Authors: Christopher Paolini
—¡
Asesino de Sombra
! ¡Mira! ¡Vienen los hombres gato! ¡Los hombres gato!
Eragon sintió un escalofrío helado en la espalda. Miró hacia donde señalaba el hombre y vio un ejército de figuras oscuras y diminutas que emergía de una ladera a varios kilómetros de distancia, al otro lado del río Jiet. Algunas de las figuras avanzaban a cuatro patas; otras, erguidas. Sin embargo, se encontraban demasiado lejos para distinguir con certeza si se trataba de hombres gato.
—¿Es posible? —se sorprendió Arya.
—No lo sé… Sean lo que sean, lo averiguaremos muy pronto.
Eragon estaba de pie encima del estrado de la sala principal de la torre del homenaje, justo a la derecha del trono de Lord Bradburn.
Apoyaba la mano izquierda sobre la empuñadura de
Brisingr
, que llevaba enfundada. Al otro lado del trono estaba Jörmundur —comandante de los vardenos—, que sujetaba su casco con el brazo.
Tenía el cabello de color castaño excepto en las sienes, donde se le veían unos mechones grises, y lo llevaba sujeto en una larga cola. Su rostro delgado había adoptado la estudiada expresión vacía de las personas que tienen una larga experiencia en esperar a los demás.
Eragon vio que una fina línea roja le recorría la parte interior de uno de los brazales, pero la expresión de Jörmundur no delataba que sintiera ningún dolor.
Entre ambos se sentaba su líder, Nasuada, resplandeciente con su vestido verde y amarillo, que se acababa de poner tan solo unos momentos antes para vestir de forma más apropiada durante la gestión de las cuestiones de Estado. Ella también había recibido una herida durante la batalla, lo cual evidenciaba la venda que llevaba en la mano izquierda.
Nasuada, en voz baja, para que solo Eragon y Jörmundur la oyeran, dijo:
—Si por lo menos pudiéramos conseguir su apoyo…
—Pero ¿qué nos pedirán a cambio? —preguntó Jörmundur—. Nuestros cofres están prácticamente vacíos, y nuestro futuro es incierto.
—Quizá no deseen nada más de nosotros que la oportunidad de devolverle el golpe a Galbatorix —respondió ella casi sin mover los labios—. Pero si no es así, tendremos que pensar en alguna cosa que no sea oro para convencerlos de que se unan a nosotros.
—Les podrías ofrecer barriles de crema de leche —sugirió Eragon, lo que provocó que Jörmundur soltara una carcajada y Nasuada sonriera.
En ese momento, su discreta conversación se vio interrumpida por el sonido de tres trompetas fuera de la sala.
Un paje de pelo rubísimo y vestido con una túnica bordada con el estandarte de los vardenos —un dragón blanco sujetando una rosa sobre una espada que apuntaba a un campo de color púrpura— cruzó la puerta abierta del otro extremo de la sala, golpeó el suelo con su bastón de ceremonias y, con voz melodiosa y suave, anunció:
—Su excelentísima alteza real, Grimrr
Media Zarpa
, rey de los hombres gato, señor de los rincones solitarios, soberano de los terrenos de la noche, el que camina solo.
Vaya un título extraño, «el que camina solo»
—le comentó Eragon a Saphira.
Pero muy merecido, diría yo
—contestó ella.
Eragon percibió el tono divertido de Saphira, a pesar de que la dragona no era visible desde donde se encontraba, enroscada en la torre.
El paje se hizo a un lado y Grimrr
Media Zarpa
entró, en forma humana, delante de cuatro hombres gato que lo seguían con el paso elegante de sus largas y peludas patas. Los cuatro se parecían a Solembum, el único hombre gato que Eragon había visto en forma de animal. Eran unos seres de espaldas fuertes y largas patas, pelaje corto y oscuro en el cuello y en la cruz, largos y tiesos mechones en las orejas, así como colas sinuosas con la punta de color negro. Sin embargo, Grimrr
Media Zarpa
no se parecía a ninguna persona ni criatura que Eragon hubiera visto nunca. De un metro veinte de altura, aproximadamente, tenía la misma estatura que un enano, pero nadie lo hubiera confundido con un enano ni con un ser humano. Tenía la barbilla pequeña y puntiaguda, las mejillas anchas y, bajo unas arqueadas cejas, destacaban sus ojos verdes y rasgados con pestañas grandes como abanicos. Un flequillo enmarañado le caía sobre la frente, mientras que sobre los hombros el pelo era lustroso y suave, muy parecido a las melenas de sus compañeros. Su edad era imposible de adivinar.
Vestía solamente un tosco chaleco de piel y un taparrabos de piel de conejo. Atados a la parte anterior del chaleco llevaba los cráneos de unos doce animales —pájaros, ratones y otros animales pequeños— que entrechocaban entre ellos cada vez que el hombre gato se movía. Una daga enfundada sobresalía en ángulo del cinturón con que se sujetaba el taparrabos. Su piel, oscura y del color de la avellana, estaba surcada por cuantiosas cicatrices delgadas y blancas, como la superficie arañada de una mesa envejecida. Y, tal como indicaba su apodo, le faltaban dos dedos de la mano izquierda: parecía que se los hubieran arrancado de un mordisco. Aunque los rasgos de su rostro eran finos, los músculos marcados y fuertes de sus brazos y de su pecho, sus caderas estrechas y la seguridad de su paso mientras cruzaba la sala en dirección a Nasuada no dejaban lugar a dudas de que era un macho.
Los hombres gato no prestaron la más mínima atención a ninguna de las personas que se alineaban a cada lado de ellos, observándolos, hasta que Grimrr llegó a la altura de Angela, la herbolaria, que se encontraba al lado de Roran y tejía un calcetín de rayas con seis agujas. Angela levantó la vista de la prenda y la miró con expresión lánguida e insolente.
—Pío, pío —dijo.
Por un momento, Eragon creyó que el hombre gato atacaría a la herbolaria. El rostro y el cuello de Grimrr se cubrieron de un rubor oscuro, las fosas nasales se le dilataron y el hombre gato emitió un gruñido suave. Los otros gatos se agazaparon, dispuestos a saltar, con las orejas hacia atrás. Inmediatamente, el eco de la fricción de las espadas al ser medio desenvainadas llenó la sala.
Grimrr soltó un bufido, pero se dio la vuelta y continuó avanzando.
El último de los hombres gato, al pasar por delante de Angela, levantó una pata y dio un rápido zarpazo al hilo de lana que colgaba de las agujas de la herbolaria, como hubiera hecho cualquier gato casero y juguetón.
El desconcierto de Saphira era tan grande como el de Eragon.
¿Pío, pío?
—preguntó.
Eragon se encogió de hombros, olvidando que la dragona no podía verlo.
¿Quién sabe por qué Angela hace nada de lo que hace?
Al final, Grimrr llegó ante Nasuada e inclinó un poco la cabeza con un gesto que exhibía la inmensa seguridad, incluso arrogancia, que les está reservada solamente a los gatos, los dragones y a alguna mujer de alta cuna.
—Lady Nasuada —saludó.
Su voz tenía un tono sorprendentemente profundo, más parecido al gruñido grave y bronco de un gato salvaje que al habitual tono agudo del chico joven que parecía.
Nasuada le devolvió el saludo también con una inclinación de cabeza.
—Rey
Media Zarpa
. Los vardenos te dan la más sincera bienvenida, a ti y a los de tu raza. Debo pedir disculpas por la ausencia de nuestro aliado, Orrin, el rey de Surda: no ha podido estar aquí, tal como deseaba, para darte la bienvenida, porque él y sus jinetes están defendiendo nuestro flanco oeste contra las tropas de Galbatorix.
—Por supuesto, lady Nasuada —repuso Grimrr. Sus blancos colmillos brillaban cada vez que movía los labios para hablar—. Uno nunca debe dar la espalda a sus enemigos.
—Así es… ¿Y a qué debemos el inesperado placer de tu visita, alteza? Los hombres gato son conocidos por su distanciamiento y soledad, y por mantenerse apartados de los conflictos del momento, especialmente desde la Caída de los Jinetes. Se diría incluso que, en el último siglo, los de tu raza se han convertido más en un mito que en una realidad. ¿A qué se debe, pues, que hayáis decidido presentaros aquí?
Grimrr levantó el brazo derecho y señaló a Eragon con un dedo encorvado y rematado por una afilada uña.
—A causa de él —gruñó el hombre gato—. Un cazador nunca ataca a otro hasta que este último haya mostrado su debilidad, y Galbatorix ha mostrado la suya: nunca matará a Eragon
Asesino de Sombra
ni a Saphira
Bjartskular
. Hemos estado esperando esta oportunidad durante largo tiempo, y la aprovecharemos. Galbatorix aprenderá a temernos y a odiarnos, y finalmente se dará cuenta del alcance de su error, y sabrá que nosotros habremos sido los únicos responsables de su ruina. ¡Y cuán dulce será el sabor de esta venganza! Tan dulce como el tuétano de un jabalí joven y tierno. Ha llegado el momento, humana, de que todas las razas, incluso la de los hombres gato, se unan y demuestren a Galbatorix que no ha conseguido doblegar nuestra voluntad de luchar. Nos uniremos a tu ejército, lady Nasuada, en calidad de aliados libres, y os ayudaremos a conseguirlo.
Eragon no hubiera podido decir qué pensaba Nasuada en esos momentos, pero tanto él como Saphira estaban impresionados por el discurso del hombre gato.
Después de una breve pausa, Nasuada dijo:
—Tus palabras son muy agradables para mis oídos, alteza. Pero antes de que pueda aceptar tu oferta, necesito que me ofrezcas unas cuantas respuestas, si te parece.
Grimrr, con su porte de inquebrantable indiferencia, hizo un gesto de permiso con la mano.
—Está bien.
—Los de vuestra raza se han mostrado tan distantes y tan esquivos que, debo confesar, no había oído hablar de vuestra alteza hasta el día de hoy. De hecho, ni siquiera sabía que los de vuestra raza tenían un dirigente.
—Yo no soy un rey como los vuestros —repuso Grimrr—. Los hombres gato prefieren caminar solos, pero incluso nosotros debemos elegir un líder cuando vamos a la guerra.
—Comprendo. ¿Hablas en nombre de toda vuestra raza, pues, o solamente en el de quienes te acompañan?
Grimrr hinchó el pecho y su expresión se hizo, si cabe, más petulante.
—Hablo en nombre de todos los de mi raza, lady Nasuada —ronroneó—. Todos los hombres gato capacitados, excepto los que se encuentran al cuidado de otros, han venido para luchar. Somos pocos, pero nadie puede igualar nuestra ferocidad en la batalla. También lidero a los inmutables, aunque no puedo hablar por ellos, puesto que son mudos como todos los animales. A pesar de todo, harán lo que les pidamos.
—¿Los inmutables? —preguntó Nasuada.
—Los que conocéis como gatos. Los que no pueden cambiar de piel, como hacemos nosotros.
—¿Y tienes su lealtad?
—Sí. Nos admiran…, como es natural.
Si lo que dice es verdad
—le comentó Eragon a Saphira—,
los hombres gato podrían sernos increíblemente valiosos.
Nasuada continuó:
—¿Y qué es lo que deseas de nosotros a cambio de tu ayuda, rey
Media Zarpa
? —Miró a Eragon, le sonrió y añadió—: Podemos ofrecerte toda la crema de leche que quieras, pero, a parte de eso, nuestros recursos son limitados. Si tus guerreros esperan recibir un pago por su trabajo, me temo que sufrirán una grave decepción.
—La crema de leche es para los gatitos, y el oro no nos interesa en absoluto —respondió Grimrr, mientras se inspeccionaba las uñas de la mano con los ojos entrecerrados—. Nuestras condiciones son las siguientes: a cada uno de nosotros que lo necesite se le entregará una daga para luchar; cada uno tendremos dos armaduras hechas a medida, una para cuando nos erguimos sobre dos patas, y la otra para cuando marchamos sobre las cuatro. No necesitamos más equipo que este. Ni tiendas, ni sábanas, ni platos, ni cucharas. A cada uno se le dará un único pato, urogallo, pollo o pájaro similar cada día, y al siguiente, un cuenco de hígado fresco. Aunque no nos lo comamos, esta comida se reservará para nosotros. Además, si ganáis esta guerra, aquel que se convierta en vuestro siguiente rey o reina (y todos los que reclamen ese título a partir de entonces) colocará un mullido cojín al lado de su trono, en un lugar de honor, para que cualquiera de nosotros se siente en él si así lo desea.
—Negocias como un legislador enano —comentó Nasuada en tono seco. Se inclinó hacia Jörmundur, y Eragon oyó que le susurraba—. ¿Tenemos hígado suficiente para alimentarlos a todos?
—Creo que sí —contestó Jörmundur en voz baja también—. Pero depende del tamaño del cuenco.
Nasuada se irguió en su asiento.
—Dos armaduras son demasiado, rey
Media Zarpa
. Tus guerreros tendrán que decidir si quieren luchar en forma de gato o de humano, y mantener esa decisión. No puedo permitirme vestiros de las dos formas.
Eragon estaba seguro de que si Grimrr hubiera tenido cola, en ese momento la hubiera agitado a un lado y a otro. Pero el hombre gato se limitó a cambiar de postura.
—Muy bien, lady Nasuada.
—Y hay otra cosa. Galbatorix tiene espías y asesinos escondidos por todas partes. Por ello, y como condición previa a que os unáis a los vardenos, tenéis que permitir que uno de nuestros hechiceros examine vuestros recuerdos para asegurarnos de que Galbatorix no ejerce ningún poder sobre vosotros.
Grimrr sorbió por la nariz.
—Sería una insensatez que no lo hicierais. Si hay alguien tan valiente como para leer nuestra mente, que lo haga. Pero ella no —añadió, girándose y señalando a Angela—. Ella nunca.
Nasuada dudó un instante, y Eragon se dio cuenta de que deseaba preguntar por qué. Pero se reprimió.
—Que así sea. De inmediato, mandaré buscar a los hechiceros para que podamos zanjar este asunto sin más demora. Según lo que descubran (y no será nada indigno, estoy segura), me sentiré honrada de formar una alianza entre vosotros y los vardenos, rey
Media Zarpa
.
Cuando hubo terminado de pronunciar estas palabras, todos los humanos de la sala prorrumpieron en aclamaciones y empezaron a aplaudir, incluida Angela. También los elfos parecían complacidos.
Sin embargo, los hombres gato no mostraron ninguna reacción. Se limitaron a echar las orejas hacia atrás, molestos por el ruido.
Eragon soltó un gruñido y apoyó la espalda en Saphira. Se sujetó las rodillas con ambas manos y se dejó caer deslizándose por las escamas de la dragona hasta que quedó sentado en el suelo. Luego estiró las piernas.
—¡Tengo hambre! —exclamó.