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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (14 page)

—Muy bien, Vorian. Seguiré intentándolo… y practicando.

Vor comprendió que tal vez un día se arrepentiría de enseñar a Seurat aquel tipo de humor.

—Por cierto, tengo algo más que metal en mi cerebro, como todas las máquinas pensantes. Nuestros sistemas neuroelectrónicos están hechos de las aleaciones más exóticas, en una red de fibras ópticas, polímeros complejos, circuitos gelificados y…

—De todos modos, te seguiré llamando Mentemetálica. Solo porque te molesta.

—Nunca comprenderé la estupidez humana.

Para guardar las apariencias, Seurat tomó el mando cuando el
Viajero onírico
aterrizó en el bullicioso espaciopuerto.

—Hemos llegado al final de otra ruta perfecta, Vorian Atreides. El joven, sonriente, se pasó los dedos por su largo cabello negro.

—Recorremos una ruta circular, Seurat. Un círculo no tiene fin.

—Omnius-Tierra es el principio y el fin.

—Eres demasiado literal. Por eso te venzo en tantos juegos de estrategia.

—Solo en el cuarenta y tres por ciento de las veces, jovencito —corrigió Seurat. Activó la rampa de salida.

—La mitad, más o menos. —Vorian se encaminó hacia la escotilla, ansioso por salir a respirar aire fresco—. No está mal para alguien proclive a las enfermedades, las distracciones, las debilidades físicas y otros desastres. Te estoy ganando terreno, si te tomas la molestia de examinar la tendencia.

Saltó a la pista de plasmento fundido.

Robots de carga se movían entre grandes piezas de maquinaria con inteligencia artificial que se movían sobre campos deslizantes.

Obreros de pequeño tamaño se introducían en tubos de escape. Máquinas de mantenimiento examinaban componentes necesarios para reparaciones. Robots cisterna llenaban de combustible naves aparcadas, preparando cada una para la misión que Omnius, en su infinita inteligencia, decidiera.

Mientras Vorian parpadeaba bajo el sol, un cimek gigantesco avanzó sobre piernas articuladas. Los mecanismos híbridos internos de la máquina se veían con claridad: sistemas hidráulicos, sensores, impulsos nerviosos azulados que se transmitían desde el electrolíquido hasta los mentrodos. En el núcleo de su cuerpo artificial colgaba el contenedor que albergaba la mente de un antiguo general humano.

El cimek hizo girar sus torretas sensoras, como si le estuviera apuntando, y después se desvió hacia Vor, al tiempo que alzaba sus brazos. Pesadas tenazas chasquearon.

Vorian corrió hacia delante.

—¡Padre!

Debido a que los cimeks intercambiaban con frecuencia cuerpos provisionales en función de las exigencias físicas de sus diversas actividades, resultaba difícil distinguirlos entre sí. Sin embargo, el padre de Vor siempre iba a recibirle cuando el
Viajero onírico
regresaba de sus misiones.

Vivían muchos esclavos humanos en los Planetas Sincronizados, al servicio de la supermente, aunque ninguno gozaba de las prerrogativas de Vorian. Los humanos como él recibían un adiestramiento especial en colegios de élite, y luego ocupaban puestos importantes bajo el dominio de las máquinas.

Vor había leído libros sobre las hazañas de los titanes y conocía las grandes conquistas de su padre. Educado bajo la protección de la supermente y entrenado por su padre cimek, el joven nunca había cuestionado el orden galáctico ni su lealtad a Omnius.

Como conocía el carácter apacible del capitán robot, Agamenón había utilizado su influencia para colocar a su hijo en la nave de Seurat, un puesto muy codiciado, sobre todo entre los humanos renegados. Al ser un robot independiente, Seurat no desdeñaba la compañía del joven, lo cual sugería que la personalidad impredecible de Vor era muy útil para sus misiones. En ocasiones, el propio Omnius pedía a Vor que participara en juegos de rol para comprender mejor la psicología de los humanos salvajes.

Vorian cruzó corriendo la pista de aterrizaje y se paró junto al cimek erizado de armas, mucho más alto que él. El joven contempló con afecto el contenedor cerebral de su padre, con su extraño rostro mecánico en la parte inferior.

—Bienvenido. —La voz de Agamenón era profunda y paternal—. Seurat ya ha descargado su informe. Una vez más, me siento orgulloso de ti. Has avanzando un paso en la consecución de tus objetivos.

Su torreta dio un giro de ciento ochenta grados, y Vorian corrió junto a las piernas blindadas cuando Agamenón se alejó de la nave.

—Siempre que mi endeble cuerpo sobreviva lo suficiente para alcanzarlos —dijo con vehemencia Vor—. Ardo en deseos de ser elegido para neocimek.

—Solo tienes veinte años, Vorian. Demasiado joven para mostrar un interés tan morboso por tu mortalidad.

Desde lo alto empezaron a descender cargueros atiborrados de material. Camiones conducidos por obreros humanos se prepararon a distribuir el cargamento, siguiendo rígidas instrucciones. Vor echó un vistazo a los esclavos, pero no pensó en su situación. Cada persona tenía una tarea independiente, pues todo humano y máquina era una pieza en los Planetas Sincronizados. Pero Vor era superior a los demás, puesto que algún día sería como su padre: un cimek.

Pasaron ante almacenes de combustible y suministros. Funcionarios humanos distribuían alimentos y materiales a los esclavos de la ciudad. Equipos de inspectores, tanto humanos como robóticos, llevaban a cabo controles de calidad y cantidad, en función de los planes de Omnius.

Vor no comprendía la vida de los obreros analfabetos que descargaban pesadas cajas en el muelle espacial. Los esclavos realizaban tareas que una simple máquina podría efectuar con más rapidez y eficacia. No obstante, se alegraba de que personas tan inferiores pudieran trabajar para ganarse su sustento.

—Seurat me contó lo de Salusa Secundus, padre. —Caminó a buen paso para emular las grandes zancadas del cimek—. Siento que tu ataque no tuviera éxito.

—Fue una simple prueba —dijo Agamenón—. Los humanos salvajes cuentan con un nuevo sistema defensivo, y ahora ya lo hemos tanteado.

Vor sonrió.

—Estoy seguro de que encontrarás la manera de someter a todos los hrethgir a la voluntad de Omnius. Como en los tiempos que describes en tus memorias, cuando los titanes detentaban el poder absoluto.

El cimek frunció el ceño para sí. Las fibras ópticas de Agamenón detectaban numerosos ojos espía que flotaban a su alrededor mientras los dos andaban.

—No echo de menos los viejos tiempos —dijo—. ¿Has vuelto a leer mis memorias?

—Nunca me canso de tus historias, padre. La Era de los Titanes, el gran Tlaloc, las primeras rebeliones de los hrethgir… Todo es fascinante. —Acompañar al impresionante cimek conseguía que Vor se sintiera especial. Siempre procuraba mejorar, dentro de los límites de su condición. Quería demostrar que era digno de las oportunidades que le habían concedido…, y más—. Me gustaría saber cómo es ese nuevo sistema defensivo de los hrethgir, padre. Quizá pueda ayudarte a descubrir un medio de neutralizarlo.

—Omnius está analizando los datos y decidirá lo que se debe hacer. Acabo de llegar a la Tierra.

Como la ambición era algo enraizado en su psicología, los titanes siempre estaban proyectando edificios y monumentos dedicados a celebrar los viejos tiempos de la humanidad y la Era de los Titanes. Ordenaban a artistas y arquitectos humanos en cautividad desarrollar diseños y bocetos originales, que los cimeks modificaban o aprobaban.

Muy cerca de ellos, enormes máquinas colocaban componentes de rascacielos y añadían pisos superiores a los complejos ya existentes, aunque las máquinas pensantes no necesitaban expandirse más. En ocasiones, tales esfuerzos extravagantes se le antojaban a Vor meras excusas para tener ocupados a los esclavos…

Nunca había conocido a su madre, pero sabía que siglos atrás, antes de que los titanes se hubieran transformado en cimeks, Agamenón había creado su propio banco de esperma, gracias al cual había engendrado a Vorian. Con el tiempo, el general podría procrear tantos hijos como quisiera utilizando madres aceptables.

Aunque nunca había sabido si tenía más hermanos, Vorian sospechaba que sí existían. Se preguntaba qué sentiría si los conociera, pero en una sociedad mecánica los vínculos emocionales no eran prácticos. Solo esperaba que sus hermanos no hubieran decepcionado a Agamenón.

Cuando su padre marchaba en sus frecuentes misiones, Vorian intentaba hablar con los titanes restantes, intrigado por los acontecimientos documentados en las célebres y voluminosas memorias de Agamenón. Algunos de los cimeks originales, sobre todo Ajax, eran arrogantes y trataban a Vor como si fuera un estorbo. Otros, como Juno o Barbarroja, le consideraban divertido. Todos hablaban con gran pasión de Tlaloc, el primero de los grandes titanes, quien había encendido la llama de la revolución.

—Ojalá hubiera conocido a Tlaloc —decía Vor, con la intención de prolongar la conversación. A Agamenón le gustaba hablar de los días gloriosos.

—Sí, Tlaloc era un soñador con ideas que yo nunca había escuchado antes —musitó el cimek mientras avanzaba por las avenidas—. En algunos momentos, era un poco ingenuo, no siempre comprendía las repercusiones prácticas de sus ideas. Pero yo se las descubría. Por eso formábamos un gran equipo.

Dio la impresión de que Agamenón caminaba a mayor velocidad mientras hablaba de los titanes. Cansado de intentar mantener su ritmo, Vorian jadeó en busca de aliento.

—Tlaloc tomó su nombre de un antiguo dios de la lluvia. Entre los titanes, Tlaloc era nuestro visionario, mientras que yo era el jefe militar. Juno era nuestra táctica y manipuladora. Dante se ocupaba de las estadísticas, la burocracia y el censo. Barbarroja fue el responsable de reprogramar las máquinas pensantes, con el fin de que sus objetivos fueran los mismos que los nuestros. Las dotó de ambición.

—Eso es bueno —dijo Vorian.

Agamenón vaciló, pero no verbalizó ninguna objeción, preocupado por los ojos espía.

—Cuando visitó la Tierra, Tlaloc comprendió que la raza humana se había estancado, que la gente había llegado a depender hasta tal punto de las máquinas que había caído en la apatía más absoluta. Sus objetivos se habían disipado, así como su energía, su pasión. Cuando no tenían otra cosa que hacer que dar rienda suelta a sus impulsos creativos, eran demasiado perezosos incluso para espolear su imaginación.

Sus altavoces proyectaron un sonido desagradable.

—Pero Tlaloc era diferente —le animó Vor.

La voz del cimek adquirió más emoción.

—Tlaloc se crió en el sistema de Thalim, en una colonia exterior donde la vida era difícil, donde se trabajaba con sangre, sudor y ampollas. Tuvo que esforzarse mucho para ganarse su puesto. En la Tierra, vio que el espíritu humano estaba a punto de morir…, ¡y la gente ni siquiera se había dado cuenta!

»Pronunció discursos con la intención de reanimar a los humanos, de despertarles a la realidad. Algunos le siguieron con interés, como si fuera una novedad. —Agamenón alzó sus poderosos brazos metálicos—. Pero solo le consideraron una diversión pasajera. Muy pronto, la gente volvió a dedicarse a sus pasatiempos hedonistas.

—Pero tú no, padre.

—Mi vida monótona me desagradaba. Ya había conocido a Juno, y los dos atesorábamos nuestros sueños. Tlaloc los cristalizó por nosotros. Después de que Juno y yo nos uniéramos a él, pusimos en marcha los acontecimientos que condujeron a la caída del Imperio Antiguo.

Padre e hijo habían llegado al complejo central donde residía Omnius-Tierra, aunque había nódulos de la supermente esparcidos por todo el planeta, formando una red de cámaras acorazadas y torres elevadas. Vorian siguió al cimek hasta el interior del gigantesco edificio, ansioso por interpretar su papel. Era un ritual que había repetido en numerosas ocasiones.

El cuerpo mecánico recorrió amplios pasillos y entró en una instalación de mantenimiento llena de tubos lubricantes, cilindros nutrientes burbujeantes, mesas pulidas y análisis de sistemas oscilantes. Vor extrajo un maletín de herramientas, y después conectó mangueras neumáticas y chorros de agua a alta presión, localizó trapos suaves y lociones para lustrar. Era la tarea que consideraba más importante como humano de confianza.

En el centro de la sala esterilizada, Agamenón se detuvo bajo un aparato elevador. Una mano magnética descendió y se sujetó al contenedor que albergaba su cráneo. Se abrieron puertos de conexión neuronal y surgieron cables de mentrodos. El brazo alzó el contenedor, todavía conectado a las baterías provisionales y los sistemas de mantenimiento vital.

Vorian se adelantó, cargado de aparatos.

—Sé que no puedes sentirlo, pero me gusta pensar que te sentirás más cómodo y eficiente.

Lanzó chorros de aire a alta presión y agua caliente sobre los puertos de conexión, y después utilizó una gamuza mojada para pulir cada superficie. El general cimek emitió murmullos de agradecimiento.

Vor terminó su trabajo, y después ajustó cables y echó un vistazo al diagnóstico.

—Todas las funciones óptimas, padre.

—No me extraña, gracias a tu minucioso mantenimiento. Gracias, hijo mío. Me cuidas muy bien.

—Es un honor para mí, padre.

—Un día, Vorian —dijo Agamenón con su voz sintética—, si continúas sirviéndome así, te recomendaré para la mayor recompensa. Pediré a Omnius que te convierta en un cimek, como yo.

Al escuchar sus palabras, Vorian volvió a sacar brillo al contenedor, y después miró con afecto las circunvoluciones del cerebro. Intentó disimular su rubor de vergüenza, pero asomaron lágrimas a sus ojos.

—Eso es lo mejor que un humano puede esperar.

19

Es fácil aplastar a los humanos, puesto que son formas físicas frágiles. ¿Representa algún reto en especial dañarlos o lisiarlos?

E
RASMO
, expedientes de laboratorio no cotejados

Erasmo no se sentía satisfecho, mientras contemplaba una vez más el cielo de la Tierra mediante cientos de fibras ópticas. El robot se encontraba en un elevado campanario de su villa, tras un ventanal curvo blindado. El paisaje de este planeta, con sus océanos, bosques y ciudades construidas sobre los huesos de otras ciudades, ya había sido testigo del auge y decadencia de incontables civilizaciones. Sus logros se le antojaban mínimos y humildes comparados con la amplitud de la historia.

Por consiguiente, tendría que redoblar sus esfuerzos.

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