Agamenón y Juno nunca estaban solos.
Ella le complació dos veces más. Agamenón quería que parara para poder descansar, pero también anhelaba que continuara. Agamenón la correspondió, hasta el extremo de arrancar una leve vibración de los altavoces sujetos a los contenedores, una extraña música que simbolizaba su orgasmo conjunto. El placer apenas le permitía pensar.
Pero su ira continuaba alimentándose. Aunque Omnius permitía que Juno y él alcanzaran el éxtasis tantas veces como desearan, Agamenón obtendría un placer mucho mayor si podían escapar por fin del dominio de las malditas máquinas pensantes.
Temo que Norma nunca llegará a nada. ¿Qué revela eso de mí y de mi legado a la humanidad?
Z
UFA
C
ENVA
Durante el aburrido viaje de un mes por el espacio para visitar a su hija en Poritrin, Zufa Cenva tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre lo que diría cuando llegara. Habría preferido pasar esos días y semanas ocupada en su importante trabajo. La pérdida de la querida Heoma pesaba como una piedra al rojo vivo sobre su pecho. Desde el primer ataque contra los cimeks de Giedi Prime, Zufa había planeado más incursiones con sus hechiceras.
Aunque casi todos los miembros de la liga atribuían todo el mérito de los proyectores de descodificación portátiles al sabio Holtzman, había oído rumores de que Norma había inspirado el diseño. ¿Era posible que su excéntrica hija hubiera hecho algo tan notable? No tan notable como una tormenta psíquica que aniquilara a los cimeks, pero aun así respetable.
Tal vez he estado ciega durante todo este tiempo.
Zufa nunca había deseado que Norma fracasara, pero ya había renunciado a toda esperanza. Tal vez su relación cambiaría.
¿Debo abrazarla? ¿Merece mi apoyo y aliento, o logrará que me avergüence de ella?
Corrían tiempos inseguros.
Cuando Zufa bajó del transporte en Starda, una delegación la estaba esperando, escoltada por una guardia de dragones. Lord Niko Bludd se hallaba al frente del grupo, con la barba rizada, ropa perfumada y vistosa.
—Es un honor para Poritrin recibir la visita de una hechicera.
El noble avanzó sobre el suelo embaldosado de mosaico. Budd vestía un colorido atuendo ceremonial con solapas anchas color carmín, puños blancos de encaje y zapatos dorados. Una espada ceremonial colgaba de su cintura, aunque no parecía que hubiera utilizado jamás un arma blanca para algo más peligroso que cortar queso.
Norma nunca había prestado atención a las fruslerías cuando había trabajo de por medio, y la aparición de Bludd la sorprendió. Había esperado concluir su asunto con Norma de manera discreta, para después regresar cuanto antes a Rossak. Ella y sus guerreras psíquicas tenían que preparar otro golpe mental contra los cimeks.
—El capitán de la lanzadera nos avisó de vuestra llegada, madame Cenva —dijo Bludd, mientras la guiaba hacia la salida de la terminal—. Apenas nos dio tiempo de prepararos una recepción. Imagino que habéis venido para ver a vuestra hija. —Lord Bludd sonrió—. Estamos muy orgullosos de su contribución a los trabajos del sabio Holtzman. Él la considera indispensable.
—¿De veras?
Zufa intentó controlar un fruncimiento de cejas escéptico.
—Invitamos a Norma a que se reuniera con nosotros, pero está inmersa en un trabajo muy importante para el sabio. Por lo visto, pensaba que comprenderíais sus motivos.
Fue como si hubieran asestado una bofetada a la hechicera.
—El viaje ha durado un mes. Si yo puedo encontrar ese tiempo, una simple… ayudante de laboratorio debería ser capaz de venir a recibirme.
Una vez fuera del espaciopuerto, un chófer la condujo hasta un elegante yate aéreo, y los dragones tomaron posiciones en las barandillas.
—Os trasladaremos sin más dilación a los laboratorios de Holtzman.
Cuando Bludd se sentó a su lado, la mujer arrugó la nariz al recibir sus intensos olores corporales. El hombre le ofreció un pequeño paquete, pero Zufa no lo aceptó.
Con un suspiro de exasperación, Zufa se sentó muy tiesa en el asiento cuando la nave se alejó del espaciopuerto. Quitó el papel de envolver plateado del paquete y encontró una botella de agua de río, así como una toalla de exquisita confección.
Pese a su falta de interés, el fatuo noble insistió en dar explicaciones.
—Es tradicional que nuestros invitados de honor se laven las manos en agua del Isana y se sequen con nuestro mejor tejido.
Zufa no hizo el menor movimiento por utilizar los regalos. Bajo el yate, los barcos fluviales surcaban el río en dirección a la enorme ciudad del delta, donde se distribuían grano, metales y productos manufacturados a los proveedores de Poritrin. Cientos de esclavos trabajaban en las ciénagas para plantar alevines de marisco. La visión la turbó todavía más.
—La residencia del sabio Holtzman está ahí delante. —Bludd señaló un risco elevado—. Estoy seguro de que vuestra hija se alegrará mucho de veros.
¿Alguna vez se ha alegrado de verme?,
se preguntó Zufa. Intentó calmarse con ejercicios mentales, pero la angustia se lo impedía.
Bajó del ostentoso yate en cuanto se posó sobre el muelle de aterrizaje de Holtzman.
—Lord Bludd, he de hablar de asuntos personales con mi hija. Estoy seguro de que lo comprenderéis.
Sin más despedidas, Zufa subió la escalinata del patio que conducía a la mansión, dejando plantado a un perplejo Bludd. Agitó sus largos brazos para indicarle que se alejara.
Zufa entró en la mansión como si le perteneciera, con sus sentidos telepáticos afinados. El vestíbulo de Holtzman estaba atestado de cajas, libros e instrumentos. O los criados no hacían su trabajo, o el inventor les había prohibido que
organizaran
en exceso.
Zufa se abrió paso entre los obstáculos, se adentró en un largo pasillo, investigó en habitaciones, pidió información a las personas con las que se cruzó y localizó por fin a su hija. La hechicera entró en un laboratorio auxiliar, donde vio un taburete alto ante una mesa llena de cianotipos. Ni rastro de Norma.
Reparó en una puerta abierta que conducía a un balcón, vio una sombra y oyó algo que se movía. Zufa entró en el balcón y se quedó estupefacta cuando vio a su hija subida en la barandilla. Norma sujetaba un contenedor de plaz rojo en sus pequeñas manos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Zufa—. ¡Baja de ahí enseguida!
Norma, sobresaltada, miró a su madre, agarró el objeto con fuerza y saltó al vacío.
—¡No! —gritó Zufa. Pero ya era demasiado tarde.
Corrió al borde y vio con horror que el balcón dominaba un precipicio que caía hasta el río. La joven se precipitaba irremisiblemente hacia su muerte.
De repente, Norma se detuvo en el aire y giró de una forma peculiar.
—¡Funciona, date cuenta! —gritó—. Has llegado a tiempo. Como una pluma en el viento, la muchacha se elevó. El aparato rojo la devolvió al balcón como una mano invisible.
Norma llegó a la altura de la barandilla, y su irritada madre tiró de ella hacia dentro.
—¿Por qué haces experimentos tan peligrosos? ¿No prefiere el sabio Holtzman que utilices ayudantes para este tipo de pruebas? Norma frunció el ceño.
—Aquí hay esclavos, no ayudantes. Además, es un invento mío, y quería probarlo yo misma. Sabía que funcionaría. Zufa no quiso discutir.
—¿Has venido hasta Poritrin y utilizado los mejores laboratorios de la liga para diseñar una especie de… juguete volador?
—No creo, madre. —Norma abrió la tapa del ingenio y ajustó los mandos electrónicos del interior. Es una variación de la teoría del sabio Holtzman, un campo suspensor, o repelente. Espero que le guste.
—¡Ya lo creo, ya lo creo! —El científico apareció como por arte de magia y se inmovilizó detrás de Zufa. Se presentó al instante, y después contempló el nuevo invento de Norma—. Lo enseñaré a lord Bludd, a ver qué piensa de sus posibilidades comerciales. Estoy seguro de que lo patentará a su nombre.
Zufa, que todavía no se había recuperado de la
caída
de su hija, continuaba examinando el objeto, mientras intentaba imaginar cuáles serían sus aplicaciones prácticas. ¿Podría modificarse para cargar tropas u objetos pesados? Lo dudaba.
Norma dejó el generador sobre una mesa y cruzó la habitación con paso renqueante. Trepó a su taburete para ponerse a la altura de los cianotipos y empezó a pasar páginas.
—También he pensado en la manera de aplicar este principio a aparatos de iluminación. El campo suspensor puede hacer flotar las luces y cargarlas de energía residual. Tengo todos los cálculos… en algún sitio.
—¿Luces flotantes? —dijo Zufa en tono desdeñoso—. ¿Para qué, una merienda campestre? Decenas de miles de personas murieron en el ataque cimek contra Zimia, millones fueron esclavizadas en Giedi Prime, y tú vives aislada con todas las comodidades… ¿fabricando luces flotantes?
Norma dirigió a su madre una mirada condescendiente, como si fuera Zufa la estúpida.
—Intenta ir más allá de lo evidente, madre. Una guerra necesita algo más que armas. Los robots son capaces de alterar sus sensores ópticos para ver en la oscuridad, pero los humanos han de tener luz para ver. Centenares de luces suspensoras como esta podrían dispersarse de noche en una zona de combate, lo cual neutralizaría toda ventaja de las máquinas pensantes. El sabio Holtzman y yo pensamos en posibilidades similares cada día.
El científico asintió, ansioso por darle la razón.
—O bien, para usos comerciales, podrían diseñarse en diversos estilos, incluso sintonizadas con cualquier color o tono.
Norma estaba sentada en su taburete como un gnomo en un trono. Sus ojos pardos brillaron de entusiasmo.
—Estoy segura de que lord Bludd se sentirá muy complacido.
Zufa frunció el ceño. Había cosas más importantes en esta guerra que satisfacer a un noble presuntuoso.
—He venido desde muy lejos para verte —dijo impaciente.
Norma enarcó las cejas con escepticismo.
—Si te hubieras molestado en ir a despedirme antes de mi partida de Rossak, madre, no habrías necesitado hacer un viaje tan largo para calmar tu culpa. Pero estabas demasiado ocupada para darte cuenta.
Tio Holtzman, algo violento por la situación, se excusó. Las dos mujeres apenas repararon en su desaparición.
No había sido la intención de Zufa iniciar una discusión, pero ahora se puso a la defensiva.
—Mis hechiceras han demostrado sus habilidades en el combate. Podemos ejercer un tremendo poder con nuestras mentes para erradicar a los cimeks. Cierto número de candidatas se están preparando para ofrecer el sacrificio definitivo si nos llaman para liberar otro planeta dominado por las máquinas. —Sus ojos claros centellearon, y luego meneó la cabeza—. Pero no te preocupes por eso, Norma, porque tú no tienes capacidades telepáticas.
—Poseo otros talentos, madre. Yo también estoy haciendo una valiosa contribución.
—Sí, tus ecuaciones incomprensibles. —Zufa movió la cabeza en dirección al generador de campo suspensor que descansaba sobre el suelo—. Tu vida no está en juego. Segura y mimada, pasas los días jugando con estos juguetes. Te has dejado cegar por éxitos imaginarios. —Pero su hija no era la única. Mucha gente vivía rodeada de comodidad y seguridad, mientras Zufa y sus hechiceras llevaban a cabo tareas peligrosas. ¿Cómo podía Norma comparar su trabajo con eso?—. Cuando te enteraste de que venía, Norma, ¿no pudiste encontrar tiempo para recibirme en el espaciopuerto?
Norma habló en un tono falsamente dócil, con los brazos cruzados sobre su pequeño pecho.
—Yo no te pedí que vinieras, madre, porque sé que tienes cosas más importantes que hacer. Y yo tengo tareas más urgentes que pasear a invitados inesperados. Además, sabía que lord Bludd iba a recibirte.
—¿Los nobles de la liga son tus nuevos chicos de los recados? —Ahora que había abierto las compuertas de su ira, Zufa no pudo reprimir las siguientes palabras—. Solo quería sentirme orgullosa de ti, Norma, pese a tus deformidades. Pero nunca llegarás a nada.
¿Qué sacrificios haces, viviendo aquí rodeada de lujos? Tu visión es demasiado pequeña para que resulte útil a la humanidad.