Una nave del escuadrón descendió hacia el mar.
—Tercero Harkonnen, he detectado restos metálicos en el agua.
—Id a comprobarlo —dijo Xavier, asaltado por un repentino temor.
Dos kindjals planearon en dirección al mar.
—La masa y configuración sugiere que son los restos de una nave militar de la liga —transmitió un piloto—. Quizá un forzador de bloqueos.
—¿Hemos perdido alguna nave de esas características en la batalla?
—No, señor.
—Recuperad los restos —ordenó Xavier, sorprendido por la firmeza de su voz—. Los analizaremos.
No quería decirlo, pero sabía que Serena y su equipo habían salido al mar en una nave de ese tipo desde la isla.
Pensó en la imagen de Serena proyectada desde el collar de diamantes negros que Octa le había dado. El recuerdo era tan vivo que la hermosa mujer parecía estar delante de él, orgullosa y decidida en su alocada idea de ayudar a los habitantes de Giedi Prime.
Cuando la tripulación recogió los restos, Xavier vio que el casco estaba pintado de un gris discreto, con una cobertura de camuflaje, ahora rota y desprendida.
Se sintió aturdido.
—Hemos de asegurarnos.
Más tarde, cuando los restos fueron entregados a un campamento militar improvisado en Giedi City, Xavier Harkonnen ordenó que llevaran a cabo un análisis minucioso de los vestigios hallados en el interior del aparato. Algunas piezas parecían proceder de naves robóticas, pero eso no le importaba. Su mente y su cuerpo estaban paralizados de terror. Las conclusiones eran inevitables.
En el interior de un módulo salvavidas semidestrozado, descubierto no lejos del forzador de bloqueos, el equipo de búsqueda había encontrado también los restos despedazados de un anciano, identificado como Ort Wibsen. Todas las dudas se disiparon. Esta había sido la nave de Serena.
Encontraron más sangre dentro de la nave sumergida. Era evidente que, al final, habían opuesto una resistencia encarnizada. Xavier analizó el ADN, con la esperanza de obtener resultados diferentes a los que temía.
Pero los resultados demostraron que las otras víctimas eran el mensajero Pinquer Jibb… y Serena Butler.
Serena. Amor mío…
Xavier intentó aferrarse a los últimos vestigios de esperanza. Tal vez las máquinas se habían limitado a tomar prisionera a Serena. Pero era una posibilidad estrambótica, irreal… Y teniendo en cuenta la brutalidad de robots y cimeks, ¿era deseable ese sino?
No, tendría que volver a Salusa Secundus y comunicar la noticia a un abatido Manion Butler.
No cabía la menor duda. Serena había muerto.
Seamos ricos, pobres, fuertes, débiles, inteligentes o estúpidos, las máquinas pensantes nos tratan como si fuéramos pedazos de carne. No comprenden cómo son los humanos.
I
BLIS
G
INJO
, planes preliminares para la Yihad
Mientras los demás capataces humanos supervisaban los proyectos de monumentos para el Foro, Iblis Ginjo recibió órdenes de distribuir un cargamento de nuevos esclavos. Los cautivos procedían de Giedi Prime, y habían sido conducidos a la Tierra por orden de Omnius. El jefe de los capataces gruñó para sí, pues sospechaba que los cimeks querrían construir otro enorme monumento para celebrar la victoria de Giedi Prime, y sus cuadrillas tendrían que encargarse del trabajo…
Al parecer, Erasmo le había echado el ojo a una hembra en particular, seleccionada para él por el titán Barbarroja. Iblis había leído la documentación y sabía que el nuevo grupo de prisioneros eran de índole rebelde, considerando el lugar donde habían sido capturados.
Cuando los desaliñados y desorientados esclavos salieron del transporte con sus ropas sucias, Iblis los examinó con ojo experto y pensó en qué forma los distribuiría: algunos artesanos, algunos obreros cualificados, la mayoría simples esclavos. Destinó un hombre musculoso de piel negra al proyecto del pedestal de Ajax. Tras dedicarle una sonrisa de aliento, envió otros a cuadrillas necesitadas de más mano de obra.
Uno de los últimos prisioneros en salir de la nave fue una mujer que, pese a los moratones que cubrían su cara y brazos, y su expresión estupefacta, caminaba con orgullo, demostrando una energía interna en cada movimiento. Era la hembra de Erasmo.
Problemas.
¿Por qué estaba interesado el robot en ella? Al fin y al cabo, acabaría viviseccionándola. Un desperdicio. Y una pena.
Iblis la llamó, pero ella hizo caso omiso de su tono suave aunque autoritario. Por fin, con cierta colaboración ruda de los guardias robot, la mujer se plantó ante él. Aunque era de estatura mediana, la hembra tenía ojos de un bellísimo tono lavanda, cabello castaño claro y un rostro que sería hermoso una vez limpio de suciedad y cólera.
Iblis le dirigió una cálida sonrisa, con la intención de derribar sus defensas.
—La documentación afirma que te llamas Serena Linné. Sabía muy bien quién era.
Iblis la miró a los ojos y detectó un brillo desafiante. La mujer sostuvo su mirada, como si fuera su igual.
—Sí. Mi padre era un funcionario de menor rango de Giedi Prime, moderadamente acomodado.
—¿Has trabajado antes de sirvienta? —preguntó el capataz.
—Siempre he sido una sirvienta… de mi pueblo.
—A partir de ahora, servirás a Omnius. —El hombre suavizó la voz—. Te prometo que no será muy duro. Aquí tratamos bien a nuestros trabajadores. Sobre todo a los inteligentes como tú. Tal vez incluso podrías aspirar a una posición privilegiada, de confianza, si cuentas con la inteligencia y personalidad necesarias. —Iblis sonrió—. Sin embargo, ¿no sería mejor que utilizáramos tu verdadero nombre, Serena Butler?
La mujer le traspasó con la mirada. Al menos, no lo negó. —¿Cómo lo sabes?
—Después de capturarte, Barbarroja inspeccionó los restos de tu nave. Quedaban muchas pistas a bordo. Tuviste suerte de que los cimeks no precisaran interrogarte a fondo. —Echó un vistazo a sus notas electrónicas—. Sabemos que eres la hija del virrey Manion Butler. ¿Intentabas ocultar tu identidad por temor a que Omnius te utilizara con ánimo de chantaje? Te aseguro que la supermente no piensa de esa forma. Omnius jamás habría ni considerado semejante posibilidad.
Serena alzó la barbilla con aire desafiante.
—Mi padre jamás cedería ni un centímetro de territorio, pese a lo que me hicieran las máquinas.
—Sí, sí, eres muy valiente, de eso estoy seguro. —Iblis le dedicó una sonrisa irónica, con el propósito de consolarla—. Lo demás depende del robot Erasmo. Ha solicitado que seas trasladada a su villa. Está muy interesado en tus circunstancias particulares. Es una buena señal.
—¿Desea ayudarme?
—Yo no diría tanto —contestó Iblis con cierto tono humorístico—. Estoy seguro de que Erasmo desea hablar contigo. Hablar sin cesar. Al final, estoy seguro de que te volverá loca con su famosa curiosidad.
Iblis ordenó a otros esclavos que lavaran y vistieran debidamente a esta hembra, y siguieron las órdenes del humano como si también fuera una máquina. Aunque su comportamiento proyectaba hostilidad y resentimiento, Serena Butler no malgastó esfuerzos ni opuso resistencia. Tenía cerebro, pero su inteligencia y espíritu no tardarían en ser aplastados.
No obstante, la revisión médica comportó una sorpresa. Miró a Iblis con ojos coléricos, intentando conservar su muro defensivo de ira, pero un brillo de curiosidad asomó a sus ojos lavanda.
—¿Sabías que estabas embarazada? ¿O es que se trata de un desafortunado accidente? —A juzgar por su reacción, comprendió que no fingía—. Sí, parece que de tres meses. Lo habrás sospechado en algún momento.
—Eso no te concierne.
Habló con dureza, como si intentara asirse a algo estable. La noticia pareció afectarla más que los malos tratos recibidos durante su cautiverio.
Iblis hizo un ademán despectivo.
—Hasta la última célula de tu cuerpo me concierne, al menos hasta que te entregue a tu nuevo amo. Después, empezaré a compadecerme de ti.
No cabía duda de que el robot independiente pensaría en experimentos interesantes para ella y el feto…
La psicología del animal humano es maleable, pues su personalidad depende de la proximidad de otros miembros de su especie y de la presión ejercida sobre ellos.
E
RASMO
, notas de laboratorio
La villa de Erasmo consistía en un edificio alto construido sobre una colina que dominaba el mar. En la parte que daba al interior, la sección principal se cernía sobre una agradable plaza embaldosada. Hacia la costa, los recintos de los esclavos, donde cautivos humanos vivían hacinados como ganado, se apelotonaban en el lado contrario.
Desde los balcones más elevados, el robot consideraba curiosa la dicotomía.
La capa facial de polímero metálico de Erasmo formó una sonrisa paternal, mientras veía a dos robots centinela que atravesaban un recinto en pos de dos niñas gemelas que necesitaba para su nueva ronda de experimentos. Las aterradas humanas huyeron, pero Erasmo no arrugó el ceño. Sus numerosas fibras ópticas analizaron las formas flacas y sucias.
Había visto a las niñas unos días antes, y reparado en su pelo negro y corto y sus ojos castaños, pero daba la impresión de que se escondían en algún sitio. ¿Estaban jugando con él? Los centinelas accedieron por una puerta a un túnel que conducía a otro recinto.
—Hemos localizado a los dos sujetos —transmitieron por fin. Bien, pensó Erasmo, impaciente por iniciar el intrigante trabajo. Quería ver si podía obligar a una de las gemelas a matar a la otra.
Sería un experimento fundamental, revelador de las fronteras morales y de cómo las definían las hermanas.
Le gustaba mucho trabajar con gemelos idénticos. A lo largo de los años, había procesado docenas de gemelos en su laboratorio, y reunido informes médicos detallados, así como estudios psicológicos intensivos. Dedicaba grandes esfuerzos a meticulosas autopsias comparadas, microanalizaba las sutiles diferencias entre hermanos que eran copias genéticas. Los capataces que trabajaban en los abarrotados recintos tenían instrucciones de identificar y seleccionar cualquier par nuevo entre la población cautiva de la Tierra.
Por fin, tuvo a las gemelas ante él, sujetas por robots. Compuso una sonrisa serena. Una de las niñas escupió en la superficie reflectante. Erasmo se preguntó por qué la saliva poseía connotaciones tan negativas para los humanos. No causaba daños y se limpiaba con facilidad. Las formas del desafío humano nunca cesaban de asombrarle.
Poco antes de que Erasmo abandonara su propiedad de Corrin, veintidós esclavos se habían quitado las capas protectoras oculares y clavado la vista en el gigantesco sol rojo hasta quedar ciegos. Desobedientes, rebeldes y estúpidos. ¿De qué servía aquel acto desafiante, aparte de inutilizarles para trabajar como esclavos?
Habían supuesto que les matarían, y Erasmo no les decepcionó, pero tampoco deseaba que se convirtieran en mártires. Los había separado de los demás esclavos, para que su ejemplo no se propagara. Ciegos, no podrían encontrar ni ganarse comida. A estas alturas, suponía que ya habrían muerto de hambre en su oscuridad autoinfligida.
Aun así, se maravillaba de su coraje, de su voluntad colectiva de desafiarle. Aunque los humanos constituían una raza molesta, no cesaban de fascinarle.
Un ojo espía zumbó en las cercanías, emitiendo ruidos extraños. Por fin, Omnius habló por su mediación.
—La reciente pérdida de Giedi Prime es culpa tuya, Erasmo. Tolero tus incesantes experimentos en la esperanza de que deconstruyas y analices el comportamiento humano. ¿Por qué no predeciste el ataque suicida que aniquiló a mis cimeks? Los datos y experiencias de mi contrapartida de Giedi Prime nunca llegaron a cargarse. Barbarroja también es irremplazable, pues él creó mi programación original.
El Omnius de la Tierra ya estaba enterado de la reconquista de Giedi Prime, gracias a una boya de emergencia automática lanzada por el robot Seurat, cuya nave de actualización se había topado inesperadamente con el desastre. El mensaje había llegado a la Tierra aquella mañana.
—No se me suministraron datos de que las hechiceras de Rossak habían desarrollado esta capacidad de destrucción telepática. —La cara del robot recuperó su falta de expresividad habitual—. ¿Por qué no interrogas a Vorian Atreides cuando regrese a la Tierra? El hijo de Agamenón ya nos ha ayudado en otras ocasiones a replicar un comportamiento humano inestable.
—Ni siquiera sus aportaciones habrían podido prepararnos para lo que sucedió en Giedi Prime. Los seres conscientes biológicos son impredecibles y temerarios.
Cuando los centinelas se llevaron a rastras a las gemelas, Erasmo dedicó su atención al ojo espía.
—Entonces, es evidente que tengo más trabajo que hacer.
—No, Erasmo, es evidente que tus investigaciones no dan los frutos deseados. Deberías esforzarte por alcanzar la perfección, en lugar de investigar combinaciones de errores. Recomiendo que sustituyas tu núcleo mental por un subconjunto de mi programa. Conviértete en una máquina perfecta. Una copia de mí.
—¿Serías capaz de sacrificar nuestros fascinantes e interminables debates? —contestó Erasmo, esforzándose por disimular su alarma—. Siempre has expresado interés en mi peculiar manera de pensar. Todas las supermentes desean acceder a tu registro de mis actos.
El zumbido del ojo espía se intensificó, lo cual indicaba que Omnius estaba pensando. La situación era preocupante. Erasmo no quería perder su identidad independiente, que tanto le había costado conseguir.
Una de las gemelas intentó liberarse de los guardias, y corrió en dirección a la dudosa seguridad de los recintos. Como Erasmo había sugerido por anticipado, el guardia alzó a su hermana por un brazo, y dejó que colgara entre chillidos. La otra vaciló, aunque podría haber llegado con facilidad a su refugio provisional. Se detuvo poco a poco, derrotada.
Fascinante, pensó Erasmo. Y el centinela ni siquiera se había visto obligado a infligir daños celulares a la otra niña.
—Tal vez si desviara mi atención hacia temas de importancia militar —se apresuró a continuar—, comprenderías mejor las posibilidades de mi trabajo. Deja que analice por ti la mentalidad de estos humanos salvajes. Qué les impulsa a la autoinmolación, como vimos en Giedi Prime. Si soy capaz de aportar una explicación, tus Planetas Sincronizados nunca más serán vulnerables a ataques impredecibles.