Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (41 page)

—Ya no me acuerdo de cuándo le llegó la amapola...

—¿Y eso qué es? —preguntó Shirley, que había encontrado finalmente la buena forma para su almohada y apoyaba en ella la mejilla.

—Es Zoé la que usa esa palabra. En lugar de decir que le ha venido la regla dice que ha llegado su «amapola». Encantador, ¿no?

—Muy poético..., el arte de transformar una cosa no demasiado agradable en palabrería decorativa.

Joséphine volvió a reflexionar, cruzó los brazos y dejó caer, fúnebre:

—¡Vaya pinta de espabiladas que tenemos las dos en nuestra cama!

—¡Dos monjitas arrugadas! Vas a tener que acostumbrarte, amiga mía, estamos dando el relevo del deseo a nuestra progenitura, nos hacemos viejas, ¡nos hacemos viejas!

Joséphine meditaba. Vieja, vieja, vieja. Había dado una conferencia sobre los orígenes de la palabra «viejo». En la Universidad de Lyon 2-Lumière. Primer uso de «viejo» en la
Vida de san Alejo
, después en
El cantar de Roldán
en 1080. Del latín
vetus
, después
vetulus
, del francés antiguo
viez
, que se correspondía con las nociones de «antiguo» en el sentido de «que se bonifica con la edad, veterano, experimentado», pero también con el de «usado». Significado que surgió en el siglo doce. «Alterado, fuera de uso, caduco». ¿A partir de qué edad se vuelve uno caduco? ¿Hay una fecha oficial, como con los yogures? ¿Quién lo decide? ¿La mirada de los demás, calificándote de manzana arrugada, o el deseo que huye tocando retirada? «Verde vejez», aseguraba Rabelais, un vividor. «Vejestorio», decía Corneille evocando a Don Diego, incapaz de defender su honor. En el siglo doce, uno era un vejestorio con cuarenta años. Envejecer. Curiosa palabra.

—¿Crees que él duerme con Dottie esta noche?

Dottie no es vieja. Dottie no es vetusta. Dottie es un yogur que no ha caducado.

—¡Déjalo, Jo! Te digo que Dottie está durmiendo en su casa y que Philippe languidece en la suya... Está pensando en ti y palpa su gran cama vacía. Como él. ¡Lívida!

Shirley le dio un trompazo a Joséphine y le dio un ataque de risa. Después gruñó: había deformado la almohada.

Joséphine no sonrió.

—No creo que esté triste. No creo que duerma en una gran cama vacía. Duerme con ella y me ha olvidado...

Philippe se despertó y liberó el brazo, entumecido bajo el peso del cuerpo de Dottie.

Primera noche del año.

Una luz azulada se filtraba a través de las cortinas de la habitación, alumbrando el cuarto con un halo frío. La víspera, Dottie había derramado su bolso sobre la cómoda. Buscaba su mechero. Fumaba cuando tenía un nudo en el alma. Fumaba cada vez más. Dottie volvió a estrecharse contra él. Aspiró el olor a tabaco en su pelo, un olor frío y acre que le hizo volver la cabeza.

Ella abrió un ojo y preguntó:

—¿No duermes? ¿Algo va mal?

Él le acarició el pelo para que volviese a dormir.

—No, no, todo va bien... Sólo tengo sed.

—¿Quieres que vaya a buscarte un vaso de agua?

—¡No! —protestó, molesto—, ya soy lo bastante mayor para ir a buscarlo yo solo. Vuelve a dormirte...

—No lo decía por eso...

—Vuelve a dormirte.

Y conservó los ojos abiertos.

Joséphine. ¿Qué hacía Joséphine en este momento?

A las cuatro cincuenta de la mañana...

A las doce y media, el teléfono de Hortense se puso a sonar. Una canción de Massive Attack,
Tear Drop
...

Apartó el pelo enredado, hizo una mueca, se preguntó quién podría ser tan pronto, apenas acababan de dormirse. Su rostro se arrugó de placer percibiendo a Gary, cuyo brazo le abrazaba el vientre, volvió a hundir la cabeza en la almohada, no quería oír... Dormir, dormir, volver a dormirse... Recordar el placer inaudito de la víspera, pasear sus dedos sobre la piel de su amante. Mi amante, mi amante magnífico. Se incorporó bruscamente, recordó cuando él había por fin, por fin... Eso es, ¡eso es lo que hace girar el mundo! ¡Y he vivido veinte años sin saberlo! ¡Pero va a cambiar, va a cambiar! El hombre que la había arrastrado hasta el fondo de las tinieblas era ese hombre dormido que ella creía conocer desde hacía tanto tiempo.

Aquí estoy, emocionada como un polluelo recién salido del cascarón.

El teléfono insistía, miró la hora en la esfera cuadrante de su reloj Mickey, el que le había regalado su padre cuando había cumplido ocho años... ¡Las doce y media!

Se incorporó de golpe en la cama. Las doce y media en París, ¡once y media en Londres! ¡Miss Farland!

Se abalanzó sobre el teléfono.

Murmuró en voz baja «¿diga?, ¿diga?», poniéndose la camiseta, con cuidado de no despertar a Gary.

Salió de la habitación de puntillas.

—¿Hortense Cortès? —ladró la voz por teléfono.


Yes...
—susurró Hortense.


Paula Farland on the phone. You’re in! You are the one
!
You won!
[38]

Hortense se derrumbó sobre los talones en el pasillo. ¡Ganado! ¡Había ganado!


Are you sure?
[39]
—preguntó tragando saliva, con un nudo en la garganta.


I want to see you at my office today, five o’clock sharp
!
[40]

¿A las cinco en punto en su despacho en Londres?

Eran las doce y media en París. Tenía apenas tiempo de hacer la maleta, saltar al Eurostar, escalar hasta el octavo piso del edificio de Bond Street, hacer un corte de mangas a la secretaria, abrir la puerta y, redoble de tambor,
Here, I am!
[41]


OK, Miss Farland, five o’clock in your office
!
[42]


Call me Paula!
[43]

Corrió hasta la cocina.

Shirley y Joséphine estaban pelando zanahorias, puerros, apio, nabos y patatas para hacer un potaje de verduras. Shirley explicaba a Joséphine que las patatas alargadas y gruesas eran deliciosas para comerlas con mantequilla salada, mientras que las cortas y redondas servían más bien para freír o para puré.

—Buenos días, cariño —dijo Jo, inspeccionando a su hija de pies a cabeza—. ¿Has dormido bien?

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡He conseguido mis escaparates! ¡Los he conseguido! ¡Miss Farland acaba de telefonearme, me marcho! ¡Tengo cita con ella a las cinco en su despacho en Londres! Súper, genial, extraguay, megatrendy, over droopy youpi youpos, I’m the big boss!

—¿Te vas a Londres? —repitieron, estupefactas, Shirley y Joséphine—. Pero...

Habían estado a punto de decir pero ¿y Gary? Y se habían callado a tiempo.

—... ¿no es una marcha un poco precipitada? —dijo Joséphine.

—¡Mamá! ¡HE CONSEGUIDO MIS ESCAPARATES! ¿Ves?, ¡tenía razón! ¡Tenía razón! ¿Me puedo llevar el resto del conejo con mostaza para esta noche? No tendré tiempo de ir de compras y no sé si los chicos habrán dejado la nevera llena...

Y volvió a su cuarto para hacer la maleta en silencio.

—¡Abre bien los oídos! ¡Vamos a asistir a una buena escena! —previno Shirley.

—¡No puede estarse quieta ni un segundo! Pero ¿de quién ha heredado eso? —se lamentó Joséphine—. Y él se va a sentir más infeliz que una hoja seca...

—Estaba avisado. Sabía muy bien que no iba a transformarla en la perfecta ama de casa...

—¿Lo he soñado o ha sonado tu móvil? —preguntó Gary apoyado sobre un codo, en la cama.

Hortense le miró y se dijo ¡qué guapo es!, ¡pero qué guapo! Y sintió ganas de recomenzar la noche.

—¿Eh? ¿Estás despierto? —preguntó a su vez con una vocecita velada.

—¡O estoy durmiendo con los ojos abiertos! —ironizó Gary.

Hortense había abierto su armario y metía cosas en su bolsa.

—¿Qué haces? —preguntó Gary amontonando las almohadas a su espalda.

—Mi bolsa. Me voy a Londres...

—¿Dentro de un minuto?

—Tengo cita a las cinco en punto con Miss Farland. ¡Oh, perdón!, Paula. Me ha dicho que la llame Paula a partir de ahora.

—¿Has ganado el concurso?

—Sí.

—Felicidades —dijo con tono lúgubre volviéndose a acostar y dándole la espalda.

Hortense le miró, desalentada. ¡Oh, no!, gimió silenciosamente, ¡oh, no! No te enfades, no me hagas esto. Ya es bastante duro tener que irme...

Fue a sentarse sobre la cama y habló a la espalda.

—Intenta entenderlo. Es mi sueño, mi sueño que se convierte en realidad...

—Estoy muy contento por ti... Quizás no lo parezca, ¡pero estoy encantado! —murmuró con la nariz en la almohada.

—Gary..., por favor... Quiero hacer algo grande en mi vida, quiero avanzar, triunfar, llegar a lo más alto, eso lo significa todo para mí...

—¿Todo? —repitió, irónico.

—Gary... Esta noche ha sido... formidable. Más que formidable. Nunca hubiese creído que... Pensé que me volvía loca, loca de placer, de felicidad.

—Muchas gracias, querida —interrumpió Gary—. Me alegro mucho de haber estado a la altura.

—Nunca había sentido eso, Gary, nunca...

—Pero te largas a Londres y estabas haciendo la bolsa esperando que no me despertase...

Ella seguía hablando con una espalda. Una espalda muy malhumorada.

—Es una ocasión increíble, Gary. Y si no voy...

—¿Si no te presentas y te cuadras frente a Miss Farland?

—¡Si no voy, puede que otro u otra me robe el sitio!

—Entonces ve, Hortense, corre, vuela, salta al Eurostar, póstrate a los pies de Miss Farland... No te retengo. Lo comprendo muy bien. Es lógico... O más bien debería decir, entra dentro de tu lógica.

—¡Pero no te estoy dejando por otro!

—¡Por dos estúpidos escaparates en Harrods! ¡La tienda más vulgar de Londres! También es culpa mía. Normalmente elijo mejor a las chicas...

Hortense le miró, dejó de sentir los brazos y las piernas. ¡No podía decir eso! Ponerla a la misma altura que las otras chicas. ¿Pasaba noches así con todas las chicas? Imposible. Esa noche había sido única. No podía haber sido de otro modo para él. Imposible, imposible.

—Pero eso no quiere decir que borre lo que hemos vivido, esta noche, nosotros dos —insistió subrayando «nosotros dos».

—¿Quién es «nosotros dos»? —preguntó él, volviéndose hacia ella.

—Tenemos todo el tiempo del mundo, Gary, todo el tiempo.

La miró con una gran sonrisa.

—Pero si no te retengo, Hortense. Vete. Te miraré hacer la bolsa sin gemir ni chirriar los dientes; si olvidas algo, te lo señalaré. ¿Lo ves?, estoy dispuesto a ayudarte...

—¡Gary, déjalo! —exclamó Hortense—. Ahora tengo mi vida entre las manos. Aquí. En este instante. Mi pasión se cumplirá... Y lo haré a pesar de todo el mundo, si es necesario...

—Eso es exactamente lo que veo..., una pasión que se cumple. Es bonito, nunca lo había visto tan de cerca. ¡Merece un aplauso!

Juntó las manos y aplaudió secamente, como si se burlara.

—No es contra ti, Gary... ¡Pero tengo que irme! Ven conmigo.

—¿Para llevarte las bolsas y decorar tus escaparates? ¡No, gracias! Tengo cosas mejores que hacer.

Y entonces Hortense reflexionó. No iba a ponerse de rodillas ante él. ¿No lo comprendía? ¡Peor para él! Se marcharía. Sola. Estaba acostumbrada a estar sola. No se iba a morir. Tenía veinte años y toda la vida por delante.

—¡Muy bien! Quédate aquí. ¡Pasa de mí! Yo conseguiré Harrods, conseguiré Londres, conseguiré París, conseguiré Nueva York, Milán, Tokio... Y lo haré sin ti ya que pones mala cara.

Gary volvió a aplaudir, cada vez más irónico.

—Eres formidable, Hortense, ¡formidable! Me inclino ante la gran artista...

Entonces ella sintió que la humillaba, que se burlaba de sus ganas de triunfar, que la metía en el mismo saco que las oportunistas, las arribistas, las estúpidas dispuestas a todo,
I want to be a star, I want to be a star
, las que sueñan con un cuarto de hora de gloria pegándose a algún famosillo achispado al final de la noche. La rebajaba al rango de las necesitadas y se alzaba, él, al lado de los verdaderos artistas. Los que honran al Hombre, ponen mayúsculas por todos lados y avanzan con total honradez por la vida. La aplastaba con su desprecio. Todo su ser se rebeló, no lo soportó.

—Oh, pero... es fácil para ti decir eso, ¡el que tratan a cuerpo de rey! ¡Señor nieto de la reina! ¡Señor no necesito ganarme la vida, sólo tengo que practicar escalas indolentes que suben y bajan por un teclado, pensando que soy Glenn Gould! ¡Es demasiado fácil!

—¡Hortense! Te prohíbo que digas eso, es bajo..., muy bajo —respondió Gary, que palidecía.

—¡Lo digo como lo pienso! ¡La vida es demasiado fácil para ti, Gary! Tiendes una mano blanda y se llena de dinero. Por eso juegas al ofendido. ¡Tú no has tenido que luchar nunca! ¡Nunca! ¡Yo me defiendo desde que era una niña!

—¡Pobre niñita!

—Exactamente: ¡pobre niñita! ¡Y estoy orgullosa de ello!

—¡Entonces continúa atacando a la gente! ¡Eso lo sabes hacer muy bien!

—¡Pobre tipo!

—Prefiero no responder...

—¡Te odio!

—¡Y yo ni siquiera eso! Hay un montón de chicas como tú. Andan siempre en la calle... ¿Sabes cómo las llaman?

—¡Te odio!

—¡Pasa usted demasiado deprisa de la adoración al odio, querida! —respondió con una sonrisita que deformaba la comisura de sus labios—. ¡Los sentimientos no tienen tiempo de enraizar en usted! Son flores artificiales que se lleva un soplido... Una simple llamada de Miss Farland y ¡puf!, ya no hay flor, sólo alquitrán, sucio alquitrán.

Los ojos verdes, oblicuos, de Hortense se ensombrecieron con un rayo negro. Le lanzó a la cara el contenido de la bolsa que acababa de cerrar.

Él se echó a reír. Ella se lanzó sobre él. Le pegó, intentó morderle. Él la rechazó riéndose; ella cayó de bruces en el suelo. Entonces, humillada de verse de esa manera, patas arriba, gritó señalándole con el dedo:

—Gary Ward, ¡no intentes nunca, nunca, volver a verme!

—Oh, pero... si no hay peligro, Hortense, ¡has conseguido darme asco para una larga temporada!

Se puso los vaqueros, la camiseta y abandonó la habitación sin ni siquiera mirar a Hortense que seguía en el suelo.

Ella oyó la puerta al cerrarse.

Se tiró sobre la cama, se puso a sollozar. Se lo merecía. Había sido una locura pensar que podía unirse a un chico, unión, fusión, bola de amor y de emociones, y convertirse en alguien al mismo tiempo.
Bullshit
! Había creído que le amaba, había creído que la amaba, había creído que la ayudaría a hacer grandes y hermosas cosas. Grotesco. Se echó a reír. ¡He caído en la trampa en la que caen todas las chicas y me lo merezco! ¡Gilipollas! ¿En qué me habría convertido? ¡En una enamorada! ¡Ya sabemos lo que eso significa! Tontainas que lloriquean sobre una cama. No soy una tontaina que lloriquea sobre una cama. Yo soy Hortense Cortès y voy a demostrarle que puedo llegar hasta el cielo, hasta arrancar el cielo, arrancar las nubes y entonces, entonces... no lo miraré, lo ignoraré, le dejaré, enano aislado, en el borde de la carretera, y seguiré mi camino. Se imaginó un enano abandonado al borde de la carretera, le pegó la cara de Gary y pasó lentamente, lentamente ante él sin siquiera bajar la mirada.
Bye bye
, enano abandonado, quédate en tu carretera de triste llanura, tu carreterita bien trazada...

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