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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (71 page)

Vor, al darse cuenta de lo mucho que significaba aquello para Serena, cuadró los hombros y no protestó.

—Si no nos damos prisa, será demasiado tarde para todos nosotros.

Serena se irguió en toda su estatura, sin dejar de sostener la forma rígida de Manion.

—Estoy dispuesta. Vamos en busca del
Viajero onírico
.

109

Existe una infinita variedad de relaciones mecánicas y biológicas.

Entrada de los bancos de datos de O
MNIUS

Vor, Serena y el entrometido Iblis localizaron y robaron una lanzadera de pasajeros en una pista de aterrizaje de la propiedad de Erasmo. No llevaban provisiones o posesiones con ellos, excepto el cuerpo conservado del pequeño Manion. Mientras los esclavos continuaban saqueando la villa, Vor y sus compañeros huyeron del tumulto. No vieron robots centinela ni neocimeks. Ni tampoco titanes.

La pequeña nave sobrevoló el borde de la ciudad, lejos de los disturbios. En los días del Imperio Antiguo, esta colina había sido un barrio exclusivo de casas y jardines terraplenados. Las residencias habían sido abandonadas después de la conquista de las máquinas pensantes, y estaban casi en ruinas. Solo quedaban piedras y armazones de aleación.

Las memorias de Agamenón habían desdeñado la vida cotidiana de la gente en el Imperio Antiguo, pero ahora Vorian necesitaba dudar de todo. Se sentía triste y avergonzado. Gracias a Serena, se fijaba en cosas por primera vez, experimentaba pensamientos turbadores. Era como si un nuevo universo se hubiera abierto para él, y estuviera abandonando el antiguo.

¿Cómo le habían ocultado tantas cosas las máquinas pensantes? ¿O se había negado a ver lo evidente? El
Viajero onírico
albergaba extensos archivos históricos, pero nunca se había molestado en mirar. Había tomado al pie de la letra las crónicas de su padre.

Cuando contó a Serena lo que había descubierto, una sonrisa amarga curvó su boca.

—Tal vez todavía haya esperanzas para ti, Vorian Atreides. Tienes mucho que aprender… como ser humano.

Aparecieron ante su vista los edificios blancos del espaciopuerto, así como búnkeres militares, sensores y artillería pesada. Vor transmitió los códigos de acceso que siempre había utilizado en el
Viajero onírico
, y los robots centinela permitieron el paso de la veloz nave.

Con la mayor rapidez posible, Vor condujo la lanzadera a un hangar y desconectó todos los sistemas. Diversas naves estaban aparcadas entre muelles de carga, torres de lanzamiento y cisternas de reabastecimiento de combustibles. Cuadrillas de robot trabajaban en las naves de larga distancia, preparándolas para su partida.

El
Viajero onírico
se encontraba entre ellas, tal como Vor había esperado.

—Deprisa —dijo, y cogió a Serena de la mano. Iblis corrió detrás, armado con una pistola de grandes dimensiones, escasa protección si los soldados robot decidían atacar.

Vor tecleó el código de acceso en un panel y la escotilla de entrada se abrió.

—Esperadme. Si esto funciona, volveré enseguida.

Tenía que ocuparse de Seurat en persona.

Vor oyó el ruido de los robots de mantenimiento que instalaban una célula de combustible supletoria. Cuando llegó al puente de mando, no se molestó en disimular sus pasos. Seurat ya le habría detectado.

—¿Has estropeado tu nave, vieja Mentemetálica? —preguntó Vor—. ¿No pudiste pilotarla sin mí?

—Los rebeldes dispararon contra mi nave cuando entregué robots de combate para una reorganización táctica. Un motor sufrió una avería sin importancia. Daños superficiales en el casco.

El capitán robot movió su cuerpo para ajustar parámetros en sistemas abiertos. Sus fibras ópticas enfocaron un visor que le permitía controlar los trabajos minuto a minuto.

—Me será útil tu ayuda, Vorian Atreides —dijo por fin—. Parece que uno de los robots de mantenimiento no funciona muy bien. Todos los buenos están haciendo reparaciones de emergencia en robots de combate.

Vor sabía que debía proceder con rapidez. —Deja que eche un vistazo.

—Observo que has cambiado de vestimenta —dijo Seurat—. Con esos esclavos sueltos por las calles, ¿ya no estaba de moda tu uniforme de Omnius?

Vor no pudo reprimir una carcajada, pese a la tensión.

—Los humanos entienden más de moda que las máquinas.

Se acercó más a su amigo mecánico, y su mirada se clavó en la diminuta derivación de acceso a un panel desprotegido del cuerpo del robot. Aunque estaba cubierto de metal líquido y protegido por fibras interconectadas, Vor sabía que sería sencillo bloquear el acceso al impulsor de energía, cortocircuitar el convertidor de potencia y aturdir al capitán robot.

Metió la mano en un bolsillo, como si buscara algo, y extrajo una herramienta.

—Efectuaré un diagnóstico de ese robot de mantenimiento.

Fingió perder el equilibrio, se inclinó y hundió la herramienta en la derivación de acceso. Un impulso de la sonda desconectó la energía del robot.

El capitán mecánico se agitó, y luego se inmovilizó por completo. Si bien sabía que no había infligido a Seurat daños irreparables, Vor sintió una punzada de culpa y dolor.

—Lo siento, vieja Mentemetálica. —Oyó ruidos a su espalda, giró en redondo y vio a Serena e Iblis en el puente—. Dije que me esperarais.

Iblis avanzó, seguro de sí mismo una vez más, como si hubiera tomado el mando.

—Termina el trabajo. Destruye a la máquina pensante.

Se acercó al capitán, empuñando una herramienta pesada.

—No. —Vor, irritado, se interpuso entre el capataz y el robot—. He dicho que no. Seurat no. Si quieres que te saque de aquí, ayúdame a bajarle de la nave. Ya no causará problemas a nadie.

—Dejad de perder el tiempo, los dos —dijo Serena.

Iblis ayudó a Vor de mala gana a cargar el pesado robot hasta una escotilla lateral, que se abría a un muelle vacío situado junto a un dispensador de píldoras de combustible. Dejaron al capitán entre escombros y maquinaria.

Vor contempló un momento sus facciones en el rostro reflectante, y recordó alguno de los estúpidos chistes que su amigo le había contado, así como los innovadores juegos militares en los que se habían enzarzado. Seurat nunca le había hecho daño.

Pero Vorian Atreides, renacido, prefería estar con Serena Butler entre los humanos libres, pese a lo que debiera dejar atrás.

—Algún día volveré —susurró—, pero desconozco en qué circunstancias, vieja Mentemetálica.

Mientras Vor pilotaba la nave de actualizaciones, Iblis contemplaba desde una ventanilla la Tierra, que poco a poco iba disminuyendo de tamaño. Pensó en la revuelta que había inspirado, confió en que Aquim actuaría bien y la revolución se vería coronada con el éxito. Tal vez con la sabiduría del pensador Eklo, el monje pondría orden en la locura y plantaría cara con eficacia a Omnius.

Pero Iblis no lo creía. Las máquinas eran demasiado poderosas, y los Planetas Sincronizados demasiado numerosos. Pese a todo su trabajo, sospechaba que la revuelta inicial estaba condenada al fracaso, a menos que consiguiera ayuda inmediata de la Liga de Nobles.

110

Los humanos cometieron la estupidez de dotar a sus competidores de una inteligencia igual a la suya. Pero no pudieron evitarlo.

B
ARBARROJA
,
Anatomía de una rebelión

Se elevaban llamas de los gloriosos edificios vacíos, una afrenta para la edad de oro de los titanes. Las sabandijas humanas, embriagadas por su liberación, corrían chillando por las calles, arrojaban piedras y explosivos improvisados.

Agamenón hirvió de ira al ver los terribles daños que los rebeldes habían infligido ya a los monumentos y plazas. Incluso habían matado a Ajax, aunque era muy probable que el tozudo titán se lo hubiera buscado. De todos modos, era una pérdida grave, como la de Barbarroja.

¡Escoria! Los bárbaros no sabían lo que era libertad ni el libre albedrío. Eran incapaces de controlarse o de portarse como seres civilizados. Solo merecían ser esclavos. Incluso eso era demasiado bueno para ellos.

El general cimek recorrió las calles con su voluminosa forma de combate. Dispersó humanos, los lanzó al aire, los aplastó contra las paredes. Algunos de los más valientes le arrojaron objetos puntiagudos, que rebotaron en su cuerpo blindado. Por desgracia, no podía perder tiempo exterminándolos a todos.

Agamenón se encaminó hacia el cercano espaciopuerto, con la esperanza de encontrar a su hijo entre el caos. Si los rebeldes habían herido a Vorian (el mejor de los trece hijos del general hasta el momento), haría una buena escabechina. Había verificado las últimas informaciones, averiguado que el
Viajero onírico
estaba aparcado en el espaciopuerto y que los códigos de acceso de Vor habían sido utilizados, pero los informes eran confusos.

El titán aún no entendía la magnitud de la rebelión. Durante siglos, nadie había desafiado el gobierno de las máquinas pensantes. ¿Cómo era posible que los dóciles humanos se hubieran enfurecido hasta tal punto? Daba igual. Dejaría que Omnius y sus guardias robot se encargaran de los revoltosos.

De momento, Agamenón quería encontrar a su hijo. Él también tenía sus prioridades. Esperaba que Vor no se hubiera metido en líos.

Cuando el cimek cruzó el espaciopuerto, vio tres naves de carga en llamas, obra de saboteadores. Máquinas de apagar incendios intentaban extinguir las llamas antes de que los daños se propagaran.

El furioso titán buscó el muelle que albergaba al
Viajero onírico
. Se llevó una decepción al ver que la nave había desaparecido. Mediante rayos infrarrojos, vio que la pista todavía brillaba debido a las llamas de propulsión. Con la ayuda de sensores térmicos distinguió la estela que la nave había dejado en la atmósfera.

Cada vez más frustrado y sorprendido, descubrió al desactivado Seurat en un muelle abandonado. El robot yacía inmóvil, una estatua de polímeros metálicos y circuitos neuroeléctricos. Los rebeldes habían atacado a Seurat, le habían desconectado…, pero no destruido.

Impaciente, preocupado por Vorian, Agamenón volvió a conectar los sistemas del robot. Cuando Seurat recobró la conciencia, examinó el espaciopuerto con sus fibras ópticas para orientarse.

—¿Dónde está el
Viajero onírico
? —preguntó Agamenón—. ¿Dónde está mi hijo? ¿Está vivo?

—Con su típica impetuosidad, tu hijo me sorprendió. Me desactivó. —Seurat inspeccionó la zona de lanzamiento y extrajo conclusiones—. Vorian se habrá llevado la nave. Sabe pilotarla.

—¿Mi hijo es un cobarde?

—No, Agamenón. Creo que se ha unido a los rebeldes y huye con otros humanos. —Vio que el cimek se estremecía de ira—. Es un chiste muy malo —añadió.

Agamenón, enfurecido, dio media vuelta y se alejó a toda prisa. Había una nave de guerra abandonada en las cercanías, cargada de armas y perfecta para perseguir a alguien. Humanos salvajes estaban corriendo hacia ella, ansiosos por hacerse cargo de los controles, como si algún ignorante hrethgir fuera capaz de pilotar un vehículo tan sofisticado.

El cimek apuntó sus brazos provistos de cañones y lanzó una andanada de llamas que convirtió a los rebeldes en montoncitos de carne carbonizada. Pasó sobre los cuerpos ennegrecidos y se conectó con la nave de guerra. A una orden de Agamenón, los brazos prensiles de la nave se extendieron para desmontar el contenedor cerebral y prescindir de la forma de combate. Los sistemas de la nave elevaron el contenedor e instalaron el cerebro de Agamenón dentro del hueco de control.

La nave era veloz, sus armas estaban cargadas y preparadas para entrar en combate. Vorian le llevaba ventaja, pero el
Viajero onírico
era un vehículo más lento, diseñado para trayectos largos. Agamenón le alcanzaría sin problemas.

El cerebro, sumergido en el electrolíquido, se ajustó a los sensores de la nave y conectó los mentrodos, hasta que la nave se convirtió en su nuevo cuerpo. Agamenón despegó del espaciopuerto sobre piernas imaginarias.

Hiperaceleró en dirección a su presa.

Vor Atreides conocía las tácticas del combate espacial y las maniobras de evasión, porque Seurat le había dejado tomar los controles de la nave muchas veces, pero pilotaba el
Viajero onírico solo
por primera vez, sin Seurat.

Al salir de la Tierra adoptó un vector recto que les alejaría del sistema solar. Confiaba en que las provisiones y sistemas de apoyo vital de la nave bastarían para mantenerles vivos el mes que tardarían en llegar a Salusa Secundus. En ningún momento de su frenética huida se había parado a pensar en cuántos humanos podía alimentar el
Viajero onírico
, pero ahora ya no tenía alternativa.

Iblis Ginjo, nervioso, miraba por las ventanillas, estudiaba la inmensidad del espacio. Nunca había presenciado aquel espectáculo. Quedó boquiabierto al ver la inmensidad sembrada de hoyos de la luna.

—Cuando estemos cerca de Salusa —dijo Serena, ceñida a su asiento con el cinturón de seguridad—, la Liga de Nobles nos protegerá. Xavier vendrá a buscarme. Como… siempre.

El
Viajero onírico
cruzó la órbita de Marte, y luego atravesó el cinturón de asteroides. Vor siguió acelerando, mientras se dirigían en línea recta hacia el inmenso pozo de gravedad de Júpiter. Utilizaría la gravedad del gigante gaseoso para ajustar su rumbo.

Vor vio por los sensores posteriores una solitaria nave de guerra que se precipitaba hacia ellos a una velocidad tan desmesurada que las lecturas daban una indicación alterada de su posición. Ningún ser humano podría sobrevivir a tal aceleración.

—Esto no va a ser fácil —dijo Vor.

Serena le miró estupefacta.

—De momento, nada nos ha resultado fácil.

Vor no dejaba de vigilar la nave de guerra. Conocía las capacidades del
Viajero onírico
. Meses antes, cuando había utilizado maniobras tácticas desesperadas para eludir a la Armada de la Liga en Giedi Prime, Vor jamás había soñado que necesitaría todas sus dotes de piloto para huir de las máquinas pensantes, que le habían educado, entrenado… y engañado.

En un combate directo, la nave de actualizaciones no podría imponerse ni a un interceptor pequeño. El casco blindado del
Viajero onírico
aguantaría un rato, pero Vor no conseguiría esquivar a la nave de guerra mucho tiempo.

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