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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (12 page)

—Oigamos a las mujeres de Rossak. Doy la bienvenida a Zufa Cenva.

Holtzman, con expresión de alivio, volvió a toda prisa a su asiento y se derrumbó en él.

La mujer tenía un aspecto misterioso. Joyas centelleantes adornaban su vestido negro y transparente, que revelaba la perfección de su cuerpo. Zufa Cenva se detuvo ante el contenedor del cerebro de la pensadora y escudriñó su interior. Su frente se arrugó al concentrarse, y dio la impresión de que el cerebro vibraba. El electrolíquido remolineó, y se formaron burbujas. Alarmado, el devoto monje retiró su mano del líquido.

La mujer se relajó, satisfecha, y subió al estrado.

—Debido a las peculiaridades de nuestro entorno, muchas hembras nacidas en Rossak gozan de capacidades telepáticas.

Las poderosas hechiceras de las selvas apenas habitables habían aprovechado sus poderes mentales para influir en la política. Los hombres de Rossak carecían de tal disposición.

—La Liga de Nobles se formó hace mil años para contribuir a nuestra mutua defensa, primero contra los titanes y después contra Omnius. Desde entonces, hemos intentado proteger a nuestros planetas del enemigo. —Los ojos de la mujer destellaron como piedras bruñidas—. Hemos de cambiar nuestra estrategia. Quizá ha llegado el momento de que ataquemos a los Planetas Sincronizados. De lo contrario, Omnius y sus lacayos nunca nos dejarán vivir en paz.

Los representantes de la liga murmuraron entre sí, con aspecto atemorizado, sobre todo después de la destrucción de Zimia. El virrey fue el primero en contestar.

—Eso es un poco prematuro, madame Cenva. No estoy seguro de que seamos capaces.

—¡Apenas sobrevivimos al último ataque! —gritó un hombre—. Y tan solo nos enfrentamos a un puñado de cimeks. Manion Butler parecía muy preocupado.

—Atacar a Omnius sería una misión suicida. ¿Qué armas utilizaríamos?

En respuesta, la impresionante mujer cuadró los hombros y extendió las manos, al tiempo que cerraba los ojos y se concentraba. Aunque todo el mundo sabía que Zufa poseía poderes extrasensoriales, nunca los había exhibido ante el Parlamento. Dio la impresión de que una luz interior iluminaba su piel lechosa. La atmósfera de la sala se agitó, y la electricidad estática erizó el vello de los congregados.

Destellaron relámpagos en las yemas de sus dedos, como si estuviera conteniendo una tormenta en su interior. Sus cabellos se retorcieron como serpientes. Cuando Zufa volvió a abrir los ojos, parecieron rebosantes de energía, como si el universo habitara detrás de sus pupilas.

Los delegados lanzaron exclamaciones ahogadas. Serena sintió la piel de gallina, como si miles de arañas venenosas reptaran sobre su mente. La pensadora Kwyna se removió en su contenedor.

Entonces, Zufa se relajó, reprimió la reacción en cadena de su energía mental. La hechicera exhaló un largo suspiro y dedicó una sonrisa sombría a los espectadores.

—Tenemos un arma.

16

Los ojos de la percepción normal no poseen un gran alcance. Con excesiva frecuencia, tomamos las decisiones más importantes basándonos en información superficial.

N
ORMA
C
ENVA
, cuadernos de laboratorio inéditos

Después de pronunciar su discurso ante la asamblea de la Liga de Nobles, Zufa Cenva regresó a Rossak. Después de varias semanas de travesía, su lanzadera se posó sobre un espeso sector del dosel selvático que había sido pavimentado con un polímero para transformar ramas y hojas en una masa sólida. Con el fin de que los árboles recibieran la humedad y el intercambio de gases necesarios, el polímero era poroso, sintetizado a partir de elementos químicos y orgánicos de la selva.

Los océanos tóxicos provocaban que el plancton, kelp y animales marinos de Rossak fueran venenosos para los humanos. Llanuras de lava cubrían la mayor parte de la superficie terrestre del planeta, sembrada de géiseres y lagos de azufre. Como la química botánica no dependía de la clorofila, el color primordial de todas las plantas era de un púrpura plateado. No había nada fresco y verde.

En la zona tectónicamente estable que circundaba el ecuador, grandes hendiduras de la placa continental creaban amplios valles donde el agua se filtraba y el aire era respirable. En estos ecosistemas protegidos, los colonos humanos habían construido sofisticadas ciudades-caverna, como colmenas practicadas en los riscos negros. En las escarpadas paredes externas crecían enredaderas, helechos y musgo. Aposentos confortables dominaban un espeso dosel selvático que se apretujaba contra los riscos. La gente podía salir sin problemas a las gomosas ramas superiores y descender a la espesa maleza, donde se cultivaban productos alimenticios.

Como para compensar la falta de vida en el resto de Rossak, los valles bullían de formas de vida agresivas: hongos, líquenes, bayas, flores, parásitos similares a orquídeas e insectos. Los hombres de Rossak, que carecían de las capacidades telepáticas de sus mujeres, habían dedicado su talento al desarrollo y extracción de drogas, productos farmacéuticos y venenos ocasionales de la despensa natural. Todo el planeta era como una caja de Pandora apenas entreabierta…

La alta hechicera vio que su amante Aurelius Venport, mucho más joven que ella, cruzaba un puente suspendido que comunicaba los riscos con las copas de los árboles. Sus facciones aristocráticas eran bellas, el pelo oscuro y rizado, el rostro largo y enjuto. Le seguía, sobre sus piernas rechonchas, la decepcionante hija de quince años de Zufa, fruto de una relación anterior.

Dos inadaptados. No me extraña que se entiendan tan bien.

Antes de seducir a Aurelius Venport, la hechicera había mantenido relaciones conyugales con otros cuatro hombres durante su época más fecunda, seleccionados por su linaje. Tras generaciones de investigación, desdichados abortos y retoños defectuosos, las mujeres de Rossak habían recopilado detallados índices genéticos de diversas familias. Por culpa de las numerosas toxinas y teratógenos ambientales, las posibilidades de que nacieran niños sanos y fuertes eran mínimas, pero por cada monstruo nonato o varón carente de todo talento, podía aparecer una milagrosa hechicera de piel clara. Cada vez que una mujer concebía un hijo, era como jugar a la ruleta. La genética nunca era una ciencia exacta.

Pero Zufa había analizado con sumo detenimiento cada linaje. Solo una de sus relaciones conyugales había dado fruto: Norma, una enana de apenas un metro veinte de estatura, de rasgos irregulares, cabello castaño deslustrado y carácter aburrido, además de ser una rata de biblioteca.

Muchos niños de Rossak nacían con cuerpos defectuosos, e incluso los sanos en apariencia pocas veces exhibían los poderes mentales de las hechiceras. No obstante, Zufa experimentaba una profunda decepción, e incluso vergüenza, por el hecho de que su hija no poseyera capacidades telepáticas. La hechicera viva más poderosa tendría que haber transmitido sus aptitudes mentales superiores, y ardía en deseos de que su hija se sumara a la guerra contra las máquinas, pero Norma no daba muestras de haber heredado su talento. Además, pese a las impecables credenciales genéticas de Aurelius Venport, Zufa nunca había podido coronar con éxito otro embarazo.

¿Cuántas veces más he de intentarlo, antes de sustituirle por otro semental?
Una más, decidió. Intentaría volver a quedarse embarazada en el curso de los siguientes meses. Sería la última oportunidad de Venport.

Zufa también estaba decepcionada por la independencia y carácter desafiante de Norma. Muy a menudo, la adolescente se concentraba en oscuros problemas matemáticos que nadie podía comprender. Norma parecía perdida en su propio mundo.

¡Hija mía, tendrías que haber sido mucho más brillante!

Nadie cargaba con el peso de más responsabilidades que el pequeño clan de hechiceras del planeta, y la carga de Zufa era la más pesada de todas. Ojalá pudiera confiar en todos los demás, sobre todo teniendo en cuenta el peligro que representaban los cimeks.

Como la mermada Norma nunca podría participar en una batalla mental, Zufa tenía que concentrarse en sus hermanas espirituales, aquellas jóvenes que habían ganado la
lotería genética
y conseguido capacidades mentales superiores. Zufa las adiestraría y alentaría, les enseñaría a destruir al enemigo.

Vio que Aurelius y la joven Norma llegaban al otro lado del puente y empezaban a descender por la complicada red de escalerillas que bajaba hasta el suelo. Como dos desterrados satisfechos, Norma y Aurelius habían simpatizado, y se utilizaban mutuamente como muletas.

Ensimismados en sus respectivas preocupaciones, que nada tenían que ver con la victoria, ninguno de ambos había reparado en que Zufa había regresado en la lanzadera. Sin duda, los dos inadaptados pasaban horas abriéndose paso entre el follaje en busca de drogas nuevas, que Aurelius incorporaba a sus negocios.

La hechicera meneó la cabeza, sin comprender sus prioridades. Aquellas drogas que los hombres desarrollaban servían de poco más que las misteriosas matemáticas de Norma. Sí, Aurelius era un hombre de negocios experto e inteligente, pero ¿de qué servía lograr enormes beneficios si la humanidad libre estaba condenada a la esclavitud?

Decepcionada con los dos, consciente de que sus hechiceras y ella tendrían que librar la verdadera batalla, Zufa se fue en busca de las jóvenes más poderosas que había reclutado para enseñarles la devastadora técnica nueva que había pensado para combatir contra los cimeks.

Mientras Norma le seguía a través de la maleza, Aurelius consumía cápsulas de un estimulante que sus químicos habían sintetizado a partir de las feromonas de un escarabajo del tamaño de un pedrusco. Venport se sentía más fuerte, con la percepción agudizada y los reflejos potenciados. No equivalía a los poderes telepáticos de la frígida Zufa, pero era mejor que sus capacidades naturales.

Algún día daría un salto de gigante, y se pondría a la altura de la poderosa hechicera. Tal vez Norma y él lo conseguirían juntos.

Aurelius conservaba su afecto por la severa madre de la muchacha. Toleraba de buen grado la actitud desdeñosa de Zufa. Las mujeres de Rossak se permitían en muy raras ocasiones el lujo del amor romántico.

Si bien Aurelius sabía muy bien que Zufa le había elegido por su potencial reproductor, la conocía mejor de lo que ella suponía. Empecinada en ocultar sus debilidades, la poderosa hechicera revelaba sus dudas en ocasiones, temerosa de no estar a la altura de las responsabilidades que se había fijado. Una vez, cuando comentó que conocía su empeño de ser fuerte, Zufa se había sentido furiosa y avergonzada.
Alguien ha de ser fuerte
, se limitó a contestar.

Como Aurelius no era telépata, a Zufa no le interesaba demasiado conversar con él. Quizá reconocía su talento como hombre de negocios, inversor y político, pero no valoraba estas cualidades cuando las comparaba con sus limitados objetivos. Con frecuencia, la hechicera intentaba que se sintiera un fracasado, pero sus escarnios solo servían para espolear a Aurelius en sus ambiciones, sobre todo en su deseo de descubrir una droga que le proporcionara poderes telepáticos equivalentes a los de su compañera.

Existían otras formas de librar una guerra.

La selva ofrecía un sinfín de posibilidades de curar enfermedades, abrir la mente y mejorar las capacidades humanas. Las posibilidades eran infinitas, pero Aurelius se decantó por investigar todas. Gracias a unas técnicas de venta y desarrollo apropiadas, los productos de Rossak ya le habían puesto en el camino de una gran riqueza. Un buen número de hechiceras le respetaban a regañadientes…, excepto su propia compañera.

Como empresario visionario, estaba acostumbrado a explorar alternativas. Como senderos que atravesaran una selva espesa, muchas rutas podían conducir al mismo lugar. A veces, bastaba abrirse paso con la ayuda de un machete.

Hasta el momento, no obstante, la droga correcta le había eludido.

Por otra parte, había distribuido con orgullo los trabajos matemáticos de Norma entre los círculos científicos. Aunque no comprendía sus teoremas, intuía que iba a descubrir algo importante. Tal vez ya lo había hecho, pero solo unos ojos expertos se darían cuenta. A Venport le gustaba la muchacha, y se comportaba con ella como si fuera un hermano mayor. En su opinión, Norma era un prodigio de las matemáticas, de manera que no le importaban su estatura o su apariencia. Quería concederle una oportunidad, aunque su madre nunca lo hiciera.

Norma estudiaba a su lado el diseño de una ancha hoja púrpura, y utilizaba un calibrador de rayo estrecho para medir sus diversas dimensiones y las relaciones entre los ángulos de las venas repletas de savia. La intensidad de su concentración dotaba a sus facciones de una expresión anhelante.

—Esta hoja ha sido diseñada y construida por la madre tierra Gala —dijo Norma con voz sorprendentemente madura, al tiempo que se volvía para mirarle—, Dios Creador, Budalá o como quieras llamarlo. —Alzó la hoja, que atravesó con un rayo de luz para poner de relieve los intrincados diseños celulares—. Configuraciones dentro de configuraciones, todo unido en complejas relaciones.

En su estado eufórico inducido por las drogas, Aurelius encontró el diseño hipnótico.

—Dios está en todo —dijo. Al parecer, el estimulante que había tomado sobrecargaba sus sinapsis. Examinó la textura iluminada de la hoja, mientras la muchacha señalaba las formas internas.

—Dios es el matemático del universo. Existe una antigua correlación conocida como la sección áurea, una armónica proporción de forma y estructura que se encuentra en esta hoja, en las conchas marinas y en los seres vivos de muchos planetas. Es la parte más diminuta de la clave, conocida desde la época de los griegos y los egipcios de la Tierra. La utilizaron en su arquitectura y en las pirámides, en su pentagrama pitagórico y en la secuencia Fibonacci. —La muchacha tiró la hoja—. Pero hay muchas cosas más.

Venport asintió y tocó con un dedo humedecido una bolsa de polvillo negro que colgaba de su cinturón. Frotó el polvo sobre el tejido sensible de su lengua y notó que otra droga penetraba en sus sentidos, hasta mezclarse con los restos de la anterior. Norma siguió hablando. Aunque Aurelius no comprendía su desarrollo lógico, estaba seguro de que las revelaciones eran fabulosas.

—Dame un ejemplo práctico —dijo, arrastrando las palabras—. Algo con una función que yo pueda comprender.

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