La Yihad Butleriana (47 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La extravagancia era ineficaz e innecesaria, aparte de anacrónica, pero el humano había oído que Erasmo solía hacer cosas inexplicables. Vor no podía imaginar por qué un representante tan importante de la supermente quería verle.

Tal vez Erasmo había estudiado algunos de los simulacros y juegos de guerra que Vorian había practicado con Seurat. Sabía que el robot había construido extensos laboratorios para investigar cuestiones sobre la naturaleza humana, que atormentaban su mente inquisitiva.
Pero ¿qué puedo decirle?

Cuando las ruedas del carruaje resonaron sobre los adoquines de la entrada de la mansión, Vor limpió el vapor de la ventana. Aun bajo la lluvia, la impresionante villa grogipcia era más magnificente que en las ciudades rediseñadas por los robots. Parecía digna de un príncipe.

Con jardines ornamentales y suficientes edificios con techumbre de teja como para formar una pequeña aldea, la propiedad abarcaba muchas hectáreas. La casa principal, adornada con un balcón, contaba con altas columnas aflautadas y gárgolas aladas que dominaban una plaza de recibimiento tan grande como la de una ciudad, llena de fuentes y esculturas retorcidas, zonas de encuentro pavimentadas y edificios anexos con paredes de piedra.
¿Qué estoy haciendo aquí?

Dos humanos con librea se acercaron, y apartaron los ojos como si Vor fuera un dignatario mecánico. Un hombre abrió la puerta, mientras otro le ayudaba a bajar.

—Erasmo os espera.

Los caballos blancos estaban inquietos, tal vez porque tenían pocas oportunidades de hacer ejercicio.

Uno de los criados sujetaba un paraguas para proteger el pelo de Vor de la lluvia. Se estremeció, pues iba vestido con una túnica sin mangas y unos pantalones de verano. Detestaba mojarse, y la incomodidad le recordó los defectos y debilidades del cuerpo humano. Si fuera un cimek, habría ajustado su temperatura interna, y los mentrodos borrarían respuestas sensoriales irritantes.
Algún día.

Una joven le recibió en la entrada.

—¿Vorian Atreides? —Tenía unos exóticos ojos lavanda y un aura de independencia que contrastaba con los acobardados criados. Una leve sonrisa desafiante curvó sus labios—. Así que tú eres el hijo del malvado Agamenón.

Vor, confuso, se irguió en toda su estatura.

—Mi padre es un general reverenciado, el primero entre los titanes. Sus hazañas militares son legendarias.

—O infames.

La mujer le miraba con una absoluta falta de respeto.

Vor no sabía cómo reaccionar. Todos los humanos de casta inferior de los Planetas Sincronizados sabían cuál era su lugar, y ella no podía ser una humana de confianza como él. Ningún esclavo le había hablado jamás de esa manera. Después de sus numerosas misiones de actualización, Vor había recibido como recompensa los servicios de esclavas dedicadas al placer, mujeres que le calentaban la cama. Nunca les había preguntado su nombre.

—Quiero saber tu nombre porque deseo recordarlo —dijo por fin. Había algo intrigante en esta mujer de belleza exótica y en su inesperado desafío.

Parecía tan orgullosa de su linaje como el propio Vor.

—Soy Serena Butler.

Le guió por un pasillo flanqueado de estatuas y cuadros, y luego entraron en un jardín botánico protegido de la lluvia por un techo de cristal.

—¿Qué haces aquí? ¿Eres una de las… pupilas privilegiadas de Erasmo?

—Solo soy una esclava, pero al contrario que tú, yo no sirvo a las máquinas pensantes por voluntad propia.

Vorian consideró su comentario una medalla de honor.

—Sí, estoy a su servicio, y con orgullo. Colaboro en conseguir lo mejor posible para nuestra defectuosa especie.

—Al colaborar con Omnius, eres un traidor a tu raza. Para los humanos libres, eres tan malvado como tus amos mecánicos. ¿No se te había ocurrido nunca?

Vor estaba desconcertado. El comandante humano de Giedi Prime también había lanzado acusaciones similares.

—Malvado, ¿en qué sentido? ¿No te das cuenta del bien que nos ha traído Omnius? Es evidente. Piensa en los Planetas Sincronizados. Se controla hasta el último detalle, todo funciona a las mil maravillas. ¿Es concebible que alguien quiera acabar con eso?

Serena le miró, como intentando decidir si hablaba en serio. Por fin, meneó la cabeza.

—Eres un idiota, un esclavo que no ve las cadenas. Es inútil intentar convencerte. —Dio media vuelta y se alejó, dejándole sin habla—. Pese a toda tu educación, no das para más.

Antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, Vor reparó en el robot independiente. Ataviado con opulentos ropajes, Erasmo estaba de pie junto a un estanque, y su rostro ovalado reflejaba el agua. Caían gotas de lluvia por una sección abierta del techo de cristal, y le empapaban. De fondo, sonaba algo de música clásica.

Serena se fue sin anunciar la llegada de Vor. Sorprendido por su rudeza, la siguió con la mirada. Admiraba su rostro y su pelo castaño ámbar, así como su porte y su evidente inteligencia. Tenía la cintura algo abultada, y se preguntó si estaría embarazada. Su arrogancia conseguía que fuera todavía más cautivadora, el deseo de algo inalcanzable.

No cabía duda de que Serena Butler no aceptaba su papel de esclava. Teniendo en cuenta las vidas miserables de los esclavos hacinados en los establos, ¿de qué se quejaba? Era absurdo.

—Deslenguada, ¿verdad? —dijo Erasmo, todavía expuesto a la lluvia. El robot formó una sonrisa simpática en su rostro dúctil.

—Me sorprende que toleres su irritante actitud —dijo Vor, a salvo de la lluvia.

—Las actitudes pueden ser esclarecedoras. —Erasmo continuó estudiando la caída de las gotas de lluvia en el estanque reflectante—. La considero interesante. De una sinceridad refrescante…, como la tuya. —El robot avanzó un paso hacia él—. He llegado a un punto muerto en mi estudio del comportamiento humano, porque casi todos mis sujetos son cautivos dóciles engendrados para la esclavitud. No han conocido otra vida que la de servicio y subyugación, y carecen de la menor chispa. Son ovejas, del mismo modo que tú, Vorian Atreides, eres un lobo. Como Serena Butler…, a su manera.

El visitante hizo una reverencia, muy orgulloso.

—Me alegraré de ayudarte en lo que pueda, Erasmo.

—Confío en que te haya gustado el paseo en carroza. Yo crío los corceles y los tengo preparados para ocasiones importantes. Me diste una excusa para utilizarlos.

—Fue una experiencia poco común —admitió Vor—. Un modo de transporte muy… arcaico.

—Ven bajo la lluvia conmigo. —Erasmo le indicó que se acercara con una mano sintética—. Es agradable, te lo aseguro.

Vor obedeció, intentando disimular su fastidio. La lluvia empapó al instante su túnica, mojó sus brazos desnudos. El agua resbalaba desde su pelo, caía sobre la frente y se le metía en los ojos.

—Sí, Erasmo. Es… agradable.

El robot simuló una carcajada.

—Estás mintiendo.

—Es lo que los humanos hacen mejor —dijo Vor de buen humor. Por suerte, el robot se alejó de la lluvia.

—Vamos a hablar de Serena. Es atractiva, según los cánones humanos de belleza, ¿verdad? —Vor no sabía qué decir, pero Erasmo insistió—. Te vi con ella. Te gustaría copular con esa humana salvaje, ¿no es cierto? Ahora está embarazada de un amante hrethgir, pero tenemos mucho tiempo. No se parece a ninguna esclava sexual que hayas poseído, ¿verdad?

Vor meditó en las preguntas, intrigado por el propósito del robot.

—Bien, es hermosa… y seductora.

Erasmo emitió un sonido artificial similar a un suspiro.

—Por desgracia, pese a mis numerosas mejoras sensitivas, soy incapaz de experimentar la actividad sexual, al menos no como un varón biológico. He dedicado siglos a diseñar mejoras y modificaciones que pudieran reproducir las sensaciones de éxtasis que hasta los humanos más inferiores son capaces de experimentar. Hasta el momento, mis progresos han sido limitados. Mis intentos con esclavas se han saldado con fracasos alarmantes.

Erasmo indicó a Vor que le siguiera hasta el invernadero. Mientras paseaban por los senderos del jardín, la majestuosa máquina identificó diversas plantas por su nombre y origen, como si estuviera dando clase a un niño o presumiendo de sus conocimientos.

—Serena sabe mucho de plantas. Era algo así como horticultora en Salusa Secundus.

Vor devolvía respuestas corteses, sin saber en qué podía ayudar al robot. Se secó el agua de los ojos. Las ropas mojadas se le pegaban al cuerpo, una sensación desagradable.

Por fin, Erasmo explicó por qué había hecho venir al joven.

—Vorian Atreides, tu padre te sometió hace poco a un tratamiento para prolongar la vida biológica. —El rostro mecánico se convirtió en un espejo, para que Vor no pudiera adivinar lo que deseaba—. Dime, ¿cómo te sientes, ahora que has añadido siglos a tu ciclo normal de vida? Es un gran regalo de Agamenón, tan significativo como su donación de esperma original.

Antes de que Vor pudiera pensar en la pregunta, Serena entró en el invernadero con un juego de té plateado. Dejó la bandeja con estrépito sobre una mesa de piedra pulida y sirvió un líquido oscuro en dos tazas. Tendió una a Vor y otra al robot. Erasmo introdujo una sonda fibrosa en el té, como si lo probara. Su máscara reflectante cambió a una expresión de supremo placer.

—Excelente, Serena. ¡Un sabor notable e interesante!

A Vor no le gustó el sabor. El té le recordaba chocolate amargo mezclado con zumo de fruta en malas condiciones. Serena parecía divertida por su expresión.

—¿Es bueno? —preguntó Erasmo—. Serena lo ha preparado especialmente para ti. Dejé que eligiera una receta apropiada.

—El sabor es… único.

El robot rió.

—Estás mintiendo otra vez.

—No, Erasmo. Estoy evitando una respuesta directa.

Vor vio hostilidad en los ojos de Serena cuando le miró, y se preguntó si habría agriado el té a propósito. La joven dejó la bandeja sobre la mesa de piedra.

—Quizá debería asistir a una escuela de humanos de confianza para aprender a ser una criada boba mejor.

Vor miró a Serena, sorprendido de que Erasmo hiciera caso omiso de su grosería.

—Me divierte presenciar sus intentos de resistencia, Vorian. Un desafío inofensivo. Sabe que no puede escapar. —Durante un momento de silencio, el robot continuó estudiándole—. No has contestado a mi pregunta sobre la prolongación de la vida.

—La verdad —contestó Vor, que había tenido tiempo de pensar—, no estoy muy seguro de lo que siento. Mi cuerpo humano es frágil, y se avería con facilidad. Si bien aún soy proclive a accidentes o enfermedades, al menos no me haré viejo y débil. —Vor pensó en todos los años que le quedaban, como créditos para gastar. Viviría el equivalente a varias vidas humanas, pero convertirse en cimek sería mucho más importante—. Aun así, mis años suplementarios no son más que el parpadeo de un ojo, comparados con la vida de una máquina pensante como tú.

—Sí, el parpadeo de un ojo, un reflejo humano involuntario que soy capaz de comprender física y conceptualmente. Lo utilizas como una metáfora inexacta para indicar un breve período de tiempo.

Al observar pantallas en las paredes del invernadero, Vor comprendió que la supermente debía estar escuchando. —¿Siempre eres tan curioso?

—Se aprende gracias a la curiosidad —dijo Erasmo—. Pregunto porque soy curioso. Es lógico, ¿verdad? Ilumíname. Me gustaría volver a hablar contigo. Tú, y Serena, podéis facilitarme una perspectiva interesante.

Vor hizo una reverencia.

—Como desees, Erasmo. Sin embargo, debo combinar estas visitas con mi importante trabajo para Omnius. El
Viajero onírico
no tardará en estar reparado y preparado para partir en otra gira de actualización.

—Sí, todos trabajamos para Omnius. —Erasmo hizo una pausa. La lluvia había parado, y se habían abierto brechas entre las nubes—. Piensa más sobre la mortalidad y la longevidad. Ven a hablar conmigo antes de partir en tu siguiente viaje.

—Pediré permiso para ello, Erasmo.

Intrigado por el fascinante diálogo entre los dos humanos, Erasmo volvió a llamar a Serena y le ordenó que acompañara a su invitado hasta el carruaje. Se había mostrado francamente hostil contra el hijo de Agamenón, cuando éste parecía interesado en ella… ¿física, mentalmente? ¿Cómo podía discernir la diferencia? ¿Otro experimento, tal vez?

Si bien habían intercambiado pocas palabras, la joven contaminaba la imaginación de Vorian. Nunca había conocido a una mujer como ella, de tal belleza, inteligencia y sinceridad. Era obvio que habían educado a Serena Butler para que valorara su individualidad, del mismo modo que Erasmo se esforzaba por perfeccionar su independencia.

—¿Cuándo nacerá el niño? —le espetó el joven cuando llegaron a la puerta exterior de la villa. Los caballos parecían ansiosos por partir al galope. El cochero robot estaba inmóvil como una estatua.

Los ojos de Serena se abrieron de par en par. Estuvo a punto de contestar que no era asunto suyo, pero luego lo pensó mejor. Tal vez Vorian Atreides era la oportunidad que había estado esperando. Poseía información que podría ayudarla a escapar, y gozaba de la confianza de las máquinas. Sería una estupidez enemistarse con él desde un principio. Si trababa amistad con él, igual podría enseñarle qué era un ser humano libre.

Respiró hondo y sonrió, vacilante.

—No estoy preparada para hablar de mi hijo con un completo desconocido. Pero tal vez la próxima vez que vengas podamos hablar. Sería un buen principio.

Ya lo había hecho.

Entró en la villa y cerró la puerta a su espalda.

Mientras observaba el carruaje desde el pórtico de la villa, Serena Butler se sintió insegura y confusa acerca de este hombre engañado que servía con tanto orgullo a las máquinas. No le gustaba, no estaba segura de poder confiar en él, pero tal vez le fuera de ayuda.

Corrió al interior para secarse y cambiarse de ropa. Embarazada ya de seis meses, pensó en su amado Xavier. ¿Podría Vorian ayudarla a volver con él, o su hijo crecería en cautividad, sin conocer jamás a su padre?

71

De todos los aspectos del comportamiento humano, dos han sido muy estudiados: la guerra y el amor.

P
ENSADOR
E
KLO
,
Reflexiones sobre cosas perdidas

La trágica pérdida de Serena Butler había descentrado a Xavier, que se esforzaba por continuar su vida. Tres meses antes, había visto los restos del forzador de bloqueos en los mares de Giedi Prime, y había leído los irrefutables análisis del ADN de la sangre encontrada en el interior.

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