Read La Yihad Butleriana Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (68 page)

Después de tanto rato vendado, tuvo la impresión de que su oído y olfato se habían vuelto más precisos y delicados. Cuando paseó la vista a su alrededor, detectó señales de muchos habitantes, el hedor de cuerpos sin lavar, el sonido de gente que se movía.

Dhartha les condujo a unos aposentos situados en lo alto de una pared, y les dieron de comer pan crujiente con un poco de miel, y delgadas láminas de carne seca marinada en una salsa especiada. Después, escucharon música zensunni sentados alrededor de hogueras, así como relatos contados en un idioma que Venport desconocía.

Más tarde, el naib guió a los dos impacientes visitantes hasta un reborde rocoso que dominaba un mar interminable de dunas.

—Quiero enseñaros algo —dijo, con su rostro enjuto envuelto en las sombras, el tatuaje geométrico de su mejilla más oscuro que nunca. Los hombres estaban sentados con los pies colgando sobre el borde. Keedair paseó la vista entre Dhartha y Venport, ansioso por iniciar las negociaciones.

El naib tocó una campanilla, y un anciano apareció al cabo de poco, nervudo y de piel correosa. Tenía el pelo largo y blanco, y aún conservaba casi todos sus dientes. Como toda la gente del desierto, sus ojos eran de un azul intenso. Venport creía que era debido a la adicción a la melange. Los ojos de Keedair ya habían adquirido un tono anormal.

El anciano sostenía una bandeja con obleas oscuras, perfectamente cuadradas y cubiertas de un jarabe pegajoso. Ofreció las pastas a Venport, que tomó una. Keedair cogió otra, y el naib Dhartha una tercera. El hombre de pelo gris siguió de pie a su lado, observando.

Por lo que Venport había visto, en esta cultura las mujeres siempre servían a los hombres, al contrario que en Rossak. Tal vez los ancianos eran relegados a tareas domésticas.

Venport estudió la galleta, y después mordió una esquina. La comida que habían tomado antes había estado aderezada con cantidades significativas de melange, pero la galleta fue como una explosión de canela en su boca. Dio un buen mordisco, sintió que la energía y el bienestar se propagaban por todo su cuerpo.

—¡Delicioso!

Sin darse cuenta, devoró casi toda la galleta.

—Especia recogida en la arena esta misma tarde —explicó Dhartha—. Más potente que cualquier cosa que hayas tomado en cerveza o comida especiada.

—Excelente —dijo Venport. Las posibilidades desfilaron por su mente como regalos sin abrir. Keedair también consumió su galleta y exhaló un suspiro de satisfacción.

Venport intuía que el comercio de especia produciría pingües beneficios, y esperaba vender cantidades importantes a los nobles de la liga. Para lanzar la empresa, tenía previsto acompañar a Zufa Cenva en su siguiente viaje a Salusa Secundus. Mientras ella pronunciaba ardientes discursos en el Parlamento reconstruido, Venport haría contactos, dejaría caer insinuaciones y distribuiría pequeñas muestras. Exigiría tiempo, pero la demanda aumentaría. Alzó su último trozo de galleta.

—¿Es esto lo que querías enseñarnos, naib Dhartha?

El líder aferró el brazo delgado pero musculoso del anciano.

—Este hombre es lo que quiero que veáis. Se llama Abdel. —El naib hizo una breve reverencia, que el anciano le devolvió a su vez, y luego se inclinó ante los dos invitados, ahora que había sido presentado—. Abdel, dile tu edad a los visitantes.

El hombre habló con voz tenue pero fuerte.

—He visto la constelación del escarabajo cruzar la Roca del Centinela trescientas catorce veces.

Venport, confuso, miró a Keedair, que se encogió de hombros.

—Un diminuto asteroide de nuestro cielo —explicó el naib—. Va y viene con las estaciones y cruza una delgada aguja de roca cercana al horizonte. Lo utilizamos como calendario.

—Va y viene —dijo Keedair—. ¿Quieres decir dos veces al año? El naib asintió.

Venport efectuó un rápido cálculo mental.

—Está diciendo que tiene ciento cincuenta y siete años de edad.

—Casi —dijo Dhartha—. Los niños no empiezan a contar hasta después de los tres años, de modo que en teoría tiene ciento sesenta años. Abdel ha consumido melange toda su vida. Observad lo sano que está…, con ojos brillantes y la mente despierta. Es muy probable que viva unas cuantas décadas más, siempre que siga consumiendo especia con regularidad.

Venport estaba asombrado. Todo el mundo había oído historias sobre drogas que prolongaban la vida, de tratamientos desarrollados en el Imperio Antiguo, para luego caer en el olvido cuando el régimen se derrumbó. Casi todas las historias no eran más que leyendas. Pero si el viejo estaba diciendo la verdad…

—¿Tienes alguna prueba de esto? —preguntó Keedair.

Un destello de ira alumbró en los ojos del naib.

—Os ofrezco mi palabra. No hacen falta más pruebas.

Venport indicó con un gesto a Keedair que no insistiera. Por el efecto que le había causado la melange, estaba dispuesto a creerlo todo.

—Realizaremos análisis para asegurarnos de que no hay más secuelas que el cambio de color en los ojos. Puede que añada la melange a mi catálogo de productos. ¿Podríais proporcionar cantidades suficientes para usos comerciales?

—Las reservas son inmensas —contestó el naib.

Ya solo quedaba negociar los detalles de la transacción comercial. En parte, Venport tenía la intención de ofrecer algo inusual como pago. ¿Agua? ¿O tal vez estos nómadas querrían algunos globos de luz de Norma, para iluminar sus túneles y cuevas? De hecho, los globos tal vez serían más útiles a los zensunni que créditos de la liga. Tenía algunas muestras en el transporte que le esperaba en Arrakis City.

Cogió la última galleta de la bandeja. Venport observó que el anciano sostenía la bandeja inmóvil, sin el menor temblor en los dedos. Otra buena señal, de la que Tuk Keedair también tomó buena nota. Los socios asintieron.

105

Mi copiloto piensa en las hembras humanas sin cesar, pero hasta el momento no parece que eso le haya distraído de sus deberes. Le vigilaré con atención, por si acaso.

S
EURAT
, observación entregada a Omnius

El
Viajero onírico
entró en la atmósfera de la Tierra, de regreso de su largo viaje. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Vor había visto a Serena Butler…, y necesitaba discutir con su padre las discrepancias históricas que había descubierto.

A bordo de la nave negra y plateada, Seurat y él controlaban la maniobra de acercamiento y observaban las lecturas de la temperatura exterior. El cronómetro de la nave se ajustó automáticamente a la hora de la Tierra.

Eso recordó a Vor que Agamenón había adaptado sus memorias a una versión de la historia más de su gusto. Los titanes no eran los héroes gloriosos y bondadosos que su padre había retratado.

Serena Butler había obligado a Vor a descubrir la verdad sobre Agamenón. Vor se preguntó si habría pensado en él en su ausencia. ¿Le respetaría ahora Serena, o seguiría prendada de su amante perdido, el padre de su hijo? Vor sintió un nudo en el estómago debido a la impaciencia. Durante toda su estructurada vida nunca se había enfrentado a tanta incertidumbre como en los últimos meses.

Tal vez Agamenón le estaría esperando en el espaciopuerto. Todas las grandes promesas del titán, la oferta de abandonar un cuerpo frágil y transformarse en neocimek, ya no emocionaban a Vor. Todo había cambiado.

Vor desafiaría a su padre, acusaría al general de falsificar la historia y deformar los hechos, de engañar a su propio hijo. En parte, deseaba que el titán tuviera una historia preparada, una explicación tranquilizadora, para que Vor pudiera volver a su vida habitual.

No obstante, en el fondo de su corazón sabía que Serena no le había engañado. Había visto pruebas suficientes con sus propios ojos, sabía cómo trataban las máquinas a los seres humanos. Vor no podía seguir fingiendo…, pero tampoco sabía qué hacer. Tenía mucho miedo de volver a la Tierra, aunque era consciente de que debía hacerlo.

Agamenón se daría cuenta del cambio de actitud de su hijo, y Vor ya sabía que el titán había matado a los doce hijos anteriores que le habían decepcionado.

—¿Qué deduces de esto, Vorian? —Seurat interrumpió sus pensamientos al acercarse al espaciopuerto de la capital—. Detecto inconsistencias en los datos y un nivel alarmante de caos físico.

El capitán robot buscó imágenes más cercanas.

Vor se quedó estupefacto al ver fuego, humo y edificios destruidos, además de tropas robot y cimeks. Grupos de humanos corrían por las calles. Sintió una mezcla de emociones que nunca había experimentado.

—¿Habrá atacado la Armada de la Liga?

Pese a sus recientes descubrimientos, no podía creer que restos dispersos de humanos libres fueran capaces de infligir tal destrucción a la capital del planeta. Omnius nunca lo habría permitido.

—Las pantallas no muestran naves humanas en las cercanías, Vorian. No obstante, el conflicto continúa.

Seurat parecía perplejo, pero no demasiado preocupado. Al menos, procuró no bromear sobre la situación.

Vor ajustó los controles ópticos, enfocó la orilla del mar y localizó la villa de Erasmo. Vio más incendios, edificios y monumentos dañados, batallas en las calles. ¿Dónde estaba Serena?

Poco a poco, a regañadientes, empezó a comprender lo que estaba sucediendo. ¡Los humanos estaban luchando contra las máquinas! La sola idea despertó pensamientos que habría preferido evitar, porque se le antojaban desleales a Omnius. ¿Cómo podía ser esto posible?

El
Viajero onírico
detectó una señal de emergencia utilizada por la supermente para conectar con sus fuerzas subsidiarias.

—Que todas las máquinas pensantes se dirijan a los perímetros defensivos y los puestos de batalla… La revuelta humana se extiende… El núcleo de Omnius sigue defendido… Cortes de energía en muchos sectores…

Vor miró el rostro reflectante del capitán robot. Las fibras ópticas brillaban como estrellas.

—Una situación inesperada. Nuestra ayuda es obligatoria.

—Estoy de acuerdo —dijo Vor.
Pero ¿a qué bando he de apoyar?
Nunca había esperado sentirse así, desgarrado entre sus lealtades.

El
Viajero onírico
se dirigió hacia la ciudad en llamas. Cerca de la villa de Erasmo, las máquinas pensantes habían formado un cordón contra las turbas. Se habían levantado barricadas en la plaza embaldosada donde Vorian había llegado en carruaje durante sus visitas anteriores. Parte de la fachada había sufrido daños, pero la villa parecía intacta.

Espero que ella esté a salvo.

Seurat sobrevoló el espaciopuerto de la ciudad, preparado para aterrizar. Reaccionó de repente y ganó altura.

—Nuestras instalaciones y naves ya han sido asaltadas por los rebeldes.

Vor continuó estudiando el caos. —¿Adónde podemos ir?

—Mis instrucciones de aterrizaje sugieren un antiguo espaciopuerto en el borde sur de la ciudad. La pista de aterrizaje todavía funciona, y sigue bajo el control de Omnius.

Cuando la nave aterrizó, Vor vio cadáveres humanos ennegrecidos y máquinas despedazadas alrededor del perímetro. En las pistas de la parte norte tenía lugar una violenta batalla entre neocimeks y rebeldes suicidas que habrían arrebatado las armas a robots centinela destruidos.

Seurat puso en modo de espera los motores y sistemas electrónicos de la nave. Media docena de robots armados corrieron a la pista de aterrizaje, como para defender la nave y las valiosas actualizaciones de Omnius que transportaba.

—¿Qué quieres que haga, Seurat? —preguntó Vor, con el corazón acelerado.

Seurat respondió con sorprendente intuición.

—Ofreceré la nave para transportar robots a donde Omnius quiera. Permanecer a bordo es tu mejor opción, Vorian Atreides. Creo que será el lugar más seguro.

Vor ardía en deseos de localizar a Serena Butler.

—No, vieja Mentemetálica. Podría entrometerme en tu trabajo. Déjame en el espaciopuerto y no te preocupes por mí.

El robot meditó sobre la petición de Vor.

—Como desees. Sin embargo, debido a la situación, lo mejor sería que permanecieras oculto. Aléjate de los combates. Eres un elemento valioso, el hijo de Agamenón, pero también eres un humano. Ambos bandos suponen un peligro para ti.

—Entiendo.

Seurat le miró con expresión indescifrable.

—Cuídate, Vorian Atreides.

—Tú también, vieja Mentemetálica.

Mientras Vor bajaba corriendo la rampa, las máquinas pensantes transmitieron alarmas y mensajes a otras unidades militares. Las plataformas de aterrizaje del norte habían caído en poder de los rebeldes. Cientos de personas estaban invadiendo la pista. Una docena de robots tomó posiciones alrededor del
Viajero onírico
para protegerlo.

Amparado tras un vehículo terrestre aparcado, y sintiéndose más vulnerable que nunca, Vor vio que la nave de actualizaciones despegaba. Tan solo un día antes, Seurat y él se habían distraído practicando juegos de estrategia. Unas horas después, todo había cambiado de manera radical.

Los humanos invadieron los edificios del espaciopuerto. Omnius había decidido minimizar las pérdidas, dejando a unas pocas máquinas pensantes para resistir a los hrethgir. Vor buscó un lugar donde protegerse, consciente de que llevaba el uniforme oficial de un humano de confianza, un servidor de los Planetas Sincronizados. Pocos humanos ocupaban altos cargos en el sistema de las máquinas pensantes, y si los sublevados le veían, sería su fin.

La pista estaba sembrada de cadáveres. Vor agarró por los brazos a un hombre de su tamaño y le arrastró hasta el espacio en sombras que separaba dos edificios humeantes. Renunció a una parte de su pasado, se quitó el traje de vuelo que había utilizado tantas veces en el
Viajero onírico
y se vistió con las ropas del rebelde.

Cubierto con una camisa raída y unos pantalones sucios, esperó su oportunidad y se unió a las masas. Gritaban
¡Victoria!
y
¡Libertad!
mientras entraban en los edificios del espaciopuerto. Pocos centinelas robot oponían resistencia.

Vor confió en que las turbas no destruyeran todas las instalaciones y naves robot. Si se habían tomado la molestia de trazar planes por adelantado, los líderes de la revuelta sabrían que sería preciso escapar a cualquier precio de los Planetas Sincronizados.

Other books

The Strange Proposal by Grace Livingston Hill
Behind His Blue Eyes by Kaki Warner
The Parlour (VDB #1) by Charlotte E Hart
The Lawman's Betrayal by Sandi Hampton
All Souls by Christine Schutt
Dessa Rose by Sherley A. Williams
Eagle’s Song by Rosanne Bittner
Final Mend by Angela Smith