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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (69 page)

Vor se sorprendió al comprender que sus convicciones estaban cambiando rápidamente. Se sintió entusiasmado y aterrorizado al mismo tiempo, apartado de la seguridad de su vida cotidiana en la sociedad de las máquinas y empujado hacia el caos de lo desconocido y sus raíces biológicas salvajes. Pero sabía que debía hacerlo. Sabía demasiadas cosas ahora, veía la situación con ojos diferentes.

A su alrededor, los frenéticos esclavos no se preocupaban por las consecuencias de sus actos. Portaban toda clase de armas, desde primitivos garrotes hasta sofisticadas pistolas de desplazamiento celular, arrebatadas a los centinelas robot. Los rebeldes activaron artefactos incendiarios en el edificio de control del espaciopuerto y mataron a un neocimek que intentaba escapar.

Cuando se consideró a salvo, Vor se separó de la multitud y vagó con otros humanos por las calles mojadas, hasta adentrarse en la ciudad. Parecía un pordiosero, pero tenía un objetivo claro.

Tenía que llegar a la villa de Erasmo. La oscuridad empezaba a imponerse en los cañones que separaban los edificios, intensificada porque el Omnius de la Tierra había interrumpido la corriente eléctrica en los sectores invadidos por esclavos. Se acercaban nubes de tormenta, cargadas de humo y lluvia. Un viento frío se coló por entre las ropas delgadas de Vor, y el joven se estremeció.

Esperaba que Serena siguiera con vida.

Un grupo de esclavos de aspecto rudo derribó una puerta metálica y entró en un edificio. Había restos de máquinas pensantes por todas partes. Se comentaba con entusiasmo que hasta el titán Ajax había muerto.
¡Ajax!
Al principio no pudo creerlo, pero después no dudó de lo que había oído. A una manzana de distancia, un edificio estalló en llamas, arrojando una luz espectral sobre la calle.

Pese a lo que había descubierto sobre los crímenes y abusos de los primeros titanes, Vor experimentó una punzada de preocupación por su padre. Si Agamenón se encontraba en la Tierra, el general cimek estaría intentando aplastar la revuelta. Pese a todas las mentiras que Agamenón le había contado, todavía era su padre.

Vor aceleró el paso. Estaba cansado y preocupado. En la plaza situada frente a la mansión, una multitud de airados rebeldes se apretujaba contra una barricada improvisada. Los combates más encarnizados se habían trasladado a los centros principales de la capital, pero aquí daba la impresión de que los esclavos liberados estaban montando vigilancia, por motivos que Vor no comprendía. Hizo preguntas con cautela.

—Estamos esperando a Iblis Ginjo —contestó un hombre barbudo—. Quiere dirigir el asalto en persona. Erasmo sigue ahí dentro. —El hombre escupió sobre las piedras—. Y también la mujer.

Vor experimentó una sacudida. ¿A qué mujer se refería? ¿Podía ser Serena?

Antes de que pudiera preguntar, las instalaciones defensivas robotizadas de las almenas ornamentales lanzaron disparos aislados, con el propósito de dispersar a la multitud. Un grupo vestido con ropas de trabajo manchadas tomó posiciones estratégicas y disparó dos proyectiles explosivos, que destruyeron los emplazamientos de artillería del tejado.

Una pequeña sección de la plaza, resbaladiza a causa de la lluvia, había sido acordonada con postes y cables de plaz, y los humanos la rodeaban como guardianes…, o más bien como peregrinos, aunque pareciera extraño. Vor vio flores y cintas de colores diseminadas por la plaza. Intrigado, se acercó y preguntó a una anciana enjuta.

—Tierra sagrada —dijo la mujer—. Un niño fue asesinado aquí, y su madre luchó contra el monstruo Erasmo. Serena, que nos ayudó, cambió nuestras vidas, mejoró nuestras condiciones. Al oponer resistencia a las máquinas pensantes, Serena nos demostró que era posible.

Vor pidió más detalles, se enteró de que el robot había arrojado el niño al abismo.

El hijo de Serena. Asesinado.

—¿Serena está bien? —preguntó.

La mujer encogió sus hombros huesudos.

—Erasmo se ha atrincherado en la villa, y no la hemos visto desde entonces. Tres días. ¿Quién sabe lo que sucede al otro lado de esos muros?

La muchedumbre dejó pasó a un hombre de aspecto cansado, que llevaba una túnica negra y una cinta de capataz en el pelo. Una docena de hombres armados hasta los dientes le custodiaba como si fuera un líder importante. Alzó las manos, mientras los esclavos le vitoreaban y coreaban su nombre.

—¡Iblis! ¡Iblis Ginjo!

—Os prometí que podríamos lograrlo —gritó—. ¡Os lo prometí! —Su voz resonó en la plaza, sin necesidad de amplificación mecánica—. Mirad lo que hemos conseguido. Ahora, hemos de luchar por otra victoria. El robot Erasmo cometió el crimen que encendió la llama de nuestra gloriosa revuelta. Ya no puede esconderse detrás de esas paredes. ¡Ha llegado el momento de su castigo!

La voz apasionada del hombre fue como combustible arrojado a las llamas de la rebelión. La gente prorrumpió en gritos de venganza, y Vor no pudo contenerse. Alzó la voz para hacerse oír.

—¡Hay que salvar a la madre! ¡Hemos de rescatarla!

Iblis le miró, y los ojos de ambos hombres se encontraron. El carismático líder vaciló una fracción de segundo.

—¡Sí, salvemos a Serena! —gritó después.

A una orden de Iblis, la muchedumbre se convirtió en un arma organizada, un martillo descargado sobre el yunque de la villa asediada. Utilizaron las armas arrebatadas a los robots caídos para derribar las paredes de la villa, hasta que las células de energía se agotaron. Con un ariete improvisado, los hombres corrieron hacia la puerta principal y doblaron el pesado metal. Golpearon una y otra vez, y la puerta se combó. Una lluvia aceitosa empezó a caer.

Los guardias de la mansión intentaron defender la entrada. Vor supuso que la mayoría de estos defensores habían sido reprogramados, y no tenían capacidad para resistir mucho tiempo.

El ariete golpeó otra vez, y el hueco de las puertas se ensanchó más. Las máquinas estaban cediendo terreno.

Aunque no estaba muy seguro de sus nuevos sentimientos hacia las máquinas, Vor tampoco confiaba en la masa enloquecida. Les era indiferente la suerte de Serena, aunque hubiera sido la inspiración de la revuelta. Si la joven seguía aquí, se convertiría en objetivo de la venganza de Omnius.

Se juró que rescataría a Serena. Robaría una nave y huirían de los Planetas Sincronizados.

Sí, la devolvería a su amado Salusa Secundus…, aunque eso significara arrojarla en brazos de su amor perdido.

106

Hemos de aportar nueva información al equilibrio, y con ello modificar nuestro comportamiento. Es una cualidad humana sobrevivir gracias a la inteligencia, como individuos y como especie.

N
AIB
I
SHMAEL
,
Un lamento zensunni

Citando la más antigua de las leyes de Poritrin, lord Bludd decretó el terrible castigo que merecían los crímenes de Bel Moulay. La mayoría de los esclavos serían amnistiados, puesto que Poritrin necesitaba mano de obra, pero el líder de la insurrección no podía ser perdonado.

Ishmael se apretó contra Aliid en silencio. Los jóvenes cautivos del cañón habían sido trasladados a Starda y confinados en una celda desde la cual podrían presenciar la ejecución. Como castigo por los daños infligidos al mural, Niko Bludd les había alargado los turnos de trabajo, pero antes debían contemplar las consecuencias de la locura de Bel Moulay. Todos los esclavos tenían que estar presentes.

Los niños estaban cansados y hambrientos, con la ropa sucia y el cuerpo maloliente, porque hacía días que no se bañaban.

—Si os portáis como perros —gruñeron los capataces—, se os tratará como a perros. Cuando empecéis a comportaros como humanos, tal vez nos volvamos a plantear la situación.

Aliid masculló por lo bajo.

En la plaza central de Starda, los dragones arrastraron a un Bel Moulay cubierto de cadenas hasta una plataforma elevada que había sido erigida a propósito. La multitud se sumió en un inquieto silencio. Habían afeitado el pelo y la barba de Bel Moulay, pero sus ojos brillaban de rabia y determinación, como si se negara a aceptar que su rebelión había fracasado.

Los guardias arrancaron las vestiduras del líder zenshiíta hasta dejarle desnudo por completo para humillarle. Los esclavos gruñeron, pero su líder no dio muestras de desfallecimiento.

La voz de lord Bludd resonó en la plaza.

—Bel Moulay, has cometido crímenes ignominiosos contra todos los ciudadanos de Poritrin. Tengo derecho a castigar a todos los hombres, mujeres y niños que participaron en esta insurrección, pero voy a ser compasivo. Solo tú sufrirás las consecuencias de tus transgresiones.

La multitud gimió. Aliid se dio un puñetazo en la palma de la mano. Bel Moulay no dijo nada, pero su expresión no dejaba lugar a dudas.

Niko Bludd intentó adoptar un tono benévolo.

—Si aprendéis de esto, quizá os ganéis a la larga el derecho a una vida normal de servidumbre, para pagar vuestra deuda con la humanidad.

Ahora, los esclavos aullaron. Los guardias golpearon contra el suelo sus lanzas. Ishmael intuyó que, pese a su reacción, los esclavos estaban derrotados, al menos de momento. Habían visto a su líder humillado en público, encadenado, afeitado y despojado de sus vestiduras. Si bien no daba señales de sentirse derrotado, sus seguidores habían perdido el entusiasmo.

—Las leyes antiguas son violentas —dijo Bludd—, algunos dirían brutales, pero como tus actos han sido incivilizados y bárbaros, exigen la misma respuesta.

No concedieron a Bel Moulay la oportunidad de hablar. Antes bien, los guardias rompieron sus dientes a martillazos, y luego introdujeron en su boca unas largas tenazas metálicas, con las cuales procedieron a cortarle la lengua, que luego lanzaron a la muchedumbre.

A continuación, utilizaron hachas con hoja de diamante para cortarle las manos y arrojarlas a la multitud horrorizada. Chorros de sangre saltaron por los aires. Después, le quemaron los ojos con hierros al rojo vivo. Solo al final emitió el condenado unos leves gemidos, que logró reprimir.

Ciego, el líder de la insurrección no podía ver lo que estaban haciendo sus torturadores, hasta que pasaron el lazo alrededor de su cuello. Se debatió cuando el nudo se tensó alrededor de su tráquea, estrangulándole lentamente, pero sin llegar a romperle el cuello. Incluso después de sus horribles mutilaciones, parecía dispuesto a luchar contra los guardias si le daban la menor oportunidad.

Ishmael vomitó sobre el suelo. Varios niños cayeron de rodillas y empezaron a llorar. Aliid apretó los dientes, como para reprimir mil gritos.

Después de la ejecución, Norma Cenva sintió frío en la boca del estómago. Apenas habló, con Tio Holtzman a su lado, que contemplaba la escena con semblante sombrío, vestido con su mejor traje.

—Bien, él se lo ha buscado, ¿no? —dijo el sabio—. Nunca hemos tratado mal a nuestros esclavos. ¿Por qué nos hizo esto Bel Moulay, por qué saboteó nuestra guerra contra las máquinas pensantes? —Holtzman respiró hondo varias veces y miró a la diminuta mujer—. Ahora tal vez podamos volver al trabajo. Sospecho que los esclavos se portarán como es debido a partir de ahora.

Norma sacudió la cabeza.

—Esta represión es imprudente. —Miró el cuerpo que todavía se agitaba en la horca—. Lord Bludd solo ha logrado convertir a ese hombre en un mártir. Temo que aún no hemos visto el final de esto.

107

Las máquinas poseen algo que los humanos nunca tendrán: infinita paciencia y la longevidad que la sustenta.

Archivo de una actualización del O
MNIUS
de Corrin

Aunque Erasmo había enviado a sus últimos robots a defender la villa, sabía que se trataba de una mera maniobra dilatoria. La energía y violencia de la rebelión le asombraban, sobrepasaban todas sus proyecciones.

Los humanos poseen una infinita capacidad de sorprender a la mente más racional.

Los esclavos de los recintos habían sido liberados por sus hermanos hrethgir, y se habían sumado a las filas de los insurgentes. La revuelta se había extendido a toda la capital y a otros complejos urbanos de la Tierra. Su villa estaba rodeada, y no tardaría en caer.

A veces, los experimentos producen resultados inesperados.

Ataviado con su apariencia más feroz, con la intención de provocar pesadillas en los humanos, Erasmo se erguía en el balcón desde el que había arrojado al niño. Su rostro de metal líquido era tan aterrador como el de las gárgolas de la plaza, y su mente mecánica analizaba toda la información disponible, procesaba y reprocesaba. ¿Había sido un error matar al niño? ¿Quién habría pensado que la muerte de un ser tan trivial crearía semejante agitación?

Calculé mal su reacción.

La multitud de la plaza le maldijo y disparó contra el balcón numerosas armas de fuego, que no le alcanzaron. Lo más preocupante era que estaban atacando la pesada puerta de metal con un ariete, y los centinelas robot tenían dificultades para proteger la entrada. Si invadían la villa, destruirían a Erasmo, del mismo modo que habían matado al titán Ajax y destruido multitud de neocimeks y robots. Erasmo se convertiría en su objetivo principal.

En medio de las turbas, un corpulento hombre carismático estaba incitando a los rebeldes. El líder agitaba las manos, hablaba con pasión, daba la impresión de poseer un poder hipnótico sobre las masas. Apostrofó a Erasmo, y la multitud rugió.

El robot hizo una pausa para analizar sus datos nuevos, y reconoció al líder rebelde como uno de sus sujetos del experimento sobre la lealtad. Iblis Ginjo.

Iblis era un capataz de cuadrilla, bien tratado, bien recompensado, uno de los humanos de confianza. No obstante, había dado apoyo a la revuelta, tal vez incluso había sido uno de sus inspiradores. Mediante unos pocos comunicados, vagos y experimentales, Erasmo había animado a entrar en acción a este líder. Pero nunca había esperado una respuesta tan masiva e incomprensible.

En cualquier caso, Erasmo había demostrado que tenía razón. Uno de los ojos espía de la supermente flotó cerca de él. El robot no intentó disimular su satisfacción.

—Omnius, ha sucedido lo que había predicho: hasta los humanos más leales se revuelven contra nosotros.

—Así que has ganado la apuesta —dijo Omnius—. Qué mala suerte.

Erasmo examinó las llamas que devoraban la ciudad. Si analizaba la situación de manera objetiva, se trataba de un estudio fascinante de la naturaleza humana. La psicología de los grupos sometidos a tensión era intrigante, aunque peligrosa.

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