El sol abrasador de Arrakis creaba escasas sombras alrededor del monstruo y su confiado jinete. Para su travesura de hoy, Selim estaba muy contento de haber llamado al gusano más grande que había visto hasta el momento.
El naib Dhartha se quedaría aterrorizado, o al menos impresionado. Tal vez Budalá aniquilaría al traicionero naib cono castigo por lo que había hecho al inocente Selim. O quizá concedería al joven la oportunidad de vengarse a su manera. De hecho, Selim prefería esto último…
Después de más de un año de vivir de su ingenio, estaba bien alimentado, sano y feliz. Dios continuaba sonriéndole. El adolescente consumía más melange que nunca.
Selim había establecido seis puestos de suministro más por todo desierto, ocho en total, incluyendo otra estación botánica abandonada que había descubierto, aún más lejos de las montañas colonizadas. Había reunido más material del que creía posible, lo cual había convertido en un hombre rico, según los criterios de su pueblo.
Por las noches, reía solo del naib Dhartha y los demás aldeanos, que habían querido castigarle con el exilio. En cambio, Selim había renacido en el desierto. Budalá le había salvado, le había protegido. Las arenas le habían purificado, convertido en una nueva persona. Audaz, ingenioso y desafiante, se convertiría en una leyenda entre los nómadas del desierto. ¡Selim Montagusanos!
Pero eso solo sucedería si los zensunni se enteraban de su existencia. Solo entonces accedería al destino que se había fijado, un hombre reverenciado por su pueblo. Les mostraría en qué se había convertido.
Selim espoleó al monstruo hasta las montañas que conocía como la palma de su mano. Después de tanto tiempo viviendo solo sin nadie con quien hablar salvo él mismo, regresaba al único lugar al que podía llamar su hogar, pese a sus deficiencias y los desafíos que planteaba.
Distinguió a lo lejos líneas de roca verticales, como una fortaleza que protegía los valles de los gusanos. Los peregrinos zensunni habían construido sus hogares en aquellas cuevas, ocultando la entrada a ojos extraños. Selim conocía el camino.
El gusano se debatía bajo las piernas doloridas del muchacho reticente a acercarse a las rocas. Selim le obligó a pasar por delante de los altos riscos.
Mantuvo los segmentos abiertos con la lanza metálica, se irguió en toda su estatura y conservó el equilibrio. Su sucia capa blanca ondeaba al viento. Cuando el gusano desfiló ante la entrada de las cavernas, divisó diminutas figuras que parecían mirarle con asombro. Los gusanos nunca se acercaban tanto a las murallas rocosas pero él había guiado a este, como un monstruo a través de un océano inmenso. Lo controlaba a la perfección.
Selim vio más figuras en las rocas y oyó tenues chillidos, gente que llamaba a los demás. Al poco, estupefactos aldeanos zensunni invadieron los salientes. Le gustó ver sus ojos desorbitados, todos boquiabiertos.
Selim gritó al viento y les dedicó ademanes insolentes. Obligó al demonio a dar media vuelta. El monstruo retorció su cabeza de reptil y se revolvió delante del risco, como un animal amaestrado.
Nadie se movió.
Selim rió y profirió insultos contra el malvado naib Dhartha y el traidor Ebrahim. Con su ropa del desierto y la cara tapada, Selim dudaba de que alguien adivinara quién era. Se llevarían una sorpresa si descubrían que era el presunto ladrón de agua, el exiliado.
Habría obtenido más satisfacción si les hubiera revelado quién era y escuchado sus exclamaciones entrecortadas, pero de momento jugaría un poco con ellos, tejería una leyenda. Un día, se reiría de su incredulidad, tal vez se acercaría lo bastante para invitar al naib Dhartha a montar con él. Rió para sí.
Al cabo de un rato, Selim dirigió el gusano hacia el desierto. El monstruo corrió hacia las dunas con un siseo debido a la fricción. Selim no paró de reír en todo el camino, dando gracias a Budalá por una experiencia tan divertida.
Slahmad, el hijo del naib Dhartha, vio con incredulidad que el enorme gusano giraba en redondo como un animal doméstico y luego se alejaba. Un solo hombre había guiado al monstruo, una persona diminuta que se erguía sin miedo sobre el lomo.
Increíble. Mis ojos han
visto más que la mayoría de zensunni en toda su vida. Y solo tenía doce años.
Mahmad oyó a niños entusiasmados que hablaban de lo emocionante que sería montar en un gusano. Algunos intentaban adivinar la identidad del forastero loco que guiaba al demonio. Otros refugiados zensunni habían fundado pueblos y ciudades en cavernas de las montañas de Arrakis, de modo que podía ser miembro cualquier tribu.
Mahmad levantó la vista, ansioso por formular todo tipo de preguntas, y entonces vio a su padre de pie junto a él, con expresión impenetrable.
—Menudo idiota —gruñó el naib Dhartha—. ¿Quién podría ser tan temerario e indiferente a su supervivencia? Merece ser devorado por las bestias.
—Sí, padre —asintió Mahmad por la fuerza de la costumbre, pero interesantes posibilidades habían desfilado por su mente.
El dios de la ciencia puede ser una deidad cruel.
T
IO
H
OLTZMAN
, diario codificado
(destruido en parte)
Cuando Tio Holtzman descubrió un error de cálculo en el diseño de su fallido generador de resonancia de aleación, montó en cólera. Estaba sentado en su estudio privado, rodeado por los nuevos globos de luz que Norma había diseñado, repasando las tediosas ristras de cifras.
No había pedido a la joven que estudiara los detalles del catastrófico accidente, porque tenía miedo de que localizara un defecto de diseño, y eso sería demasiado violento. Norma había dicho desde el principio que el aparato no funcionaría tal como se esperaba, y había tenido razón. ¡Maldita fuera!
Como consecuencia, el inventor había dedicado horas a repasar el trabajo de sus esclavos calculadores. Y descubrió tres errores de menor importancia. Desde un punto de vista objetivo, aunque los cálculos hubieran sido correctos, su diseño original tampoco habría funcionado…, pero eso no venía al caso, decidió.
Los calculadores habían cometido errores imperdonables, con independencia de la importancia que tuvieran para el problema global. Pero bastaban para sacudirse la culpa de encima.
Holtzman entró como una tromba en la silenciosa sala donde los calculadores estaban sentados a sus mesas, intentando resolver los fragmentos de ecuaciones que Norma les había entregado. Se detuvo en la puerta y les miró de hito en hito.
—¡Cesad toda actividad! A partir de este momento, todo vuestro trabajo será controlado y verificado, pese al tiempo que exija. Repasaré cada papel, estudiaré cada solución. Vuestros errores han retrasado la defensa de la humanidad meses, tal vez años, y no estoy contento.
Los esclavos inclinaron la cabeza, sin establecer contacto visual.
Pero Holtzman no había hecho más que empezar.
—¿Es que no he sido un buen amo para vosotros? ¿No os he dado una vida mejor que la que padecíais en los campos de caña de azúcar o en las marismas? ¿Así me lo pagáis? Los calculadores nuevos le miraron, aterrorizados. Los antiguos, aquellos que no habían muerto de la fiebre, se hundieron en la tristeza más atroz.
—¿Cuántos errores más habéis cometido? ¿Cuántos experimentos más arruinará vuestra incompetencia? —Miró echando chispas a los esclavos, y luego agarró un papel al azar—. De ahora en adelante, si descubro errores intencionados, seréis ejecutados. ¡No lo olvidéis! Como estáis trabajando en un programa de guerra se os acusará de sabotaje y sedición.
Norma entró corriendo en la sala sobre sus cortas piernas.
—¿Qué sucede, sabio Holtzman?
El sabio alzó un papel escrito por él.
—He descubierto graves equivocaciones en mis cálculos del generador de resonancia. Ya no podemos confiar en su trabajo. Tú y yo, Norma, lo repasaremos todo. A partir de ya.
La joven parecía alarmada. Se inclinó apenas.
—Como gustéis.
—En el ínterin —dijo Holtzman, al tiempo que recogía papeles—, voy a reducir vuestras raciones a la mitad. ¿Para qué voy a llenar vuestra panza, si saboteáis nuestros esfuerzos por derrotar al enemigo? —Los esclavos gimieron. Holtzman llamó a los dragones para que se los llevaran—. No toleraré tamaña estulticia. Hay demasiado en juego.
Cuando estuvieron solos en la sala, Norma y él se sentaron y empezaron a estudiar los cálculos nuevos, hoja por hoja. La mujer de Rossak miró al científico como si estuviera sobreactuando, pero el hombre se inclinó sobre una mesa llena de papeles.
Al cabo de un rato, localizaron un error matemático cometido por uno de los nuevos esclavos, el llamado Aliid. Peor aún, el error no había sido percibido por su compañero, un niño llamado Ishmael.
—¡Mira, habría significado otro desastre económico! Estarán conspirando contra nosotros.
—Son solo niños, sabio —dijo Norma—. Me sorprende que sean capaces de efectuar cálculos matemáticos.
Holtzman, sin hacerle caso, ordenó a los dragones que trajeran a los dos muchachos, y luego, como si se lo hubiera pensado mejor, convocó de nuevo a todos los calculadores. Cuando los aterrorizados jóvenes fueron arrastrados a su presencia, el sabio les lanzó una acusación tras otra, aunque no parecían capaces de sofisticados sabotajes matemáticos.
—¿Pensáis que esto es una broma, un juego? Omnius podría destruirnos en cualquier momento. ¡Este invento podría habernos salvado!
Norma miraba al inventor, sin saber si conocía gran cosa de su proyecto, pero ahora estaba furioso.
—Cuando se plantan moluscos o se corta caña, un error de unos cuantos centímetros no importa. Pero esto… —agitó los cálculos ante sus rostros—, ¡esto podría significar la destrucción de toda una flota de combate!
Paseó su mirada encolerizada por el grupo de calculadores.
—Medias raciones deberían enderezaros. Tal vez cuando vuestros estómagos gruñan, os concentréis mejor en el trabajo. —Se volvió hacia los niños, que se encogieron de miedo—. En cuanto a vosotros dos, habéis perdido la oportunidad de trabajar conmigo. Pediré a lord Bludd que os asigne a los trabajos más duros. Tal vez así podáis demostrar vuestra valía, porque a mí no me servís de nada.
Se volvió hacia Norma, mascullando.
—Los echaría a todos, pero aún perdería más tiempo enseñando a los nuevos.
Sordo a los gruñidos de decepción, sin ningún deseo de escuchar la menor queja, el encolerizado científico salió de la sala, seguido por la mirada de Norma.
Un par de fornidos dragones se llevaron a Aliid e Ishmael.
Aprended del pasado. No lo llevéis como un yugo alrededor del cuello.
P
ENSADOR
R
ETICULUS
,
Observaciones
desde la perspectiva de un milenio
Agamenón iba al frente de la flota de naves blindadas preparada para atacar a las hechiceras de Rossak. Las naves principales transportaban al general cimek y a los dos titanes que le acompañaban, así como a docenas de ambiciosos neocimeks. Los ojos espía de Omnius controlaban sus movimientos.
Detrás de los cimeks, una flota de naves de guerra robóticas aceleró y les adelantó para llegar antes, esbeltos proyectiles de motores enormes y cargados de artillería. Eran unidades perecederas, que no regresarían a su base. Sus motores no ahorraban combustible para el viaje de vuelta. Llegaron con tal celeridad que, cuando las estaciones sensoras en órbita alrededor de Rossak las detectaron, las máquinas pensantes ya habían abierto fuego. Las naves de vigilancia destacadas en el perímetro del sistema no pudieron lanzar ni un disparo.
Mientras las naves robot atacaban las estaciones orbitales, los cimeks planeaban vengarse en la superficie.
Cuando su fuerza de choque se acercó a Rossak, los cimeks prepararon sus formas de combate blindadas. Servoasas instalaron los contenedores cerebrales en cavidades protegidas, conectaron los mentrodos con los sistemas de control y cargaron las armas. Los tres titanes utilizarían poderosas formas deslizantes, cuerpos voladores armados. Por contra, los neocimeks llevaban cuerpos de combate destructivos parecidos a cangrejos, con los cuales podrían abrirse paso sin problemas a través de la selva.
Agamenón y sus cimeks aceleraron. Instalado en su cuerpo volador, el general probó sus armas integradas. Estaba ansioso por notar el tacto de roca, metal y carne en la presa de sus garras cortantes.
Estudió diagramas tácticos y vio que las primeras salvas alcanzaban las estaciones defensivas que orbitaban sobre Rossak. Este puesto de avanzada de la liga era un planeta menor, de población relativamente escasa concentrada en los valles asfixiados por la selva, mientras el resto de la superficie y los océanos continuaban deshabitados. Rossak aún no había instalado los costosos escudos descodificadores Holtzman que protegían planetas humanos de mayor importancia, como Salusa Secundus y Giedi Prime.
Pero las mortíferas hechiceras, con sus siniestros poderes mentales, habían despertado la ira de los cimeks. Sin hacer caso de la batalla espacial, las naves de Agamenón se precipitaron hacia la turbia atmósfera. En las ciudades de las cavernas encontrarían a las hechiceras, sus familias y amigos. Víctimas, todos.
Abrió un vínculo mental con su fuerza de ataque cimek.
—Jerjes, toma el mando de la vanguardia, tal como hiciste e Salusa Secundus. Quiero tu nave al frente de todas.
La respuesta de Jerjes no pudo disimular su miedo.
—Deberíamos ser precavidos con esas mujeres telépatas, Agamenón. Mataron a Barbarroja, destruyeron todo lo que encontraron en Giedi Prime…
—Y nos dieron ejemplo. Enorgullécete de ser el primero en intervenir. Demuestra tu valía, y agradece la oportunidad.
—Yo… ya he demostrado mi valía muchas veces a lo largo de los siglos —dijo Jerjes en tono petulante—. ¿Por qué no enviamos primero robots de combate? No hemos visto la menor indicación de que Rossak cuente con una red descodificadora…
—Sea como sea, tú dirigirás el ataque. ¿Es que no tienes orgullo…, o vergüenza?
Jerjes cesó en sus excusas. Hiciera lo que hiciese por redimirse, no podría compensar jamás la equivocación que había cometido un milenio antes…
Cuando los primeros titanes todavía conservaban la forma humana, Jerjes era un joven adulador y servil, ansioso por tomar parte en los grandes acontecimientos, pero jamás había albergado la ambición o el impulso de convertirse en un revolucionario indispensable. En cuanto finalizó la conquista, gobernó el subconjunto de planetas que le cedieron los demás titanes. Jerjes había sido el más hedonista de los veinte, y se entregaba a los placeres del cuerpo físico. Había sido el último en someterse a cirugía cimek, pues no deseaba desprenderse de sus maravillosas sensaciones.