Read La Yihad Butleriana Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (35 page)

La garganta de Vor tembló cuando intentó articular palabras. Le habían quitado las agujas, y Agamenón le liberó ahora de las correas que le sujetaban a la superficie de la mesa. Los músculos atormentados de Vorian no pudieron sostenerle, y se desplomó como un saco, hasta caer de rodillas en el suelo.

—Entonces —preguntó con voz estrangulada—, ¿por qué me has torturado? ¿Por qué me has castigado?

Agamenón imitó una carcajada.

—Cuando quiera castigarte, hijo mío, ya te enterarás. Ha sido una recompensa. Omnius me concedió permiso para hacerte este singular regalo. De hecho, ningún humano en todos los Planetas Sincronizados ha recibido tal honor.

—Pero ¿qué dices, padre? Haz el favor de explicarte. Mi mente aún está confusa.

Su voz era vacilante.

—¿Qué son unos breves momentos de dolor, comparados con el don que has recibido? —El coloso paseó de un lado a otro, y las paredes se estremecieron—. Por desgracia, no logré convencer a Omnius de que te convirtiera en neocimek (eres demasiado joven), pero estoy seguro de que el momento llegará. Yo quería que sirvieras a mi lado, no como simple humano de confianza, sino como mi sucesor. —Sus fibras ópticas brillaron con mayor intensidad—. En cambio, he hecho lo que he podido por ti.

El general cimek explicó que había sometido a Vorian a un intenso tratamiento biotécnico, un sistema de sustitución celular que prolongaría radicalmente su vida humana.

—Especialistas geriátricos desarrollaron la técnica en el Imperio Antiguo…, aunque ignoro con qué propósito. Esos zoquetes no hicieron nada productivo durante su lapso de vida normal, de modo que ¿para qué querían vivir durante siglos y lograr todavía menos cosas? Mediante proteínas nuevas, rechazo de radicales libres y mecanismos de regeneración celular más eficaces, prolongaron sus inútiles existencias. Casi todos ellos resultaron muertos durante las rebeliones que consolidaron el control de nosotros, los titanes.

Agamenón giró en la articulación de su torso.

—Cuando aún teníamos cuerpo humano, al principio de nuestro dominio, los Veinte Titanes nos sometimos a prolongación de vida biotécnica, al igual que tú, de manera que conozco muy bien el dolor que has soportado. Necesitábamos vivir siglos, porque nos era imprescindible ese tiempo para imponer un liderazgo competente al Imperio Antiguo. Incluso después de transformarnos en cimeks, el procedimiento contribuyó a impedir que nuestros cerebros biológicos degeneraran, debido a su avanzada edad.

Su cuerpo mecánico se acercó.

—Este proceso de alargar la vida es nuestro pequeño secreto, Vorian. La Liga de Nobles enloquecería si supiera que poseemos dicha tecnología. —Agamenón emitió una especie de suspiro—. Pero ten cuidado, hijo mío: ni siquiera esta técnica puede protegerte de accidentes o intentos de asesinato. Como acaba de descubrir Barbarroja, por desgracia.

Vor logró ponerse en pie al fin. Localizó un dispensador de agua, bebió una jarra del frío líquido y notó que su corazón se calmaba.

—Te aguardan acontecimientos asombrosos, hijo mío. Tu vida ya no es una vela expuesta al viento. Tienes tiempo para experimentar muchas cosas, cosas importantes.

El colosal cimek se acercó a un arnés y utilizó una complicada red de manos artificiales y abrazaderas que sobresalían de la pared metálica para conectar los mentrodos de su contenedor cerebral. Brazos flexibles extrajeron el cilindro del núcleo corporal y lo depositaron sobre un pedestal de cromo.

—Ahora, estás un poco más cerca de alcanzar tus objetivos, Vorian —dijo Agamenón por un altavoz mural, desgajado del cuerpo móvil.

Aunque débil y dolorido, Vorian sabía lo que su padre esperaba de él ahora. Corrió a los aparatos de acondicionamiento y conectó con manos temblorosas los cables eléctricos a los enchufes magnéticos del contenedor cerebral. El electrolíquido azulino parecía lleno de energía mental.

Con la intención de recuperar cierta sensación de normalidad, pese a la incredulidad producida por lo que acababa de sucederle, Vor se dedicó a cuidar de los sistemas mecánicos de su padre. El joven contempló con ternura la masa arrugada de cerebro, la anciana mente tan llena de ideas profundas y decisiones difíciles, como expresaban las detalladas memorias del general. Cada vez que las leía, Vor esperaba comprender mejor a su complicado padre.

Se preguntó si Agamenón le había mantenido en la inopia para gastarle una broma cruel, o para poner a prueba su fortaleza de carácter. Vor siempre aceptaría lo que ordenara el general, nunca intentaría huir. Ahora que la agonía había terminado, confió en haber superado la prueba a que le había sometido su padre.

Mientras Vor continuaba su tarea, el general Agamenón habló en un susurro.

—Estás muy callado, hijo mío. ¿Qué opinas del gran don que has recibido?

El joven se detuvo un momento, sin saber qué responder. Agamenón solía ser impulsivo, difícil de comprender, pero muy pocas veces actuaba sin tener un propósito definido en mente. Vor solo aspiraba a comprender la idea global, el gran tapiz.

—Gracias, padre —dijo al fin—, por concederme más tiempo para lograr todo cuanto deseas que haga.

51

¿Por qué los humanos dedican tanto tiempo a preocuparse por lo que llaman «cuestiones morales»? Es uno de los muchos misterios de su comportamiento.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles

Las gemelas idénticas parecían dormidas y tranquilas, tendidas una al lado de la otra, como ángeles en un lecho mullido. Los sinuosos escáneres cerebrales conectados mediante agujeros practicados en sus cráneos apenas se veían.

Inmovilizadas mediante drogas, las niñas inconscientes yacían sobre una mesa de laboratorio de la zona experimental. El rostro pulido como un espejo de Erasmo adoptó un ceño exageradamente fruncido, como si la severidad de su expresión pudiera obligarlas a revelar sus secretos sobre la humanidad.

¡Malditos sean!

No podía comprender a aquellos seres inteligentes que habían creado a Omnius y una asombrosa civilización de máquinas pensantes. ¿Se trataba de un golpe de suerte milagroso? Cuanto más aprendía Erasmo, más preguntas se acumulaban. El éxito innegable de su caótica civilización le planteaba un verdadero enigma. Había diseccionado los cerebros de más de mil especímenes, jóvenes y viejos, machos y hembras, inteligentes y disminuidos. Había realizado análisis detallados y comparaciones, procesado datos a través de la capacidad ilimitada de Omnius.

Aun así, las respuestas no eran claras.

No había dos cerebros humanos exactamente iguales, ni siquiera cuando los sujetos se habían criado en circunstancias similares, ni que fueran gemelos.
¡Una masa confusa de variables innecesarias!
Ningún aspecto de su fisiología era común a todas las personas.

¡Excepciones irritantes, por todas partes!

No obstante, Erasmo observaba pautas. Los humanos estaban plagados de diferencias y sorpresas, pero como especie, su comportamiento se ceñía a unas reglas generales. Bajo ciertas condiciones, sobre todo hacinados en espacios confinados, la gente reaccionaba con mentalidad tribal, seguían ciegamente a la masa, renunciaban a su individualidad.

A veces, los humanos eran valientes. Otras, eran cobardes. Intrigaba en especial a Erasmo ver qué sucedía cuando llevaba a cabo
experimentos de pánico
en los recintos, matando a unos y perdonando la vida a otros. En tales circunstancias de extrema tensión, surgían siempre líderes, gente que se comportaba con una energía interior superior a la de los demás. A Erasmo le gustaba matar a estos individuos, para luego observar el efecto devastador que causaba en el resto.

Tal vez el grupo de muestra de sujetos experimentales utilizado a lo largo de los siglos era demasiado pequeño. Quizá necesitaría viviseccionar y diseccionar decenas de miles más, antes de llegar a una conclusión significativa. Una tarea monumental, pero al ser una máquina, Erasmo no tenía limitaciones de energía o paciencia.

Tocó la mejilla de la niña mayor con una de sus sondas personales, y tomó su pulso estable. Daba la impresión de que cada gota de sangre le ocultaba secretos, como si toda la raza humana estuviera conspirando contra él. ¿Sería considerado Erasmo el idiota más grande de todos los tiempos? La sonda fibrosa se retrotrajo a las interioridades de su cuerpo, pero no sin que antes arañara intencionadamente la piel de la niña.

Cuando el robot independiente había sacado a estas gemelas idénticas de los recintos, su madre le había maldecido y llamado monstruo. Los humanos podían llegar a ser tan estrechos de miras, sin comprender la importancia de lo que estaba haciendo.

Con un escalpelo de láser autocauterizador, efectuó un corte en el cerebelo de la niña más pequeña (que medía 1,09 centímetros menos y pesaba setecientos gramos menos), y vio que la actividad cerebral de su hermana se desataba: una reacción de simpatía. Fascinante. Pero las niñas no estaban conectadas físicamente entre sí, ni tampoco mediante una máquina. ¿Sentía cada una el dolor de la otra?

Se reprendió por su falta de previsión y planificación.
Tendría que haber puesto a la madre en la misma mesa.

Omnius, que habló desde un altavoz mural, interrumpió sus pensamientos.

—Tu nueva esclava ha llegado, el último regalo del titán Barbarroja. Te espera en la sala de estar.

Erasmo levantó sus manos ensangrentadas. Había esperado con impaciencia la llegada de la mujer capturada en Giedi Prime, al parecer la hija del virrey de la liga. Sus vínculos familiares sugerían una superioridad genética, y ansiaba formularle muchas preguntas acerca del gobierno de los humanos salvajes.

—¿También la vas a viviseccionar?

—Prefiero mantener las opciones abiertas.

Erasmo miró a las gemelas, una ya muerta a causa de la incisión. Una oportunidad desperdiciada.

—Analizar esclavos dóciles aporta resultados irrelevantes, Erasmo. Toda idea de rebelarse ha sido extirpada de ellos. Por consiguiente, cualquier información que infieras es de utilidad militar cuestionable.

Erasmo mojó sus manos de plástico orgánico en un disolvente, para eliminar la sangre seca. Tenía acceso a miles de años de estudios compilados de psicología humana, pero incluso con tantos datos no era posible obtener una respuesta clara. Muchos autoproclamados
expertos
ofrecían respuestas muy dispares.

La melliza superviviente continuaba expresando su dolor y miedo.

—No estoy de acuerdo, Omnius. El ser humano es rebelde por naturaleza. Es una característica inherente de su especie. Los esclavos nunca nos serán leales por completo, por más generaciones que hayan pasado. De confianza, obreros, da igual.

—Sobrestimas su fuerza de voluntad.

La supermente parecía muy confiada.

—Y pongo a prueba tus deducciones erróneas. —Picado por la curiosidad, seguro de sí mismo, Erasmo se plantó ante la pantalla remolineante—. Con tiempo suficiente y la incitación adecuada, podría volver contra nosotros a cualquier trabajador leal, incluso al humano de confianza más privilegiado.

Omnius le rebatió con una letanía de datos extraídos de sus bancos. La supermente estaba segura de que sus esclavos seguirían siendo dóciles, aunque tal vez había sido demasiado complaciente, incluso indulgente. Quería que el universo funcionara con eficacia, y no le gustaban las sorpresas ni las reacciones imprevisibles de los humanos de la liga.

Omnius y Erasmo discutieron con creciente acaloramiento, hasta que el robot independiente puso fin al debate.

—Los dos estamos haciendo conjeturas basadas en ideas preconcebidas. Por lo tanto, propongo un experimento para determinar la respuesta correcta. Tú eliges al azar a un grupo de individuos que parezcan leales, y yo demostraré que puedo volverlos contra las máquinas pensantes.

—¿Qué lograrás con eso?

—Demostrar que es imposible confiar hasta en los humanos más fiables. Es un defecto fundamental de su programación biológica. ¿No te parecería una información útil?

—Sí, y si tu aserción es correcta, Erasmo, nunca más podré confiar en mis esclavos. Tal resultado exigiría el exterminio de toda raza humana.

Erasmo se sintió inquieto. Tal vez había quedado atrapado en propia lógica.

—Puede que… esa no sea la única conclusión razonable.

Deseaba saber la respuesta a una pregunta retórica, pero también la temía. Como era un robot curioso, esto era mucho más que una simple apuesta con su superior. Significaba una investigación de las motivaciones más profundas y los procesos de toma de decisiones de los seres humanos.

Pero las consecuencias de descubrir las respuestas podían ser terribles. Necesitaba ganar la discusión, pero de tal forma que Omnius no cancelara sus experimentos.

—Deja que reflexione en la mecánica del experimento —sugirió Erasmo, y después salió muy contento del laboratorio para ir conocer a su nueva esclava, Serena Butler.

52

El universo es un patio de recreo donde todo se improvisa. Ninguna pauta externa lo rige.

P
ENSADOR
R
ETICULUS
,
Observaciones
desde la perspectiva de un milenio

Cifras e ideas bailaban en sus sueños, pero cada vez que Norma Cenva intentaba manipularlas, se escapaban como copos de nieve que se derritieran en sus dedos. Entró con paso vacilante en su laboratorio, demacrada, y contempló las ecuaciones durante horas, hasta que se convirtieron en líneas fluctuantes ante sus ojos. Borró parte del cálculo con un ademán airado sobre el tablero magnético, y después volvió a empezar.

Ahora que trabajaba bajo la protección del legendario Holtzman, Norma ya no se consideraba un fracaso, una decepción para su madre. Gracias a sus poderes telepáticos, una hechicera había logrado asestar un golpe mortal a las máquinas pensantes de Giedi Prime, pero los descodificadores portátiles de Norma también habían contribuido a la victoria, pese a que el sabio Holtzman no había destacado su importante papel en la génesis de la idea.

A Norma le importaban un bledo la fama o el prestigio. Lo más importante era su contribución al esfuerzo bélico. Ojalá pudiera extraer algún significado de estas teorías vagas, aunque infinitamente prometedoras…

Norma fantaseaba mientras contemplaba el río Isana desde los laboratorios. A veces, echaba de menos a Aurelius Venport, que siempre la trataba con dulzura y afecto. Sin embargo, casi siempre daba vueltas en su cabeza a ideas descabelladas, cuanto más estrambóticas mejor. En Rossak, su madre nunca la había animado a tener en cuenta las posibilidades irreales, pero Tio Holtzman no las desdeñaba.

Other books

The Doctor's Wife by Luis Jaramillo
Vow of Chastity by Veronica Black
The Christmas Mouse by Miss Read
Solaris by Stanislaw Lem
Sly Fox: A Dani Fox Novel by Jeanine Pirro
Spud by John Van De Ruit
Four Quarters of Light by Brian Keenan