Lestat el vampiro (76 page)

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Authors: Anne Rice

—Pero, ¿no curaré más deprisa?

—No necesariamente. No sin otra infusión de la sangre de Akasha cuando te halles en ese estado. El tiempo con su constante medida de víctimas humanas, o la sangre de los antiguos: éstos son los únicos remedios. Pero puedes llegar a desear haber muerto. Piénsatelo con calma.

—¿Qué harías tú en mi lugar?

—Bebería de Los Que Deben Ser Guardados, por supuesto. Bebería para ser más fuerte, para estar más cerca de la inmortalidad. Suplicaría de rodillas a Akasha que me lo permitiera y luego me entregaría en sus brazos. Pero es fácil decir estas cosas. Ella nunca me ha rechazado. Nunca me lo ha prohibido, y yo estoy seguro de querer vivir para siempre. Soportaría el fuego otra vez. Soportaría el sol y cualquier clase de sufrimiento con tal de continuar existiendo. Acaso tú no estés tan seguro de desear realmente esa eternidad.

—La quiero —respondí—. Puedo aparentar que me lo pienso, puedo fingirme astuto y sabio mientras lo sopeso, pero ¡qué diablos!, no te iba a engañar, ¿verdad? Hace mucho que sabes cuál sería mi respuesta.

Marius sonrió.

—Entonces, antes de irte, bajaremos a la cripta y allí se lo pediremos humildemente, y veremos qué responde.

—Y, de momento, ¿podrías responderme a algunas cosas más? —le pedí.

Con un gesto, me indicó que preguntara.

—He visto fantasmas —dije—. He visto esos demonios malignos que has descrito. Los he visto poseer mortales y edificios.

—No sé más que tú al respecto. La mayor parte de los fantasmas parecen ser meras apariciones sin conciencia de que están siendo observadas. Jamás le he hablado a un fantasma ni ninguno se ha dirigido a mí. En cuanto a los demonios malignos, no puedo añadir nada a las antiguas explicaciones de Enkil respecto a que están furiosos porque no tienen cuerpo. Pero existen otros inmortales que son más interesantes.

—¿Quiénes son?

—Existen al menos dos en Europa que no han bebido nunca sangre. Pueden caminar tanto de noche como a plena luz del día, tienen cuerpo y son muy fuertes. Tienen el aspecto exacto de los hombres. Hubo uno en el antiguo Egipto, conocido en la Corte como Ramsés el Maldito, aunque no era tan maldito, por lo que sé de él. Su nombre fue borrado de todos los monumentos reales cuando desapareció. Ya sabes que los egipcios solían hacer tales cosas, borrar el nombre igual que daban muerte a la persona. Y no sé qué fue de él. Los viejos papiros no lo dicen.

—Armand me habló de él —intervine—. Armand me dijo que, según las leyendas, Ramsés era un vampiro antiguo.

—No lo es. Pero yo no creí lo que había leído sobre él hasta que vi a los otros con mis propios ojos. Pero tampoco de estos seres conozco nada más. Sólo alcancé a verlos, y mi presencia les llenó de terror y huyeron de mí. Me dan miedo porque caminan bajo el sol. Son seres poderosos y carecen de sangre. ¿Quién sabe lo que pueden hacer? De todos modos, puedes vivir siglos sin encontrarte nunca con ellos.

—Pero, ¿qué edad tienen? ¿Cuánto tiempo llevan existiendo?

—Son muy viejos, probablemente tanto como yo, no sé precisarlo. Viven como hombres ricos y poderosos. Es posible que sean más; tal vez tengan un modo de propagarse, no estoy seguro. Una vez, Pandora dijo que también había una mujer; pero, en esa ocasión, Pandora y yo no conseguimos ponernos de acuerdo en nada acerca de ellos. Ella decía que esos seres habían sido como nosotros, que eran antiguos y habían dejado de beber igual que la Madre y el Padre. Yo no creo que fueran nunca como nosotros. Son otra cosa, sin sangre. No reflejan la luz como nosotros, sino que la absorben. Son un poco más oscuros que los mortales. Y son densos, y fuertes. Puede que nunca los veas, pero te advierto de su existencia. No debes permitir jamás que sepan dónde duermes. Pueden ser más peligrosos que los humanos.

—Pero, ¿realmente son peligrosos los humanos? Les he encontrado muy fáciles de engañar.

—¡Claro que son peligrosos! Los humanos podrían borrarnos de la faz de la Tierra si alguna vez nos conocieran de verdad. Podrían darnos caza de día. No subestimes nunca esa sola ventaja. También en esto, las leyes de la vieja asamblea tienen su razón. Nunca jamás hables de nosotros a los mortales. Nunca le digas a un mortal dónde duermes tú o cualquier otro vampiro. Es una auténtica insensatez pensar que puedes controlar a los mortales.

Asentí, aunque me resultaba muy difícil tener miedo a los mortales. Nunca lo había tenido.

—Ni siquiera el Teatro de los Vampiros de París —me advirtió— expone la menor verdad acerca de nosotros. Sólo juega con los estereotipos populares y el ilusionismo. El público queda completamente engañado.

Me di cuenta de que tenía razón y de que, incluso en las cartas que Eleni me escribía, siempre me obligaba a leer entre líneas y nunca utilizaba nuestros nombres completos.

Y, por alguna razón, aquel secretismo me causaba la misma opresión que siempre me había producido.

Pero me estaba estrujando el cerebro en un intento por descubrir si alguna vez había visto a aquellos seres sin sangre... Lo cierto era que, en tal caso, quizá los habría tomado por vampiros errabundos.

—Hay una cosa más que debo decirte acerca de los seres sobrenaturales —me indicó Marius.

—¿De qué se trata?

—No estoy seguro de ello, pero te diré lo que pienso. Sospecho que cuando nos consumimos, cuando quedamos totalmente destruidos, podemos regresar bajo otra forma. No me refiero ahora al hombre, a una reencarnación humana; no sé nada del destino de las almas humanas. En cambio, nosotros vivimos para siempre, y creo que regresamos.

—¿Qué te lleva a decir tal cosa? —No pude evitar el recuerdo de Nicolás.

—Lo mismo que lleva a los mortales a hablar de reencarnación. Hay algunos que afirman recordar otras vidas. Vienen a nosotros como mortales, afirmando saberlo todo de nuestra raza, haber sido uno de nosotros, y pidiendo recibir de nuevo el Don Oscuro. Pandora fue una de ellos. Sabía muchas cosas y no había explicación para sus conocimientos, salvo tal vez que los imaginaba o los extraía, sin darse cuenta, de mi propia mente. Es una posibilidad real, la de que existan simples mortales con un oído que les permita captar nuestros pensamientos no conscientes.

En cualquier caso, no existen muchos de ellos. Si fueron vampiros, sin duda son sólo algunos de los que han sido destruidos, de modo que los demás tal vez no tienen la fuerza necesaria para regresar, o deciden no hacerlo, ¿quién puede saberlo? Pandora estaba convencida de haber muerto cuando la Madre y el Padre fueron expuestos al sol.

—Dios santo, ¿renacen como mortales y quieren volver a ser vampiros?

—Eres joven, Lestat, y te contradices a ti mismo —replicó Marius con una sonrisa—. ¿Qué te parecería, de verdad, volver a ser un mortal? Piensa en ello cuando acudas a ver a tu padre mortal.

En silencio, reconocí que estaba en lo cierto. Aun así, no quise renunciar a la idea que me había hecho de la mortalidad en mi imaginación. Quise seguir lamentándome de mi mortalidad perdida. Y supe que mi amor a los mortales estaba ligado al hecho de que no me producían ningún miedo.

Marius apartó la vista, distraído una vez más. Repitió aquel patente gesto de estar escuchando algo. Después, su rostro volvió a concentrarse en mí.

—Lestat, no deben quedarnos más de dos o tres noches —dijo con voz entristecida.

—¡Marius! —susurré yo, conteniendo las palabras que pugnaban por salir de mí.

Mi único consuelo fue la expresión de su rostro, que ahora daba la impresión de no haber parecido inhumano en ningún momento.

—No sabes cuánto deseo que te quedes junto a mí —dijo—, pero la vida está ahí fuera, no aquí. Cuando volvamos a encontrarnos te contaré más cosas, pero, de momento, ya sabes todo lo necesario. Tienes que ir a Luisiana y cuidar de tu padre hasta el final de su vida, y aprender de ello lo que puedas. Yo he visto envejecer y morir a una legión de mortales, y tú a ninguno. Pero créeme, mi joven amigo: deseo desesperadamente que te quedes conmigo. No sabes cuánto lo deseo. Te prometo que, cuando llegue el momento, te encontraré.

—Pero, ¿por qué no puedo yo volver a ti? ¿Por qué tienes que dejar este lugar?

—Ya es tiempo de hacerlo —explicó Marius—. Ya he gobernado demasiado tiempo sobre estas gentes. Empiezo a despertar sospechas y, además, los europeos ya están rondando estas aguas. Antes de venir aquí me ocultaba en la ciudad sepultada de Pompeya, bajo el Vesubio, pero los mortales me echaron de allí cuando empezaron a husmear y excavar los restos. Ahora empieza a suceder lo mismo aquí. Tengo que buscar otro refugio, algo más remoto y con más posibilidades de seguir así. Y con franqueza, no te habría traído aquí si no tuviera pensando abandonar este lugar.

—¿Por qué no?

—Lo sabes muy bien. No puedo permitir que ni tú ni nadie conozca la ubicación de Los Que Deben Ser Guardados. Y eso nos lleva a algo muy importante: las promesas que debo exigirte.

—Las que quieras —asentí—. Pero no sé qué puedes querer de mí que yo pueda darte.

—Una cosa solamente:
Que jamás le cuentes a nadie las cosas que te he revelado.
Que nunca menciones a Los Que Deben Ser Guardados. No cuentes nunca las leyendas de los viejos dioses. No digas nunca a nadie que me has visto.

Moví la cabeza en un gesto solemne de asentimiento. Ya había esperado algo parecido, pero supe, sin pensarlo siquiera, que iba a ser una promesa muy difícil de cumplir.

—Si cuentas aunque sea una parte —añadió Marius—, seguirá otra y, con cada nueva palabra sobre el secreto de Los Que Deben Ser Guardados, aumentarás el riesgo de que se descubra su emplazamiento.

—Es cierto —reconocí—. Pero las leyendas, nuestros orígenes... ¿Qué me dices de las criaturas que yo creé? ¿No puedo revelarles...?

—No. Como acabo de decirte, si cuentas una parte terminarás por contarlo todo. Además, si esas criaturas tuyas son hijas del dios cristiano, si están emponzoñadas con el concepto cristiano del pecado original, como sucede con Nicolás, estas antiguas leyendas no harán más que enfurecerlas y disgustarlas. Para ellas, la verdad sería un horror inaceptable. Accidentes, dioses paganos en los cuales no creen, costumbres que no pueden comprender... Uno ha de estar preparado para recibir tal conocimiento, por escaso que sea. Es preferible que escuches atentamente sus preguntas y les respondas lo que te parezca más conveniente para dejarlas satisfechas. Y si te encuentras en el caso de que no puedes engañarlas, no les digas nada en absoluto. Procura hacerlas tan fuertes como los hombres sin dios de esta época, pero no olvides mis palabras: las antiguas leyendas, jamás. Yo, y solamente yo, soy quien puede contarlas.

—¿Qué me harás si las difundo? —inquirí.

La pregunta le desconcertó. Perdió el aplomo durante un segundo completo y luego se echó a reír.

—Eres el ser más increíble, Lestat —murmuró—. Pues bien, si las revelas a alguien, puedo hacerte cualquier cosa. Estoy seguro de que lo sabes. Puedo aplastarte bajo mis pies como Akasha hizo con el Viejo. Puedo hacerte arder con el poder de mi mente. Pero no quiero proferir tales amenazas. Quiero que vuelvas a mí, pero no toleraré que estos secretos se conozcan. No quiero que vuelva a caer sobre mí un grupo de inmortales, como sucedió en Venecia. No quiero que nuestra raza me conozca. Nunca jamás, ni deliberada ni accidentalmente, debes enviar a nadie en busca de Los Que Deben Ser Guardados, ni de Marius. No debes mencionar mi nombre a nadie.

—Entendido —asentí.

—¿De veras lo has entendido? —insistió él—. ¿O tendré que amenazarte, después de todo? ¿Tendré que advertirte que mi venganza podría ser terrible y que alcanzaría, además de a ti, a todos los que conocieran esos secretos de tu boca? Ya he destruido a otros de nuestra raza que han venido a buscarme, Lestat. Les he destruido por el mero hecho de conocer las antiguas leyendas y el nombre de Marius, y porque jamás habrían cesado en su búsqueda.

—No puedo soportar lo que dices —murmuré—. Nunca lo revelaré a nadie, te lo juro. Pero tengo miedo de lo que otros puedan leer en mi mente, por supuesto. Tengo miedo de que descubran las imágenes de mi cerebro. Armand podía hacerlo. ¿Qué sucedería si...?

—Tú puedes ocultar esas imágenes. Ya sabes cómo se hace. Puedes pensar otras imágenes que les confundan. Puedes cerrar tu mente. Es una habilidad que ya dominas. Pero dejémonos de amenazas y admoniciones. Siento amor por ti.

Tardé un instante en responder. Mi mente desbocada imaginaba ya todo tipo de posibilidades prohibidas. Finalmente, expresé mis sentimientos en palabras:

—¿No sientes nunca el deseo de contárselo a todos, Marius? Me refiero a si no te tienta dar a conocer la historia a cuantos forman nuestra raza, y conseguir unirlos.

—¡Por Dios santo, no, Lestat! ¿Por qué habría de desear tal cosa? —Marius pareció genuinamente desconcertado.

—Para que pudiéramos tener nuestras propias leyendas; para poder al menos, meditar sobre los misterios de nuestra historia, como hacen los hombres. Para contarnos nuestras mutuas existencias y compartir nuestro poder...

—¿Y unirnos para utilizarlo contra el hombre, como han hecho los Hijos de las Tinieblas?

—No... Así, no...

—En la eternidad, Lestat, las asambleas, grupos y aquelarres son poco comunes. La mayoría de los vampiros son seres solitarios y desconfiados y no les gustan los demás. No tienen más que un par de escogidos compañeros de vez en cuando y protegen sus territorios de caza y su intimidad igual que yo la mía. No querrían unirse y, si lograran vencer la malignidad y la suspicacia que les divide, su encuentro terminaría en terribles luchas por la supremacía como las que, según me reveló Akasha, sucedieron hace miles de años. En esencia, somos seres maléficos. Somos asesinos. Es mejor que sean los mortales quienes se unan en la Tierra, y que lo hagan para obrar el bien.

Reconocí que tenía razón y me avergoncé de la excitación que sentía, de mi debilidad y de mi carácter impulsivo. Sin embargo, otro abanico de posibilidades empezaba ya a obsesionarme.

—¿Qué hay de los mortales, Marius? ¿No has deseado nunca manifestarte ante ellos y contarles toda la verdad?

De nuevo, pareció absolutamente anonadado ante tal pensamiento.

—¿No has querido alguna vez que el mundo nos conociera, para bien o para mal? ¿Siempre te ha parecido preferible vivir en el secreto? —insistí. Marius bajó los ojos un momento y apoyó la barbilla contra el puño apretado. Por primera vez, percibí una comunicación en imágenes surgiendo de él y noté que me había permitido verlas porque no estaba seguro de la respuesta. Marius estaba recordando, y sus evocaciones poseían tal intensidad que mis poderes parecían frágiles, en comparación. Los recuerdos eran de sus primeros días, de cuando Roma dominaba el mundo y él aún no había vivido más tiempo que el de una existencia humana mortal.

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