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Authors: Christopher Paolini

Tras un rato que Eragon consideró razonable, abordó el tema. Tal como esperaba, Katrina y Roran reaccionaron con consternación e intentaron convencerle de que cambiara de opinión. Eragon tardó casi una hora en exponerles sus motivos, porque le discutieron cada punto y se negaron a transigir hasta que no hubo respondido a sus objeciones con todo detalle.

Por fin, Roran exclamó:

—¡Maldita sea, eres nuestra familia! ¡No te puedes marchar!

—Tengo que hacerlo. Tú lo sabes igual que yo; simplemente no quieres admitirlo.

Roran dio un puñetazo en la mesa y se dirigió hacia la ventana abierta, con los músculos de la mandíbula en tensión.

La niña lloriqueó.

—Chis, bajad la voz —dijo Katrina, dándole unas palmaditas en la espalda al bebé.

Eragon se acercó a Roran.

—Sé que no es lo que quieres. Yo tampoco quiero, pero no tengo elección.

—Claro que tienes elección. Tú, más que nadie, tienes elección.

—Sí, y esta es la decisión correcta.

Roran soltó un gruñido y se cruzó de brazos.

—Si te vas, no podrás hacerle de tío a Ismira —objetó Katrina, tras ellos—. ¿Va a tener que crecer sin conocerte siquiera?

—No —dijo Eragon, volviéndose hacia el bebé—. Podré hablar con ella, y me ocuparé de que esté bien protegida; incluso podré enviarle algún regalo de vez en cuando. —Se arrodilló y extendió un dedo, y la niña lo envolvió con su manita y tiró de él con una fuerza inesperada.

—Pero no estarás aquí.

—No… No estaré aquí. —Eragon se liberó con suavidad de la mano de Ismira y volvió a ponerse en pie—. Ya os he dicho que podríais venir conmigo.

La tensión en la mandíbula de Roran se trasladó de unos músculos a otros.

—¿Y abandonar el valle de Palancar? —Sacudió la cabeza—. Horst y los otros ya se están preparando para regresar.

Reconstruiremos Carvahall y lo convertiremos en el pueblo más bonito de todas las Vertebradas. Podrías ayudarnos; sería como antes.

—Ojalá pudiera.

Abajo, Saphira emitió un suave ronquido y mordisqueó a Fírnen en el cuello. El dragón verde se acurrucó, acercándose más a ella.

—¿No hay otro modo, Eragon? —dijo Roran, en voz baja.

—A Saphira y a mí no se nos ocurre ningún otro.

—Maldición… No está bien. No deberías tener que irte a vivir solo en plena naturaleza.

—No estaré solo del todo. Blödhgarm y otros elfos nos acompañarán.

—Ya sabes lo que quiero decir —respondió Roran con un gesto de impaciencia. Se mordisqueó la punta del bigote y apoyó las manos en el alféizar de piedra. Eragon observó que las fibras de sus gruesos antebrazos se tensaban y se relajaban alternativamente. Luego Roran se lo quedó mirando—. ¿Qué harás cuando llegues allá donde vayas?

—Buscar una colina o un despeñadero y construir un pabellón en lo alto: un espacio lo bastante grande como para que pueda dar cobijo y protección a todos los dragones. ¿Y tú? Una vez que hayáis reconstruido el pueblo, ¿qué?

Roran esbozó una sonrisa.

—Algo parecido. Con los tributos del valle, tengo pensado construir un castillo en lo alto de la colina de la que siempre hemos hablado.

No un castillo grande, simplemente una construcción de piedra con una muralla que baste para protegerla de cualquier grupo de úrgalos que pudiera decidir atacar. Es probable que tarde unos años, pero así podremos defendernos, no como cuando vinieron los Ra’zac con los soldados. —Le echó una mirada de reojo a Eragon—. También tendríamos espacio para un dragón.

—¿Y tendrías espacio para «dos» dragones? —dijo Eragon, señalando a Saphira y a Fírnen.

—Quizá no… ¿Cómo se siente Saphira teniendo que separarse de él?

—Tampoco le gusta, pero sabe que es necesario.

—Mmh.

La luz ámbar del sol del atardecer acentuaba aún más los rasgos de Roran; sorprendido, Eragon vio que a su primo empezaban a marcársele algunas arrugas incipientes en la frente y alrededor de los ojos. Le impresionó ver aquellas señales de envejecimiento. «Qué rápido pasa la vida», pensó.

Katrina puso a Ismira en la cuna. Luego fue junto a la ventana, con ellos, y apoyó una mano en el hombro de Eragon.

—Te vamos a echar de menos, Eragon.

—Y yo a vosotros —dijo él, tocándole la mano—. Pero no tenemos que despedirnos aún. Me gustaría que los tres vinierais con nosotros a Ellesméra. Creo que os gustaría verla, y así podríamos pasar juntos unos días más.

Roran hizo un movimiento con la cabeza en dirección a Eragon.

—No podemos viajar hasta Du Weldenvarden con Ismira. Es demasiado pequeña. El regreso al valle de Palancar ya será bastante duro; otro viaje a Ellesméra es impensable.

—¿Ni siquiera si fuera en dragón? —Eragon se rio al ver sus caras de asombro—. Arya y Fírnen han accedido a llevaros a Ellesméra mientras Saphira y yo vamos a buscar los huevos de dragón a su escondite.

—¿Cuánto tiempo duraría el vuelo a Ellesméra? —preguntó Roran, frunciendo el ceño.

—Una semana, más o menos. De camino, Arya tiene intención de visitar al rey Orik en Tronjheim. Estaríais calentitos y seguros durante todo el trayecto. Ismira no correría ningún peligro.

Katrina miró a Roran, y él la miró a ella.

—Estaría bien poder despedirse de Eragon, y siempre he oído decir lo bonitas que son las ciudades de los elfos… —dijo ella.

—¿Estás segura que lo aguantarías? —preguntó Roran.

Ella asintió.

—Mientras tú estés con nosotras, sí.

Roran guardó silencio un momento.

—Bueno, supongo que Horst y los demás pueden empezar sin nosotros. —Apareció una sonrisa bajo su barba, y chasqueó la lengua—. Nunca pensé que vería las montañas Beor ni que visitaría una de las ciudades de los elfos, pero… Por qué no, ¿eh? Quizá debamos aprovechar la oportunidad.

—Muy bien, pues está decidido —dijo Katrina, radiante—. Nos vamos a Du Weldenvarden.

—¿Cómo volveremos? —preguntó Roran.

—Con Fírnen —dijo Eragon—. Aunque estoy seguro de que Arya os proporcionaría una escolta hasta el valle de Palancar, si preferís viajar a caballo.

Roran hizo una mueca.

—No, a caballo no. Por poco que pueda, preferiría no tener que volver a montar a caballo en mi vida.

—¿Ah, no? ¿Quiere eso decir que ya no quieres a
Nieve de Fuego
?

—preguntó Eragon, levantando una ceja al mencionar al semental que le había regalado a Roran.

—Ya sabes lo que quiero decir. Estoy contento de tener a
Nieve de Fuego
, aunque no lo haya necesitado durante un tiempo.

—Mm-hmm.

Se quedaron junto a la ventana una hora más, mientras el sol se ponía y el cielo se volvía púrpura, y luego negro, y aparecían las estrellas, planeando su viaje y charlando sobre las cosas que tendrían que llevarse Eragon y Saphira cuando partieran de Du Weldenvarden en dirección a tierras desconocidas. Detrás, Ismira dormía plácidamente en su cuna, con las manitas cerradas bajo la barbilla.

A primera hora de la mañana siguiente, Eragon usó el espejo de plata bruñida de su habitación para contactar con Orik en Tronjheim.

Tuvo que esperar unos minutos, pero por fin apareció ante él la cara de Orik; el enano se estaba pasando un peine de marfil por la barba destrenzada.

—¡Eragon! —exclamó Orik, con una alegría evidente—. ¿Cómo estás? Hacía tiempo que no te veía.

Era cierto. Eragon se sentía un poco culpable. Pero luego le comunicó a Orik su decisión de marcharse y cuáles eran sus motivos.

Su amigo dejó de peinarse y escuchó sin interrumpirle, muy serio.

—Me entristecerá verte marchar —dijo por fin—, pero estoy de acuerdo en que es lo que debes hacer. Yo también he pensado en ello, y me preocupaba encontrar para los dragones un buen lugar, pero me guardé mis preocupaciones para mí, porque los dragones tienen el mismo derecho que nosotros a compartir esta tierra, aunque no nos guste que se coman nuestras Feldûnost y que quemen nuestras aldeas. No obstante, criarlos en otro lugar será lo más acertado.

—Me alegro de que te parezca bien —dijo Eragon. Le contó a Orik su idea para los úrgalos, que implicaba también a los enanos. Esta vez Orik le planteó muchas preguntas, y el chico se dio cuenta de que no veía clara la propuesta.

Tras un largo silencio durante el cual Orik se quedó mirando su barba, el enano dijo:

—Si le hubieras pedido esto a cualquiera de los grimstnzborithn anteriores a mí, te habrían dicho que no. Si me lo hubieras pedido antes de que invadiéramos el Imperio, también habría dicho que no.

Pero ahora, después de haber luchado codo con codo con los úrgalos y tras ver en persona lo indefensos que estábamos ante Murtagh y Espina, Galbatorix y aquel monstruo de Shruikan… ya no pienso lo mismo. —Levantó la mirada y, tras aquellas pobladas cejas, sus ojos se clavaron en Eragon—. Puede que me cueste la corona, pero, por el bien de los knurlan de todo el territorio, acepto. Por su propio bien, aunque puede que alguno no se dé cuenta.

Una vez más, Eragon se sintió orgulloso de tener a Orik como hermano de adopción.

—Gracias.

Orik soltó un gruñido.

—Mi pueblo no se merecía esto, pero doy gracias de que sea así.

¿Cuándo lo sabremos?

—Dentro de unos días. Una semana como mucho.

—¿Sentiremos algo?

—A lo mejor. Le preguntaré a Arya. En cualquier caso, contactaré contigo otra vez cuando esté hecho.

—Bien. Entonces hablaremos pronto. Que tengas buen viaje sobre piedras firmes, Eragon.

—Que Helzvog te proteja.

Al día siguiente partieron de Ilirea.

Lo hicieron en silencio, sin fanfarrias, algo que Eragon agradeció.

Nasuada, Jörmundur, Jeod y Elva salieron a su encuentro en el exterior de la puerta sur de la ciudad, donde Saphira y Fírnen esperaban sentados uno al lado del otro, juntando las cabezas, mientras Eragon y Arya inspeccionaban sus monturas. Roran y Katrina llegaron unos minutos más tarde: la chica llevaba a Ismira envuelta en una manta, y Roran portaba dos paquetes llenos de mantas, comida y otras provisiones, uno sobre cada hombro.

Roran le dio los paquetes a Arya, que los ató a las alforjas de Fírnen.

Entonces Eragon y Saphira se despidieron, algo que resultó más duro para él que para la dragona. No era el único que tenía lágrimas en los ojos: tanto Nasuada como Jeod lloraron al abrazarle y expresarles sus mejores deseos a él y a Saphira. Nasuada también se despidió de Roran y volvió a agradecerle su ayuda en la lucha contra el Imperio.

En el último momento, cuando Eragon, Arya, Roran y Katrina estaban a punto de subirse a los dragones, se oyó gritar a una mujer:

—¡Quietos ahí!

Eragon se detuvo con el pie sobre la pata delantera de Saphira y se volvió para ver a Birgit corriendo hacia ellos desde las puertas de la ciudad, con su falda gris al viento y arrastrando a su hijo pequeño, Nolfavrell, que la seguía a duras penas. En una mano, Birgit llevaba una espada desenvainada. En la otra, un escudo de madera redondo.

Eragon sintió un nudo en el estómago.

Los guardias de Nasuada se dispusieron a interceptarlos, pero Roran gritó:

—¡Dejadlos pasar!

Nasuada hizo un gesto a los guardias, que se hicieron a un lado.

Sin detener la marcha, Birgit se dirigió hacia donde estaba Roran.

—Birgit, por favor, no —dijo Katrina en voz baja, pero la mujer hizo caso omiso de su petición. Arya observó la escena sin parpadear, con la mano en la espada.


Martillazos
, siempre dije que me pagarías la muerte de mi marido, y vengo a reclamar lo que me corresponde. ¿Lucharás conmigo, o pagarás tu deuda?

Eragon fue a situarse junto a Roran.

—Birgit, ¿por qué haces esto? ¿Por qué ahora? ¿No puedes perdonarle y olvidar los viejos agravios?

¿Quieres que me la coma?
—preguntó Saphira.

Aún no.

Birgit no hizo ni caso, y mantuvo la mirada fija en Roran.

—Madre… —intervino Nolfavrell, tirándole de la falda, pero ella no reaccionó a sus súplicas.

Nasuada se unió al grupo.

—Yo te conozco —le dijo a Birgit—. Tú luchaste con los hombres durante la guerra.

—Sí, majestad.

—¿Qué disputa tienes pendiente con Roran? Él ha demostrado ser un gran guerrero en más de una ocasión, y me desagradaría sobremanera perderlo.

—Él y su familia son los responsables de que los soldados mataran a mi marido. —Birgit miró a Nasuada un momento—. Los Ra’zac se lo «comieron», majestad. Se lo comieron y sorbieron el tuétano de sus huesos. Eso no puedo olvidarlo, y «obtendré» mi compensación.

—No fue culpa de Roran —dijo Nasuada—. Esto no tiene sentido, y lo prohíbo.

—Sí, sí lo tiene —dijo Eragon, aunque odiaba hacerlo—. Según nuestra costumbre, tiene derecho a exigir un pago en sangre de todos los responsables de la muerte de Quimby.

—¡Pero no fue culpa de Roran! —exclamó Katrina.

—Sí que lo fue —dijo Roran en voz baja—. Yo podría haberme vuelto contra los soldados. Podría haberlos atraído, alejándolos de allí.

O podría haber atacado. Pero no lo hice. Decidí esconderme, y por eso Quimby murió. —Miró a Nasuada—. Es una cuestión de honor, igual que la Prueba de los Cuchillos Largos lo fue para ti.

Nasuada frunció el ceño y miró a Eragon, que asintió. A regañadientes, dio un paso atrás.

—¿Qué vas a darme,
Martillazos
? —preguntó Birgit.

—Eragon y yo matamos a los Ra’zac en Helgrind —dijo Roran—. ¿No te basta?

Birgit sacudió la cabeza, decidida.

—No.

Roran se quedó un momento en silencio, con los músculos del cuello en tensión.

—¿Es esto lo que quieres realmente, Birgit?

—Lo es.

—Entonces pagaré mi deuda.

Mientras Roran hablaba, Katrina soltó un grito y se interpuso entre su marido y Birgit, aún con la niña en brazos.

—¡No te lo permitiré! ¡No puedes hacerle esto! ¡No, después de todo lo que hemos pasado!

Birgit permaneció impasible y no hizo ademán de retirarse. Roran, por su parte, tampoco mostraba emoción ninguna. Agarró a Katrina por la cintura y, aparentemente sin esfuerzo, la levantó y la apartó.

—Sujétala, ¿quieres? —le dijo a Eragon con voz fría.

—Roran…

Su primo lo miró fijamente y luego encaró a Birgit.

Eragon agarró a Katrina por los hombros para evitar que se lanzara sobre Roran, e intercambió una mirada resignada con Arya, que miró su espada y sacudió la cabeza.

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