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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (49 page)

—Con el fin de restablecer el equilibrio de la neutralidad. En una ocasión, ayudé sin darme cuenta a los titanes, de manera que ahora debo contestar a tus preguntas con la misma objetividad. En el análisis definitivo, habré mantenido el equilibrio.

Iblis tragó saliva.

—Entonces, ¿has visto la conclusión?

La mente de Iblis daba vueltas en busca de preguntas útiles sobre debilidades y puntos vulnerables de las máquinas.

—No puedo proporcionar detalles militares o políticos concretos —dijo Eklo—, pero si verbalizas tus preguntas con inteligencia, como hizo Juno, obtendrás lo que necesitas. El arte de la inteligencia es una lección primordial de la vida. Has de ser más listo que las máquinas, Iblis Ginjo.

Eklo guió a Iblis durante más de una hora.

—He meditado sobre este problema durante siglos, mucho antes de que vinieras a verme. Si tú no triunfas, seguiré reflexionando.

—Pero no puedo fracasar. He de triunfar.

—Hará falta algo más que deseo por tu parte. Has de conectar con los sentimientos más profundos de las masas. Eklo guardó silencio varios segundos. Iblis se esforzó por comprender.

—¿Amor, odio, miedo? ¿Te refieres a eso?

—Son componentes, sí.

—¿Componentes?

—De la religión. Las máquinas son muy poderosas, y hará falta algo más que un levantamiento político o social para derrotarlas. La gente ha de aglutinarse alrededor de una idea poderosa que penetre en la misma esencia de su existencia, de lo que significa ser humano. Has de ser algo más que un humano de confianza: un líder visionario. Los esclavos necesitan alzarse en una gran guerra santa contra las máquinas, una yihad imparable que derribe a sus amos.

—¿Una guerra santa? ¿Una yihad? Pero ¿cómo puedo hacer eso?

—Solo te digo lo que intuyo, Iblis Ginjo, lo que he pensado e imaginado. Tú has de descubrir las restantes respuestas. Pero recuerda: de todas las guerras humanas de la historia, la yihad es la más apasionada, conquistar planetas y civilizaciones, arrasarlo todo a su paso.

—La gente que me envía los mensajes…, ¿cómo encaja en todo esto?

—No sé nada de ellos —dijo Eklo—, y no los veo en mis visiones. Tal vez has sido elegido especialmente, o también podría ser una argucia o una trampa de las máquinas. —El pensador guardó silencio un momento—. Ahora he de pedirte que te marches, porque mi mente está fatigada y necesito descansar.

Cuando Iblis partió de la torre, experimentó una extraña mezcla de júbilo y confusión. Necesitaba organizar la información en un amplio plan. Aunque no era un hombre santo ni un militar, sabía manipular a grupos de personas, canalizar sus lealtades con el fin de lograr sus propósitos. Sus cuadrillas harían casi cualquier cosa por él. Su talento para el liderazgo constituiría su arma más importante. Pero no podía conformarse con un grupo reducido de fieles. Para triunfar, necesitaba algo más que unos pocos cientos de personas.

Y tenía que ser muy precavido, por si las máquinas pensantes le estaban tendiendo una trampa.

Como tenía acceso a los ojos espía y los equipos de vigilancia de Omnius, Erasmo controlaba las actividades de sus sujetos experimentales. Muchos humanos de confianza leales habían hecho caso omiso de las insinuaciones que les había enviado. Otros se habían asustado demasiado para reaccionar. Pero algunos habían demostrado una divertida capacidad de iniciativa.

Sí. Erasmo creía que Iblis Ginjo era el candidato perfecto para demostrar que él tenía razón y ganar la apuesta a Omnius.

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«Sistemático» es una palabra peligrosa, un concepto peligroso. Los sistemas son obra de sus creadores humanos. Los sistemas asumen el mando.

T
IO
H
OLTZMAN
, discurso de aceptación
de la Medalla de la Gloria de Poritrin

Sentado en la abarrotada sala de los calculadores, Ishmael examinaba los muebles del sabio Holtzman, percibía el olor de los aceites utilizados para sacarles brillo, de los ramos de flores, de las velas perfumadas. Era un lugar limpio, confortable y acogedor…, mucho más agradable que los barracones de los esclavos hacinados en el delta del río fangoso.

El niño tendría que haberse sentido afortunado.

Pero este lugar no era Harmonthep. Echaba de menos su barquita, navegar por los riachuelos entre cañas altas. Añoraba en especial las noches, cuando los zensunni se congregaban en la cabaña central para contar cuentos, recitar poesía o escuchar a su abuelo leer los consoladores sutras.

—Odio este lugar —dijo Aliid a su lado, en voz lo bastante alta para que Tio Holtzman le dirigiera una mirada de reproche.

—Quizá preferirías volver a las marismas o a los campos de labranza, ¿eh?

Aliid frunció el ceño, pero sostuvo la mirada del científico.

—También odiaba esos lugares —murmuró, pero no a modo de disculpa.

El trabajo cesó. Todos los ojos se clavaron en él.

Holtzman sacudió la cabeza, incrédulo.

—No entiendo por qué os quejáis de todo. Os alimento y os visto, os doy tareas sencillas que sirven a la causa de la humanidad, y aún deseáis volver a vuestras miserables aldeas para revolcaros en la enfermedad y la suciedad.

El inventor parecía muy furioso.

—¿No os dais cuenta de que las máquinas pensantes intentan aplastar a todos los seres vivos? Pensad en todos los humanos que exterminaron en Giedi Prime, y nadie pudo detenerlas. A Omnius le es indiferente vuestra religión o vuestra estúpida política anticivilización. Si descubre vuestras cabañas, las destruirá y quemará.

Lo mismo que hicieron los negreros de Tlulaxa en mi pueblo
, Ishmael pensó. Vio que los ojos oscuros de Aliid destellaban y comprendió que su amigo estaba pensando lo mismo. Holtzman meneó la cabeza.

—Los fanáticos no tenéis ningún sentido de la responsabilidad. Por suerte, mi trabajo es imponéroslo por la fuerza. —Volvió a su tablilla de escribir y señaló los símbolos—. Esto son segmentos de ecuaciones. Necesito que los resolváis. Cálculos sencillos. Intentad seguir los pasos que os enseñé. —Entornó los ojos—. Cada respuesta correcta equivaldrá a una ración alimenticia diaria completa. Si cometéis errores, pasaréis hambre. Ishmael volvió a sus papeles y aparatos de cálculo, y se esforzó por resolver las ecuaciones.

En Harmonthep, todos los niños del pueblo habían recibido educación básica de matemáticas, ciencia e ingeniería. Los ancianos pensaban que esos conocimientos eran importantes para ellos, cuando su civilización floreciera de nuevo y los creyentes construyeran grandes ciudades como las nombradas en las enseñanzas zensunni. El abuelo de Ishmael, como muchos ancianos del pueblo, también dedicaba parte de su tiempo a instruir a los jóvenes en los sutras, en acertijos lógicos y filosóficos que solo podían resolver los principios del budislam.

En el planeta de Aliid, Anbus IV, las lunas, que orbitaban muy cerca, cambiaban las estaciones de manera radical, y provocaban que el planeta oscilara. Por ello, habían enseñado al niño ramas diferentes de matemáticas y astronomía, porque el calendario, siempre variable, afectaba a las mareas que rugían entre gargantas de roca roja, donde habían sido erigidas las ciudades zenshiítas. Los trabajadores encargados de controlar las mareas necesitaban cálculos sofisticados para comprender las variaciones. Aliid había aprendido las técnicas con el fin de ayudar a su pueblo. Aquí, no obstante, estaba obligado a ayudar a los amos que le habían esclavizado, y detestaba la idea.

El primer trabajo de Aliid en Poritrin había sido recolectar caña de azúcar. Durante semanas había cortado cañas altas, cuyo dulce zumo se convertía en azúcar o se destilaba para producir ron de Poritrin. El residuo fibroso de la caña se utilizaba para fabricar ropa. Le habían entregado una guadaña afilada, para cortar tallos que derramaban un líquido pegajoso. Los tallos se recogían después de los monzones, cuando estaban cargados de zumo y pesaban más.

Hacia finales de la temporada, su amo les había entregado a los mercados de esclavos de Starda, después de acusarles de provocar un incendio sospechoso en los silos de caña y destruir la mitad de la cosecha. Aliid lo había contado a Ishmael con una alegre sonrisa, pero nunca había confesado su participación en ningún sabotaje.

Ishmael, inclinado sobre sus cálculos, los comprobaba una y otra vez mediante barras deslizantes y contadores móviles del aparato de cálculo. Su estómago ya estaba gruñendo, pues Holtzman, irritado por las numerosas equivocaciones del día anterior, había jurado que no daría de comer a los calculadores hasta que demostraran su idoneidad para el trabajo. Casi todos los esclavos habían terminado el trabajo como era debido.

Pasados unos días, después de que los nuevos calculadores hubieran realizado a la perfección sus ejercicios, Holtzman les dio trabajo de verdad. Al principio, el inventor les dejó creer que era una prueba más. Sin embargo, Ishmael dedujo por su expresión y nerviosismo que estaba muy interesado en aquellos resultados.

Aliid trabajó con diligencia, pero Ishmael notó por su expresión que algo tramaba. Ishmael no estaba seguro de querer saber qué era.

Después de trabajar en sus cálculos durante varios días más, Aliid se acercó por fin a Ishmael.

—Es el momento de efectuar unos pocos cambios sutiles —dijo sonriente—. Lo bastante pequeños para que nadie se dé cuenta.

—No podemos hacer eso —protestó Ishmael—. Nos descubrirán.

El otro niño frunció el ceño, impaciente.

—Holtzman ya ha verificado nuestro trabajo, y no lo volverá a hacer. Ahora que confía en nosotros, puede concentrarse en algún otro objetivo. Es nuestra única oportunidad de vengarnos. Piensa en todo lo que hemos sufrido.

Ishmael no pudo contradecirle, y después de haber oído hablar a Bel Moulay de sangrientos desquites, le parecía una forma mejor de expresar su insatisfacción.

—Mira. —Aliid señaló una ristra de ecuaciones, y con su punzón hizo una marca diminuta, cambiando un signo de menos por uno de más, y luego desplazó la coma de los decimales a una parte diferente de la ecuación.

—Errores muy sencillos, fácilmente excusables, pero que producirán resultados muy diferentes.

Ishmael no estaba muy tranquilo.

—Entiendo que perjudicará a las invenciones de Holtzman, pero no veo en qué nos va a ayudar. Me preocupa más la manera de volver a casa.

Aliid le miró.

—Ishmael, conoces los sutras tan bien como yo, tal vez mejor. ¿Has olvidado el que dice
Cuando ayudas a tu enemigo, perjudicas a los creyentes
?

Ishmael había oído a su abuelo pronunciar la frase, pero nunca había significado gran cosa para él.

—De acuerdo. Pero nada que pueda parecer deliberado.

—Si entiendo algo de este trabajo —dijo Aliid—, hasta el error más ínfimo causará tremendos daños.

74

Psicología: la ciencia de inventar palabras para cosas que no existen.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles

En el soleado jardín botánico de la grandiosa villa del robot, Serena Butler recogía flores y hojas muertas, cuidaba las plantas en sus lechos y maceteros. Serena se ocupaba de sus tareas cotidianas como cualquier otra esclava, pero Erasmo la vigilaba siempre como si fuera un animal doméstico. Era su amo y carcelero.

Serena vestía un mono negro, y llevaba el pelo ámbar recogido en una cola de caballo. El trabajo le permitía pensar en Xavier, en las promesas que habían intercambiado, en la vez que habían hecho el amor después del ataque del erizón, y en la noche anterior a su escapada a Giedi Prime.

Cada mañana, Serena iba a cuidar las flores del robot, contenta de poder pensar, sin que nadie la molestara, sobre las posibilidades de huir de la Tierra. Día tras día, buscaba una vía de escape (los obstáculos parecían insuperables), o un medio de causar daños significativos a las máquinas pensantes, pese al hecho de que el sabotaje le costaría la vida, y también a su hijo nonato. ¿Podía hacer eso a Xavier?

Era incapaz de imaginar el dolor que padecería. Encontraría una forma de volver a su lado. Se lo debía a él, a ella y a su bebé. Había alimentado la esperanza de que Xavier sujetaría su mano cuando diera a luz. A estas alturas ya tendría que ser su esposo, sus vidas entrelazadas en una unión más fuerte que la suma de sus individualidades, un bastión contra las máquinas pensantes. Él ni siquiera sabía que aún estaba viva.

Acarició su estómago curvo. Serena sentía crecer al niño en su interior y temía lo peor. Dos meses más, y el bebé nacería. ¿Cuáles eran las intenciones de Erasmo respecto al niño? Había visto las puertas cerradas con llave de los ominosos laboratorios, había contemplado con horror y asco los sucios recintos de esclavos.

Y aun así, el robot la mantenía ocupada con las flores.

Erasmo solía quedarse inmóvil a su lado mientras trabajaba, con su rostro oval impenetrable cuando la retaba a discutir.

—La comprensión empieza por el principio —había dicho—. Debo construir unos cimientos antes de poder comprender algo.

—Pero ¿cómo utilizarás ese conocimiento? —Serena arrancó mala hierba—. ¿Pensarás en formas más extravagantes de infligir desdicha y dolor?

El robot hizo una pausa, su rostro convertido en un espejo que reflejaba una imagen distorsionada de Serena.

—Ese no es… mi objetivo.

—Entonces, ¿por qué tienes a los esclavos encerrados en unas condiciones tan terribles? Si no pretendes causar desdicha, ¿por qué no les das un sitio limpio donde vivir? ¿Por qué no les proporcionas mejor comida, educación y atenciones?

—No es necesario.

—Para ti quizá no —dijo, sorprendida por su audacia—, pero serían más felices y trabajarían mejor.

Serena era testigo de que Erasmo vivía rodeado de lujos (una afectación, puesto que ningún robot necesitaba tales cosas), pero los esclavos de la mansión, sobre todo los que se hacinaban en los recintos comunales, vivían en la mugre y el miedo. Siguiera cautiva o no, tal vez podría mejorar sus condiciones. Al menos, lo consideraría una victoria sobre las máquinas.

—Haría falta una máquina pensante verdaderamente… sofisticada —continuó— para comprender que la mejora de la calidad de vida de los esclavos aumentaría su productividad, beneficiando de paso a su amo. Los esclavos limpiarían y cuidarían de sus viviendas si contaran con un mínimo de recursos.

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