Lestat el vampiro (75 page)

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Authors: Anne Rice

¿Y qué serían, si alguna vez volvían a caminar y a hablar? Una pareja de antiguos monstruos egipcios. ¿Qué harían?

De pronto, vi seductoras ambas posibilidades: despertarlos o destruirlos. Ambas ideas eran tentadoras. Deseé penetrar y comunicarme con ellos, pero comprendí la irresistible locura de querer destruirlos. De salir con ellos a una luz cegadora que se llevara consigo a toda nuestra raza condenada.

Ambas opciones tenían que ver con el poder. Y con el triunfo sobre el paso del tiempo.

—¿No sientes nunca tentaciones de hacerlo? —pregunté, y en mi voz había dolor. Me pregunté si me escucharían desde su profunda cripta.

Marius volvió en sí de su atenta escucha, me miró y movió la cabeza. No.

—¿Aunque sepas mejor que nadie que no hay lugar para nosotros?

De nuevo, sacudió la cabeza. No.

—Soy inmortal —declaró—, verdaderamente inmortal. Para ser completamente sincero, si existe algo que pueda matarme ahora, no sé qué pueda ser. Pero no se trata de eso. Yo deseo continuar. Ni siquiera pienso en lo contrario. Soy una conciencia continuada en mí mismo, la inteligencia que añoré durante tantos años cuando era mortal, y sigo tan amante como siempre del gran progreso de la humanidad. Quiero ver qué sucede ahora que el mundo ha vuelto a cuestionarse sus dioses. ¡Bah!, no me dejaría convencer para cerrar los ojos en esta época por ninguna razón.

Asentí, comprensivo.

—Pero no sufro lo que tú —continuó—. Incluso en ese bosque de las Galias donde fui convertido en esto, yo no era joven. Desde entonces he estado solo, he conocido casi la locura, y una angustia indescriptible, pero jamás he sido inmortal y joven a un tiempo. He hecho una y otra vez lo que a ti aún te queda por hacer..., lo que deberá apartarte de mí muy pronto.

—¿Apartarme? Pero yo no quiero...

—Tendrás que irte, Lestat —insistió él—. Y muy pronto Acornó he dicho. No estás preparado para quedarte aquí conmigo. Esta es una de las cosas más importantes que me quedaban por decirte y tienes que prestarle la misma atención que cuando escuchabas el resto del relato.

—Marius, no puedo imaginar dejarte ahora. Ni siquiera...

De pronto, sentí cólera. ¿Por qué me había llevado allí, para echarme ahora? Recordé las advertencias de Armand, de que sólo encontrábamos comunión con los antiguos, no con los creados por nosotros. Y yo había encontrado a Marius. Pero esto eran meras palabras que no alcanzaban a tocar mis sentimientos más profundos, el súbito abatimiento y el temor a la separación.

—Escúchame —dijo él con suavidad—. Antes de que los galos me raptaran, yo había gozado de una buena vida, más larga que la de muchos hombres por aquellos tiempos. Y, después de llevarme de Egipto a Los Que Deben Ser Guardados, volví a llevar en Antioquía, durante muchos años, la existencia propia de un estudioso romano. Tuve una casa, esclavos y el amor de Pandora. Teníamos una vida en la ciudad y éramos espectadores de cuanto sucedía. Y, gracias a haber desarrollado esa vida, tuve la fuerza necesaria para vivir otras a continuación. Tuve las energías precisas para convertirme en parte del mundo veneciano, como bien sabes. Y para gobernar esta isla como lo hago. Tú, como tantos que terminan en el fuego o expuestos al sol en poco tiempo, has carecido de una auténtica vida en tus años de mortal.

»Como joven mortal, apenas saboreaste la vida real durante seis meses en París. Como vampiro has sido un merodeador, un intruso que hechizaba casas y otras vidas en tu vagar de sitio en sitio.

»Si quieres sobrevivir, es preciso que vivas una existencia completa lo antes posible. No hacerlo podría representar perderlo todo, caer en la desesperación, enterrarse de nuevo y no volver a salir nunca más. O, peor aún...

—Lo comprendo. Lo deseo —le interrumpí—. Y, sin embargo, en París me ofrecieron esa existencia, cuando me propusieron que me quedara en el Teatro, no pude aceptarla.

—No era el lugar adecuado para ti. Además, el Teatro de los Vampiros es un aquelarre, una reunión de vampiros. No es el mundo real, como tampoco lo es esta isla donde me refugio. Además, allí te habían sucedido demasiados horrores.

»En cambio, en este desconocido Nuevo Mundo al que te diriges, en esa pequeña ciudad bárbara llamada Nueva Orleans, podrás incorporarte al mundo mejor que en ninguna parte. Podrás establecerte como un mortal, igual que tantas veces has intentado hacer en tus andanzas con Gabrielle. Allí no habrá viejas asambleas que te molesten, ni vampiros clandestinos que traten de eliminarte por puro miedo. Y cuando crees a otros, cosa que harás, movido por tu soledad, créalos y consérvalos lo más humanos que puedas. Mantenlos cerca de ti como miembros de una familia, no como miembros de una de estas asambleas, y comprende la época en que vives, el transcurso de las décadas. Fíjate en el estilo de las prendas que adornan tu cuerpo, en la decoración de la morada donde pases tus horas de ocio, en el lugar donde buscas tus presas. ¡Ten siempre presente qué significa percibir el paso del tiempo!

—Sí, y sentir el dolor de ver morir las cosas... —añadí. Era todo aquello contra lo que me había prevenido Armand.

—Desde luego. Estás hecho para triunfar sobre el tiempo, no para huir de él. Y sufrirás en tu corazón por tener que guardar el secreto de tu condición de monstruo y por tu obligación de dar muerte. Quizá trates de alimentarte sólo de malhechores para aplacar tu conciencia, y tal vez lo consigas, o tal vez no, pero puedes llegar muy cerca de la vida, a condición, solamente, de que mantengas el secreto de lo que eres. Estás creado para rondar cerca de los mortales, como tú mismo dijiste una vez a los miembros de la vieja asamblea de vampiros de París. Estás hecho a imitación del hombre.

—Lo deseo. Lo quiero de verdad...

—Entonces, sigue mis consejos. Y ten presente una cosa más: la eternidad no es otra cosa, en realidad, que el desarrollo de una vida humana detrás de otra. Por supuesto, puede haber largos períodos de retiro, períodos de adormecimiento o de mera contemplación. Pero una y otra vez nos lanzamos a la corriente y nadamos en ella todo el tiempo que podemos, hasta que el tiempo o la tragedia nos hunde como hace con los mortales.

—¿Volverás a hacerlo tú? ¿Dejarás algún día este retiro y te lanzarás a la corriente?

—Rotundamente, sí. Cuando se presente el momento oportuno. Cuando el mundo vuelva a ser tan interesante que me resulte irresistible. Entonces recorreré las calles de las ciudades. Tomaré un nombre. Haré cosas.

—¡Entonces, ven ahora, conmigo!

¡Ah!, el eco doloroso de las palabras de Armand. Y de la vana súplica de Gabrielle, diez años después.

—Es una invitación más tentadora de lo que supones —respondió Marius—, pero te causaría un gran perjuicio si te acompañara. Me interpondría entre el mundo y tú. No podría evitar hacerlo.

Moví la cabeza y aparté la vista, lleno de amargura.

—¿Quieres continuar adelante? —preguntó él entonces—. ¿O prefieres que se cumplan las predicciones de Gabrielle?

—Quiero continuar —declaré.

—Entonces, debes irte. Dentro de un siglo, tal vez menos, nos encontraremos de nuevo. Yo no estaré en esta isla. Me habré llevado a Los Que Deben Ser Guardados a otra parte, pero, dondequiera que estemos los dos, te encontraré. Y entonces seré yo quien no querrá alejarse de ti. Seré yo quien te suplique que te quedes. Me deleitará tu compañía, tu conversación, el simple hecho de verte, tu resistencia y tu arrojo, y tu ausencia de fe en nada..., todas las cosas de ti que ya amo con demasiada intensidad.

Apenas pude escuchar todo aquello sin que mis emociones se desbordaran. Quise suplicarle que me permitiera quedarme.

—¿No puede ser ahora? ¿Es absolutamente imposible? —inquirí—. ¿No puedo prescindir de vivir esa existencia?

—No. Es totalmente imposible —respondió—. Podría contarte historias eternamente, pero no son un sustituto para la vida. Ya lo he intentado con otros, créeme, pero nunca lo he conseguido. No puedo enseñar lo que se aprende en una vida. No debería haber tomado a Armand siendo tan joven, y sus siglos de locura y sufrimiento son, aun hoy, una penitencia para mí. Le hiciste un favor enviándole al París de este siglo, pero me temo que ya sea demasiado tarde para él. Créeme, Lestat, cuando te digo que así han de ser las cosas. Tienes que vivir esa existencia porque quienes se ven privados de ella dan vueltas sin encontrar satisfacción hasta que, finalmente, han de vivirla en cualquier parte o ser destruidos.

—¿Y Gabrielle?

—Gabrielle tuvo su vida; hasta tuvo su muerte, casi... Posee la fuerza suficiente para regresar al mundo cuando quiera, o para vivir indefinidamente al margen de él.

—¿Y tú crees que regresará alguna vez?

—Lo ignoro —contestó Marius—. Gabrielle desafía mi comprensión. No mi experiencia, pues es demasiado parecida a Pandora... Pero tampoco comprendí nunca a Pandora. Lo cierto es que la mayoría de las mujeres son débiles, sean mortales o inmortales. Pero cuando son fuertes, resultan absolutamente impredecibles.

Sacudí la cabeza y cerré los ojos un instante. No quería pensar en ella. Gabrielle se había ido, no importaba lo que habláramos allí.

Y, con todo, aún no podía aceptar la necesidad de irme. Aquello me parecía un Edén. Sin embargo, no insistí. Sabía que Marius había tomado una resolución y también sabía que no me obligaría por la fuerza. Me permitiría empezar preocupándome de mi padre mortal y acudir a él a decirle que debía marcharme. Me quedaban unas cuantas noches.

—Sí —respondió con suavidad—. Y aún hay algunas cosas que puedo decirte.

Abrí los ojos de nuevo. Marius me miraba, paciente y afectuoso. Noté el dolor del amor con la misma fuerza que lo había sentido por Gabrielle. Advertí las lágrimas inevitables e hice cuanto pude por contenerlas.

—Has aprendido mucho de Armand —dijo con voz serena, como para ayudarme en aquella pequeña lucha silenciosa—. Y has aprendido mucho más por ti mismo. Pero aún quedan algunas cosas que puedo enseñarte.

—Sí, por favor —dije.

—Bien, es cierto que tus poderes son extraordinarios, pero no esperes que los que tú crees en los próximos cincuenta años serán tan espléndidos como tú o como Gabrielle. Tu segunda criatura no posee la mitad de las fuerzas que Gabrielle, y los que vayas creando poseerán aún menos. La sangre que yo te he dado marcará cierta diferencia. Y si bebes..., si bebes de Akasha y de Enkil, cosa que puedes decidir no hacer..., eso también marcará cierta diferencia. Pero no importa, porque uno de nosotros puede sólo crear tal número de criaturas en un siglo. Y tu nueva descendencia será débil, aunque tal cosa no es necesariamente mala. La regla de las antiguas asambleas acertaba al proclamar que la fuerza llegaría con el tiempo. Y también es cierta esa otra vieja verdad: tanto puedes crear titanes como imbéciles, nadie sabe por qué ni cómo.

«Sucederá lo que deba suceder, pero escoge a tus compañeros con cuidado. Escógeles porque te guste mirarles, y oír el sonido de su voz, y porque posean profundos secretos que desees conocer. En otras palabras, escógeles porque les ames. De lo contrario, no podrás soportar su compañía durante mucho tiempo.

—Comprendido —dije—. Crearlos con amor.

—Exacto, crearlos con amor. Y asegurarse de que han vivido bastante tiempo, antes de crearlos; y nunca jamás crear a nadie tan joven como Armand. Éste es el peor crimen que he cometido nunca contra mi propia especie, la creación de ese joven Armand.

—¡Pero tú no sabías que los Hijos de las Tinieblas aparecerían cuando lo hicieron, y te separarían de él!

—Es cierto, pero, aun así, debería haber esperado. Fue la soledad lo que me impulsó a hacerlo. Y el desamparo de Armand, el hecho de que su vida mortal estuviera en mis manos de manera tan absoluta. Recuerda, guárdate de ese poder y del que tienes sobre los que están agonizando. La soledad que llevamos dentro, junto a esta sensación de poder, pueden ser tan fuertes como la sed de sangre. Si no hubiera un Enkil, no habría una Akasha; si no existiera una Akasha, no existiría un Enkil.

—Sí. Y, por lo que has contado, parece que Enkil envidia a Akasha. Que es Akasha quien, de vez en cuando...

—Sí, es cierto. —De repente, su expresión se hizo muy sombría y en sus ojos apareció un aire de confidencialidad como si estuviéramos hablándonos en susurros y temiéramos que alguien nos oyera. Marius esperó un momento como si buscara qué decir—. ¿Quién sabe qué podría hacer Akasha si no tuviera a Enkil para contenerla? —murmuró—. ¿Y por qué finjo creer que él no puede oír lo que digo desde el mismo instante en que lo pienso? ¿Por qué estoy hablando en susurros? El puede destruirme en el momento en que lo desee. Tal vez Akasha es lo único que le reprime de hacerlo. Pero, al mismo tiempo, ¿qué sería de ellos si Enkil se deshiciera de mí?

—¿Por qué se dejaron quemar por el sol? —quise saber.

—¿Cómo podemos saberlo? Tal vez sabían que no les haría daño, que sólo dañaría a quienes les habían hecho aquello. Quizás, en el estado en que viven, tardan más tiempo en percibir lo que sucede fuera de ellos y no tuvieron tiempo de juntar fuerzas, de despertar de sus sueños y ponerse a salvo. Quizá sus movimientos después de lo sucedido, los movimientos de Akasha que yo presencié, sólo fueron posibles porque el sol les había despertado. Y ahora vuelven a dormir con los ojos abiertos. Y vuelven a soñar. Y ya no beben más.

—¿Qué has querido decir con eso de..., de si decido beber su sangre? ¿Cómo podría escoger otra cosa?

—Es algo que debemos pensar más detenidamente, los dos juntos —me dijo—. Y siempre existe la posibilidad de que no te permitan beber de ellos.

Me estremecí al pensar en uno de aquellos brazos golpeándome y mandándome a diez metros de distancia en medio de la cripta, o incluso aplastándome contra el suelo de piedra.

—Ella ha pronunciado tu nombre, Lestat —continuó Marius—. Creo que te dejará beber. Pero si tomas su sangre, serás aún más fuerte de lo que eres ahora. Unas cuantas gotas te darán vigor, pero, si ella te da más que eso, si te da una medida entera, apenas habrá en la Tierra fuerza que pueda destruirte. Tienes que estar seguro de lo que quieres.

—¿Por qué no iba a quererla? —insistí.

—¿Quieres ser reducido a cenizas y seguir viviendo en perpetua agonía? ¿Quieres ser atravesado por mil cuchillos, recibir disparo tras disparo, y continuar viviendo como un pellejo hecho trizas que no puede valerse por sí mismo? Créeme, Lestat, puede ser algo terrible. Incluso puedes quedar expuesto al sol y seguir viviendo, quemado e irreconocible, deseando, como los antiguos dioses en Egipto, poder estar muerto.

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